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Las antologías literarias y la estupidez elocuente

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El blogger Gabriel Ruiz Ortega ha publicado en la página Lee por gusto, probablemente, el texto más injurioso de las últimas fechas, bajo el título tendencioso de Cuento peruano: una antología y un negocio (http://www.leeporgusto.com/cuento-peruano-una-antologia-y-un-negocio/). Un texto que está contaminado de ripios sobre chismes, alardeos y demás. No habría ningún problema si alguien por vanidad se arroga el derecho de antologar y tiene el mal gusto de recomendarse a sí mismo. El problema, incluso el delito, es usar el poco o nulo filtro de una página que difunde temas culturales (literarios en esencia). Esto, lejos de agitar el escenario letrado, lo envilece y de la peor forma.

Vamos por partes.

 

El mal gusto del autobombo

 

El autor del artículo dice: “No lo voy a negar. La aparición de las antologías Selección peruana 2000–2015 (Estruendomudo) de Ricardo Sumalavia y El fin de algo (Santuario Editorial) de Víctor Ruiz, me hacen pensar en la sombra de Disidentes sobre ellas”. Resulta que Disidentes es la antología que el autor ha hecho hace algunos años. Y luego de esto, al inicio del texto, pontifica sobre lo que debe ser, no lo que es la conducta de los creadores.

Cita autores apelando al solo hecho de nombrarlos, algo así como esto es así porque es así. Esta tautología circular está remarcada por un egocentrismo conmovedor. Dice: “Si vas a dar cuenta de lo más pintadito en narrativa peruana última, tienes que respetar una base de autores, tienes que contar en principio con [cita algunos autores]”. Solo líneas más abajo repite: “[…] si voy a hacer una antología de narrativa peruana última, la escrita en un periodo de quince años, y no cuento con [cita los mismos autores], simplemente no hago nada”. Es decir, el máximo argumento es no tenerlo, es solo repetir nombres apelando a la autoridad de tan solo nombrarlos. En pocas palabras, una vacuidad argumental.

No sé si este señor haya cursado alguna carrera de Humanidades, pero lo que resulta obvio es que no diferencia lo que es explicar y especular. Dice primero: “Me queda claro que no han leído todo lo que han tenido que leer y que se han dejado llevar por un impresionismo bruto que les ha causado una amnesia imperdonable”. Pero su claridad se basa nuevamente en supuestos: “Barajo la posibilidad de que solo se han dedicado a Googlear y hacer consultas por el chat de Face”.  Luego sigue con la cantaleta de mencionar autores –sí, los mismos que mencionó antes–.  Pero no los menciona para halagarlos, los menciona para validar su mención. No usa los nombres, los parasita para su propio beneficio. ¿Cuál? Su ego, ese monstruo que le impide razonar.

El estilo empañado por la grosería fácil

En vez de emplear una ironía o por lo menos un sarcasmo elaborado el autor hace gala de sus bajos fondos estilísticos apelando al exabrupto. Acá el verbo florido:

 

-En otras palabras: el antólogo tiene que dejarse de cojudeces.

– Así de jodido es el asunto.

– […] los gustos de los antólogos no tienen que ser iguales e idioteces parecidas.

– [Sobre la no participación de Roncagliolo] al pata no lo vienen incluyendo, ya sea porque lo literario no es su fuerte, ya que lo suyo es entretener, o porque se sentirá como Cristiano Ronaldo al que le ruegan participar en un partidito de la Copa Perú.

– La ambición sobrepasó a Ruiz, se puso nervioso, a lo mejor como “La chancha” Besada ante la marca de Cafú.

– Me causa pena que Sumalavia sacrifique su esforzado prestigio literario por un arroz con mango.

– […] el espíritu sigue siendo el mismo: privilegiar lo comercial sobre lo literario, con su toque frívolo, condimentando con un discurso futbolero muy idiota.

– Y para colmo, Sumalavia ubica a Vargas Prado de arquero. Estamos hasta las huevas.

 

Es lamentable que una buena página cultural como Lee por gusto, por lo menos, no lea antes de publicar esto, ya que se involucra tácitamente como cómplice del autor, a menos que haga mención a que no se compromete sobre lo opinado en el texto.

La amnesia suspicaz

Al parecer el post esconde un ataque personal a un editor y eso lo hace aseverar la existencia de una sola antología previa que tuvo la “cobardía” de no hacer firmar a su  antologador (Selección peruana de Estruendomudo) cuando hay muchas que sí lo hicieron. Algunas, incluso temáticas. Por ejemplo, Nacimos para perder y Cuentos fantásticos peruanos de Casatomada y, sobre todo, la Antología del Cuento Peruano 2000-2010 de Petroperú. Ambas con antologador. Hay que marcar que en su apresurado y reiterativo recuento, el autor no menciona a Diego Trelles y Víctor Ruiz Velazco, ambos con libro de cuentos, y el primero, antologador de literatura latinoamericana. Y no resalta el gesto de, a pesar de tener todas las credenciales, haber optado por no salir en la antología de la editorial Santuario. En este caso, la memoria convenientemente se nubla para estos aspectos resaltantes. Pero incluso se nubla más al ser totalmente inconsecuente con lo que él mismo escribiría de algunos narradores que mencionó y elogió en su momento, pero que no recuerda ahora, tales como Orlando Mazeyra, Jorge Valenzuela, Pedro Novoa, Alina Gadea, C. Gutiérrez, A. Alzamora  y Katya Adaui, solo para mencionar sus últimos recuentos del 2013 y 2014.

