Que a menudo la realidad sobrepasa a la ficción. Que nadie es profeta en su tierra. Que nadie sabe para quién trabaja. Nunca antes estos tres dichos populares fueron tan ciertos. Nunca antes de descubrir a Sixto Rodríguez, hijo -el sexto- de emigrantes mexicanos proletarios, nacido en los alrededores de Detroit, en 1942.
Siendo él mismo obrero, Sixto siempre se preocupó por cuatro cosas: la música, su educación, vestirse bien y el compromiso social. De la fábrica regresaba a su casa para estudiar música en solitario o iba a la biblioteca a sacar libros que ampliaran su visión del mundo, libros que leía con el mismo fervor con el que asistía a exposiciones y visitaba museos. En cuanto el mandil proletario quedaba colgado en su armario, Sixto se vestía con gusto, con elegancia, y con ese aspecto de dandy de rostro mexicano y larga cabellera negra participaba en reuniones asociativas donde se analizaban los problemas del barrio, de la ciudad, de la condición obrera. Poco a poco, conforme fue adquiriendo las llaves mágicas de la música, se puso a componer canciones y así añadió a sus múltiples y diversas actividades de hombre comprometido la de trovador que, en cafés y bares populares de su ciudad natal, comunica con un público restringido pero respetuoso.
Un día un famoso productor discográfico descubrió sus canciones. Sixto tenía entonces 27 años y solo había grabado un disco sencillo, I’ll Slip Away, el cual, como anunciando su mala suerte, había sido editado con un error en su nombre. Así, sucesivamente, en 1970 y 1972, se editaron dos álbumes de Rodriguez: ColdFact y ComingFromReality. Eran esos los años en que Bob Dylan empezaba también a existir en el mundo de la música, y el productor de Sixto consideraba que su protegido tenía más talento y futuro que el propio Robert Allen Zimmerman, quien solo le llevaba -le lleva aún- un año. Las cosas no sucedieron, sin embargo, como deberían haber ocurrido si todo en la vida tuviera lógica. Los dos álbumes de Rodriguez (así, sin tilde) se vendieron mal, la leyenda dice que solo seis ejemplares, pero eso debe de ser exageración. Lo que sí es verdad comprobada es que en ese momento el mismo productor estaba promoviendo a otro cantante y que éste logró imponer uno de sus temas a través de la radio, dejando a Sixto en un segundo plano y pronto lo condenó al olvido. Además, hay que decir que el cantautor Rodriguez se mostraba extremadamente tímido cuando se trataba de defender su música en público y que esa timidez lo llevaba a veces incluso a cantar dándole la espalda a la sala. O sea que al interpretar sus canciones era muy diferente de lo que era en la vida de todos los días: muy amigo de sus amigos proletarios y una persona sumamente activa en lo que concernía a su compromiso social y político.
Pese a su mala suerte inicial en Estados Unidos-nadie es profeta en su tierra, ya lo decíamos-, los dos álbumes de Sixto Rodríguez se editaron en Sudáfrica, Australia y Nueva Zelandia, y lograron allí mayor aceptación que en su país natal, lo cual lo llevó a interrumpir por breves momentos su actividad asalariada de obrerode construcción civil para ir a cantar allí donde de hecho había oídos más dispuestos a escuchar sus composiciones. Sin embargo, ya de regreso en Detroit, Rodriguez se retiró por completo del mundo de la música, retomó su trabajo proletario, prosiguió su propia educación, se dedicó a la política y a ocuparsecon esmero de sus hijas. Y así puso punto final a una carrera artística que recién estaba empezando con enormes dificultades.
