Ayer, el médico, vitalista y poeta Luis Hernández habría cumplido 82 años; sin embargo, sigue siendo un niño y joven melómano referente para toda la nueva generación que recurre a sus poemas para intentar conocerlo.
A diferencia de los que le conocieron en sus años maravillosos en el barrio de Jesús María, con el afán de devorarse los libros que estaban al alcance y enlistarse en el ejército del arte, digamos: filosofía, música, teatro, ballet, ópera y cine, Hernández era entrañable, no solo con sus pacientes que acudían a su consultorio en Breña que instaló en casa de su amigo de infancia, el “Túpac Amaru” Reynaldo Arenas; sino, para todo aquel que le conocía. Aunque, fue presa de intempestivos males, tanto físicos y psíquicos que le obligaron a refugiarse en un ostracismo prolongado.
Entre tanto, algunos poetas de su generación, no reconocían su estilo—un típico ejercicio entre celosos autores que se miran de reojo con indiferencia— A pesar que Lucho, ya había publicado los poemarios: “Orilla” (Lima, La Rama Florida, 1961), “Charlie Melnick” (Lima, La Rama Florida, 1962) y “Las Constelaciones” (Trujillo, Cuadernos Trimestrales de Poesía, 1965).
Pero no fue, hasta que empezó a escribir a mano sus versos en cuadernos de colegio tipo Atlas, con el afán de regalarlos a amigos y algunos conocidos, para recién ser considerado en el mundillo lirico. Aquellas piezas de arte, eran poesía redactada con gran caligrafía y estaban provistas de collages y recortes de periódicos, que las convertían en un significativo artefacto de vanguardia.
Felizmente, Nicolás Yerovi, luego de pedirle autorización a Lucho, compiló los poemas de sus innumerables cuadernos y los publicó, en el año 1978, y se convirtieron en “Vox horrísona”
Debido a sus problemas de salud, Lucho Hernández en 1977 viajó a Buenos Aires, e ingresó a la Clínica García Badaracco para encontrar su recuperación mental; sin embargo, el 3 de octubre de ese mismo año, señalan que se suicidó lanzándose a las líneas del tren. Esta tesis se basa en una carta que encontraron posteriormente entre sus pertenencias, en la que escribe al amor de su vida Betty Adler:
Adiós Betty. Me hubiera gustado tanto que fueras feliz. Pero mi felicidad está fuera de toda esperanza. Hoy me voy a matar. Perdóname. Luis.
(Columna publicada en Diario UNO)