A sus 93 años el poeta sigue escribiendo con su reconocido octanaje, vitalísimo y vitalicio, aunque hoy, en lugar de musas, lo visiten los achaque y otras hierbas.
En aquel tiempo, el poeta Leoncio Bueno era el jefe de seguridad todo terreno del Diario de Marka, el periódico masivo que fundaran las izquierdas en mayo de 1980. Y cuando uno llegaba de madrugada, él estaba vigilante y atento en el asunto de las puertas. Leoncio Bueno vivía y casi dormía en el diario de la Av. Salaverry en Jesús María. Zambo de solemnidad, era la amabilidad en persona. Fiero pero dulce, como él justificaba su conciencia revolucionaria. Todo lo solucionaba porque decía que manejaba el “Factor K”. Y vaya uno a saber qué era el bendito “Factor K”. A mí me gustaba la noche por otros asuntos. Pero buscaba pretexto para acompañarlo después del “cierre” y nos quedábamos conversando hasta que despuntaba el día. ¿De qué? Sobre todo de política, poesía y de mujeres. Tenía encanto Leoncio desde esa vez y hasta ahora que lo visito en su casa de Tablada de Lurín, al sur del paraíso. Y él vive ahora acompañado de los achaques como en aquel tiempo de las musas, las gamuzas y las hipotenusas.
Como todos, es poeta sin CTS ni AFP. Y acaba de cumplir 93 años y yo lo observó vital pero sufre de tristeza metafísica. Le duele el pecho por el asma y le jode el corazón por la sangre espesa de vida intensa. Entonces cuando le explico que en estos días corre un “Congreso Internacional sobre Literaturas Afroandinas. Homenaje a Leoncio Bueno” se extraña. Qué carajo está enfermo y postrado en cama y que no sabe nada. Y cuando le digo que esta semana se estrenará un documental llamado “Leoncio Bueno. Entre el fusil y las rosas”, me mira con sus ojazos, estira sus bigotes blancos, levanta la pelvis y patea. Y yo sé cuando hace esa mueca. Entonces nos reímos que para eso somos más que amigos. Leoncio es hijo de cholo italocajamarquino y negra amorosa de cañaveral. En su poema “Leoncio Bueno recordando a su padre” dice: «Mi mamá, que era una morena en razada y bien polenta,/ a veces desgranaba historias picantes sobre mi padre/ Que era un cholo blancón, buen mozo y bien jijuna”. Entonces nació zambo y conoce su asunto como cura de pueblo, experto en entripados y entuertos mayores.
El frío de vieja que lo ataca se disipa cuando recuerda que toda su vida fue un sindicalista, un luchador social y un periodista insobornable, pero sobre todas las cosas, un poeta, un poeta del pueblo. A los 12 años era peón y limpiecero de trapiche en la hacienda norteña de Casa Grande. Y era infeliz hasta que descubrió que su deber era ser un “paladín”. ¿Cómo que paladín? ¿No le parece afeminado? No, dice el poeta. Y gesticula rotundo: “Yo soy un producto salvaje de la naturaleza. Si apenas terminé la primaría y trabajaba 12 horas. La gallada sin embargo estaba preocupada con la cultura. Había que leer a H. G. Wells en “Breve historia del mundo” y a Homero con “La Iliada”. Hacíamos una “chancha” y mandábamos a un monosabio a Trujillo para que nos compre los libros. Por Vargas Vila, quien decía que para ser buen escritor primero debía ser buen poeta, me enamoré de la poesía. Claro, leíamos a Vallejo pero más a Amado Nervo, Rubén Darío y los poetas españoles del 98. Entonces el estilo era romanticón. Yo me dije, antes de venirme a Lima que había que fundar un estilo, hasta que conocí a Haya de la Torre, ahí nos jodimos varios”.
El líder aprista Haya de la Torre dice que llegó en aromas de multitud por sus andurriales en 1929 mientras que el poeta trabaja como peón agrícola. Fue tal impacto del discurso político de Víctor Raúl que todos se enamoraron de Haya más que del Apra. Y el esplendido Haya ya hablaba de “La gran reventazón” y de que “correrán ríos de sangre” que haría “chicharrones gigantes” refiriéndose a los señorones de la oligarquía. Y jura el poeta que su anarquismo travieso se hizo militancia aprista por la personalidad del líder. Que andaba solucionando aquello que le dio coraje por la sentencia de un profesor: “Armando Calderón Mirillas, mi maestro del taller de Casagrande le dijo a mi mamá que yo era un chico muy ignorante, que no sabía ni sumar ni restar, que estaba muy atrasado en aritmética; y que comprara una pizarrita, para que él me enseñara. Entonces, eso me avergonzó mucho. Entonces yo me dije: Yo me voy a educar en forma autodidacta, voy a leer libros, voy a prepararme por mí mismo: no necesito maestro. Y así agarré poesía y lucha social de raigambre campesina. Luego la vida me obligó a ser invasor de barriadas en la capital, soldado de caballería, obrero, mecánico, periodista y portero”.
