Nunca mejor puesto en el título de una novela que se va para una pronta tercera re-edición y que se difundió rápidamente vía radio bemba, como decía el gordo Oswaldo Reynoso, incluso antes de ser publicada y que circulaba vía fotocopia en San Marcos y otras universidades, debido a la crudeza de sus historias y a la calidad de la prosa del autor: La Ciudad de los Culpables, de Rafael Inocente.
Hoy que el Perú entero se declara en insurgencia ante la violenta implantación de una dictadura militar con monigote civil, hoy que los pueblos del Perú verdadero e hiriente sienten en lo más profundo de su alma el desprecio por esa ciudad enferma repleta de hez y rateros, una ciudad sin ciudadanos porque todos odian la ciudad en la que malviven, una ciudad de reguetoneros tuberculosos, arribistas endeudados disfrazados de “emprendedores”, una ciudad invadida por millones de caribes antropófagos, todos opuestos y/o indiferentes a las luchas que se libran al interior del país para rescatarlo de la infamia, hoy esta novela resulta imprescindible para comprender el por qué del pasotismo, la pasividad y la estolidez de una ciudad fundada por bandidos españoles sobre ruinas prehispánicas, una ciudad que castra a sus habitantes desandinizándolos mediante el baile, la música y el racismo hipócrita y su cultura aspiracional. Una ciudad que mira al mar con el peligro de ahogarse en su propio vómito y miseria humana.
Si queremos entender por qué Lima hoy no se levanta debemos leer esta gran novela, en palabras del inmenso escritor piurano universal Miguel Gutiérrez. En sus páginas no nos encontraremos con la Lima actual de los emprendedores atrabiliarios y los exitosos de cuarto de hora. No. Nos encontraremos con la Lima de antes del boom de la gastronomía y los polos Marca Perú, la Lima antes del Metropolitano y las escaleras amarillas. Es la Lima de un Tren Eléctrico con piezas de segunda mano que nunca se estrenó, del boom de las bombas, de los despidos masivos y las huelgas indefinidas. Una Lima cercada por lo que alguna vez ciertos radicales llamaron “cinturones de hierro de miseria”. Una Lima que aún no se terminaba de aturdir por una plandemia y sus 200 mil muertos, que sirvió para calatear la verdadera esencia de este sistema neoliberalfascista cuyo canto de sirena fue, ya somos del primer mundo, cholos, no sean resentidos, vivan la vida, sean felices, todo está en su mente, la paz de los cementerios como realidad superlativa.
La ciudad de los culpables es un relato que se lee de un par de patadas porque carece de pretensiones ridículas y porque sus personajes principales (Orlando, Sebastián, Julia, Lucía, Sofía) no son héroes ni mártires. Los protagonistas de esta novela son seres comunes y corrientes hermanados por la miseria material en unos casos; y, en otros, víctimas de la miseria moral de un sistema depravado. De la rabia a la pasión transitan las historias que nos trasmite Inocente y que reflejan un capítulo de nuestra historia que los energúmenos dominantes quisieron prohibir a toda costa a la manera de los extirpadores de idolatrías, pero que ahora les revienta en la cara como una bolsa de excremento.
Y en estos días de lucha y levantamientos se siente como si esos personajes entrañables, llenos de rabia, pasión e ideas políticas, hubiesen saltado desde la ficción a las calles, pueblos y plazas de nuestra patria y estuviesen allí lanzando su escupitajo de desprecio y su piedra esperanzada contra una dictadura cívico-militar y fascismo lorcho que nos habla en quechua: Ama llakikuychu, Dina Boluarte dixit, reencarnación contranatura del oprobioso fujimontesinismo con sus marchas por la paz inventadas, con su servicio de inteligencia ahora sin salita, desde la cual se digitan los ametrallamientos, las detenciones y los psicosociales; y su prensa chatarra siempre mintiendo más de la cuenta y queriendo tapar el sol con un dedo y ya no con una mano.
Los escenarios son básicamente urbanos de la Ciudad Enferma o Ciudad de los Culpables, según el título. ¿Por qué ese juego de nombres?
