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LA «BANDA» DE LOS PERUANOS

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Con este titular se publicó esta semana en el diario La Vanguardia, de España, un artículo dedicado a lo que fue la “I Bienal de Novela Mario Vargas Llosa”. El autor de la nota recurre a tópicos absurdos y anacrónicos (el penoso “debate” entre “andinos y criollos” que terminó en un lamentable acto en Madrid a mediados de la década pasada), y consigue el testimonio de dos autores peruanos que viven hace más de 30 años en Europa: Fernando Iwasaki y Jorge Eduardo Benavides, cuyas opiniones son aún más tristes.

No creo, como han reseñado un par de blogs, que sea un artículo lamentable, creo sí, que es vergonzoso desde el titular, y que la aclaración que hace el escritor Carlos Yushimito no solo es justa sino además necesaria: Mario Vargas Llosa es un gran escritor, qué duda cabe, pero antes y durante su carrera literaria han existido y existen enormes escritores. Para el autor del artículo, la entrega del Nobel en 2010 es algo así como “fundacional” en nuestra literatura, como si Vargas Llosa fuera el primer Adán en el paraíso salvaje de un Perú donde lo andino y lo selvático no existen. Donde los poetas jamás relampaguearon el cielo y donde Arguedas es poco más que un resentido con mala suerte. Una pena.

Foto: La Vanguardia.

Dice el artículo de la Vanguardia:  «La banda de los PERUANOS (escrito por Xavi Ayén, enviado especial).

Lima no es estos días la horrible, como la bautizó Sebastián Salazar Bondy en un libro mítico de 1964, sino la efervescente. Y de eso tiene buena parte de culpa el premio Nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, quien en vez de retirarse a sus aposentos creativos, ha invertido la capacidad de arrastre con la que le invistió la Academia Sueca en poner a esta ciudad en el mapa, con una iniciativa que la convierte por unos días en la capital de la literatura latinoamericana.

Cuando Herman Melville llegó a Lima, impresionado por la garúa y la imposibilidad de ver el horizonte a causa de la niebla, decidió situar en ella una parte de su Moby Dick. Estos días, sin embargo, un sol radiante y un cielo despejado saludan a la I Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, un certamen que se celebra hasta hoy jueves –madrugada del viernes en España–, y que tiene su atractivo, más allá de las mesas redondas, en el nuevo premio de novela que distinguirá la mejor obra en español publicada en los últimos dos años.

Escritores de varias generaciones de una decena de países conforman, en los debates, una panorámica global de la narrativa en castellano. Ponencias y charlas sobre cómo afectan a la lectura las nuevas tecnologías o la violencia, o el poder creciente de la no ficción en las preferencias de los lectores –excepto en España, de momento– se van sucediendo mientras el jurado presidido por José Manuel Blecua, el director de la Real Academia Española (RAE), delibera cada día –de verdad– sobre cuál de los tres finalistas resulta más merecedor del premio.

En el Museo de Arte Contemporáneo de Barranco, varias generaciones de autores peruanos se abrazaban a Vargas Llosa, como tributo al hombre que ha contribuido a darles visibilidad. Fernando Iwasaki –que reside en Sevilla– recuerda la tradicional distinción entre autores urbanos e indigenistas: “Ha habido siempre narradores mirando más hacia los Andes, con una reivindicación de José María Arguedas, Manuel Scorza o Ciro Alegría”. El indigenista Arguedas –que se suicidó en 1969– era blanco pero creció entre los indios tras ser maltratado por su familia. Vargas Llosa ha representado para algunos el otro polo, el urbano y cosmopolita, pero lo cierto es que también puede verse como una síntesis en el sentido de que su narrativa funde y explica los tres Perús: la costa (urbana), la sierra (rural) y la selva.

“Durante los años noventa –prosigue Iwasaki– los autores andinos tuvieron una serie de dimes y diretes con los costeños. Ahora está superado. Todo cambia a raíz del Nobel a Vargas Llosa del 2010. Ese premio ha tenido un efecto bienhechor sobre la literatura peruana. El mundo tiene ahora curiosidad por saber lo que se escribe en el Perú. Todos gozamos de una visibilidad nueva, incluso los autores anteriores a él, que se ven como el linaje del que proviene. Además de aquellos ya conocidos, sería estupendo que también se leyeran fuera del país los libros de Peter Elmore, Carlos Herrera Ricardo Sumalavia o Enrique Planas, entre otros”. Jorge Eduardo Benavides añade a la lista a Gustavo Rodríguez y Javier Arévalo.

Para Benavides, “la literatura sobre la violencia fue hegemónica durante mucho tiempo. En 1980, empezó el terrorismo de Sendero Luminoso, que la haría nacer. Fueron años de pugnas entre los andinos y los criollos, estos últimos blancos y cosmopolitas. Los primeros creían tener la visión correcta del conflicto y hasta Abril rojo de Santiago Roncagliolo fue criticada, como si un criollo no pudiera tratar el tema del terrorismo. Piensen que hubo 70.000 muertos, y que Sendero estuvo a punto de entrar en Lima y hacer caer al gobierno, nosotros hablamos de ‘la guerra’”.

