Opinión

Los ayunos, las procesiones y los sermones de Semana Santa

Por Hélard Fuentes Pastor

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Por: Hélard Fuentes Pastor

Recuerdo a mi madre, en Semana Santa, preparando el arroz con leche y la mazamorra morada. Entonces, las familias peruanas tenían la costumbre de recogerse en sus hogares durante los días jueves y viernes santo, mientras compartían una variedad de postres. Por supuesto, no todo era dulces, el domingo de resurrección, acostumbraban a comer el Caldo de Pascua. Además, en esas fechas, la dieta principal de los ciudadanos se prepara en base a pescado, crustáceos y mariscos.

La tradición conocida primigeniamente como Semana Grande, Penosa o de Indulgencia, siempre se ha caracterizado por los feriados, los ayunos, las procesiones y los sermones, es decir, el protagonismo ha sido plenamente sacerdotal, por ejemplo, en los siglos coloniales con la penitencia y el sacramento de la confesión, tal cual detalla el sínodo del Obispado de Arequipa de 1684. Naturalmente, aquellos padrecitos debían tener la aprobación para actuar en calidad de confesores. Otro de los aspectos interesantes son las disposiciones de esos tiempos: que las romerías sean de día, que al retorno a las iglesias se cierren las puertas, que no se predique a esas horas en plazas ni calles, menos en el templo, y evitar cantar los salves.

Semana Santa es una de las pocas tradiciones que tiene numerosos comportamientos festivos o costumbres, además de una exhaustiva planificación que se desprende de las crónicas y apuntes eclesiásticos, por ejemplo, hace más de un siglo, el cura José María Cornejo de la iglesia de Santa Marta, maestro de ceremonias de la Catedral de Arequipa, recitaba novenas y ejercicios piadosos en el santo quinario como preparación para la Semana Santa (Santiago Martínez, 1931). De otra parte, la misma organización de los colegios que estilan prácticas cristianas, programando reuniones al respecto o preparando guiones para la escenificación de los pasajes bíblicos relacionados con la Pasión de Cristo.

Los días que concitaron la atención iban desde el jueves hasta el domingo, sin desmerecer las actividades de los primeros que se realizan algunas procesiones. El lunes sale el Cristo Crucificado, el Señor de los Temblores, el Señor de la Caridad; el martes, Justo Juez, Jesús Crucificado, Jesús Nazareno, Jesús Cautivo y la Macarena; el miércoles, el Señor de la Sentencia, por mencionar algunos; en realidad, depende mucho de cada localidad, de sus iglesias, de sus imágenes y de sus hermandades o cofradías. Eso sí, las ciudades que se han caracterizado por abundante concurrencia son Lima, Cusco, Ayacucho y Arequipa.

Creo que, durante la segunda mitad del siglo XX, los miércoles santo, se introdujeron las representaciones simbólicas del vía crucis en los colegios de tendencia católica, realizando el recorrido interno de estaciones, pronunciando cada una de ellas, inclusive escenificando la pasión de Cristo, esto último sobre todo en lugares más humildes, entiendo que con fines educativos para transmitir el calvario de Jesucristo. Esos primeros días, los maestros o maestras de religión dejan como tarea visitar a las iglesias.

El Jueves Santo, como recuerdo, algunos curas realizaban el lavado de pies a doce pobres, ancianos o niños indigentes, en orfandad, y recorríamos las estaciones. Lo ideal serían catorce iglesias. De niño iba junto a mis padres y de adolescente con los amigos del barrio, y no faltaban en el camino las manzanas acarameladas, algodones de azúcar, confites, alfajores, entre otros dulces. No sé sí alguna vez cumplimos con el propósito, pero llegamos o superábamos los siete templos, tal cual demanda originalmente la costumbre. Ha de ser porque estaban cerquísima uno de otro. En el siglo XVII, difícilmente hubiéramos alcanzado a recorrer todos, ya sea por la distancia o por una disposición eclesiástica que indicaba su cierre a las 10:00 de la noche, como notifica el sínodo de 1684.

Esta costumbre de las estaciones es tan antigua que nos remite a 1675, cuando el virrey Baltasar de la Cueva Henríquez y Saavedra junto a su familia y sus oidores “anduvo” las estaciones en la noche del jueves santo (Josephe Mugaburu y Francisco de Mugaburu, 1918). No podría decir que la práctica se introdujo ese año, menos aún con la existencia de una narración de Ricardo Palma que nos lleva a 1640. Lo cierto es que Mendiburo, dice que en el Virreinato, la máxima autoridad visitaba las iglesias de la Capilla Real, Desamparados, Santo Domingo, San Agustín, La Merced, San Pedro, San Francisco y Catedral, en Lima. Eso quiere decir que sólo se recorrían siete y no catorce como se estila ahora. Así se acostumbró muchos años, tal cual se desprende de un reporte de 1890.

La práctica nunca se perdió de vista, pues los gobiernos republicanos como el de 1863, consideraba en su calendario institucional la visita a la Catedral y las estaciones. La gente acomodada, señorial, adoptó esta costumbre. En algunos registros, he leído que también lo hacían de día, precisamente, Jorge Basadre (1968) refiere al empleo de un quitasol. La costumbre fue arraigada y extendida con los años, por lo que en muchas regiones del país, los fieles presididos por sus obispos recorrían las estaciones, por ejemplo, en Ayacucho del siglo XX.

