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LA INSIGNIA DE LA PASIÓN

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Hugo Sotil estaba orando. En la silenciosa nave del templo de Mahikari en el distrito de Lince, Sotil es un kumite reconocido, una suerte de pastor renombrado en la congregación japonesa en el Perú. Sotil había llegado a Mahikari en 1987 un año después que se retirara del fútbol profesional cuando dirigió al Deportivo Junín, de esa vez, cuando jugó su último partido en el Estadio Heraclio Tapia de Huánuco frente al León de esa ciudad. Toda la familia de Sotil practica aquel arte de la purificación y la imposición de la mano de los japoneses, su madre Nora, su esposa Guillermina, sus hijos. Ese mediodía de martes de un verano fiero lo abordé apenas terminó su rito de despedida. Ese martes terminamos en la anticuchería Doña Julia del barrio de Jesús María antes de la madrugada.

Una noche parecida de un verano excitado de 1969 Hugo Sotil debutó con el Deportivo Municipal en primera división frente a Universitario de Deportes en el Estadio Nacional de Lima. Cierto, llegaba con la fama del pobre. Sotil había conducido al modesto “Muni” en la campaña triunfal en segunda división que se jugaba en estadio San Martín a la vera del río Rímac muy cerca del Centro de Lima. Sotil inauguró en esa cancha polvorosa el marketing del modesto y el humilde. Todos hablaban de él en un año que Perú se preparaba para jugar el mundial México 70 y había un superávit de estrellas. Teófilo Cubillas en Alianza Lima, Roberto Challe en la “U”, Ramón Mifflin en Cristal. No obstante, ninguno atraía a las multitudes como Sotil. Sotil no se parecía a ninguno, ninguno tenía esa magia que ponía en escena el popular “Cholo”.

Apenas ingresó al Estadio Nacional todos lo siguieron con las miradas imantadas por su embrujo. Cuando paró su primera pelota frente al defensa de la “U”, Héctor Chumpitaz, toda la defensa se “comió” el amague. Sotil hizo que se iba para la derecha pero puso un freno hidráulico. Parecía que se caía y ahora cargaba para el lado opuesto. Y salió de tres defensas, inclinó su torso al contrario y con la izquierda hizo la contramarcha. Ilógico, había roto la ley de la física. Sotil era dueño de una de inercia propia, la teoría del todo antes que Stephen Hawking descubra el origen del cosmos. Era verdad, tenía el ocultismo de Vides Mosquera como de Carlos Gómez Sánchez, era atrevido como Miguelito Loayza e insolente cual Toto Terry.

Sotil succionaba el balón y lo pegaba a sus pies contrahechos, luego aceleraba violentamente cinco zancadas y otra vez frenaba. Entonces atraía las marcas y como nadie, tenía salida –visa, salvoconducto y asilo– por izquierda y derecha. Era al mismo tiempo un émbolo en un tris de terreno y un estanque de agua dormida al instante. Sotil a pesar de todo, era la antítesis del futbolista elegante. Aparte de su rostro con un aire al Túpac Amaru estilizado de los afiches de la época, parecía un zapateador de huaylash. Con su metro setenta y su estampa de cocinero de chifa con tres mujeres, fue un enigma popular que el pueblo al instante lo hizo suyo porque al hincha del fútbol no hay que explicarle nada, la geometría del gol solo tiene alegorías, leyendas y héroes. Así, Sotil se hizo credo y veneración.

