Opinión

La mujer de la arena (Suna no Onna, 1964), de Hiroshi Teshigahara

Lee la columna de Rodolfo Acevedo

Published

on

La arena. La arena lo abarca todo en esta película, forma el paisaje de las dunas playeras, lo rehace constantemente, avanzando sobre el terreno y transportándose con el viento. Construye  breves figuras a su paso, irrumpe en las viviendas, en las cosas y en los cuerpos. (En primeros planos y en planos detalle, aparece pegada a la piel de los protagonistas, como una presencia incómoda, que poco a poco parece hacerlos parte de su universo desértico, integrándolos o digiriéndolos).

La arena es el hábitat natural del tipo de insectos que el profesor y entomólogo aficionado (Niki  Junpei), busca con tanto ahínco. Y es el lugar en donde vive la mujer. Ella es viuda y trabaja diariamente para impedir que su casa sea devorada por las dunas. Al mismo tiempo, trabaja también para los pobladores que venden esas partículas desagregadas de rocas, como material adulterado para la construcción. A cambio, ellos le proveen de algunos víveres, herramientas y agua.  (La arena mueve una economía que explota a la mujer y a sus cautivos).

La arena corroe, pudre las cosas, le dice ella al profesor, cuando él aún no se ha dado cuenta de la trampa. (El hospedaje que le garantizan por una noche, será su prisión de por vida).

La arena según Teshigahara (Tokio, Japón, 1927 – 2001), no solo es el elemento constructor y dominante en el filme, es un organismo que dificulta las labores y existencias de los personajes, poniéndolos a prueba, mostrando lo pequeños que son, frente al enorme y aislado desierto costero. Por ello, la dureza de su entorno provoca cambios y descubrimientos, muy a su pesar, en los seres que la habitan, como nuevos sentidos de vida.

El profesor. Su andar concentrado por las dunas, buscando insectos, muestra a un tipo libre de “ataduras”, seguro de sí y confiado. Después lo vemos descansado en un bote abandonado en la arena, repasando mentalmente, en una especie de ensoñación, todas las “obligaciones” de su vida citadina. Su pensar desliza una crítica burlona a la falsa sensación de seguridad moderna (en el Japón de la época), y a la vez, a su relación sentimental. (Una mujer aparece, una imagen sobreimpresa, otra evocación. Quizás se trate de su pareja).

Sorprendido por los pobladores, el profesor se mostrará instruido y condescendiente. Las diferencias entre él y los demás (socioeconómicas, geográficas), lo hacen actuar con desdén y sentido de superioridad, aunque al mismo tiempo aparece ingenuo y oportunista. (El profesor, además, ansía trascender, aburrido de su rutina en la capital, cree que el descubrimiento de una nueva especie de escarabajo lo sacará de su monótona y anónima existencia).

Su conducta con la viuda será recelosa y menospreciativa, al inicio. Luego pasará por la atracción sexual, el engaño y la agresión (el intento de violación, alentado por los pobladores-espectadores), hasta terminar en una convivencia sosegada, después de sus frustrados intentos de escape. Extrañamente, es en ese momento de “derrota”, cuando se esfuerza por mejorar la relación con ella. La viuda cae enferma, y uno de los pobladores -un veterinario-, atribuye la causa a un embarazo extrauterino. En soledad, el profesor encuentra un modo de filtrar agua limpia de la arena, y decide posponer su escapatoria para algún futuro impreciso, primero compartirá su invento con los demás. En la última secuencia de la película, un comunicado de las autoridades declara muerto al profesor Junpei, después de haber estado siete años desaparecido.

La mujer. Entregada a la tarea incesante de sacar arena y recolectarla, la viuda sirve a los intereses de su pueblo. No sabemos cómo ha llegado a ese “acuerdo”, o si ha sido una imposición, pero ella no lo cuestiona, lo toma tan igual como las desgracias personales (la muerte de su esposo e hija), o los movimientos de la arena, circunstancias a las que simplemente debe acostumbrarse. Su compromiso con la comunidad, excluye cualquier dilema ético o legal (el secuestro). Pero ella no comparte una situación igualitaria con el resto de pobladores. Vive en el fondo de un hoyo en las dunas, del cual no es posible salir o entrar sino es a través de una escalera que solo la maneja un grupo de hombres. Víveres y otros elementos necesarios, le son llevados a la viuda, solo cuando se han cumplido con las cuotas de arena húmeda.

La película parece sugerir un conflicto entre el individuo y lo colectivo, pero su propuesta es algo más compleja. Subyace en su narrativa la experiencia de la crisis del ser humano atrapado en estructuras que no le permiten realizarse, o que lo cosifican, y obliteran su valor como persona autónoma. Unas voluntades y una naturaleza, se imponen a los dos personajes principales. Los convencen o se resignan, a distintos tiempos (ella ya lo estaba, él lo hará de a pocos). El valor del trabajo arduo, encubre así una situación de explotación y de casi esclavitud; mientras que la “inventiva” y los conocimientos, pretenden rescatar algo de una individualidad sojuzgada. En el medio, el encuentro entre estas figuras alienadas (él y ella), provoca conductas irreflexivas, contradictorias, a pesar de las iniciales desconfianzas. La atracción sexual surge de pronto. Una especie de liberación momentánea –filmada con cuidado y belleza-, cargada de angustia, que no parece generar un sentimiento más duradero. (La cámara también compone planos donde las dunas se convierten en el cuerpo de la mujer o viceversa, superponiéndose, como si todo formara parte de un escenario sensual, que a la vez, resulta un lugar sofocante, inhóspito, e inquietante).

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version