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Justicia poética, o la necesidad de un grito

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Ya han pasado 6 años desde el asesinato de la poeta y activista mexicana Susana Chávez, defensora de los derechos de las mujeres, quien había ganado reconocimiento por sus campañas, tanto físicas como en sus escritos, en contra de gran cantidad de homicidios y la violencia sexual ejercida contra las mujeres de ciudad Juárez desde 1993.

Mucha gente considera que la poesía es meramente un acto solitario de introspección, de auto exorcismo, y de cierta búsqueda metafísica personal. Para otras, la poesía se constituye un arma útil contra las injusticias, un lugar en donde impera la libertad de expresión y en donde se sienten libres de denunciar sin temor a los ardides y las represalias. Muchos hombres y mujeres poetas nos recostamos en ella, confiando que bajo sus alas estaremos seguros, y que tras sus imágenes literarias, no hay cabida para que oculten los peligros ni las inseguridades. Pero ¡qué equivocados estamos!

Bastantes han sido los representantes de la poesía con el talento suficiente para usarla como medio de denuncia, para olfatear  la hipocresía y la doble moral, la desigualdad y la corrupción y que, por este «don» corren el riesgo de ser censurados, vilipendiados, apresados, exiliados y en el peor de los casos, como ya se ha visto, asesinados. Esto pone de evidencia que la poesía no es una práctica tan inocua, como cree la gran mayoría.

Dada las presiones políticas y al activismo internacional, el gobierno mexicano se vio obligado a buscar los culpables del asesinato de Susana, conclusión de la policía: «Susana fue muerta abatida por tres adolescentes completamente extraños que conoció dos horas antes y quienes la invitaron a beber dentro de un domicilio cercano», segando así toda posibilidad de que su asesinato tuviera algo que ver con su activismo o con su poesía. Sin embargo, la postura de los defensores locales sigue siendo la misma: Susana fue ultimada por destacar en sus textos, la amplia red de injusticias contra las mujeres en su pueblo, encubiertas por las personas de poder de su entorno. Así es como nos callan a las y los poetas.

Difícilmente los autores de hechos como estos son sometidos a la justicia, y en la gran mayoría de los asesinatos de periodistas y escritores reina el encubrimiento y la impunidad, o peor aún, el olvido.

El periodista del Reino Unido, Cathal Sheerin, miembro de la organización PEN International, dijo durante uno de los actos celebrados por el Día Mundial de la Poesía que: «En las sociedades donde se restringe el papel de la mujer en la vida pública, las poetisas a menudo enfrentan el acoso, o situaciones viles, simplemente por atreverse a hacer uso de la expresión independiente de sus pensamientos en verso.» El comentaba que el riesgo que corren las mujeres poetas es casi siempre el doble, pues su poesía no sólo puede incitar la ira del patriarcado imperante, sino que también abarca el otro rol o la misión social con el que las mujeres están estrechamente involucradas: La promoción de la alfabetización de las mujeres con base en los derechos fundamentales de igualdad  y justicia, frente a la sociedad mayormente machista y que todo ello, perturba a quienes ostentan el poder y controlan toda libertad de expresión con acoso, encarcelamientos y violencia.

La difícil situación que han enfrentado muchas mujeres poetas en el pasado, se registra a lo largo de la historia.  Por ejemplo podemos citar el trabajo de la poeta modernista rusa Anna Ajmátova, caracterizado por su voz clara, donde se restringe su liderazgo femenino y un gran contenido emocional formulado bajo el régimen de terror de Stalin; según se cuenta, ella optó por permanecer en Rusia para actuar como testigo de las atrocidades a su alrededor. Cuando su hijo Lev fue detenido en 1938, Ajmátova quemó sus cuadernos de poemas y de ahí en adelante, memorizó todo su contenido y futuros poemas y los recitaba en lecturas privadas entre amigos de confianza solamente. Sus poemas se prohibieron, fue acusada de traición y deportada. En pocas palabras, ella también fue silenciada.

Aún en pleno siglo 21, las mujeres poetas siguen siendo acosadas por crear versos que van en contra de los valores sociales preestablecidos. En Afganistán, otro ejemplo, es la poesía Pashto, la cual ha sido durante generaciones la forma de rebelión para las mujeres.  Los Landai – o «, serpiente venenosa corta» como se traduce en Pashto, lengua oficial del país –han sido formas populares de poemas con dos líneas, muchos de los cuales denuncian el matrimonio forzado combinados con un toque de humor satírico. Cabe destacar que de los 15 millones de mujeres en Afganistán, sólo cinco de 100 se gradúan de la escuela secundaria y tres de cada cuatro, son casadas a la fuerza antes de los 16 años. La violencia allí es algo común, casi una acción natural para los maltratadores encima apoyada por leyes arcaicas que los encubren. Triste e inconscientemente, el maltrato también es aceptado por sus víctimas, en su mayoría mujeres que no tienen otra salida mas que someterse y callar. Todavía hay gente que se pregunta el porqué levantamos la voz y alzamos nuestro grito.

