Este mundo de cartón piedra cambia rápidamente, casi uno no se da cuenta y ya hemos avanzado de la generación del sesenta (a la que Godard llamaba los hijos de Marx y la Coca Cola) a las generaciones apocalípticas y post-post-apocalípticas, pasando por los analógicos setentas y ochentas, —Ataris, Polaroid, máquinas de escribir, casetes y discos de vinilo— para desaguar, estilo pecho o espalda, en estos tiempos de selfies y belfies o superbelfies (fotos de traseros gigantescos, acromegálicos, elefantiásicos), tiempos donde todo es imagen, apariencia, empirismo puro, y la gente voyeurista-froteurista, como en el póker, pagan por ver qué está sucediendo detrás de la cortina o en la toilette. Mientras en oriente medio, Abu Bakr y el Estado Islámico le cortan la cabeza a sus víctimas en vivo y en directo y Obama, premio Nobel de la paz, lanza bombas mismo mono con metralleta.
El paraíso se ha abolido y lo que queda es un trozo de papel fotográfico virtual, puros píxeles, memoria RAM y material para los recuerdos pasajeros en un The World’s end donde todo puede (y debe) convertirse en pornografía (¡Eros?) o en basura (¡Tánatos?).
El placer por el placer es la consigna de todos los días. Al diablo con Epicuro o los Cirenaicos. (¿El placer es solo la ausencia del dolor?). La imagen (retocada con photoshop) no miente. Todos dicen la verdad, incluso el televisor y el político. Inverecundia. Y, más todavía, la libido o las encarnaciones de las tesis freudianas o lacanianas: el padre y el hijo son el sexo, y el travesti y la mujer también son el sexo, pero un sexo corrompido hasta el tuétano por los medios de comunicación y las grandes patronales y empresas de modas que han convertido a la mujer en una presa, un objeto o premio para hombres de las cavernas. La post-post-modernidad consiste en eso, animalizar al hombre y hacerlo esclavo de sí mismo, hombre lobo del hombre, un montón de carne que ha perdido todo tipo de noción; cuarenta mil evoluciones para convertirse de mono en hombre y para nada. La transnacional Puma ya lo estampó en un último slogan publicitario: “Atención, Bestias”. Y solo queda hacerles caso. No obedecer nos convierte en enemigos del mercado, outsiders, o en poco menos que antisistémicos o “terroristas”.
II
En un último artículo de la periodista Patricia del Río, “Mi foto calata”, encontramos un natural reclamo hacia esa manada o recua de “hombres” ansiosos por descubrir algún detalle en el derriere de cualquier señorita o los que han caído en el pecado capital de propalar alguna imagen prohibida o salida de la intimidad en cuatro paredes; y, como si ya nada pudiera hacerse para corregir esta línea conductual, aunque sea con el método de Pavlov, Charcot o Mesmer, la periodista propone que todas las mujeres posteen fotos en situaciones íntimas, o desnudas, para combatir a estos “enfermos” (sic): Digámosle al mundo: “Sí pues me hago fotos calata porque me gusta ¿y qué?”. Quitémosle a ese imbécil que hurga en nuestra privacidad el placer de difundir algo que no estamos escondiendo. ¿Total? ¿Qué tiene de malo un ‘selfie’ sexy?
Pero el mirón tiene su propia condena, la soledad, entregarse al onanismo más extremo casi como deporte de aventura, o el solipsismo y demás dedos acusadores o la policía tras los pasos de un probable sátiro con una camarita de celular grabando todos los detalles al paso en un centro de abastos o en la puerta de un colegio. Y todo esto dentro de la vieja y superada concepción aristotélica del placer como incentivo a las “acciones malas” (Libro II de Ética a Nicómaco) y de donde, creo, procede la idea de la (in)satisfacción del placer como un acto sucio. No obstante, el hombre, como la mujer, responden a condicionamientos conductivos, implantados a clavo y martillo por la sociedad, la familia, la escuela, la universidad, la religión, los amigos, el trabajo y el sistema falogocentrista y patriarcabro. Es decir, la bestialización del hombre no es una creación de las mayorías, es un aporte y consecuencia de los que dominan este seudo-orden, de los que manejan el poder desde las torres de alucinados y a quienes la uniformalización y bastardización del pensamiento son una necesidad y un requisito indispensable sobre todo en lo que conocemos como capitalismo, en su visión ideológica política; y, libre mercado, en su visión económica. Divide y reinarás. Domina y reinarás. Aplasta sus cerebros, crea zombis y serás eterno.