La señora Natividad Matos Urdanivia Goycochea tenía un burro allá en los pagos de Facalá que lo bautizo como “Ragnut”. La señora Natividad era la abuela de Leoncio Bueno y hasta sabía curar del susto, me dice. Ya el poeta está en Lima. Es finales de la década del 60 y acaba de salir de la cárcel –expropiaron un banco para apoyar las guerrillas de Hugo Blanco en el Cusco—y está sin trabajo. Entonces inaugura su taller de arreglo de baterías en calle Restauración 180, en Breña. ¿Qué nombre le puso? “El Túngar” que era el termino dicho al revés del nombre del burro de su abuela. Fue éste el local donde se reunían los poetas jóvenes de la generación del 70 con el poeta Bueno. El dato es oportuno. Los poetas anteriores iban de cafés, de galerías, de vernissages. Aquí ya hay un quiebre. Los poetas del 70 prefieren al poeta proletario, les interesa las tripas del país, la patria preñada de utopías. “Con otros compañeros en ese tiempo ya nos habíamos instalado en la “Asociación La Libertas Pampas de Comas”, con los gérmenes de las primeas invasiones de tierras en Lima desde 1958. Y ahí, en Comas, viví hasta 1975. Y por el trabajo, venía a Breña y tenía el famoso Callejón Party de “El Túngar” hasta que Velasco nos persiguió y me tuve que refugiar en la Tablada de Lurín”.
Leoncio Bueno fue trotskista por estar contra el stalinismo agresivo que se había instalado en los partidos comunistas latinoamericanos. De pronto por ello se vinculó a poetas tan disímiles como Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril y César Moro con quien pergeñó el Grupo Obrero Marxista y con Víctor Mazzi, Eliseo García Lazo, José Guerra Peñaloza y Carlos Gómez Loayza con quien funda el Grupo Primero de Mayo. Y tuvo militancia proba en el Partido Comunista Peruano y luego de un choque con la cúpula en la huelga general de 1944 fue expulsado para coincidir luego en cuanto paro, huelgas o activismo político.
¿Y “La guerra de los runas”? Es mi libro como canto donde se explica se la violencia comunal, colectiva; no de la violencia de los caudillos, de esa que esperan los caudillos y que conducen a las masas. No. Esa violencia, no para seguir haciendo los mismos desatinos, sino esa de los explotados, para liberar al hombre, liberar a los esclavos de ayer y de ahora: seres humanos. Ese libro plantea pues la guerra silenciosa, que estamos haciendo aunque no lo oigas, aunque no lo creas, aunque no lo veas. No tiene humo, no tiene explosiones, no tiene bombas, pero estamos haciendo la guerra silenciosa”. Este es el hombre vivencial y apasionado que cruzó el Perú desde sus contradicciones sociales y sus más miserables diferencias sociales. Ahí instaló su poesía, que brilla siempre como un relámpago en la oscuridad. Yo lo conozco, como diría el poeta José Rosas Ribeyro, más que como un compañero, como un padre, el mejor de todos.
EL PASTOR DE TRUENOS
“Si me pides definir mis libros, diría que al “Al pie del yunque” es una obra que interpreta y manifiesta el sentir campesino, las vivencias, la época en que viví con la voz e identificado con el paisaje y los sentimientos de la gente del campo. No es obra de un autor obrero, sino más bien la obra de un autor campesino. Y fíjate que no digo poeta obrero o campesino, porque más vale ser poeta y no creerlo, que creerse poeta y no serlo. “Pastor de truenos”, mi segundo libro es la culminación del anterior. Lo único nuevo en este libro es el poema “Rebuzno propio” que titularía otro libro mío. Luego viene “Invasión poderosa”, donde hay un cambio radical de la expresión, de mi manejo del lenguaje, que es la citadina, y aplico la oralidad. Claro que sus gérmenes están ya desde mi primer libro. Pero el manejo del lenguaje, de los versos, los recursos lingüísticos en ese primer libro son aún tradicionales. Aquí, el manejo de la estética, de la sintaxis, es ya moderno, porque yo ya estoy en Hora Zero. Ya salí de Primero de Mayo y ya había intimando con la gente de Hora Zero. Poetas contestatarios y también con Estación Reunida, con los Rosas, con todos”. / “Leoncio Bueno. Poeta del pueblo” de Feliciano Mejía. Revista Peruana de Literatura. Nº 3, 2005
LA SENDA DE ARGUEDAS
Leoncio Bueno había salido de la cárcel por el asunto de un robo de banco para apoyar las guerrillas de Hugo Blanco en el Cusco y tuvo que poner su taller de baterías “Tungar”. Allí nos juntábamos con Pablo Guevara que acababa de llegar de Europa. Leoncio era compañero de partido de Héctor Loayza que se fue a París y ya no volvió. Me querían captar para el troskismo pero yo me fui al ELN. Con Loayza y Leoncio fuimos a visitar a Blanco al Frontón varias veces. Era un troskista raro, porque la mayoría sale de la clase media. Él fue primero cañero aprista, luego obrero. A veces también me invitaba a las reuniones del grupo Primero de mayo al cual perteneció. Eran reuniones medio extrañas, parecían curas tristes, sólo tomaban té. Leoncio se ponía serio cuando era como todo, un zambo norteño pendejazo y alegre. Se parecía a Mario Luna, por lo alegre y rápido, f Sí, recuerdo esa película, pero también estuvo con Klaus Kinski en la película “Fitzcarraldo” de Herzog. De sus libros, el más importante es “La guerra de los runas” (1980) es un libro hito en esa línea de la poesía de la migración que inició Arguedas y transformó el Perú. Su obra hay que entenderla como fundacional de una nueva estética que luego estalló con toda su vibración en los 70. Es un poeta de abajo y desde el lado criollo, es también fundador de la migración andina. Y es súper culto, cuidado. Cuando estuvo de moda el estructuralismo, él te explicaba de Barthes y Foucault. / Testimonio de Tulio Mora.