En 2005, la joven poeta Nadia Anjuman, un caso muy célebre a nivel internacional, murió después de una severa paliza propiciada por su marido cuando apenas contaba con 25 años de edad por haber publicado un libro de poesía. Esto es a penas una pincelada del horror que este tipo de sentencias nos causa y que no solo se ejecutan en estos países olvidados del mundo, sino también en nuestra Latinoamérica, donde las penas de muerte llevan otros nombres. De Nadia tan sólo nos quedan algunos poemas y la indignación de no haber podido evitar que casos como este nos persigan clamando justicia desde el otro lado.

Se dice que la sociedad literaria más grande para mujeres en Afganistán se llama Mirman Bahee, en Kabul. Las mujeres son libres de asistir, pero en las provincias rurales, alrededor de 300 mujeres miembros, se ven obligadas a asistir en secreto. Tales grupos han existido desde siempre, pero desde el auge del régimen talibán, han tenido que mantenerse en el anonimato. En 1996, un círculo educativo subterráneo llamado la Escuela de Coser Aguja de Oro, fue formado por las escritoras del Círculo Literario de la Universidad de Herat. Pretendiendo reunir las mujeres para coser y en su lugar, poder discutir, escribir y leer literatura en secreto, con temas que reflejan la discriminación que constantemente enfrentan. La nueva norma y el sentido común les dicen ahora que hacer poesía a escondidas es la norma más prudente.

Afganistán también tiene a poetas femeninas que han pasado a la historia, como fue el caso de la poeta guerrera Malalai, – quien se hizo conocida  cuando luchó contra las tropas británicas en la década de 1880 y quien fuera una de las primeras poetas a escribir en persa moderno. Ella es ahora una leyenda, a quien debe su nombre nuestra joven Premio Nobel de la Paz, Malala Youfsazai. La activista paquistaní que fuera ultimada a balazos por el régimen Talibán a los 14 años aproximadamente, y quien milagrosamente logró salvar la vida exiliada fuera de su patria.  Malala, quien sueña con convertirse algún día en doctora y poeta, continúa pese a su atentando, defendiendo su causa desde el exilio por los derechos de educación de las niñas de su patria. Ella también se ha negado a callarse.

Muy a menudo, la combinación de los derechos de la mujer y la ideología política forman los principales motivos de persecución contra las mujeres poetas. Tenemos el caso de Liu Xia, miembro fundadora del Club PEN Independiente Chino, quien ha estado bajo arresto domiciliario en Pekín desde octubre del 2010 – cuando su marido, el escritor y activista Dr. Liu Xiaobo, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su trabajo pidiendo el cese del comunismo como partido único y quien fuera apresado por supuestamente «incitar la subversión contra el poder del Estado». Se ha informado que la poeta Liu está en estado depresivo severo y que cuenta con mala salud a causa del claustro impuesto por el gobierno como medida represiva contra su marido, sin que de ninguna forma fuera emitido cargos en su contra. ¿Acaso la esposa debe pagar penitencia por el error cometido por su esposo? Este caso evidencia claramente hasta donde las poetas, (¿por el simple hecho de ser mujeres?) han sufrido múltiples abusos en un esfuerzo por ser sometidas al mutismo y al descrédito en pos de intereses clandestinos.

San San Nweh, una notable escritora y una de las primeras mujeres en Birmania en recibir capacitación en periodismo en el país, fue encarcelada entre 1994 y 2001 por la junta militar de Birmania por sus «atentados contra el gobierno». Desde 1974, ha publicado una docena de novelas, más de 500 cuentos y alrededor de 100 poemas, pero fue detenida por supuestamente «publicar información perjudicial contra el Estado». En 2001, ella recibió de la Asociación Mundial de Periodistas el premio «Pluma de Oro» a la libertad. ¿Libertad?

Viendo estos casos, una se pregunta, ¿Por qué a las altas estelas tienen tanto miedo de las poetas? Acaso ¿se debe a qué somos la antítesis de un espíritu machista represivo y totalitario; y a qué es justo en este medio de expresión donde de las mujeres tienen mayor poder de decir la verdad sobre lo que ven y padecen? Pues ciertamente, la verdad expresada, ya sea para denunciar una violación, la violencia, la degradación de los matrimonios forzados, el abuso en todas sus manifestaciones o cualquier otra forma de injusticia contra las mujeres, parece ser un asunto desagradable y complicado gubernamentalmente hablando. Decir la verdad poéticamente nos separa de la ficción, desarrolla comprensión social ante situaciones desagradables que muchos prefieren mantener ocultas, y nos ayuda a darle frente a los prejuicios y la discriminación de la que somos sujetas tanto de forma sutil, como directa.

