Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Las vidas paralelas de Fernando Botero y Carlos Germán Belli

Fernando Botero ha muerto a los noventa y un años, el mismo día que Carlos German Belli ha cumplido noventa y seis.

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El artista plástico colombiano más importante a nivel mundial y el poeta peruano supuestamente más importante del momento (en realidad solo uno de los más viejos, con una relevancia estricta y únicamente local) se han vinculado, así, este último dieciseis de Septiembre solo en mi mente, pues a nadie más le ha importado este detalle y en hora buena que haya sido de esta manera pues a uno se le han tributado los mayores honores en un país convulso, pero mucho mejor constituido y más avanzado en términos político-culturales que aquel donde el otro solo ha servido solo para menciones marginales en redes sociales de pocas personas, además, enteramente equivocadas.

Veamos a cada uno por separado y, al final, retomaremos la comparación tomando en cuenta que un gran artista debe ser «poeta, explorador de la naturaleza y filósofo» como decía Paul Klee, es decir, un creador y artífice dueño de todas las formas y recursos, pero, también, un inspirado, un ser tocado por las «musas» o por el «espíritu santo», no cualquier desangelado o desabrido miserabilista; un indagador de la realidad sin límites ni frenos, tanto en lo externo como dentro de sus propios fueros (que muchas veces son más abismales y encumbrados que la propia tierra) y, además, un sabio que enseñe a sus seguidores las mejores formas de vivir y morir, no como un mero maestro espiritual, pero sí como un artista que aporta algo más que un pulcro ejercicio formal (muchas veces indefinible como toda poesía de valor, como toda alta muestra de belleza).

En este sentido, Botero (a quien prefiero como escultor que como pintor y quien ciertamente incidió únicamente en la expansiva reinterpretación de todo lo visible) se hipersingularizó,  tuvo un impacto mundial e impuso una visión personal a todo lo que ofreció en el mercado del arte donde fue ampliamente admirado y reconocido..

Que nos guste o no nos guste es otro asunto y, sobre todo, lo más importante, (independientemente del valor que le demos a su obra), es el enorme homenaje de tres días de luto que Colombia le ha rendido muy gratamente, habida cuenta que junto con García Márquez puso a dicho país en la cúspide de la notoriedad en los predios de la cultura mundial en las últimas décadas. Medellín, su tierra, ejemplarmente, dispuso, además, una semana entera de luto como el homenaje adecuado a su hijo más ilustre.

Todo ello me lleva a preguntarme, ¿qué artistas nacionales pueden decir o de qué artistas peruanos se puede decir que estén en el nivel del finado Botero en términos de reconocimiento mundial y económico? 

La respuesta, lamentablemente, es que no sé puede exponer ni uno solo y no solo por falta de marketing, por carecer de un aparato crítico solvente o por un déficit de talento sino, además, por una grosera falta de originalidad, algo en lo que, al menos, el colombiano ha sobresalido sin duda ninguna hasta el extremo que hasta el más burdo individuo puede decir de cualquier persona con sobrepeso que es «la musa de Botero».

En este sentido, Gerardo Chávez es una suerte de epígono de Roberto Matta y Wilfredo Lam. Alberto Quintanilla, un Chagall achatado con hartos ribetes andinos, pero chagalliano al fin y al cabo. Enrique Galdós Rivas, un autor  muy eficaz y magistral, pero desprovisto de ambición. Y esto solo por mencionar a gente de la misma edad del colombiano aunque muy distantes de gozar de un reconocimiento Internacional siquiera cercano al que se les da en el territorio peruano donde no está mal que sean admirados (es más, deberían ser más reconocidos y queridos por toda la gente), pero haciendo y dejando que se sepa  todo lo que corresponde y no solo lo que sus respectivos corifeos y ayayeros exponen como verdades absolutas que no son nada sino ensueños, hologramas y ficciones.

Debe precisarse que aprecio a los autores que mencioné de modo muy particular, y creo que lo hago en la medida más justa posible. Los propuse, sin embargo, porque todos ellos son de una edad cercana a la de Botero, y porque todo debe decirse con claridad, y, así, en el extranjero se les admira muy poco (o casi nada) y cada vez menos por una diversidad de razones, una de ellas (acaso la más importante) es la falta de singularidad y contundencia de sus propuestas y todo esto es muy claro para los «entendidos» aunque por afectación, esnobismo e interés nunca lo problematicen de modo frontal.

El caso de Belli, en cambio, precisa de una conceptualización previa sobre la importancia de la poesía algo que varía de poeta en poeta y de lector en lector, pero que no es tan arbitrario como para dar cabida a cualquier cosa. Veamos…

Lo más importante en la poesía es que, aún por simple que sea, la experiencia que describa (o imponga) no sea la de una persona común y corriente, si fuera así, ¿para qué la poesía?, no te parece, lector («hipócrita» o no).

En este sentido, que se ensalcen las pequeñas cosas de la vida e incluso la cotidianeidad basta y pase, pero que solo se describa un espíritu caído sin contrapunto alguno de grandeza o de épica es un desastre para el poeta mismo y para el país que lo acoge.

Es por ello que siempre debemos exigir que la poesía sea algo más que una suma de vocablos y fricciones sonoras, algo más que elucubraciones lingüísticas o conceptualizaciones ético-políticas, y que sea en cambio eso que solamente ella puede ser, lo que pese a ser indefinible, también es tan fácilmente reconocible como una estrella fugaz, el aleteo de un colibrí, el desprendimiento de una cordillera o un tsunami, es decir, poesía, simplemente, poesía.

En la obra de Belli es notable su uso de un lenguaje anticuado con la mezcla de expresiones barriobajeras, pero es insuficiente, pese al dominio formal de estructuras clásicas como la sextina, que de tan alambicada hizo retroceder al mismo Dante (que prefirió otras medidas) y que llamó al inventor de dicha forma tan compleja, el occitano Arnaut Daniel, «il miglior fabbro».

Además, Belli siempre se encarga de ofrecer la vista de puros derrotados sin gracia donde el defecto no reside en la derrota, obviamente, sino en la falta de gracia puesto que hasta en la derrota hay que poner bien alta la cabeza y saber estar bien parado.

Todo esto es curioso porque visto desde otro lado, Belli ciertamente merecería mayor atención en el extranjero dada la relevancia (no siempre justificada) de lo neobarroco que pese a su aparente amplitud no engloba sino a las patadas a autores realmente trascendentales como Marosa di Giorgio o Rodolfo Hinostroza que renegaba de participar en, por ejemplo, la muestra Medusario, que, casualmente, no incluye a Belli siendo que tiene a otros autores tan o más grises que el autor de «Salve, Spes».

Esto es muy interesante porque enfatiza dos aspectos centrales de Belli. Uno, su barroquismo no debe nada a Lezama Lima sino a fuentes anteriores, quizás tan o más antiguas que la del denso cubano, pero, definitivamente, mucho más secas en todos los órdenes ya sean estos los del imperio de lo intelectual o lo sensual. Dos, su falta de atractivo para cualquier lector agudo.

Sin embargo, siendo que lo Neobarroco (en líneas generales) y peor aún la pura «poesía del lenguaje» son elementos ornamentales exentos del fuego romántico que ha habitado y que habitará siempre en la poesía, quizás deberían haberle prestado más atención ya que comparten esta terrible característica superflua.

El noventa y seis cumpleaños de Belli no le ha importado a nadie y no es una tragedia en tanto que no hay forma de exigirle a la ciudadanía peruana que preste más atención a este y otros artistas nacionales puesto que no hay ningún mérito público en la mayoría de ellos (lo que no niega ciertos méritos estéticos de cualquiera).

Todo ello nos lleva a preguntarnos ¿para qué sirve la poesía a quién no tiene tiempo para embelesarse en nimiedades ni detenerse en florituras y ridiculeces? Y nos respondemos con la mayor claridad posible, todo ello le sirve a cualquiera para encender su propia  vida a un grado tan extremo que ni el corazón del sol; para hacer saber que la existencia aún en su aspecto menos portentoso puede exaltarse, siquiera por un instante, y equipararse con la vida de los héroes y los gigantes; y, también, para aprender a vivir de verdad y enfrentarse cara a cara con la muerte sin ningún tipo de miedo y eso solo puede brindarlo la Poesía y no la farsa que se hace pasar por ella.

Por último, retomando el paralelismo entre Botero y Belli, debemos decir que un creador no pertenece a una nación por el solo hecho de haber nacido en su territorio sino por amar y estar orgulloso de lo que esa nación es, fue y lo que puede llegar a ser mostrando todo eso en sus propias expresiones artísticas.

El drama del Perú (a estas alturas ya una tragedia), es que no tiene ninguna idea acerca de todo ello respecto de los propios peruanos y los artistas nacionales (casi sin excepciones) solo dan un testimonio eufemístico de todo ello en lugar de subvertirlo, transformarlo o confrontarlo.

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