Y es ahí donde empiezan y terminan los problemas. Sino, por ejemplo, habría que preguntarse cómo y de qué sobrevive El Comercio (y sus lampreas: El Trome, Perú 21, Gestión, Depor, etc.), el diario clasista en donde Patricia del Río escribe sin despeinarse ni desarrollar ningún tipo de urticaria, alergia o disturbio hormonal. Cuál es el papel de El Comercio en una sociedad como la nuestra y cuál es su doble discurso cuando trata de hablar de moral o editorializar sobre la corrupción si en sus páginas anida centenas de avisos de prostitución y trata de blancas (atención feministas); eso sin contar su posición protofujimontesinista contraria al derecho de los trabajadores y siempre lista para apoyar las normas y leyes antagónicas al bienestar de la gran mayoría de peruanos. Ese doble rasero es lo que hace no creíble todo lo que proceda de ese periódico. En todo caso, un periodista honesto no necesita de un soporte sospechoso y mal habido, es mejor quedarse sin tribuna que usar una plataforma llena de ratas o donde, por decir lo menos, el hedor de las letrinas y fuelles noticiosas enrarecen el ambiente. Salvo honrosas excepciones.
III
No hay ningún problema en un cuerpo desnudo, sea este de hombre o de mujer. No hay ningún problema en fotografiar unas nalgas, unos senos o el mismo sexo. Tampoco no hay (o no debiera) haber ningún problema en mostrar estas imágenes, claro todo esto con la venia y el permiso respectivo. El asunto es que la “malicia”, la perversión (u otra versión), el acto libidinoso o la arrechura sicalíptica está en el otro, ahí es donde se desencadenan los movimientos telúricos del himeneo, la suciedad de las “púrpuras calendas” quevedescas (menstruo) y los efluvios que tanto escándalo causan en la mojigatería clasemediera y los pensamientos tradicionalistas. “De puro calor tengo frío”, diría Vallejo; pero a su vez, ese otro, que se martiriza mirando, solo responde, casi como acto reflejo, lo que el sistema putrefacto, en su constante lavado de cerebro, ha machacado en su interior. Ergo, no podemos culpar directamente al ignorante o al domesticado por el neoliberalismo y sus alienistas, en tanto que este es solo cabeza de turco o la parte visible y “sensible” de un problema que arrastra en su engranaje toda una maquinaria al servicio del gran capital donde los deseos también son vistos como mercancía y se trafica con ellos debajo y encima de la mesa o de la cama.
Si el ciudadano común persigue y acosa a una mujer en las calles, no es por un asunto de “machismo natural” o innato, es por culpa de la sociedad corrupta e hipócrita, la misma que le ametralla con pornografía light día y noche, con concursetes de medio pelo donde solo se muestran culos, tetas y torsos desnudos de machos padrillos, mancebos con músculos inflados por esteroides, donde la belleza acartonada o los estereotipos son el pan de cada día que comerán sí o sí los menesterosos y hambrientos de deseos, caníbales de nalgas y tetas por kilos o por toneladas. Es imposible salvarse del banquete orgiástico que apunta a anular la capacidad de raciocinio, anular el cerebro neocórtex y dejarnos con el cerebro límbico y/o reptiliano, el cerebro donde se definen los instintos, tanto el servomecanismo de preservación como el de procreación; en suma, la animalidad total en su binarismo: huir o pelear. Y esto es lo que queda cuando a un ser humano se le extrae abyectamente de la cultura y se le deja en el oscurantismo y la orfandad de la ignorancia y la apatía.
IV
El asunto de la mujer y el por qué se muestra no es tampoco algo casual o un empoderamiento de la libertad femenina y el triunfo de la libertad del “sexo débil”. Digámoslo de una vez: la mujer hace sus selfies porque cumple a pie juntillas el guion que le han dictado las grandes campañas psicosociales, las tiendas por departamento y el gran capital, los mismos que inventaron el feminismo con el bribón de Rockefeller detrás y un grupo de profesionales a sueldo y sin ningún tipo de ética. Y nada o poco ha cambiado la imagen de la mujer que aparece en la película The Woman (1939) de George Cukor y su remake del mismo título de Diane English, estrenado en el 2008. O, quizás, sí, la compulsión y la necesidad de comprar.
Así, la mujer moderna también responde a los condicionamientos del sistema putrefacto, viste y peina como le dictan las modas, usa los zapatos y las carteras que le impone el mercado. Hasta la ropa interior sale de los catálogos que le restriegan en la cara; e, incluso, estudian las carreras de moda, desde el modelaje, la publicidad, el periodismo o las que tienen que ver con la “buena” presencia física: secretarias, hosteleras, flyhostes, anfitrionas, etc. Se ejercitan como lo indican los patrones físicos en steps, aeróbicos, pilates, yoga, pole dance, etc. Y, claro, cómo no, las conductas que supuestamente se deslizan naturalmente, también son impuestas vía la música, vía las películas o el mainstream system. Y, por supuesto, el supererotismo cabalgante que se desborda de la pornografía se derrama también en la mujer sin que esta se dé cuenta y en donde lo sutil deja de ser lo menos sutil: los labios hinchados con colágeno (o “boca de molleja”), los piercing en el ombligo, los tatuajes al final de la espalda, los movimientos pélvicos exagerados asimilados por los bailes como el reggaetón, el perreo, el ras tas, tas, etc., etc. Y así sale a la calle creyendo que su libertad es una conquista personal y no una ofrenda y la derrota de su pensamiento crítico.
