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La simetría metafísica de Santiago Aguilar en «La celebración continúa», por Julio Barco

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Foto: William Guillén.

Este texto crítico va dedicado a William López

1. Creación, lenguaje, Trujillo

Como sugiere Bethoven Medina en las páginas de Edición Extraordinaria, Santiago Aguilar se enquista dentro de la promoción de 1970. Poeta de Huamachucho, su magnetismo emerge de las rocas hirsutas y no de los manuales de R. Barthes; como su vecino, el poeta Vallejo de Santiago de Chuco, Aguilar aprendió a versar oyendo el latir de la naturaleza. Esto es algo que se nota al leerlo: la traducción de una voz natural.

2. La voz del verbo

En La celebración continúa (ed. Algo te Identifica) de Santiago Aguilar hay una voz que persigue captar el instante divino de la creación.  Es una voz ritualística, propia de quien abre una epopeya, los telones y sumerge a su auditorio en el quehacer abstracto. En la primera parte, llamada Celebración de la inmensidad sin nombre asistimos desde un inicio a un canto a capela del propio cosmos creándose….

Era el instante de la inmensidad sin nombre…


Aquí, con bella acústica, asistimos al latir de una voz que al derramarse, como la propia masa espacial, nos descubre el quid de su poder, la simetría de su gracia. Esta palabra colinda con lo bíblico, con ese viejo deseo de crear vida desde la bondad de lenguaje,

Era la noche sin angustias…
El vieja sin fin de lo inexistente…

Descifrar entonces este lenguaje es abrirse a los ojos de la rosa hermética, o de la mente despierta, que permite observar sutilezas como el agua en el núcleo de la vida misma, dado que ese nadar es parte del fluir de la propia naturaleza creándose.

…y fue el agua
su primera conquista
su primer amor

Y…
en la casta presunción de esta primera conquista sació
muy pero muy sutilmente su ubicuidad

y una gota de agua empezó a girar en el negro hueco
de cosmos…

Como se ve, ese movimiento, esa gota nos permite visualizar una semilla, o un delicioso  punto de partida de lo que Dawkins llama genes o Darwin asume como selección natural. Esta mirada panteísta, a la manera de Demócrito que buscaba, mediante la comprensión de los átomos, entender la naturaleza del hombre atada a la propia densidad. Ello, que no representa un método para el pensamiento científico, solo una comprobación de composición humana [1] Es así que la voz de Santiago Aguilar estremece por precisamente ser el canal por donde titila y danza toda la simetría química que, al deslizarse como un orgasmo, es una celebración de vida y muerte, una gracia de cuerpo y vacío, de angustia y armonía, de…

Verbo Redimido

Sobreviviendo a la ceniza que se hizo tras el cuerpo caído
antes de la caída en el acto de caer y después de la caída
sabiendo que allí habita la plegaria de todo lo que soñamos
como si fuera la misericordia certidumbre del Bien

Como se intuye, todos estos versos son una referencia clara  a la voz bíblica que va creando el mundo, es decir, de propio Dios, pero sin asumir ese título que justamente es la “inmensidad sin nombre”. Es así que, dentro del discurso poético de Santiago Aguilar, Dios no se dice a sí mismo; se presiente como fluir, río, ritmo, calle, moviendo donde aletea el ser y el estremecimiento. Dios no es, no existe como término, es en la medida en que se muestra como un agitado movimiento que repite los mecanismos químicos ya mencionados, como la representación mental de cosmos y la necesidad poética de afirmar/negarse en el filtro de la es finalmente un orgasmo de agradecimientos perpetuo.

Santiago Aguilar.

A la vida: ¡Gracias!…
A la muerte: ¡Gracias!…
Al sufrimiento: ¡Gracias!
A la dicha: Gracias
A lo perdurable: ¡Gracias!…
A lo efímero: ¡Gracias!…

En fin a todo lo que es Tuyo o mío ¡Gracias!

Y seré feliz al verme repartido en sus ojos

3. Otros agradecimientos

Este poemario no se limita a solo agradecer la propia Naturaleza y su devenir creador, sino establece continuidad entre la creación del ser humano, como creatura dentro del ecosistema de realidades que manifiesta la vida. Como ente que se bifurca para continuar arremolinando la propia continuidad humana. Madre y Padre son entonces cantados, en un mismo calibre que fusiona vida y música, semillas y gozo, deseo y posibilidad, rapto de seda donde se oye.

Con el silabario del aire que nos une
cuando loamos al amor
o
cuando deseamos que la historia sea menos cruenta y más
dichosa para que el corazón del hombre
mande con su música a otra parte a sus desilusiones…

La última etapa de este poemario continúa con la temática planteada, dando un paso por el tema de la piedra y cotejándola con Machu Picchu, lo que resulta un guiño a otros poetas como Julio Garrido Malaver o Martín Adán, bardos que también consumen el tema mineral para dar testimonio mayor de la finitud y brevedad humana. Nace una suerte de respeto frente a la escritura infinita que es aquella obra incaica con la que se dialoga por la presencia del tiempo y su sombra sobre los actos humanos: hermoso diálogo donde somos testigos de un corazón que soterradamente busca su propia eternidad. Por otro lado, y finalmente, somos devueltos nuevamente a la realidad, a su cruda mirada, con el último pasaje que es Celebración Perdida.

Inevitablemente este poemario culmina con una reflexión larga y meditabunda sobre la condición humana, sus desigualdades que impiden una real y diferente gestación del mundo, aquella otredad que lacera, aquel otro que es “infierno o paraíso” y se abre la eterna pregunta.

¿qué hacemos para que lo nuestro
sea también del otro?…

¿y por el sufrimiento en la calle
antes de nacer el día?…
¿buscamos humanamente
el salario justo de sudor ajeno?…
¿borramos en actitud de vida la maldición del hermano
atribulado por las deudas del crédito vencido?…
¿es que somos máquinas sin alma
sin ojos ni oídos
a la hora del prójimo?…

Todo ello nos acerca la poesía de Santiago Aguilar a varias afluentes: Vallejo, Malaver, Whitman. Logrando, sin embargo, un tono propio donde lo andino se mezcla con lo cristiano, y se abre a una metafísica que tiene como causa una demorada lucidez sobre la propia biología humana. Si Juan Ramírez Ruiz en Armas Molidas asume la voz de un golondrino, o Heraud en El Río la voz de la naturaleza, o Pimentel en Balada para un caballo la voz de un equino, en La celebración continúa sentimos la voz de Aguilar, sonando como río limpio y salvaje.


[1] Es casi 99 % oxígeno, carbono, hidrogeno, nitrógeno, calcio y fósforo. Más un 0,85 de potasio, azufre, sodio, cloro y magnesio.

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