Uno
Un antiguo reportaje televisivo al rock subterráneo de los ochenta, hecho por Patzy Adolph para canal nueve, mostraba a un joven furibundo gritando que todo era una basura, ante el asombro del presentador en set y toda una teleaudiencia que no podía entender qué estaba ocurriendo realmente con esta generación, y qué tenía que ver el terrorismo con los “vándalos” roqueros que asomaban sus quijadas y mostraban los dientes a un mundo que no solo despreciaban, sino que, como decía la canción de Narcorsis, había que “destruir para volver a construir”, así sea con los puños arriba, la estridencia musical o la belleza de lo feo o lo grotesco, como apuntaba Umberto Eco en uno de sus ensayos: voces guturales, acordes mal tocados, cabellos mal cortados o cortados con chaveta al rapé, chancabuques, marrocas, cadenas, chalecos rotos, camisas y pantalones que ni el ropavejero quería reciclar.
Dos
El 28 de julio de 1980 asumió el gobierno el arquitecto Fernando Belaunde Terry, quien se impuso al aprista Armando Villanueva del Campo. De esta forma retornaba la derecha disfrazada de “demócratas” que fue derrocada durante el gobierno militar de Velasco Alvarado en 1968 por entregar el país a las empresas extranjeras y cuyo “contrato” con la IPC sería un escándalo nacional. No nos olvidemos que la mayor cantidad de muertos en la guerra interna y crímenes de lesa humanidad se dieron durante este gobierno acciopopulista que tenía como ministro de economía y finanzas a Manuel Ulloa que ostentaba el título honorario de “príncipe”.
Se supone que con la constituyente de 1978 y las elecciones convocadas por Morales Bermúdez, todo volvería a su cauce normal. No obstante, leyes y disposiciones ejecutadas en el militarismo habían arrinconado a los jóvenes: se había prohibido hablar inglés en las universidades e institutos, las carreras técnicas incluidas en los colegios no priorizaba al arte y ser músico de carrera era poco más que un imposible.
Santana, un grupo emblemático de Woodstock y de esa época fue expulsado del país e impedido de tocar en suelo peruano. A todo ello se había prohibido la importación de instrumentos musicales, guitarras, bajos, amplificadores, efectos, etc., etc., brillaban por su ausencia y quienes querían dedicarse a ello, tenían que hacer las de Mandrake. A esto se sumaba la pobreza y la miseria en que estaba sumido nuestro país.
La inflación de los ochenta que se agudizó con el primer Alan García, recién estaba empezando a mostrarse como un enemigo difícil de enfrentar y como un carburante para la explosión social que ya muchos analistas veían como otro Vietnam o Camboya. Hecho que se coronó cuando el congreso norteamericano determinó que el PCP-SL era el principal enemigo que había que combatir y que la democracia en Latinoamérica y en el mundo peligraba por esta organización político-militar que se movía en la clandestinidad, en las universidades, los sindicatos y en el campo cuyo escenario y centro principal sería Ayacucho. “Ayacucho, centro de opresión”, cantaba, a voz en cuello, el grupo Kaos.
Tres
Avenida Larco es el último musical de Tondero, una gentita, dizque publicistas liderados por Miguel Valladares, que busca fraguar la historia peruana a como dé lugar, para vendernos un producto light, edulcorado y a gusto del cliente (léase espectador) de lo que fueron los ochenta y los noventa en el Perú. Y para ello, se valen de canciones a modo de karaoke, pegadas o mal cosidas como si fuera un Frankenstein o un mantel cuyos retazos importan siempre y cuando solo sirvan como parche para cubrir la mesa de la realidad.
La fórmula es simple y para eso cuenta con un guion infantil, desglosado o desprendido de la obra de teatro de Giovanni Ciccia y la dirección de Jorge Carmona del Solar, en la que un grupo de muchachos blancos miraflorinos buscan ganar un concurso de rock moviéndose en escenarios de Miraflores, El Agustino y la Plaza de Acho.