Pasaron los años y, sin que él se diera cuenta, sus canciones se habían convertido en verdaderos himnos de quienes en Sudáfrica, siendo blancos, se oponían radicalmente al apartheid. Todo el mundo conocía allá los temas de Rodriguez, la gente los tarareaba y cantaban como llamados a la libertad en un país marcado por la opresión escandalosa de la población negra. Sus discos se habían vendido por cientos de miles de copias, las cuales a su vez habían sido reproducidas en miles de casetes. Se dice que Rodriguez en Sudáfrica era más famoso que los Rolling Stones, y más que Dylan, sin duda. Pero lo increíble de todo esto es que el propio Sixto no tenía ni idea de su celebridad sudafricana. Celebridad que, por cierto, al no saberse ya más nada del cantautor, se convirtió en leyenda o, más bien, en mito trágico, como suelen ser los mitos. Para los sudafricanos Sixto Rodríguez había muerto y, por supuesto, de manera violenta: se decía que durante un concierto sacó un revólver de su chaqueta y se metió un tiro en la sien o en la boca, cada uno tenía su versión. En otras leyendas se hablaba de alcoholismo, de desesperación y, por supuesto, siempre de suicidio. Nada menos. Versiones todas que no tenían nada que ver con la realidad ya que, mientras tanto, Sixto Rodríguez vivía en Detroit cerca de sus hijas, seguía siendo proletario, había hecho estudios superiores de filosofía, seguía leyendo buena literatura y llevaba a su progenitura a visitar exposiciones de grandes artistas. Y en sus momentos de soledad tocaba la guitarra y escribía versos que a veces se transformaban en canciones que sólo él conocía. Esta historia parece increíble pero es así: la realidad sobrepasa a la ficción.
Y ahora me vuelvo hacia mí mismo para decir por qué escribo sobre Sixto Rodriguez: cómo lo descubrí yo. Pues resulta que hace unos meses leí un artículo en el diario parisino Libération sobre un documental que acababa de estrenarse. El personaje del filme me intrigó desde ya y de inmediato fui a ver la película, la cual me cautivó. Resulta que ayer mismo (escribo esto el lunes 25 de febrero) le dieron a Searching for Sugar Man el Oscar al mejor documental, lo cual, al ser una excepción confirma una regla: los premios Oscar, por lo general, poco o nada tienen que ver con el arte cinematográfico: son premios de la industria, con criterios industriales y objetivos industriales. No obstante, este no es el caso del excelente documental del realizador sueco Malik Bendjelloul, premiado con anterioridad en el festival Sundance, tanto por el jurado como por el público. Resulta que este cineasta, hasta este momento completamente desconocido, hizo un viaje a Sudáfrica hace unos cinco años y conoció allá a Steve Segerman gran admirador de Rodriguez. Este le contó lo famoso que era el cantautor de origen mexicano y lo extraño de su desaparición, de su supuesto suicidio en público. ¿Estará realmente muerto o es pura leyenda lo que se cuenta?, se preguntó entonces Bendjelloul, y decidió investigar sobre el asunto al alimón con Segeman. Pero… ¿por dónde empezar?, se dijo, y de inmediato se respondió: lo mejor es seguir la huella del dinero, ya que alguien habrá recuperado los derechos por los cientos de miles de discos vendidos. Tanto en Sudáfrica como en Estados Unidos fueron, pues, a interrogar a quienes produjeron en esos dos lugares los álbumes antes mencionados. Al cabo de meses de trabajo de hormiguitas el resultado fue nulo. Nadie sabía nada o nadie quería decir nada sobre lo que sabía. Y quienes se habían llenado los bolsillos con las excelentes ventas de los discos Rodriguez en Sudáfrica (y también en Australia y Nueva Zelandia, pero eso el documental no lo dice) podían seguir durmiendo tranquilos. Luego (todavía no, pero después), se va a saber que el propio cantautor, que ignoraba todo sobre su éxito sudafricano, tampoco había recibido ni un dólar por sus canciones. Ya lo decía antes: nadie sabe para quién trabaja.
Ya Bendjelloul y Segeman estaban a punto de abandonar la investigación, vencidos por la interesada omerta de los productores discográficos, cuando al cineasta se le ocurrió leer con detenimiento las letras de las canciones de Rodriguez. De repente, en una de ellas descubrieron un nombre propio que les intrigó. Un nombre que yo, en este momento, no recuerdo. ¿Y eso qué es?, ¿a qué hace referencia? Se pusieron, pues, a consultar diccionarios, enciclopedias, obras de geografía. Y descubrieron entonces que ese nombre que ahora no recuerdo es el de una zona urbana de los alrededores de Detroit. De Detroit, sí, la ciudad natal de Rodriguez. ¡Eureka!, gritaron entonces como Arquímedes enloquecidos: habían encontrado un indicio, a partir de allí podrían tirar un hilo que los condujera al cantautor para saber si en verdad había muerto, como lo quería el mito, o si estaba vivo en algún lugar del mundo. Buscando pues a Rodriguez el músico y cantante, Bendjelloul y Segeman recurrieron a internet, esa pequeña maravilla de los tiempos modernos, y a través de un mensaje que lanzaron al mundo virtual dieron con un Rodriguez real, o más bien una Rodriguez, porque quien se puso en contacto con ellos era de sexo femenino. ¡Eureka!, debieron gritar aún más fuerte y más locos y Arquímedes que nunca cuando esa Rodriguez les dijo que era hija de otro Rodriguez, un Rodriguez cuyo nombre de pila es Sixto, el cual vivía allí cerca de su casa. Finalmente, habían dado con el paradero del misterioso cantautor desaparecido. Habían descubierto que estaba vivo, bien vivo, que seguía siendo obrero de construcción civil. Habían encontrado a Sixto Rodriguez y derribado así el mito trágico del artista suicida.