Existe una brecha muy estrecha entre el gozo de expresar una idea poética que respalde los derechos humanos y que denuncie los abusos o la violencia a la que las mujeres son sometidas diariamente, y la completa anarquía de quienes ostentan el poder. Todo entusiasmo en la creación poética viene dado entonces por el deseo de expresar una idea libertaria a un costo que a veces, lamentablemente, es demasiado alto.

En La India, Nueva Delhi un grupo de hombres abusa de una mujer el 3 de marzo de 2015 y le dicen a la prensa que la victima se lo buscó por salir de noche, por usar ropa provocativa, y que no debió haber luchado contra ellos, que debió de aceptar el hecho y resignarse.  ¿Cuándo es la propia cultural la que dicta que las mujeres son inferiores desde el nacimiento? Cuando esto sucede, no puede ser ninguna sorpresa que los violadores continúen esta práctica creyendo que le enseñan una alta lección de moral a las mujeres, no lo contrario.

Una de las primeras cosas que deben cambiar, a través de las distintas manifestaciones sociales y culturales que luchan contra la violencia, es la mentalidad de quienes de alguna manera encuentran la violencia y la represión como algo aceptable y normal, en lugar de ser tratado como un crimen y un mal corrosivo que debemos erradicar desde sus cimientes. Mediante muchos movimientos de alerta, se ha logrado un gran despertar en las conciencias de hombres, mujeres y niños/as que advierte sobre el peligro que esta plaga representa y sus distintos alcances, de los cuales ninguno de nosotros está exento.

Lograr un verdadero cese a la violencia quizás sea una quimera, más fácil de decir, que de lograr; pero lanzar un grito a través de la tinta no es como intentar pasar la propia voz de luz por el tintero negro, sino más bien, como encontrar la propia voz que nos nace desde las letras, la voz oculta en la garganta de cada emoción, de cada escrito. Es lo que la poesía le ha proporcionado muchas mujeres, en especial a las que han sufrido a causa de cualquier tipo de violencia.

La poesía siempre será un refugio para todas nosotras, una plataforma donde podemos expresar cómo nos sentimos sobre asuntos que para otros no tienen la menor importancia. Quizá no exista una manera» correcta «o» incorrecta «de enviar el mensaje. Muchas son las personas que participan en la lucha; pero hay una necesidad de trabajar más para llegar a los grupos más vulnerables. La comunidad está, sin dudas dispuesta a escuchar. «Lo que funciona para una persona puede no funcionar para otra», pero son muchas las mujeres que entran en contacto con la poesía y que a través de ella, logran exorcizar sus propios demonios, utilizándola como una terapia extensiva que al ser compartida con otras, las eleva juntas a un nuevo estado de conciencia en donde el temor deja de existir, y entonces emana el grito, crudo y sincero desde adentro.

Dicho esto, es justo pensar entonces que siempre hay espacio para la mejoría y el diálogo sobre la pertinencia y la eficacia de los diferentes enfoques encaminados a promover la no violencia, y que la poesía puede ser uno de los medios para desenmascararla.

 

Un grito de mujer se hace necesario para crear una conversación- Una muy necesaria conversación.- Pues es más fácil predicar con el testimonio personal mientras alguien es el receptor del mensaje de cambio, que sólo lanzar un mensaje vacío de «No más violencia» sin pleno conocimiento de causa. Es justo en el valor que requieren las mujeres que se atreven a contar en un poema su historia, donde yace lo que hace a quienes las escuchan cuestionarse a sí mismas sobre la utilidad de sus propias vivencias y hacer algo para cambiar la realidad que las afecta. Es en esa clase de introspección donde se encuentra el cambio social que necesitamos – que debe viajar adentro de los mensajes enviados por todos y todas las que trabajamos la literatura con miras a denunciar y erradicar la violencia para que llegue con más efectividad y logre los cambios que queremos. Mujeres que se aman a sí mismas, y por consiguiente, las unas a las otras, son mujeres más fuertes, y más difíciles de amedrentar. Podemos combatir la violencia a través de la filosofía del «Grito».

La poesía va más allá del activismo. La poesía puede calar en la mente del pueblo y llegar directo al sentimiento, en donde puede lograr regeneraciones grandiosas. Pese a la represión a la que nos enfrentamos a veces, los y las poetas con conciencia social debemos estar claros en que, de ningún modo podremos obtener la tan anhelada justicia, mientras nuestras palabras no sean capaces de mover voluntades y lograr que nuestro grito se escuche para que nunca más los poderosos, nos vuelvan a someter al yugo del silencio.
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Fuentes:

 

Animal Político, Articulo Susana Chávez, entre la poesía y la lucha en Juárez. 2011

The Citizen, Artículo sobre Grito de Mujer Tanzania 2015.

International Business Times, Poetas Perseguidos. 2015

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