¿Y los jóvenes? “Se alejan de cualquier bando –resume Benavides–. Su literatura es menos política, puede suceder en cualquier lugar y, de hecho, con ellos resulta absurdo utilizar el concepto de literatura nacional”. Jeremías Gamboa –con su vigorizante Contarlo todo–, Roncagliolo o Carlos Yushimoto son tres de los nombres más citados.

Javier Cercas es uno de los invitados estrella de esta Bienal. Cuenta que saca nueva/vieja novela para antes de Sant Jordi: se trata de El vientre de la ballena (Mondadori), original de 1997, sobre un profesor ayudante de literatura que engaña a su esposa con un amor de adolescencia, produciendo un encadenamiento de sucesos que construirán una pesadilla. “En realidad es casi otra obra, porque la he reescrito. Básicamente he limpiado, he quitado muchas cosas”, cuenta.

La presencia de escritores de tantos países hace, inevitablemente, recordar el boom de los ños sesenta y setenta. La editora de Alfaguara, Pilar Reyes, reconoce que la última vez que hubo un mercado común de libros en español “que vendían enormes cantidades en todos los países” fue con esos chicos, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar… y que aún hoy se está intentando recuperar esa onda. Benavides constata la triple dirección de las actuales olas migratorias de escritores: “Hoy, España, Francia y EE.UU. son los destinos preferidos”.

Gabriela Wiener, que vive en Madrid, es una de las exponentes del auge de la crónica, la corriente de moda: escribir no ficción con la misma ambición literaria que una novela. Iwasaki no cree que “como se dice tanto, le debamos nada a The New Yorker. La crónica en español tiene una tradición tan o más rica que en inglés. Me puedo remontar a Edwards Bello, Rubén Darío, Nájera, Camba, Wenceslao Fernández Florez, Chaves Nogales, Josep Maria de Sagarra, Perucho, Pla… O a otros catalanes como Sebastià Gasch. No le debemos nada a Tom Wolfe o Truman Capote, más allá de los buenos momentos que nos han dado al leerlos”.

Uno de los debates en boga es si el libro en papel va a sobrevivir. Algunos sostienen que las nuevas tecnologías y la vida moderna impiden disponer del tiempo y la concentración necesarias para leer como se hacía antaño. Sergio Vilela divirtió a la audiencia mostrando experimentos exitosos: la editorial argentina Eterna Cadencia puso a la venta novelas cuya tinta se borra a los dos meses, para forzar a los lectores a leer (los estudios dicen que un 60% de los libros comprados no son finalmente leídos) y mostró un vídeo con todas las posibilidades que ofrece la tecnología a los lectores, desde comprobar la fidelidad de las fuentes a crear clubs de lectura o incluso participar en el contenido de la historia.

Foto: FIL Guadalara.

Escribe Carlos Yushimito:

En primer lugar, la visión de la literatura peruana que presenta el autor de esta nota es de una parcialidad tan vergonzante, que me pregunto si verdaderamente se documentó algo antes de escribirla. El panorama de la aparente, cómoda, irreconciliable dicotomía que nos fractura ideológicamente como país, queda resumida en los siguientes términos que reproduzco a continuación:

«El indigenista Arguedas –que se suicidó en 1969– era blanco pero creció entre los indios tras ser maltratado por su familia. Vargas Llosa ha representado para algunos el otro polo, el urbano y cosmopolita, pero lo cierto es que también puede verse como una síntesis en el sentido de que su narrativa funde y explica los tres Perús: la costa (urbana), la sierra (rural) y la selva.»

Ya. O sea que Arguedas es tan solo, para la suficiencia del perfil que presenta el autor, un «indigenista», un suicida, una especie de tarzán maltratado entre indios; mientras Mario Vargas Llosa, en “el otro polo”, es todo lo demás, casi una realización armónica del Perú nacional. ¿»Urbano y cosmopolita» no parece bordear aquí, además, al esclerótico prejuicio de lo “civilizado”? ¿Puede decirme alguien, por favor, que no llevo casi diez años leyendo y releyendo y admirando a ambos, a Arguedas y a Vargas Llosa, en vano? ¿Cómo dejar, pues, que queden reducidos a esta confrontación tan idiota?

Fernando Iwasaki rememora la polémica entre escritores «andinos» y «criollos» de hace una década y sostiene que dicha batallita «ya está superada». Añade: «Todo cambia a raíz del Nobel a Vargas Llosa del 2010. Ese premio ha tenido un efecto bienhechor sobre la literatura peruana. Todos gozamos de una visibilidad nueva, incluso los autores anteriores a él, que se ven como el linaje del que proviene.» Con todo respeto, y saltándome el entusiasmo tan poco crítico del que hace alarde Fernando, pero ¿es gracias a Vargas Llosa que conoce ahora el mundo a Vallejo, a Martín Adán, a Ricardo Palma y al Inca Garcilaso? ¿De qué linaje hablamos acá?

