Opinión

Lost highway, de David Lynch (1997)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Es un círculo, y es dantesco (y grotesco: con arranques; sublimes, surrealistas y extraños y risibles y absurdos, es Lynch) y no es o no está en un plano, no es unidimensional, no es una serie de rayas y rayitas, de apaciguadoras y regimentadas líneas rectas predictivas de un objetivo o de un final edificante, un espacio didácticamente señalizado que nos prive de la catástrofe. Son más bien círculos varios de un movido espiral agazapado en la lentitud engañosa de la telaraña de la trama.

Es, si es que tiene sentido que lo sea, el camino de la vida, o a la mitad del camino de la vida resulta que la senda está perdida… Es el infierno el que reclama profusas clasificaciones. Es la carretera de la mente, bullendo de obsesión, derecho hacia lo torcido, derecho a la locura cual hermosa santidad laica (la gente se agarra de lo que puede). La locura es porque viste, viste demasiado o porque viste lo que no querías ver y cierras los ojos y lo sigues viendo.

Es el imperio de lo interior (donde comprobamos lo no tan dueños de nosotros mismos que somos) lo que apasiona y aprisiona en Lynch. Un enrarecimiento que pare películas bebés monstruos con risitas diabólicas. Un acontecimiento externo de veras mínimo, un videocassette, y luego más, de un espía no identificado, tras una llamada telefónica que ratifica con ominosa claridad la desaparición de quién sabe quién.

Un neo-noir doméstico. Sonidos locuaces que comentan que las cosas no van a ir bien. Un sentido del humor cara de palo en el tono de los diálogos y en los propios diálogos. Y además, así como de Heidegger se decía que tenía ‘manía de profundidad’, de Lynch se puede decir que tiene una ‘manía de misterio’.

La femme fatale, antigua para no decir mítica costumbre, concentrado fetiche de sabores y casi de olores que esconde… En especial: a un hombre, pequeñito, temeroso, de que una mujer. De una Mujer. Incontrolable, de oscuro pasado; libre; insoportable.

El clímax está en una conversación (con El Hombre Misterioso, que es de esos que no pasan desapercibidos) coronada con una llamada telefónica, donde todo se comprende… Lo mejor del arte de Lynch está encriptado en esos preciosos minutos. Estudien esa escena.

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