El título apareció durante el sueño. Como anota Rodolfo Ybarra, mi novela quise titularla primero Ciudad Enferma, con el subtítulo de Veinte años de vida en diez minutos, luego La Niña del diablo fuerte, en alusión a una de las protagonistas, Lucía Goicochea, quien en su niñez y adolescencia se había aficionado al trabajar la madera, a darle forma y moldearla, e incluso retornaba a esta noble afición cada vez que se sentía sola o desolada, que por otro lado, es algo que a mí siempre me ha fascinado, al igual que la talabartería. Jugando con estos títulos, escribí algunos otros, como me sugirieron amigos mayores, pero de pronto, una madrugada en que no podía conciliar el sueño, se me apareció así el nombre, La Ciudad de los Culpables, a la vez que hacía juego con el apellido del autor y así quedó. Ya luego, a un nivel más racional, se me ocurrieron varios correlatos a este título. Siempre he pensado que existe un inconsciente psico histórico que para bien o para mal (des) estructura a las ciudades. La ruptura del equilibrio biológico-emocional (o espiritual) producida por la violación histórico-social que nos dio origen ha causado una pérdida del sentido de la función en el conjunto de la cultura a la que pertenece la ciudad que habitamos. Me explico: Lima es ya una megaurbe en la que malviven casi 10 millones de seres humanos procedentes de todo el Perú, pero fundamentalmente de la sierra. Lima se define por la migración. Los migrantes y sus descendientes han —hemos— configurado una ciudad que a la vez nos devuelve tramposamente el vuelto. Traemos un back ground ancestral: memes y genes se entremezclan caóticamente en una polis que hace mortal metástasis en un medio preñado de carencias y una infraestructura bastardeada —asentamientos humanos miserables, pistas y veredas llenas de huecos y basura, parques sin árboles, servicios de agua, desagüe y telefonía colapsados, parque automotor viejo y monstruosamente tóxico, choferes de combi asesinos, taxistas asaltantes, policía corrupta, barras bravas y pandillaje pernicioso, barrios rodhesianos como Chacarilla o Asia, todo configura el caos— mantenida por una estructura centralista políticamente y corrupta en todos sus estamentos, desde el tombo que te pide coima porque envidia tu carro hasta el presidente de la República que participa solapa en negociados de gas y petróleo. El hombre que crece en estas ciudades está confundido, pervertido y corrompido. Es un hombre que carece de espiritualidad y que respira de manera inconsciente: ergo, no es dueño de su voluntad ni de sus acciones, las que son manejadas por los que dirigen los medios masivos de comunicación. Estas ciudades se han vuelto entonces ciudades confundidas. ¿Cuál es la psique que configura esta polis? ¿Cuál es el mundo psíquico, o mejor submundo psíquico del habitante de estas ciudades confundidas, como muchas de las megaurbes sudamericanas? ¿No se te ha ocurrido relacionar esta atrofia espiritual con la terrible cifra de accidentes de tránsito que ocurren a diario en Lima o con la anomia de los neolimeños frente al abuso y la corrupción que campean en el país?