DE ICA A LA VICTORIA

A inicios de la década de los sesenta, la familia de Hugo Sotil decidió mudarse a Lima. Para el Cholo atrás quedaban las calles cenicientas de la ciudad de su Ica natal, los primeros amigos, sus encuentros de fútbol que él jugaba sin zapatos porque mamá Nora no quería que destruya el único par que tenía para ir al colegio. Una noche llegaron a El Porvenir en el distrito de La Victoria alrededor del jirón Parinacochas, en el barrio de Los Gitanos. Entonces todo fue más espinoso. La vez que nos invitamos a almorzar al frente del taller de mecánica que su patota –esa peña de amigos que venera la memoria de sus gestas triunfales– administra en el Óvalo de Nicolás Arriola en San Luis, Sotil me contó que ese tiempo colaboraba con el menú familiar en el oficio de cargador en La Parada. El Cholo se acostumbró a levantar sacos de café de más de 70 kilos. Ese fue su gimnasio y aquello le fortaleció las piernas. Además, a los 14 años descubrió otro negocio, los domingos se alquilaba por diez soles y un plato de Sopa Seca con presa para jugar hasta cinco partidos y sin bañarse.

La campaña de Municipal en 1969 tuvo ribetes de leyenda. Le ganaba a los equipos grandes y apenas empataba con los chicos. Sotil, que ya había decidido jugar con estilo propio, era reclamado para la selección y el técnico brasileño Didí, al fin decidió convocarlo pero que integre esa escuadra que se preparaba para el mundial México 70. En la portada de la revista Caretas de julio de ese año aparece Sotil completamente rapado y una leyenda: “Nace un estrella”. Ese equipo no estaba para los lujos de ahora y al contrario concentraba en un cuartel. Didí había decido encerrarlos en el Colegio Militar Leoncio Prado. Era la única forma de ordenar a ese colectivo lleno de figuras, de picardías y de fiestas. Perico León, el más fregado, lo recibió con esta frase: “Yo te cuido sobrino”, y en un tris, le metió un corte de pelo con unas tijeras oxidadas. Sotil ya tenía padrino.

Eloy Campos, el defensa de Cristal –a quien apodaban “El doctor” por su técnica de cirujano en la marca– había dicho de Sotil: “Ese pata tiene duendes”. Cierto, Sotil, que lo había gambeteado todo un partido y le había “roto” la cintura parecía que había heredado los sortilegios de los brujos de su tierra. En los pagos de Cachiche abundaban hechiceros y nigromantes. Solo así se explicaba el estilo zahorí que empleaba el Cholo. En ese equipo del Deportivo Municipal que debutó regresando contra la “U” en 1969, los hinchas recuerdan esa formación de astros y estrellitas: Carlos “Blackaman” Espinoza en el arco, en la defensa figuraba Jorge Ayo, Fernando Cárdenas, Guillermo Guerrero y Alberto “Tito” Verástegui. En el medio estaba Roberto “Titín” Drago con Orlando “Motorcito” Guzmán y en la delantera alinearon Teodoro Alfaro, Jaime Mosquera y el viejo Nemesio “Cochoy” Mosquera. Cierto, la orquesta la dirigía Sotil quien luego incorporó al cerril Manuel Mellán para hacerlo famoso con sus goles.

ESAS NOCHES DEL NACIONAL

El romance de Sotil con la tribuna empezó en el Estadio Nacional antes del mundial en febrero de 1970 cuando Perú juega un amistoso contra Bulgaria que llegaba con su estrella Georgi Asparoukhov, el mejor jugador de Europa ese año. El equipo de Didí perdía 2 a 0 y el brasileño decide que ingrese Sotil al inicio del segundo tiempo. El Cholo parecía un ángel coral en esa noche iluminada. En apenas 20 minutos hizo tres goles –uno de media chalaca– y dio pase para los dos tantos siguientes. Perú le ganó a los europeos 5 a 3 y ese fue solo el presagio luego de lo que sucedería en México 70 cuando contra los mismos búlgaros, perdía Perú igual, 2 a 0, ingresó Sotil por Julio Baylón y los peruanos ‘voltearon’ el encuentro conducidos por la magia del Cholo. Aquella fue una tarde inolvidable para el fútbol peruano en León. Luego jugarían contra Brasil de Pelé –a la postre el campeón– y otra vez Sotil, triangulando con Cubillas y Eladio Reyes, provocó el segundo gol de los peruanos. Ocho años luego, en el Mundial de Argentina, Sotil, que venía saliendo de una lesión, contribuyó a que Perú realice una primera etapa fantástica contra Holanda y Escocia.

