En más de medio siglo de publicaciones, la obra de Óscar Málaga cubre dos periodos concretos: del ardiente sentimiento beatnik —con sus emblemáticos poemas editados en Estos 13— al viento espiritual y oriental. Como Kerouac y compañía, el tránsito va del lenguaje urbano al viaje interno. Su más reciente libro, Baladas de la rivera de los sauces (2024), es acaso un punto de fusión de El libro del atolondrado (2004) y La salvaje melodía del aire (2014). Elijo la palabra fusión dado que dos ímpetus internos —la experiencia intensa del exilio y la perplejidad; y, por otro lado, la sabiduría poética—son los sabores patentes. Si bien pertenece a una generación de corte político y poesía comprometida, su poética se arroga una libertad sin otro ideal que el gozo y la belleza. Estamos frente a otro fruto del exilio del viaje. A manera de prólogo, el vate afirma: China es un país del cual nadie sale ileso. Los aviones nos depositan en los aeropuertos, pero ahí acaba su trabajo y también nuestras decisiones. Así, el poeta desata su voz tras los años de experiencia china, sin atisbar otro propósito que “purificar su corazón» y «abandonar las caligrafías (…) que no han sido capaces de asaltar el alma/ de un fresco bambú elevándose entre las nubes» (pág. 13). Como en los poetas de la Dinastía Tang, el tono es intenso y cargado de imágenes fulgurantes: » Soy un extranjero/ viviendo en un país extranjero» (pág. 16) o » Un tazón de vino en armonía con su corazón/ es mejor que diez mil años de gloria» (pág. 20) Se dan cita versos que celebran la comida, cuyo símbolo lo acerca a las jerarquías de la cultura oriental: » Y cada fin de año el Dios de la Cocina / me ha recomendado calurosamente/ al Emperador del Cielo» (pág. 17) Así, con su nuevo poemario eleva lo poético a un acto sagrado. Difícil no leer sus versos sin saborear al éxtasis, la firmeza de la pasión y la emoción internas. Cada nuevo libro de Málaga es una prueba fiel a los ideales de toda su estética: sentir la intensidad.
(Columna publicada en Diario UNO)