Al día siguiente, viernes, todas las iglesias están cerradas en señal de duelo. Tanto en la colonia como en la república, todo estaba prohibido para los niños. Hay un ayuno riguroso, un silencio arrollador y el sermón de las tres horas. Gustavo Rodríguez (1995), cuenta que sólo se escuchaba música clásica en la radio y la gente concurría al centro de la ciudad con trajes oscuros. Decía en su reseña “el Viernes Santo, todo está bendito” y únicamente se consume pescado ―los arequipeños el tradicional chupe de viernes―. Más tarde, en algunos lugares y tiempos, se da la procesión del Santo Sepulcro o la visita al templo que lo guarda, en medio de una desolación tremenda. Así es como a mediados del siglo XX, los jueves se popularizaron como el día de confesiones y comuniones, y los viernes en calidad de ayuno. Actualmente, en algunas ciudades, sacan en procesión al Cristo Yacente. Así pasa en Tacna.

Recién, el Sábado Santo o Sábado de Gloria, las iglesias abren sus puertas para recibir a los feligreses. Se anunciaba el día con cantos devotos. En los años 60, solía realizarse la misa de gloria a la medianoche. Hay quienes ofrecen el rezo del Santo Rosario y la Vigilia Pascual. En tanto, el Domingo de Resurrección, de Pascua o de La Anunciación, hay una solemne eucaristía en varias oportunidades, durante el día, a fin de que los creyentes participen de dichas misas. Cualquier saludo es motivo de una frase: ¡Felices Pascuas!

La Quema de Judas es otra actividad popular dentro del folklore de Semana Santa. Algunos lo realizan los sábados ―en la Lima señorial, según Ricardo Palma―, sin embargo, usualmente es la mañana del domingo. Gustavo Rodríguez (1995) decía que la Quema es un espectáculo pirotécnico. Lo es, pero antes de encender esa creación grotesca, se produce la lectura del testamento, un texto satírico escrito por una persona ocurrente donde se hace burla de los famosos de la ciudad o del país ―políticos, artistas, gente conocida―. Judas, aquí, es un muñeco relleno de papel, trapos viejos y hasta cohetes. Recuerdo que en mi barrio, que no era Siete Esquinas ni Yanahuara y Cayma, en Arequipa, organizaban esa actividad en el parque del BO2.

Ahora, también recuerdo que durante la semana, la gente tenía la costumbre de bendecir en las iglesias algunos ramitos ―de mapurito, de albahaca, etc.― para colocarlos en sus hogares con el propósito de ahuyentar o protegerse de los malos espíritus o augurios. Mis padres iban a la iglesia con este fin, pero llevando su cruz de palma y solía hacerlo el Domingo de Ramos, antes del inicio de la Gran Semana. Sé que en Tacna, por mencionar un caso, también se realiza a las afueras del templo, en el Arco Parabólico, cuidando la fecha festiva. Este día es especial, porque desde el siglo XIX, según tengo datado para el caso de México, ya se realizaban las bendiciones con una oración de Ramos. Asimismo, es en buena cuenta, la representación simbólica de la entrada de Jesús a Jerusalén y de que ese hogar le ha dado la bienvenida.

Nuestro país, nuestro Perú. Muy dado a las celebraciones y días festivos desde la época colonial, siempre mantuvo la “obligación” de sus principales fiestas católicas, por lo que hubo muchos feriados. Para Manuel de Mendiburu, en la segunda mitad del siglo XIX, esto era un despropósito, dijo: “poco cuesta inferir que este fomento del ocio y del abandono, en un país en que todo abunda y en donde era tan fácil subsistir sin fatiga, contribuyó eficazmente a arraigar malas costumbres y dar incremento a los vicios. De aquí los desórdenes de la plebe y su perniciosa holganza (…)”. Eso mismo decía. Resulta que, en la colonia, el Papa Benedicto XIV ―a pedido del Rey Fernando VI― resolvió que sean fechas de guarda: 1er y 2do días de la Pascua de Resurrección y Espíritu Santo.

Mendiburo no era único crítico de los feriados religiosos, en 1889 una nota publicada en Perú Ilustrado recordó que la policía llegaba a intervenir para clausurar los locales de comercio que atendían los viernes santo. Claro que, algunos conseguían saltar la norma, pero debían hacerlo a hurtadillas, cómo si trabajar fuera pecado, tal cual se concibió en los antiguos pueblos critianos. En la segunda mitad del siglo XIX, la prensa limeña, más aún masónica, luchó contra el almanaque eclesiástico por la cantidad de días de guarda que existían. En ese sentido, jueves y viernes eran días feriados fijados por la Iglesia nacional.

La rigidez de los días de guarda debió flexibilizarse con los años y en la primera mitad del siglo XX, en los años de 1939-40, luego de un amplio debate en el Senado, se estableció como feriado único, el viernes de Semana Santa. No obstante, la tradición jurídica, inalterable desde el decreto del 29 de marzo de 1822 fijó como feriado judicial desde el jueves hasta el Sábado Santo, manteniendo dicha práctica institucional hasta el siglo pasado. Apenas, en los años 80 ―según la Ley Orgánica del Trabajo de los años 70 u 80― comenzó a extenderse el Jueves Santo como una fecha curiosa, pues se declaraba libre a partir del mediodía o de la 1:00 de la tarde. Ocurrió así, cuando ya en Italia, por ejemplo, era no laborable. Recién, durante el gobierno de Alberto Fujimori, con el Decreto Legislativo 713 del 7 de noviembre de 1991, se declararon ambos días como descanso remunerado. El turismo, naturalmente, se vio beneficiado, porque hoy en día, se aprovecha el fin de semana largo para viajar a diferentes lugares del país.

Eso, en resumen, es la Semana Santa.

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