Juan Carlos Mestre (1957) nacido en Villafranca del Bierzo, provincia de León, España; Mestre se logró como poeta y artista plástico, alcanzando así, difundir su viva voz por el mundo, dejando muy en claro su dimensión deontológica que acompaña el ejercicio estético de lo bello.
Poseedor de innumerables galardones, entre ellos, el Premio Nacional de Poesía de España por su obra “La casa roja” (2009); y el Premio de la Crítica de poesía castellana por el poemario “La bicicleta del panadero” (2012); el poeta visitó una vez más nuestra capital para participar en la segunda edición del Festival Internacional de Poesía de Lima.
Y una vez más, el bar del hotel Maury fue testigo de una afectuosa conversa que solo abordó a la poesía, y nada más que la poesía.
Estuviste en el 1er y 2do Festival Internacional de Poesía de Lima, ¿Cuál consideras que haya sido tu aporte, además del encuentro con los amigos?
Yo creo que uno de los grandes desafíos del arte contemporáneo, es resistirse al auto enorgullecimiento, por lo cual yo no puedo valorar en ninguna medida, cuál podría ser mi aporte, de haberlo ahora. En lo íntimo. No vengo a Perú a un encuentro solo con los amigos. Vengo a restablecer la alianza con aquellos que han elegido el lenguaje como una trinchera de resistencia civil frente a la soberbia y obstinación del poder para mentir. La poesía, hoy más que nunca es la necesidad de un discurso de la conciencia, y aquel que frente a todos los discursos de la sociedad de consumo, intentan hacer algo inconsumible, algo que se resiste a permanecer dentro de los ámbitos de la rentabilidad, y la usura, para desafiar a los que desde el discurso del poder, desde los lenguajes de dominación, solo dan cuenta de los rentable. De la costumbre del poder para ofender, sojuzgar, y aplazar la gran utopía de la condición humana; que no es otra que el restablecimiento, y la exigencia permanente de los derechos civiles de la felicidad.
¿Acaso la poesía cumple con el propósito de la felicidad?
La poesía no es otra cosa que el lenguaje de la delicadeza humana, un lenguaje que en alianza con la vocación que todo ser humano tiene por la felicidad, intenta ofrecer un grado de delicada y persistente resistencia frente al desgaste de los significados. Con esto quiero decir, que desde los discursos civiles, la poesía y el poeta, vuelvan a recordar al lenguaje lo que significan las palabras, las que han sido hechas para ayudar a construir la casa de la verdad, o para destruirla. Y que vuelvan a significar, lo que no significaron en ciertos momentos de la historia, y siguen aún sin significar hoy. La poesía subraya lo que debe significar en la sociedad contemporánea. Palabras como justicia, piedad, misericordia, igualdad, pobreza, o hambre.
Muchos creen que al publicar un libro ya se convierten en poetas. ¿Qué es ser un poeta?
Cada poeta, escribimos lo que podemos, o lo que queremos. Yo no escribo mejor, porque no sé escribir mejor. Cada uno hace con sus recursos, su formación, y sus posibilidades, el pequeño gran don; pero sobre todo, con los codos desgastados en las mesas de todos los mesones de la escritura, como diría Jorge Teillier; “loque puede”. La poesía tiene poco que ver con esas frases cortas escritas en la mitad de una pagina. Muchas veces en un libro de poemas no hay poesía, y los libros están llenos de poemas que apelan a grandes causas justas, pero que son injustos poemas como tales.
Allá por 1820, un amigo le preguntaba a John Keats, el gran poeta romántico por excelencia; ¿qué era para él un poeta? Le respondió que poeta es aquella persona que en presencia de otros se considerará siempre su igual, sea éste el rey, o el más pobre del clan de los mendigos. Lo que estaba ya diciendo Keats en el siglo XIX, es que en toda palabra poética hay una dimensión ética, y una estética. Dice el poeta español Antonio Gamoneda que “La belleza no es un lugardonde van a parar los cobardes”. Yo creo que en ese equilibrio, entre ética y estética, es donde se desenvuelve lo que puede ser un poema. Pero ¿qué es un poema? Es un artefacto animado de emoción, una pequeña caja de herramientas al servicio de la conciencia de los hombres, acaso la teoría menos humillante de la historia. Pero para decirlo de manera mucho más sencilla; el poeta, diría yo que es un taxista que lleva a la gente, donde la gente quiere ir a vivir su propia vida.
¿Los poetas contemporáneos son más libres que los poetas del pasado, que tenían que someterse a esa rigurosidad de la métrica? Hoy existe el verso libre, y los poetas escriben con absoluta licencia, y sus propuestas también son validas. En ese sentido ¿Te sientes en esa corriente?
