En su intento de mostrar la precarización laboral que se vive –en todas partes, diría-, Brizé (Rennes, Francia, 1966), filma con un estilo casi documental –cámara fija y en mano, encuadres “imperfectos” e incómodos y un uso del montaje discontinuo -, los esfuerzos de Thierry (Vincent Lindon) por encontrar trabajo y salir adelante junto a su familia.
La película sigue a su protagonista –más de cincuenta años, desempleado, casado y con un hijo discapacitado-, repartiendo currículos, asistiendo a entrevistas y participando en charlas de “capacitación prelaboral”. En medio, vemos secuencias que caracterizan su vida familiar. La relación con su esposa, con las labores hogareñas y las cuentas por pagar, intenta sin embargo mantener una sensación de estabilidad. Por otro lado está su hijo, quien pese a su condición, postula a un programa especial para estudiar una carrera universitaria. En este duro panorama, el director elige desdramatizar el relato. La cámara –espía y distanciada- no se queda demasiado en el aspecto doloroso de la situación que atraviesan el protagonista y su familia, y los pocos planos que observamos a Thierry angustiado o con un gesto obvio –de preocupación por ejemplo-, están llenos de silencio, haciéndonos difícil saber o intuir sus pensamientos.
Las diversas secuencias de la obra –que en lo formal, parecen segmentos autónomos-, resaltan la desprotección de los trabajadores en los regímenes neoliberales. La atomización a la que están expuestos, visible en ese trato hiperpersonalizado y serializado que los distintos organismos-agencias mantienen con los desempleados, imponen unos comportamientos y disposiciones que se promueven como estrategias seguras para obtener trabajo –y relacionarse adentro. Estas “orientaciones”, en la práctica no son más que el alineamiento a roles subordinados y posturas sumisas frente a empleadores e intermediarios, en donde el engaño y la estafa parecen ser circunstancias que el trabajador debe estar dispuesto a tolerar. Como cuando a Thierry le ofrecen un puesto en donde se le exige tener experiencia en el manejo de maquinaria pesada, pero la capacitación por la cual pagó, apenas cubría un nivel básico de ese conocimiento, lo cual estaba muy lejos de los requerimientos de la empresa. (No hay que olvidar el contexto de crisis del sindicalismo y el declive de las leyes y normativas que antes protegían al trabajador: la estabilidad laboral, el cumplimiento del horario de trabajo –las famosas y hoy casi olvidadas ocho horas-, la defensa frente al despido intempestivo -arbitrario-, la negociación colectiva, entre otras. Estoy refiriéndome, por supuesto, al contexto francés).
En todo este proceso, Brizé se apoya en la labor de su protagonista. Thierry se nos muestra hasta cierto punto imperturbable, casi estoico, procurando no derrumbarse al llegar a casa, en donde tendrá que enfrentar nuevas complicaciones y actuar con cierta solidez. El papel del padre de familia, cabeza de hogar, está muy marcado, construido como sostén de un grupo que tiene aspiraciones, sueños, proyectos difíciles de llevar adelante –recordemos al hijo-, pero que aun así lo intenta, a pesar de las circunstancias. Por ello, la dignidad tiene un papel muy importante en la película. En la capacidad del ex trabajador para soportar “paseos” y humillaciones; en la fortaleza de los esposos por seguir adelante con sus planes y con la educación de su hijo en particular; o en la manera de aguantar el nuevo empleo de guardia de seguridad en un supermercado, aunque esto último hasta cierto límite. Ese límite lo expondrá a la disyuntiva de ser un vigilante de sus propios compañeros de trabajo, ocupándose de ver que no se lleven algunos productos o cupones de descuento. Cuando tenga que delatar a unas cajeras, la situación lo enfrenta a ser el responsable del despido de otros (otras) trabajadores, que como él tratan de sostenerse, de sobrevivir. La empresa es implacable, pero él cree, y así nos lo hace ver Brizé, que existen otras soluciones. Igual no lo escucharán. Asqueado, saldrá del supermercado al estacionamiento, huyendo del único trabajo que había tenido en mucho tiempo, sin alternativa a la vista, salvo seguir luchando.