En todas las grandes culturas cada ciudad formaba parte de una red de polis. Y el incario no era excepción. Cada ciudad tenía en el entramado de urbes una misión material específica (política, social, productiva, militar) y también espiritual. Cuando el tejido hace necropsia, las ciudades se pudren y la cultura y los individuos generados en ellas enloquecen. No saben cuál es su origen, no saben —o fingen no saber— quién es su padre ni quién es su madre. No es casual que la identidad genérica de Lima sea femenina, como lo evidencia su música, arte, letras y comida, ahora tan privilegiada gracias a la astucia de la burguesía nativa. Lima es una ciudad-mujer-joven y facilona, veleta y aficionada a aderezar potajes rijosos, que desprecia a su madre y tiene dudas sobre su padre. Su madre fue abusada primero por un español borracho y analfabeto, luego por un inglés flemático y enfermizo y ahora malvive con un norteamericano pederasta y cocainómano. Por eso Lima mira atolondrada cual putita barata a la ciudad-cortesana Miami, pero no vuelve la vista a las ciudades del interior, que es de donde viene el cambio. Lima, al igual que las mestizas de las primeras épocas, al igual que el prosti-vedetismo —que promovió el liberalismo fujimonte-cinismo— y que se ha instalado en el imaginario colectivo cholo, se desarrolló para recibir a los invasores. Primero a los españoles, luego a los ingleses y ahora a los norteamericanos. Ya lo dijo alguien: sierra macho, costa hembra, selva madre. Lima hembra asesina a la selva. Lima hembra desprecia a su madre serrana. La llama despectivamente india y cuando una hija desprecia a su madre, no bebe de ella, carece de fuerza interna y está condenada a repetir su destino. Lima hembra desconoce al padre, a las ciudades del interior, a la cultura prehispánica, y se refugia en la narcosis de las drogas. Lima hembra prefiere al padrastro que la desprecia y tiraniza. Históricamente, su origen está relacionado con el servilismo y la funcionalidad para fines de los invasores: poderes públicos, centralismo político, militar y religioso; jerarquías sociales, narcotráfico y prostitución, todo sigue revuelto y reconcentrado en Lima.
El desequilibrio biológico-emocional del que habló Antonio Díaz Martínez en Ayacucho, hambre y esperanza, ha hecho que nuestra psico-historia pierda el rumbo y que la megapolis llamada Lima, ciudad de culpables, sea ahora variante de una mujer desdichada que busca, en la narcolepsia de la cocaína, la fuerza masculina que no tiene. No es casual que sea en las clases dominantes en donde se encuentre el mayor porcentaje de varones cocainómanos (desprecian a la madre, no tienen la fuerza masculina del padre) y que tanto en Lima como el Callao —en general la costa peruana— haya logrado mayor votación el varón más inseguro de su masculinidad que hemos tenido en la presidencia en las últimas décadas: un gigoló inescrupuloso y ambiguo que no duda en hacerse de las mujeres de sus correligionarios, que se presenta en la televisión como padre ejemplar, obligando a la mujer oficial a aparecer junto al hijo habido en otra y luego ordena tirotear a todo un pueblo en la selva: pura fanfarronería fascista rayana en la histeria para suplir la auténtica fuerza masculina de la que carece. Por eso la militarización, las dosis extremas de violencia masculina expresadas en las drogas fuertes, el american way of life de las series familiares de Yankilandia.
El papel de la mujer en tu novela es de fuerza y lucha, no es ente decorativo, ni pasivo.
Es que sinceramente yo me encuentro harto de esas figuras de mujer prefabricadas que nos venden la televisión y las canciones de moda, las baladitas fresa y las porquerías de miniseries nacionales. Yo estaba, estoy, seguro que existen mujeres que sin estar revueltas contra la belleza o el afeite, sin rescindir de su condición de hembras, son además seres conscientes de su rol en el mundo, que ya no solo como mujeres, sino ante todo como seres humanos. Esas mujercitas arquetipo de la pituca mononeuronal o la izquierdista oenegera habitúe barranquina, trovera y progresista, pero que asquea de los conos y la piel cobriza, ya pasaron al olvido. La mujer ahora debe ante todo estar consciente de que al igual que el hombre es manipulada por un sistema productivo que controla hasta las horas de las que dispone para hacer el amor y que es en su vientre y en su corazón en donde se gesta el destino de la humanidad. Luego que vengan los discursos de género, el escribir diciendo los, las, nuestros, nuestras, ellos, ellas y demás cojudeces de feministas aturdidas por la ausencia de un buen tallo de jade que las sacuda de su medianía burguesa.
Miguel Gutiérrez ha comentado tu libro antes de que salga a la luz. ¿Cuál es tu apreciación sobre él, quien viene desarrollando la crítica y la novela de alto nivel?