Aunque la poesía es aquello que desobedece la costumbre, no podría ir a contracorriente de las grandes conquistas de otras disciplinas del pensamiento humano. Los grandes aportes de la física cuántica, de la matemática, de la filosofía, del psicoanálisis, y del pensamiento ideológico, corren paralelos con la creación de que el poema es un espacio de representación esencialmente de la voluntad de aquel que escribe. Uno quiere escribir, como quiere escribir. Como dice el gran poeta chileno Nicanor Parra, los poetas bajaron del Olimpo. Se terminó el tiempo de los toros furiosos y las vacas sagradas, la preceptiva ha terminado. Lo que fue útil en el siglo XVIII, hoy no deja de ser una fosilización admirable desde la distancia, pero que no sería una herramienta útil. Y no podemos en la época de la cirugía laser operar en los espacios de la conciencia con una navaja de hierro. El lenguaje también ha evolucionado, y lo que ha habido son grandes conquistas de los espacios de libertad creativa, aunque seamos menos libres, tenemos conciencia de mayor libertad, aunque sigamos siendo sojuzgados por las oligarquías dominantes, tenemos más conciencia de los inapelables derechos ciudadanos, aunque muchas veces haya grandes retrocesos sociales como estamos viendo en este secuestro de la democracia por los mercados, tenemos conciencia y el espacio de libertad, como para poder denunciarlos. Y sin que con ello, nos juguemos y tengamos que pagar con nuestra propia vida la denuncia.
En tu trayectoria poética tienes varios premios, entre ellos el Premio Nacional de España ¿Ellos te han servido para que despegues en tu carrera como poeta, o simplemente, los tomas como un accidente?
Los poetas no somos caballos de carrera que lleguen a la meta unos antes que otros. Los premios son un mal…yo no sé si necesario, pero desde luego, no miden absolutamente nada, ni tienen que ver nada con la poesía. Tienen que ver con la sociología de lo público, tienen que ver con el mundo editorial, tienen que ver con las posibilidades de difusión de una obra; pero no tienen absolutamente nada que ver con la escritura de un solo poema. Cuando uno tiene dieciocho años y quiere publicar su primer libro, posiblemente un premio, o un concurso literario, sea un modo más fácil de poder acceder a la publicación.
Deberían existir otras maneras, y otras políticas culturales de concebir el hecho creativo, como para que la gente no tuviera que competir. Porque competir, y decir que un libro es mejor que otro, es una barbaridad. Son términos incomparables, cada uno hace lo que puede, no lo que quiere, y quien diría hoy a la distancia del tiempo, que es mejor García Lorca, que Luis Cernuda, o que es mejor César Moro, que César Vallejo. Son poéticas incomparables, por tanto, aceptando la precariedad, y la perversión de lo que significa un premio, te diré que, uno tampoco no va a ser tan cínico como para decir que me han desagradado profundamente. Pero los últimos premios, más allá de aquellos premios de primera juventud, no son premios al que yo haya tocado la puerta para que la abriera al azar, y son cosas que llegan haciendo más ruido que fama.
También eres artista plástico, especialista en el grabado, y has tenido innumerables muestras individuales y colectivas ¿Crees que la gente pueda tomar que una de tus expresiones artísticas, llámese la poesía, o llámese el grabado, sea la accesoria de la otra, te causa algún escozor?
Me lo han preguntado muchas veces. Desde que somos niños y entramos en el colegio, se nos programa, y se nos educa para especializarnos, y para intentar hacer una sola cosa. Uno ha de ser maestro, o carpintero, o zapatero, o ingeniero. Pero estar en el mundo con un pie en los sueños, y con otro en la realidad, es muy difícil, es que la intuición como conducta creativa tiende a ser suplantada por el aprendizaje, y por la metodología, por la pragmática de un aprendizaje de una utilidad. Yo desde que tengo uso de razón, no he sentido ningún grado de diferencia entre un lenguaje, y otro, y he transitado entre el dibujo, la pintura, la poesía, y la música, lectura que no es un hecho menos creativo que el de la escritura.
Creo que todos esos compartimientos estancos de las disciplinas artísticas de los géneros, es una falsa autoridad que imponen los discursos de dominación. La poesía se resiste al saber, y el saber intenta imponer permanentemente unas casillas clasificatorias donde meter las diferentes disciplinas, porque así, todo discurso es más controlable. Y si la poesía es lo que desobedece la costumbre, yo cuando pinto desobedezco la costumbre de mi escritura, y cuando escribo desobedezco la costumbre del dibujo. La gente sería mucho más feliz si pudiera ejercer sus facultades creativas sin tener que rendir pleitesía a los que establecen las categorías académicas, que dicen: aquí termina la lirica, y aquí comienza la plástica. No, yo no puedo elegir mis sueños, y por tanto, tampoco estoy dispuesto a que alguien decida por mí, la elección que solo el sueño decide misteriosamente en mi cabeza, las revelaciones a cumplir.
En el caso de la narrativa existe una perspectiva muy particular. Se dice mucho que el autor cosmopolita, tiene una mayor visión para su producción creativa. ¿Crees que en el género de la poesía, eso sería como una desnaturalización?
