Opinión

La eternidad del tribuno y la nimiedad de las moscas

Lee la columna de Carlos Rivera

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Rodrigo Núñez Carvallo es un  distinguido escritor y articulista del semanario Hildebrant en sus trece además de haber publicado algunos libros que algunos entendidos  reconocen como seductor. Confieso haber gozado de su pluma. Desde luego también de sus crónicas literarias llenas de sensibilidad, un excelente registro histórico y dominio correcto de lenguaje. Porque las diferencias ideológicas no pueden ser murallas para reconocer alguito en la otra parte. El abolengo literario le viene de familia al ser hijo del maestro Estuardo Núñez a quien admiro por su inteligente prosa y la maravilla de sus libros.

Pero cuando el esteta abandona sus manos le subyuga el demonio del libelista, el dios de las redundancias y la bruja rabieta corren por su sangre y pide muerte o una revolución sangrienta contra todo lo que odia (Keiko, el Congreso, el Apra). El escritor que declaró ser un francotirador en una entrevista hace muchos años para la revista DESCO (“El escritor tiene que ser un tipo salvaje”. Entrevista de Abelardo Sánchez León) se convierte en un mono con metralla. Una mezcla de Groucho Marx con Clímaco Basombrío sin martillo.

Las canas no necesariamente dan la razón o reviste cualquier diatriba en un frenesí de sabiduría. Se puede ser un imberbe con mucha edad o un sobón adolescente pleno de cantinfladas de alto vuelo. Se puede ser un granuja mientras se grita los preceptos democráticos griegos o enarbola la ética por la vida y aclama el suicidio de un político con estrella.

Ante la muerte de Javier Valle-Riestra del día sábado 6 de julio a los 92 años le dedica un texto en su muro de facebook, “La muerte de un sofista” donde despliega toda su ira y aplaude su muerte coronándolo como un personaje olvidado “egomaníaco de frases sugerentes y rumbo vergonzoso”. El rencor no le permite ver en el tribuno alguna cualidad moral, algún aporte político. Comentar su legado con relativo reconocimiento en el poder le parece poca cosa.

Es de cobardes (muy de peruanos) escupir a los cadáveres o rociar gasolina sobre alguna memoria que a todas luces fue fulgurante pero las legañas del resentimiento nos impiden reconocer su mínimos talentos. Y don Javier era hombre de derecho, multifacético y articulado. Además de escribir muy bien, con elegancia y giros de argucia literaria. Su aristocrática personalidad no le cegaban ante los amores del populacho y como tal sabia entrometerse en sus ritos faranduleros que eran la delicia de los imitadores. Luego de disertar sobre constitucionalismo en un ágora académica aparecía luego en un programa de televisión muy enamorado y zalamero ante la acaramelada leyenda viva de  Monique Pardo. Era un jurista con esquina.

Para muchos estudiantes de derecho sigue siendo un libro de consulta La responsabilidad constitucional del jefe de Estado (Editorial San Marcos,1987) que dicho sea de paso tiene un excelente prólogo de César Hildebrandt. A él le debemos el arduo trabajo de integrarnos al Sistema Interamericano de Derechos Humanos y reflexiones y polémica que lo sustentan en un libro La jurisdicción supranacional. Defensa de la competencia contenciosa de la C.I.D.H. (Laika Comunicaciones,2000) donde plantea el derrotero de su trabajo y un amplio debate sobre el asunto.  Como también es necesario reconocer su monumental Tratado de la extradición (Editorial AFA,2004) en cuatro volúmenes. ¿Se puede escribir tanto y ser intrascendente?