Las coreografías copiadas a Fama, de Alan Parker (1980); Flashdance, de Adrian Lyne (1983); Footloose, de Herbert Ross (1984); y hasta Fiebre de Sábado por la noche, de John Badham (1977), con un poco del “dance callejero” de Vania Masías a lo Bollywood, aburren sobremanera, al igual que la actuación de los “actores”, estereotipos del pituco limeño que pensaban que el “terrorista” tenía las facciones físicas de su empleada doméstica o del “janitor” que limpiaba sus baños, cuestión que ya se vio con creces en Tarata (2009) de Fabrizio Aguilar, interpretada pésimamente por Gisela Valcárcel. Y también en No se lo digas a nadie (1998) y Tinta Roja (2000,) de Francisco Lombardi (1998); y Dioses (2008), de Josué Méndez.
Lo cierto es que en Avenida Larco, “Pedro” es el músico agustiniado que encarna al cholo, hijo de migrantes asentados en la periferia de Lima, y que, encima de pobre, es “maricón” y cuya única luz del pozo, al parecer, es enamorarse del músico blanquiñoso que lo sacará de su realidad al modo de La Cenicienta. Obviamente este “cholo”, interpretado por André Silva, ha pasado el casting, y se muestra fornido, sin guata, con dientes blancos y perfectos que brillan en el ecran, muy distantes por ejemplo del estereotipo de “Cachuca”, líder natural de los Mojarras que hasta ahora vive a dos cuadras del hospital Bravo Chico, toma emoliente de carreta y camina por el jirón Quilca.
Cuatro
Avenida Larco, título extraído a una canción del grupo Frágil, es un tema que le canta a las clases pudientes limeñas, a su esplín, sus chicas rubias o pelipintadas, los surferitos de la playa Redondo y sus borracheras y mariguaneadas en el parque Kennedy o en el otrora Parque Salazar donde se solazaban los antiguos roqueritos que le entonaban sus nostalgias a Miami, al Caribe o a sus vidas larvarias mientras esperaban que sus padres los enviaran a estudiar al extranjero o los sacaran del país lejos de los “cholos de mierda”. Eran los tiempos en que la migración interna se agudizaba, los pobladores de la sierra huían de las matanzas y los cerros limensis como el San Cristóbal, El Pino o el 3 de Octubre, etc., se empezaban a poblar (El Desborde Popular, Matos Mar); y donde ser cholo no solo era motivo de vergüenza sino de mofa, de bullyng y bastardización y estigma social. Pues bien, siguiendo con esto, Frágil no solo es un grupo de rock supuestamente progresivo sino que, desde un principio siempre tuvo claro el motivo de sus canciones aburguesadas o aburguesantes, por ello, quizás, la grabación original corrió a cargo del broadcaster de dudosa reputación: Genaro Delgado Parker, con su sello PANTEL y canal 5, quien también financió, en esos años, el vídeo cuyo título original rescata esta película. Y como dato añadido debemos decir que Dulude, frontman de esta banda, también fue corista de Rulli Rendo. Así que si se quiere buscar el inicio de la madeja se debería empezar por esto.
Cinco
Criticar esta película sería muy fácil para cualquier comentarista iniciado de cine, si no se hiciera mención a todo un soundtrack que no solo son canciones de una época sino que detrás de todo ello hubo un movimiento juvenil que, junto a otros sectores avanzados de la sociedad, intentaron encarar la miseria humana y el fuego cruzado en el que estábamos sumergidos.
La otra razón por la que se dificulta esta crítica es porque aquí, en este musical, se está intentando falsificar la última historia del Perú poniéndole incluso un epígono en la que todos los actores, músicos y demás personajes secundarios salen reclamando por la muerte de un amigo, cuando es claro que, si alguien recuerda, los disparos en Rock en río Rimac, en 1985, contrabandeados en esta película de marras, fueron hechos por la misma policía en el momento en que Narcosis interpretó Sucio policía verde. Hecho que los productores han querido aprovechar para mostrar la caricatura de unos terroristas que aparecen con bombas en la mano (al modo de El Agente Secreto de Joseph Conrad y los anarquistas del siglo XIX) y lo lanzan al escenario, ametrallando, de paso, al baterista “Miki” (Andrés Salas).