De esta forma, la mujer moderna muestra lo que muestra no tanto por una razón propia o “porque quiere” sino porque así se lo han impuesto. El pantalón ajustado o la pantaloneta no es una moda, es una imposición; mostrar la cintura o las caderas no es una moda ni la expresión de la libertad femenina, es una imposición; las ropas de baño en sus versiones radicales monokinis, bikinis, trikinis o hilo dental no son modas, son imposiciones. El selfie no es una moda, es una imposición, la misma que va acompañada de todo un aparato de manufactura, performance y coreografía continua en una faja de transmisión que no tiene cuándo acabar, es eterna desde que apareció el hombre en la tierra y uno decidió apoderarse y usufructuar el trabajo del otro (Dialéctica del amo y el esclavo, Herrschaft und Knechtschaft. Fenomenología del Espiritu. Hegel). Los productores de ignorancia y brutalidad se han autoimpuesto la consigna de producir mierda para evitar cualquier tipo de pensamiento no afín a sus principios y no tienen ni tendrán ningún reparo en que esto continúe así, pues “la ignorancia causa el miedo” (Timendi causa est nescire. Séneca).
En la dictadura del mercado, incluso los pensamientos que hurgan en la supuesta defensa de la libertad femenina son una imposición. Y, claro, por supuesto, que todo este cuadro de destazamiento mental tiene a sus propios defensores, sus psicólogos, psiquiatras, periodistas, políticos, sociólogos, antropólogos y demás tentetiesos, fenilcetonúricos y despistados que terminan haciendo, quieran o no, apología no a la libertad sino a la esclavitud, sacándole lustre a las cadenas que les atan el pescuezo. Y como resultado de todo esto tenemos a multimillonarios que han lucrado en base a la “belleza” de la mujer: Liliane Bettencourt, principal accionista del grupo L’Oréal, con una fortuna calculada en 37.000 millones de dólares. Stefan Persson, principal accionista del Grupo Hennes & Mauritz o lo que es lo mismo, la famosa cadena de tiendas de ropa, complementos y cosmética H&M, con una fortuna similar. O Amancio Ortega, dueño de Inditex (con su marcas Stradivarius, ropa para mujer; Oysho, lencería y ropa interior femenina, etc.) con un patrimonio que alcanza los 62.000 millones de dólares, etc.
V
La entrepierna de Patricia del Río o, mejor dicho, su foto “calata” no va a solucionar este entuerto que se irradia desde el mismo centro de la superestructura y el eje de domino global, G-8, Skunz and Bones, Club de Bilderberg, Grupo Forbes, etc. No es desnudándonos todos y colgando nuestras fotos el cómo se va a combatir al machismo o a cualquier ismo que hurgue en nuestra intimidad y quiera hacerla pública con el mero y unívoco fin de joder. Hay un problema mayor que subyace detrás y debajo de todas estas manifestaciones de ignorancia y es el poder impuesto desde la máquina el que supura todo tipo de aberraciones en la conducta de los ciudadanos y para eso hay que dar educación a las masas, hay que cambiar las currículas e imponer una educación humanizada y acorde a nuestra realidad (peruanizarla, diría El Amauta). Hay que reglamentar sobre el mass media empezando por la concentración de medios y la revisión de contenidos tan nefasto para los niños y jóvenes de nuestro país. La libertad de prensa no se puede escudar en el odio a la verdad y la intangibilidad de derechos mal usados. Hay que remover las taras impuestas por la religión católica y por las clases retardatarias, las mismas que continúan en el poder año tras año sin que nadie diga o haga algo. Hay que enseñar con el ejemplo y evitar el discurso manido, sentencioso, y, muchas veces falaz, que se entrega desde el mismo hocico de la bestia (poder) que miente y engaña para seguir dominando, expoliando y oprimiendo al ciudadano o neoesclavo. Ya nadie cree en esa perorata demagógica de Kennedy vomitando: “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país.” Pregúntense todos qué es este país idiotizado por sus vedettes, sus bataclanas y concursantes que no pueden responder ni siquiera qué es un “archipiélago” (caso Baigorria) o sumar dos cifras o siquiera hablar con coherencia o con sindéresis. Pregúntense todos qué hace que el culo de una mujer (o de un hombre) sea más importante que miles de niños que mueren todos los años en los friajes en la sierra altoandina o los que luchan por sus tierras y por el agua en Cajamarca. Pregúntense todos por qué es un delito que alguien le tome fotos a los molledos de una mujer, mientras la televisión chatarra se ha construido en base a la exposición de nalgamentas a gusto y paciencia de las autoridades coprofágicas dentro de su coprodemocracia, coprocapital y coprovalores. Pregúntense todos por qué el 20 por ciento de nuestros presos lo son por violación. Pregúntense todos por qué si se sabe el diagnóstico y se reconoce a los culpables, nadie hará nada efectivo por remediar este problema.
Mientras tanto, sigamos viendo la entrepierna de Patricia del Río, quizás, después de todo, el mejor mensaje es el que no se muestra, lo que está detrás y forma parte del subtexto-paratexto-metatexto, la hermenéutica de los pobres y miserables en un mundo putrefacto dividido a las patadas en clase, raza y género.