Don Javier Valle-Riestra era un diestro de la palabra, un esgrimista de la vieja guardia. Un polemista de lujo. Culto, erudito y mordaz. Al siempre bien preparado abogado César Azabache le dio una cátedra de derecho internacional y jurisprudencia al respecto del posible indulto a Alberto Fujimori (Canal Entrevista de Jaime de Althaus,12 de octubre,2012). Mientras Azabache se perdía en los laberintos burocráticos (junta médica internacional, consulta de notables para estudiar el caso, la propuesta de una prisión domiciliaria, prejuicios políticos, etc.) y la negación de un derecho que le corresponde efectuar a cualquier presidente de la república en el ejercicio del cargo. Mientras Valle-Riestra recurría a la exegesis del derecho humanitario, jurisprudencia supranacional, visión histórica, límites constitucionales y una lógica jurídica bien encausada. En el devenir de su vida política dijo lo que quería y no le importó romper las formas partidarias más rebeldes por afanes puristas y reclamaba una estrategia macropolítica urgente para entrar en una nueva era como partido luego de la muerte de Víctor Raúl Haya de la Torre.   Desde luego eso le granjeo diferencias irreconciliables con un sector del partido del cual mantuvo por décadas una distancia critica, pero seguía siendo en esencia un aprista de corazón y puño. Estas distancias   con el tiempo se fueron difuminando y comprendiendo su díscolo, pero necesario gesto.

Por eso expresó muy lirondo:

“Solo soy un aprista sin carné, iconoclasta y heterodoxo. Un filósofo en la roca, un profeta apedreado que propone reformar un arcaico sistema constitucional para permitir, por razones de Estado, apelar plebiscitariamente al pueblo, que busca recomponer legítimamente sistemas en quiebra” (“Javier Valle-Riestra: El abogado solitario”, Luis Felipe Gamarra, La Ley,28 de octubre,2022)

Solo los que no conocen la esencia de un partido político caerán en la monserga de catequistas o de chillones moralistas que lanzan dardos porque debe uno conducirse ante las circunstancias. Valle-Riestra era un peleador y un romántico. Un pico de oro que no callaba nada. Como político desde luego lo seducía el poder (sus devaneos y entuertos). Fue diputado, constituyente, premier de Alberto Fujimori contra lo que muchos consideraron tirar por los suelos sus credenciales democráticas. De su brillo por el parlamento podemos rescatar este memorable discurso:

“Y es por esto que yo, señor Presidente, pese a que soy un hombre de pasiones, estoy aquí, con la mayor de las ecuanimidades, tratando de contribuir a la construcción del Perú. Decidí pasar por la casa de don Nicolás de Piérola, en la calle del Milagro, y tomé nota de la lápida que pusiera en su puerta José Gálvez, quien fue Presidente de este Congreso en 1945, como lo sabe muy bien Enrique Chirinos, prologuista de un libro de Alberto Ulloa sobre don Nicolás. Ahí dice: “De esta casa a la que siempre vino el pueblo cuando tenía ansias de libertad y de justicia, salió don Nicolás de Piérola el 5 de enero de 1869 a consagrar toda su vida al servicio de la República”. Se refiere a cuando lo llamó el presidente Balta, con el cual no tenía ninguna vinculación, y fue un excelente Ministro de Hacienda de la época; participó aquí en los debates y se atrevió a decir frases terribles, como aquella que le dijo a la oposición; por supuesto no le estoy diciendo a esta oposición: “Por más que os empinéis, no llegaréis a la altura de mi desprecio”; repitiendo la frase de Francois Guizot.” (Congreso de la República. Legislatura extraordinaria 1997-1998/7 de julio,1998).

Soslayar la trayectoria de Valle-Riestra por su verbo o militancia es digno de lo que Hugo Neira llamaba “una práctica a la vez perezosa y fatal para una sociedad y una cultura.”  Es el puro resentimiento disfrazado de crítica, es el traje bamba con etiqueta de humanista.  Es aquella fugacidad de los individuos como Rodrigo Núñez Carvallo que palpitan entre la rabieta de un pésimo libelista con pretensiones de cura santiguador. Mientras el tribuno va en su eterno viaje a las estrellas el otro se queda vagando en su pequeño reducto   de moscas. Muy a pesar de sus talentos y abolengo, claro está.

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