Yo creo que todas las posibilidades están abiertas. Yo conozco a poetas láricos, del lugar, que no se han movido del pequeño pueblo en el que han nacido, y han escrito obras memorables. Y también conozco la obra de grandes cosmopolitas, que atravesaban los países como si fueran las páginas de un libro. Creo que cada poeta es su circunstancia, y que todo es fruto esencialmente del esfuerzo, de la vocación, y de la capacidad de fidelidad que uno tenga a su disciplina. Es esencial el trabajo, el esfuerzo, y el darse cuenta de manera absoluta, y radical, que no hay ningún fin en la vida, y en los trabajos creativos, que no pase por el esfuerzo, el estudio, el conocimiento de la tradición del pasado, y el desafío a esa tradición; no tanto para subvertirla, sino, para intentar que en esa dialéctica de conocimiento, lo que uno toma, pueda al menos dejarlo un poco más allá del lugar donde lo ha cogido; para que la poesía y el arte sigan siendo el gran desafío de los lenguajes del porvenir. Aquello que nos adelanta, la gran aspiración de la utopía del tiempo futuro.
¿El lenguaje artístico mueve al mundo?
Yo no sé si será cierto aquello que imaginaba Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, el gran uruguayo; cuando decía que el poeta debe ser el miembro más útil de su tribu. Al menos pienso, que los lenguajes artísticos deberían ser entre todos los lenguajes; entre el lenguaje de la política, el de la economía, y otros lenguajes sucedáneos, el más útil a los grandes proyectos del porvenir.
Definitivamente el poeta no vende. Y más bien tiene que expandir su voz.
Vender, vender. Para poder vender debería haber alguien que quisiera comprar; y la poesía es difícil comprarla. Esa poesía como el cómplice amigo, o la cómplice amante, tiene que estar vinculada esencialmente al deseo. Ese deseo de saber, y reconocer la diferencia en un otro, y sobre todo, tener la clara conciencia, como decía un gran poeta malagueño Rafael Pérez Estrada: que volar, volar es elresultado de una intensa pasión, nunca de su práctica. Y eso, es la pasión por estar en el territorio del lenguaje. La poesía no es un proyecto de la literatura, no es un proyecto del mercado, y menos es un proyecto ni tan siquiera del saber. Es más bien, un proyecto espiritual; es una, y otra manera de estar en el mundo.
Con respecto a tu antecedente como artista, evocándonos a tu niñez o juventud; ¿Cuál fue ese rasgo o entorno que hizo que tú le dieras vida a tu voz?
Ha sido muy claro. En mi familia no hay antecedentes inmediatos de escritores y artistas. Pero sí, de gente que hacía su trabajo de la mejor manera posible; y lo hacían además con encantamiento; los panaderos y los sastres. Yo muy pronto me encontré con otra gente que realizaba también las cosas con pasión. Hablo de grandes poetas como Gilberto Núñez Ursinos, y esencialmente mi diálogo con el poeta Antonio Gamoneda, a quien considero mi maestro y un referente esencial en mi vida. Y también tuve la fortuna de encontrarme en mi vida universitaria con una profesora Amparo Tuñón, que enseguida me tendió la mano hacia el conocimiento de orientarme de cuál podía ser el mejor camino para salirse del surco; es decir, poniéndome en las manos un libro de Roland Barthes, “El placer del texto”, que fue como abrir una ventana a la otra posibilidad de que la lectura dejaba de ser el texto obligatorio, para convertirse en un placer.
Esa alianza entre voluntad, e intentar imitar las cosas que uno admiraba, y sentir la complicidad de aquellos que sin mucha razón, creían en los primeros balbuceos artísticos que uno tenía; fueron esenciales. Y creo que es tan importante la educación; una educación basada en la confianza, en el estímulo, en el impulso de hacer cosas que no están necesariamente vinculadas con la rentabilidad de lo útil. Decía el poeta alemán Friedrich Schiller: “Los poetas son los legisladores del universo”. Hoy ya sabemos que no es así. Hoy los legisladores del universo son los grandes sátrapas, y los mercaderes del dolor humano. Entonces, acaso les quede a los poetas la tarea de ser los legisladores de lo invisible, no es poca cosa.
Tuviste una prolongada estancia en Chile ¿A qué poetas conociste?
Yo conocí, y soy amigo de muchos poetas chilenos, algunos recientemente desaparecidos como Gonzalo Rojas; pero compartí tiempos de juventud con Tomás Harris, con Alexis Figueroa, con Tulio Mendoza; con grandes intelectuales, y gente que fue esencial en mi formación, y en el curso cotidiano de la vida de aquellos años de juventud.
Entonces ¿Los poetas se alimentan de los poetas, o simplemente de sus propias expectativas?
Así es. No hay ninguna expectativa personal. Yo no creo para nada en el originalismo; no creo obviamente en las musas, no creo en el don de la inspiración; pero sí creo en lo que es esencial, en la relación dialéctica que otros han hecho antes que uno. La poesía es una red dialéctica de diálogos, de transferencias, de rechazos, de pequeños hurtos. Por tanto, lo que uno hace es el resultado de todas esas toneladas de pensamiento que antes removieron otros. