Mi amigo Eduardo González Viaña es un escritor con alucinantes relatos. No hay manera de no reír o de no llorar o de recrear las historias que nos cuenta en sus novelas, cada cual más atrapadora. Es como leer un libro con música incorporada. Y no me dejará mentir, amigo lector, si digo que es, además, una buena persona, como buscaba ser otro grande como Gabriel García Márquez. Qué caray. Eduardo es autor de cerca 60 libros. Yo me demoro más en leerlos, que él en escribirlos. En los últimos años él ha publicado las novelas “El largo viaje de Castilla” (2021), “Kutimuy, Garcilaso” (2022) y “Kachkaniraqmi, Arguedas” (2023), inspiradas en las vidas de Ramón Castilla, Garcilaso Inca de la Vega y José María Arguedas, tres peruanos fundadores de la patria. Pero lo más reciente es su libro “Memorias. El poder de la ilusión” (2024), que no es otra cosa que su historia de vida relatada en 650 páginas. Es un libro mágico, lúdico, bien escrito, porque Eduardo, como dicen sus críticos, es un escritor que “sabe entregar magia en sus libros”. Y es lo que deseo compartir. ¿Me acompaña?
Una mañana, nuestra compositora Chabuca Granda, autora de verdaderas joyas musicales del criollismo, le confesó a Eduardo que vio llorar al mismísimo general EP, Juan Velasco Alvarado, el militar que condujo la revolución peruana, desde octubre de 1968, hasta que fue traicionado por Francisco Morales Bermúdez, siete años después. Ella había sido invitada a Palacio de Gobierno a una ceremonia oficial con el presidente, sus ministros de Estado, el cuerpo diplomático y otras personalidades. Rompiendo el protocolo, el general Jorge Fernández Maldonado le pidió a Chabuca interpretar algo de su repertorio. Ella no se hizo esperar. Tomó el micro y se mandó con varias de sus composiciones. Empezó con “Paso de vencedores”, inspirada por el ingreso de nuestro ejército a las instalaciones de Talara para recuperar nuestro petróleo, explotada, entonces, por la International Petroleum Company. Después vino las canciones inspiradas en el joven poeta y guerrillero Javier Heraud. En eso andaba, Chabuca, cuando al voltear vio que los ojos del general Velasco y de otros militares se habían humedecido y trataban de esconder el rostro. “Aprendí a creer en Velasco, cuando lo vi llorar”, le confesaría, años después, a nuestro escritor.
Marino Cock Rojas fue profesor de Eduardo, cuando cursaba quinto año de primaria en Pacasmayo de sus amores. Los alumnos le decían, sin que él supiera, malo, maligno, maloso, malsano, malhechor, malvado, maldito, malandrín. Y, usted, dirá por qué. Era, en realidad, todo eso, cuando dejaba tareas en el salón. Y tenían que hacerlo de inmediato, sin chistar ni menos murmurar. Eduardo recuerda una que le tocó una mañana: “describe el alba. Es el mejor consejo que puedo darte si de veras quieres ser escritor”, le dijo. “Se le había ocurrido que yo sería escritor, porque ese era el mejor oficio para niños como yo, distraídos, torpes para jugar el fútbol y con la cabeza colmada de pajaritos volando”, contaría el novelista en su “Memorias…”. El profesor Marino, malvado, malandrín etcétera, de origen asiático, solía aplicar castigos que eran verdadera torturas chinas. Los castigados tenían que permanecer arrodillados en un rincón del aula, durante horas, en unos casos; en otros, tenían que soportar el golpe de una gruesa palmeta en las manos, veinte, treinta veces, según su “merecimientos”, y, otras veces, eran depositados en el centro del patio del colegio para hacer “planchas”, cuando no eran estrujados por las orejas, hasta que se vuelvan rojas. “Si van a ser algo en la vida, tienen que ser los mejores”, les decía a los alumnos. Y Eduardo recuerda que dos mellizos, que estudiaban con él, resultaron ser “los más brillantes del hampa limeña”. Mauro Mina fue el mejor boxeador peruano del s. XX. ¿Y qué sospechan? Había sido alumno del profesor Marino. “Entrevistado por un diario, mi profesor Marino tuvo la bondad de citarme, junto a Mauro, como uno de sus mejores alumnos”, recuerda el escritor.
NI bien había llegado a Lima después de un viaje largo desde el otro extremo de los EEUU, Eduardo escuchó el timbre de la casa y sintió que lo buscaban. Eran dos jóvenes editores que se llamaban Harold Alva y Jorge Espinoza, ambos poetas. Tenían el proyecto de publicar diez obras que ellos consideraban “las más importantes en la literatura peruana”. El más joven, Harold le explicó: “queremos publicar cien mil ejemplares del libro suyo que hemos escogido, pero no tenemos dinero. Le rogamos que usted tome este sobre de manila como pago por sus derechos de autor. Contiene solamente mil dólares”, le dijo. ¿Y cómo piensan vender el libro?, preguntó Eduardo. “Somos conscientes de que el pueblo no lee, por eso vamos a vender su libro a un sol”, respondieron. “Me di cuenta de que estos chicos eran un poco soñadores y estaban un poco chiflados, o sea que pertenecían a mi club”, recuerda el novelista. Acepto, dijo Eduardo, pero con una condición: que me paguen un sol por derechos de autor, o sea el precio del libro. Y les devolvió su sobre de manila con los mil dólares. Meses después, Harold y Jorge, con ayuda de otros jóvenes habían extendido en la vereda de la Alameda de los Descalzos, en el Rímac, los libros publicados: ¡libros a un sol!, ofrecían con gran éxito de venta. Cuenta, Eduardo, que su obra salió como pan caliente.
Las “Memorias” de Eduardo contienen éstas y otras alucinantes historias., a gusto de todo tipo de público. Alfredo Bryce dijo del libro que “dan ganas de cantar, mientras se lee a González Viaña”. Algo más sobre él: estudió Literatura y Ciencias Políticas, Sociales y Jurídicas en la Universidad de Trujillo. Profesor universitario, abogado, periodista y diplomático en España durante los últimos dos años. En la década del 90 se instala en USA como profesor universitario en Oregon y Berkeley y a la vez se consagra a «la defensa de los derechos de los inmigrantes latinoamericanos al trabajo, a la conservación de su lengua y su cultura de felicidad y vida». Es profesor emérito de Western Oregon University. Miembro de Número de la Academia Ricardo Palma. Asimismo, Miembro de Número de la Academia Peruana de la Lengua y de la Academia norteamericana de la Lengua, así como Miembro Correspondiente de la Real Academia Española