 

Es más, para no ir muy lejos, la editorial Altazor ha sacado Ultraviolentos, una antología del cuento sádico en el Perú, hace una semana. Debería conocerla, ya que esa editorial le publicó su libro antológico. Quizá eso tampoco recuerda.

 

La apuesta por la calumnia y la infamia

El autor está convencido de que no existen, o no ha leído los artículos 131 y 132 del código penal, o quizá no sabe que hay leyes que amparan el buen nombre de las personas. Es más, no solo no ha leído este artículo clave, sino que, al parecer, cree que nadie lo ha hecho:

 

Artículo 131 (Calumnia):

El que atribuye falsamente a otro un delito, será reprimido con noventa a ciento veinte días-multa.

 

Artículo 132 (Infamia)

El que, ante varias personas, reunidas o separadas, pero de manera que pueda difundirse la noticia, atribuye a una persona, un hecho, una cualidad o una conducta que pueda perjudicar su honor o reputación, será reprimido con pena privativa de libertad no mayor de dos años y con treinta a ciento veinte días-multa.

Si la difamación se refiere al hecho previsto en el artículo 131, la pena será privativa de libertad no menor de uno ni mayor de dos años y con noventa a ciento veinte días-multa.

Si el delito se comete por medio del libro, la prensa u otro medio de comunicación social, la pena será privativa de libertad no menor de uno ni mayor de tres años y de ciento veinte a trescientos sesenta y cinco días-multa.

 

Y bajo la complicidad de esta ignorancia asumida se desmanda.

  • No supone, asevera: “Ambas antologías vienen marcadas por la ambición”. ¿Cuáles son sus pruebas, o por lo menos sus argumentos? Ni lo uno ni lo otro. En vez de fundamentar su acusación supone a manera de recomendación basada en supuestos: “Uno tiene que rehuir de los amiguismos y de los intereses económicos.”
  • No presume, asegura: “Víctor Ruiz no es un santo de mi devoción. Y este no es el momento para exponer sus atrocidades y pendejadas editoriales, que muchos conocen, por cierto”. Esta es el clásico ejemplo de cómo una persona puede perder un juicio por difamación, lanzar públicamente un calificativo, un indicio delictivo sin pruebas.
  • “Me sorprende que a su edad [Sumalavia] caiga en inocentadas, o, en todo caso, que no haya sido del todo honesto al aceptar este encargo de Lasso”. Este sería un segundo juicio al poner en tela de juicio la honestidad de un ciudadano. Y sigue con la misma estrategia de imantarse a la posibilidad de que lo demanden: “¿O bien no fue honesto porque no conocía la narrativa peruana de los últimos quince años o bien se prestó a la jugada en pared con Lasso?” Y las pruebas, no las hay o se ha basado en rumores, ¿sabe este señor que basarse en rumores es delito? Evidentemente no lo sabe, sino no hubiera seguido con esa carrera precipitada al abismo de una denuncia inminente: “Sumalavia se portó como un entrenador blandengue al que su empresario le manda una lista de autores a convocar”. “Pues bien, es lamentable decirlo, aunque no sorprenda, esta Selección tiene un tufillo a negociado”. Otra perla: “¿Sumalavia es torpe como lector, malo como antólogo, ingenuo como crítico, un sabido literario, o es una mezcla explosiva de todas estas cosas?”
  • El punto climático de esta búsqueda de una querella judicial es el ensañamiento contra el escritor y gestor cultural Jorge Vargas Prado. De él dice que es un caballero, pero de golpe se regodea en infamias. Dice que puede ser un autor por descubrir, pero luego afirma: “Si Sumalavia lo escogió, pues sí pongo en tela de juicio su calidad de lector y no dudaría en elevar su ociosidad por no haberse dado el trabajo de buscar un tapadito, porque en Perú hay más de cuarenta tapaditos, todos ellos mejores que Vargas Prado”. Preparado el terreno, lanza el balde de su injuria: “Sin embargo, no me sorprendería que Lasso haya puesto a Vargas Prado en esta antología. Es muy conocido que Lasso se ha beneficiado con las concesiones regionales en las que ha actuado Vargas Prado. Si Vargas Prado fuera un buen escritor, por lo menos, uno mejor que los cuarenta tapaditos, no habría ningún problema, ningún cuestionamiento. Pero no, Vargas Prado es un escritor mediocre, malo en todo sentido. Esperemos que este billete que se le ha regalado a Lasso con la ayudita de Vargas Prado, le sirva para pagar sus deudas o borrar sus cabeceos, conocidos por todos, entre los que se cuenta el que le hizo a mi amigo Manuel Aguirre”.

 

¿Este señor tiene luz verde para seguir envileciendo la discusión literaria en el Perú? ¿Nos merecemos esta clase de contenidos dignos del verbo de un vulgar? Acaso lo que dijo Umberto Eco hace unos días sobre el hecho de que en la Internet “le dan la palabra a una legión de idiotas” sea tan patente con semejante texto. Al igual que el intelectual italiano, creo que se debería “crear un filtro para mejorar la calidad de la información en los medios”, un filtro que evite el irrespeto por la moral, la ley y sobre todo el buen gusto. Quizá, como decía Montaigne, “nadie está libre de decir estupideces, el problema es que alguna gente lo dice con énfasis”.

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