Si se habla de los efectos comerciales, no dudo que innegablemente positivos que puede generar un premio Nobel con respecto al resto de sus colegas, ¿no es sintomático, por otra parte, que nadie mencione aquí ni a Miguel Gutiérrez ni a Edgardo Rivera Martínez, los dos mejores autores que ha dado este país en los últimos cuarenta años? Pregunto nomás: ¿Quién los lee fuera del Perú? ¿Quién los menciona en la prensa extranjera? ¿Por qué razón, si todo está superado, el balance debe ser tan abiertamente sesgado?

Jorge Eduardo Benavides afirma luego, refiriéndose a la literatura de la violencia política, y sacando nuevamente a colación la (¿ya superada?) pugna entre «criollos» y «andinos» (qué manía de sacar este tema si ya lo tenemos superado): «Fueron años de pugnas entre los andinos y los criollos, estos últimos blancos y cosmopolitas. Los primeros creían tener la visión correcta del conflicto y hasta Abril rojo de Santiago Roncagliolo fue criticada, como si un criollo no pudiera tratar el tema del terrorismo.» ¿Debo entender que, implícitamente, por oposición, los otros son negros o grises y nacionalistas? ¿Cuál es la oposición que se traga la elipsis o la edición del autor de la nota?

Llevo mucho tiempo estudiando el cosmopolitismo como para no encontrar el uso de este concepto, en boca de Benavides, bastante anticuado e inexacto. Solamente hace falta leer a Appiah -en realidad, los avances en la filosofía y las ciencias políticas de por lo menos las dos últimas décadas alrededor de ese concepto- para saber que el cosmopolitismo es una práctica política, pero sobre todo una práctica ética. No tiene allí absolutamente nada que hacer la raza, que es tan solo una de tantas identidades operativas en la construcción de los sujetos. Una persona cosmopolita es, no la persona que habla muchos idiomas, no la persona que viaja por todo el mundo, no la persona universalmente erudita, no la persona que posee múltiples nacionalidades, sino aquella que acepta tanto su diferencia e individualidad como las ajenas. Es decir, alguien educado en la sensibilidad suficiente para respetar y comprender la diferencia. Por lo tanto, un cosmopolita es también aquel que hace el intento honesto por entender el mundo andino, así como por incluir a los miembros de comunidades indígenas como realmente iguales, y me refiero aquí a su cultura y a sus derechos ciudadanos.

La enumeración que hice antes, la suma de actitudes que acompañan una apertura al mundo, debería ir en la teoría acompañada de una sensibilidad mayor. Pero no siempre ocurre así. Yo conozco a mucha gente que le ha dado la vuelta al mundo un par de veces y sigue siendo lo bastante cretina, conservadora y racista, como para no merecerse lo que ya hace siglos iluminó el corazón de Diógenes y los cínicos griegos. ¿Qué está diciendo Benavides aquí con respecto a los “criollos”, a quienes define como blancos y cosmopolitas? He leído Abril Rojo y me parece todo menos un texto cosmopolita; es por el contrario un texto poco empático y con poca voluntad para entender el espacio que narra (así como tampoco lo es, dicho sea de paso, Lituma en los Andes).

Por favor, ya basta de seguir utilizando mal el término cosmopolita. A lo que se refiere la gente, por lo general, es al privilegio económico y a la consiguiente facilidad que obtienen para desplazarse o circular globalmente las personas que lo poseen; a cierta facilidad para deslocalizarse cultural y territorialmente. Eso, como ya dije, no quiere decir nada. Uno puede ser un rotundo cabeza hueca, un egoísta que se mira el ombligo.

La nota sigue: «La presencia de escritores de tantos países hace, inevitablemente, recordar el boom de los años sesenta y setenta.» Señor, ¿qué cosa fue el Boom para usted? ¿Fue tan solo una bomba comercial? ¿Un cenáculo plurinacional?

Finalmente (y lo menos importante) porque se me nombra (o eso creo) hago una ligera puntualización: mi apellido no es Yushimoto, sino Yushimito. El apellido de mi abuelo era Yoshimitsu, y aunque eso es algo que el autor de esta nota no tiene por qué saber, tampoco (supongo) ha tenido la intuición suficiente para devolverme a una fonética aparentemente más auténtica. En estos tiempos en que Internet alivia el trabajo a los perezosos no cuesta tanto trabajo verificar los datos. A menos que la información que se consigna públicamente, de manera irresponsable a veces, sea tan solo el resultado de la indiferencia o de la más superficial contumacia.

 

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