A través de las hijas, Bendjelloul y Segeman quisieron acercarse al cantautor-obrero. La tarea no fue fácil porque Sixto no quería saber nada de lo que era para él un pasado ya completamente enterrado. Las hijas lo persuadieron, terminaron por convencerlo y, finalmente, el cineasta y el admirador lo pudieron encontrar en Detroit. Hablaron con él, intercambiaron ideas, aunque Rodriguez se mostró siempre parco, sin demasiados deseos de que la luz destruyera definitivamente la oscuridad en la que había elegido vivir. Pasaron unos meses, Bendjelloul y Segeman convencieron a un productor para que organizara una gira de Sixto por Sudáfrica. Grandes estadios con capacidad para miles de personas y muy pronto todas las entradas vendidas y un entusiasmo enorme por la gira del músico resucitado. Aunque también incredulidad: algunas personas pensaban que se trataba de una superchería, que se les estaba dando gato por liebre, que ese señor setentón de largos cabellos negros, piel cobriza y rostro mestizo no era ni más ni menos que un usurpador, una mentira. Una mentira más, en verdad. Recién cuando el público, que llenó los estadios, lo escuchó cantar los temas archiconocidos en Sudáfrica de sus únicos álbumes editados, se rindió a la evidencia: Sixto Rodríguez había resucitado. Sin embargo, de regreso a Detroit, cuando le contó a sus amigos y compañeros de trabajo su multitudinaria gira por Sudáfrica, tampoco le creyeron, más bien se pusieron a pensar que al buen Sixto le estaba fallando el coco y se mostraron preocupados, pues, por su salud mental. Felizmente, una de las hijas había grabado videos de los conciertos y al verlos, los amigos y colegas de Rodriguez comenzaron a creerle: su sencillo compañero de todos los días, el esforzado obrero de construcción civil, era en un lugar lejano del mundo una estrella comparable a Elvis Presley.
Desde entonces la vida de Sixto Rodriguez ha cambiado un poco pero no totalmente. Cuando no está de gira por Sudáfrica, Europa o Estados Unidos, vuelve a Detroit y a su trabajo humilde. El dinero ganado, que no parece interesarle mucho personalmente, lo entrega a sus hijas para que mejoren su vida cotidiana. Lo extraño es que la vida de los otros personajes ligados a la resurrección de Sixto se ha transformado más que la del propio resucitado. Segeman, que tenía un restaurante, dejó eso para poner una tienda de discos y lanzarse a la producción musical. Bendjelloul, que era un cineasta sin obra conocida, es ahora un documentalista famoso que tiene un Oscar en su haber y varios premios más. Y lo que es más increíble aún, una de las hijas de Sixto se casó con un sudafricano y ahora vive entre su país de origen y el de su marido, con el hijo que han tenido juntos. El cantautor, mientras tanto, piensa que quizás podrá elaborar un tercer álbum con los versos y las notas que ha ido acumulando durante las tres décadas en que dejó de ser quien había sido efímeramente.
