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La vida recia: On the Bowery (1956)

Lee la crítica de cine de la semana de Rodolfo Acevedo.

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On the Bowery (1956) —de Lionel Rogosin (New York, 1924 – Los Angeles, 2000)—, es una película   elaborada bajo el influjo del neorrealismo y el cine directo —y del documental por supuesto—, evidente en la observación como forma de construir los planos, en el ritmo del relato en apariencia desapasionado y en el uso de actores no profesionales, buscando remarcar así su  afinidad con el espacio social de referencia. De esa manera cuenta la historia –casi una aventura- de Ray, un trabajador en paro que llega al barrio neoyorkino del título. Allí, su primera intensión —la que él mismo verbaliza— será tomarse un respiro, encontrar un empleo temporal y saciar su sed.

En su paso por calles descuidadas, repletas de indigentes y cantinas, le sucederán algunos percances, será víctima de la amistad y el engaño (Gorman), intentará infructuosamente quedarse en un albergue para gente sin techo, y volverá a embriagarse cada que pueda. En paralelo, la cámara registrará con cierto detalle, a la gente que puebla ese pedazo de ciudad abandonado al desempleo, la exclusión y la miseria.    

De entrada, el desplazamiento del protagonista por ese barrio de los años cincuenta (siglo xx) caracteriza su pertenencia a una clase trabajadora en constante tránsito, viviendo al día, de un lugar a otro, a costa de empleos ocasionales o por temporadas. En las imágenes veremos a los enganchadores cuando llegan en sus camiones a la ciudad y ofrecen pequeños trabajos que serán disputados por los desempleados a empujones. Camiones repletos de gente, gente colgada de las portezuelas. En palabras de los personajes, todos andan pendientes de obtener “unos dólares”, o están pendientes de quien los tenga —como los parroquianos de las cantinas. De esta manera, la lucha por la sobrevivencia, fundamental en esas condiciones, es mostrada desde los actos inconexos de individuos aislados y enfrentados entre sí. Como si fuesen objetos recogidos y luego devueltos, después de su uso –cosificados-, sus quejas y sus desmanes posteriores serán controlados por la autoridad, o buscarán protección y desahogo  en algún oscuro hueco callejero o en el vicio.  

Lo que podría parecer un estudio de caso (o ejemplificador, a lo Flaherty), en donde ciertas condiciones sociales de pobreza, deterioro urbano y delincuencia, coinciden con formas de degradación humana, se complejiza al introducir el discurso de una subcultura con sus propias reglas implícitas, lealtades y transgresiones. El personaje de Ray representa eso. Muestra un carácter definido en su actitud algo perdida y alcohólica que lo hace no conciliar con el discurso de los cuidados y la sobriedad. Como cuando abandona el albergue —una institución de beneficencia—, y prefiere la calle, la noche y el riesgo. Una conducta que el protagonista reafirma incluso en las circunstancias más difíciles, en el robo de sus cosas o en los amaneceres en plena vía pública. Y sin embargo, su conciencia no se define por “asumir las cosas como son” o sólo por levantarse cada vez que cae, él encuentra cierta fraternidad en ese mundo de alcohol y amistades casuales, por breves que sean sus relaciones, o contradictorias. (Y quizás todo ello sea parte de sobrellevar una vida de sobresaltos y precariedad).  

Gorman, el otro personaje en importancia, es una especie de guía despiadado dentro del Bowery. Y ambiguo, visto con ojos profanos. Le roba al protagonista, pero a su vez siente aprecio por él, lo ayuda, de cierta manera. Lo aconseja —es un hombre mayor, que de hecho representa la experiencia—, le dice que mejor se vaya de allí, que es joven y que aún tiene “futuro”, algo que muchos han perdido. Lo que anuncia repetidamente la película en sus imágenes y palabras es la cancelación de ese futuro como un porvenir mejor. El pasado subsiste como una perorata de tiempos posibles o en frases evasivas. De lo que se trata en ese tiempo y lugar específicos, es sólo de sobrevivir. (Los efectos a largo plazo sobre los hombres —no hay prácticamente mujeres— que tiene el ambiente son explícitos en los planos que se detienen en la fauna callejera, mostrando rostros y figuras deformes y avejentadas, remarcando así lo grotesco de sus aspectos, su deterioro, su final prácticamente anunciado). 

La historia de On The Bowery es una ficción en donde no actores tratan de interpretar su propia vida, o quizás buena parte de ella. Secuencias breves montadas a partir de cortes rápidos, construyen una visión global de lo que hace la gente en ese pedazo de ciudad, recogiendo incluso la mirada directa a la cámara o el señalamiento a ella —o al equipo de filmación. La película no encubre su artificio, ni la distancia con la cual asume la realidad que representa. Pero cuando nos acerca a la historia conducida por Ray y Gorman, su posición cambia —aunque no sustancialmente— y crea una especie de drama, aunque bastante seco y desapasionado, donde se narra una relación que va del aprovechamiento hacia alguna forma de amistad con algo de paternalismo. Así, en las trayectorias de esos dos personajes la obra desarrolla varios discursos a la vez: el del trabajo, el estilo de vida no convencional, la pobreza, la vejez, el conocimiento que dan los años, la conciencia práctica y la preservación de uno mismo. Como si fueran dos momentos de una sola vida, los personajes se encuentran, hacen lo posible y desaparecen por distintos caminos: uno parte, el otro se queda. Su futuro, quedará en suspenso, casi como repitiendo la propia incertidumbre de sus existencias reales. 

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