En 1971 Sotil figura como primer actor de un equipo que era su propia negación. A un empresario agudo se le ocurrió formar un equipo de dos. Entonces se anuncio que combinado Municipal-Alianza jugarían un serial de partidos internacionales en el Estadio nacional. Unas noches después, el ‘mix’ que tenía a Sotil y Teófilo Cubillas como estrellas derrota al Benfica del recordado Eusebio en una noche memorable y una semana luego, golean 4 a 1 al Bayern Múnich de Franz Beckenbauer, Sepp Maier y Gerd Muller. La prensa bautizó la empresa como “La dupla de oro” y no era para menos, Sotil y Cubillas, en ese par de encuentros, inventaron el fútbol de concierto. Es decir, paredes, amagues, gambetas, “huachas”, tacos y “chiches”. Hago una aclaración, eran jugadas que terminaban en gol, no era esfuerzos de malabarismo, al contrario, era la consolidación de un estilo, de una sinergia, de una asociación de prodigios y portentos.

En 1960 un peruano fue un astro efímero pero deslumbrante en el Barcelona FC de España. Se llama Miguel Loayza, había nacido en Iquitos y se había criado en el barrio de Surquillo en Lima. Los catalanes recordaban sus hazañas y pedía que se repita. En 1973, la directiva azulgrana y el técnico holandés Rinus Michels llegaron a Lima. Venía a levarse a un peruano. Cierto, venía por Teófilo Cubillas. Pero desde su llegada ocurrieron hechos curiosos. La comitiva catalana no la pasó bien y Cubillas no anduvo en los tres partidos que lo vieron. Entonces Sotil fue el escogido.

EL CHOLO EN ESPAÑA

Contaba el Cholo que una noche de domingo, luego que Municipal le pegó un baile al Sporting Cristal llegó hasta su casa en Cahuache la delegación completa del Barcelona FC. guiados por el dirigente edil Arturo Belaunde. Eran las nueve de la noche y Sotil, que estaba festejando con la familia y algunos amigos, los recibió en la calle. Entonces le preguntaron si quería irse a España. A los dos días, el Cholo se embarcaba con su familia en Iberia. Los dirigentes de Municipal cobraron diez millones de soles por el traspaso, al Cholo no le dieron ni para la propina pero esa vez había comenzado el capítulo más importante de su vida.

España vivía la peor de las épocas del franquismo. España era un país encerrado en España. Sotil sería ese aire fresco que se respiró en la dictadura. Su fama cobra dimensión internacional porque ese 1973 también llega al Barza el holandés Johan Cruyff que era considerado el mejor jugador del mundo de esos años. Los azulgranas, con los españoles Asensi y Rexach, formaron un equipazo y después de 14 años consiguieron la Liga española de la temporada 1973-1974. En ese torneo Sotil fue protagonista de la histórica goleada al Real Madrid por 5 a 0 en el mismo estadio de Santiago Bernabéu. El Cholo anotó el quinto gol de cabeza y desde ahí fue coronado como un semidiós de las tribunas.

El Cholo tendría problemas con su condición de extranjero –en esa época solo había plaza para dos y había llegado también el otro holandés: Neeskens– y estuvo parado toda una temporada, reapareciendo en 1975, que es cuando juega la final de la Copa América de Perú contra Colombia en una travesía sin permisos ni protocolos. Sotil era Sotil y no se parecía a nadie, ya lo dije. Un año luego regresaría al Perú a encontrarse con su compadre Teófilo Cubillas en Alianza Lima. Luego sería otra vez campeón. Luego ocuparía el trono de los escogidos en este Olimpo del fútbol. Hugo Sotil Yerén, peruano, futbolista, figura popular. Aunque tuvo una falla genética –no tuvo herederos como él no dentro ni fuera de la familia, siempre será pretexto para decirnos que en el fútbol alguna vez fuimos felices y los mejores.

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