Miguel Gutiérrez es un grande en el Perú, en España o en la China. Sólo puedo decirte que es tal vez el escritor peruano más grande de los últimos tiempos, injustamente postergado, debido solo a su incorrección política. Recuerdo que hace años, cuando preguntaba por sus obras en Grau, nadie lo conocía. Incluso los libreros me ofrecían, cuando insistía, las obras de Gutiérrez, pero las de Gustavo, el de la Teología de la Liberación. Cosa rara, la calidad inocultable de su obra narrativa no ha podido ser soslayada y las propias editoriales del sistema pelean ahora por publicarlo. Allá los intonsos que lo condenan por publicar en “editoriales capitalistas”. Su obra narrativa y sus ensayos, polémicos, lúcidos y divertidos, perdurarán en el tiempo.
Con respecto a Miguel Gutiérrez, se ha generado mucha polémica, primero, porque incluyó a Abimael Guzmán como un intelectual importante en su libro de La generación el 50, incluso Ivan Thays hizo comentarios fuertes contra Gutiérrez; segundo, porque publicó su última novela con Alfaguara, dado que este representa el imperialismo de alguna forma.
Efectivamente, he releído hace poco ese texto que considero fundamental, La Generación del Cincuenta. Lo hice a raíz de una crítica maledicente del pobre Thays. Es cierto, Gutiérrez incluye a Abimael Guzmán en su condición de intelectual y miembro de la Generación del Cincuenta. Eso es lo que generó el mayor encono y la rasgadura de vestidura de los popes de la cultura criollo-burguesa. Pero como el mismo Gutiérrez aclara, Guzmán es un intelectual. Es filósofo, abogado e ideólogo. Apasionado y equivocado y para mí, arrugón, pero un intelectual a fin de cuentas. Quizá si Abimael hubiera muerto con un fusil en la mano disparando al enemigo como Allende o Ernesto Guevara, otro hubiese sido el destino del Perú. Solo atinó a decir: “Me tocó perder”. Rodeado de mujeres en una cómoda mansión rodhesiana, se dejó coger como un mínimo viejo, mientras miles de muchachos se inmolaban en los montes o siguen pudriéndose en las cárceles. Pero, volviendo a tu pregunta, si coincidimos en que una generación está conformada por la totalidad de coetáneos que nacieron en un mismo momento histórico y comparten determinados ideales en relación a la sociedad a la cual pertenecen, no veo por qué razón no incluir a Guzmán junto a intelectuales y luchadores como Luis de la Puente Uceda, Juan Pablo Chang, Guillermo Lobatón e incluso, como anota Miguel, figuras controversiales como Hugo Blanco, Héctor Béjar o Ismael Frías. De allí a señalar a Miguel, como pretendieron algunos críticos y analistas, como el torpe Alonso Alegría, el ser cómplice de los setenta mil muertos que consigna la CVR y sorprenderse de que no haya dado con sus huesos en la cárcel, solo denota prejuicio, odio y envidia cochina. En el prólogo a la nueva edición Miguel hace una reflexión certera sobre este tema: si, como dice Mao, la práctica es el único criterio de la verdad, entonces la contundente derrota revela que la línea ideológico-política, la estrategia y las tácticas que él impulsó y desarrolló fueron erróneas o incorrectas. Lo que me jode es que Abimael esté preso, pero los otros genocidas que dirigieron la guerra interna, y no sólo quienes cumplieron órdenes, estén libres y dando cátedra o gobernando: Belaúnde murió en su lecho, Fujimori está en cárcel dorada y pacta por lo bajo con lo más infame del APRA para hacerse del poder mediante su horrenda hija en el 2011 y el genocida Alan García dirige nuevamente y en complicidad con la ultraderecha, un país que cree ilusamente en el desarrollo capitalista.
Finalmente, ¿qué proyectos tienes como escritor?
Vivir, vivir y vivir. Leer, leer y leer. Escribir, escribir y escribir. En ese orden. Está en prensa Discursos contra la Bestia Tricéfala, a tres manos con Delgado Galimberti y Rodolfo Ybarra. Está en prensa No todas van al paraíso y trabajo en una novela que cuenta al Cusco y a Lima nuevamente, al turismo “vivencial” y a los genocidas IDF del ejército judío que después de matar palestinos en Gaza vienen a Sudamérica en trips esotéricos para curar las heridas de su alma tomando ayawaska.