Lo ridículo de esta escena para nada creíble, ni siquiera como ficción, es que detrás de esa bruma de dolor, llanto y conmiseración humana, no hay una posición clara con respecto al papel de la policía: la Guardia Civil, la Guardia Republicana, la PIP o los “sinchis” y los Llapan Atic encargados de combatir la subversión en esa época y aplicar “tierra arrasada” como lo establecieron los mandos militares de esa época, tal y como dijo el carnicero Cisneros Vizquerra: “si para matar a dos o tres terroristas hay que matar a veinte campesinos, está bien”; y, claro, cómo no, el negro papel del Estado o el papel de la burguesía compradora y la burguesía burocrática en todo este tramado.
Y cierto, como dicen muchos, es solo una película y no le debemos pedir más de lo que puede dar, cuando es claro que lo que se busca es vender, no importa si el producto no dice la verdad o solo quiere mostrarnos un rato de divertimento, de nostalgia falseada y lágrimas de cocodrilo donde nadie se acordará realmente de todos los miles de asesinados y menos de todos esos grupos subterráneos caneados y/o también muertos como la gente de Polución Nocturna, Sociedad de Mierda, Masoko Tanga, Eutanasia, etc., etc.
Seis
No es de extrañar entonces que Avenida Larco sea una película que venda y que disfrute de cierto éxito comercial. Quizás lo lamentable sea ver a un Daniel F cincuentón, cantando “al colegio no voy más” y vendido en cuerpo y alma a todo aquello de lo cual denostó en un momento cuando vivía en la Unidad Vecinal de la av. Colonial y fungía de líder de la onda subterránea conspirando desde su fanzine “Tarántula”.
O al personaje “Wicho”, doppelganger del otro Wicho de Narcosis, que luego afinó su voz, le puso delay, se cambió de ropa y fundó un españolizado Mar de Copas para su público barranquino, al igual que “Pelo Madueño” que creo su Liga del Sueño para un público más “normal” y con más plata que pueda pagar sus discos.
O a ese triste grupo Río sin mayores méritos, al modo del jardinero de Kosinski, cuyas canciones poperas eludían olímpicamente el momento que estábamos viviendo: “Estar en la universidad cosa de locos”, “Contéstame”, “Lo peor de todo”, etc. Cuando no escuchar a Los No sé quién y los no sé cuántos con un Raúl Romero que justificaba las matanzas de La Cantuta y de Barrios Altos diciendo que ese era el precio que había que pagar para encontrar la paz.
Eso sin olvidar también que este señor se reunió con Vladimiro Montesinos quien le ofreció un millón y medio de dólares para que le sirva de corifeo al reptil Alberto Fujimori. Lamentable por todos los amigos que salen en el “cameo” o “pantallazo” y que se prestaron para este juego, esta otra triquiñuela de los que intentan vender sebo de culebra a las nuevas generaciones, a los que les contaron mal toda esta historia o los que creen que son los herederos del rock subterráneo y solo piensan en ganar en “Yo soy” o cumplir sus sueños de opio (o de pasta) presentándose de teloneros de algún grupo mainstream en el Estadio Nacional.
Siete
Después de todo, El Anti, el muchacho que gritaba que todo esto era una basura –y que apuntamos al inicio de este artículo–, estudiaba en una universidad limeña y tuvo problemas para acabar la carrera, finalmente se convirtió en realizador de videos subterráneos. Quizás si le hubieran dado la cámara a él, cuando era un adolescente, lo que hubiera filmado no sería una “Avenida Larco”, sino un “Derecho a Protestar” de la banda TBC o tal vez un “Púdrete pituco de mierda” de S. de M. y de ningún modo hubiera contado con los auspicios del banco BBVA o la transnacional ADIDAS.
Mientras tanto, solo nos queda revisar el documental Grito Subterráneo, de Julio Montero o el sinnúmero de fanzines y volantes que se movían, de mano en mano, por esa época, recuperar esas voces a las que ahora les quieren hacer un doblaje, o esperar dizque la película Jirón Quilca donde una de las leyendas vivientes del rock and roll local tendrá el rol protagónico y con justa razón: César N. Nos vemos en el estreno, en diciembre de este año.