En donde se estrena Searching for Sugar Man seduce al público como me sedujo a mí en París y a mi amigo el escritor y periodista Luis Aceituno en Guatemala. En París, precisamente, empezó a proyectarse hace ya varias semanas en un humilde circuito de dos pequeñas salas y muy pronto batió el récord de público por sala, de tal forma que hoy puede vérsele en cinco cines. Por el resto de Francia se vienen distribuyendo cincuenta copias y por todas partes el público queda cautivado tanto por el documental (muy bien realizado) como por el propio Sixto Rodriguez. Hace unos días cenaba yo solo en un popular restaurantito oriental cuando llegó a mis oídos la conversación de mis vecinos de mesa. Era una pareja que estaba absolutamente cautivada por la historia de la película y durante todo el tiempo que estuve allí comiendo especulaban y elaboraban teorías para explicar por qué Sixto Rodriguez con sus dos excelentes álbumes fracasó rotundamente en Estados Unidos en los años setenta. Los estadounidenses no podían aceptar a un trovador con cara de mexicano y con ese apellido, Rodriguez, decía ella. ¿Y Joan Baez?, replicaba él, ¿no tiene también un apellido hispánico y es de origen mexicano? E igual se hizo famosa. Lo cual daba lugar a nuevas interrogantes y más especulaciones. Mientras tanto, ya están anunciados dos nuevos grandes conciertos de Sixto Rodriguez en París y otros en provincia, y como para los de París las entradas están desde ya agotadas, se ha programado un tercero en otro gran auditorio. Las reediciones de sus dos álbumes de los setenta se han vendido como pan caliente, como también el cedé con la banda musical de Searching for Sugar Man, en la cual se incluyen uno o dos temas inéditos.
Y ahora para terminar, veamos un poco qué dice Sixto Rodríguez sobre el documental que ha hecho su súbita fama, su filosofía de la vida, su visión del mundo de hoy y otras cosas por el estilo. Estos son algunos fragmentos de una entrevista realizada por el semanario francés L’Expressen diciembre de 2012.
“Malik ha hecho un trabajo muy bueno. Fue varias veces a Sudáfrica y vino cuatro veces a Detroit, una vez en febrero. En Un día de la vida de Ivan Denisovitch, Alexandre Soljenitsyne explica que el frío es como Dios: no se le puede ver pero se siente todo el tiempo su presencia. El frío de Detroit es tan intenso como el que describe Soljenitsyne. Es un frío amargo y si alguien logra soportarlo termina haciéndose más fuerte.”
“De los años setenta a ahora las cosas no han cambiado mucho. Seguimos teniendo las mismas dificultades. En Sudáfrica, en el mes de agosto, la policía masacró a mineros huelguista. Este otoño en Irlanda, una mujer murió porque los médicos no quisieron realizar un aborto, intervención que sigue estando prohibida por la ley. Por todas partes, siguen habiendo problemas. En los años setenta el tema de la píldora anticonceptiva y del aborto ya estaba en el centro de los debates. Y hoy el Papa sigue oponiéndose a los anticonceptivos.”
“Sé que pertenezco al siglo pasado, sin embargo me gusta considerarme contemporáneo. Muchos problemas no han sido solucionados. Yo soy un trabajador, un obrero, y en ese medio cuando algo se rompe se analiza qué ha pasado y se trata de repararlo. Desgraciadamente, la mentalidad de nuestra sociedad no puede repararse. Es un problema de los hombres, que dominan el mundo de la política. Creo que si más mujeres tuvieran acceso al poder se podrían por fin cambiar de verdad las cosas. Siempre digo que las mujeres son las depositarias de la cultura, creo que las mujeres son la cultura. Nos hablan todo el tiempo de las amenazas islámicas, pero quién habla de las que se encuentran al interior mismo de la república: los ricos no pagan sus impuestos, las empresas ponen a sus órdenes a miembros del Congreso. El escándalo de Enron es una demostración más de la corrupción. Esas organizaciones saben cómo hacer para que se aprueben leyes que las favorecen. Por ejemplo, en Michigan una capa freática ha sido manipulada para que pueda aprovecharse de ella una multinacional, la cual ahora les vende agua a los habitantes del lugar. Ahora algunos quieren incluso que los hospitales sean fuentes de beneficios. Yo lo que quiero es desmitificar la política. Soy un músico político.”
“Obtener mi maestría de filosofía me costó diez años pues trabajaba y solo después del trabajo podía ir a cursos en la universidad. Cuando se trabaja es difícil educarse. ¿Y qué es lo que aprendí? Siempre las grandes preguntas: ¿existe Dios?, ¿hay varios dioses?, ¿Dios va a volver? Y si volviera, ¿cuál de ellos sería? Según yo, no es posible encontrar respuestas definitivas a estas preguntas. Hay más bien que encontrar una respuesta que corresponda con uno mismo. Kierkegaard habla de una relación personal con Dios. ¿Y yo, creo verdaderamente en Dios? No sé. Pero sí sé que me gusta mucho Hemingway y que él en uno de sus libros le hace decir a uno de los personajes: no creo que haya una verdad sino varias verdades. Cada uno puede encontrar las cosas que lo ayuden a vivir.”
ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA IMPRESA LIMA GRIS N°5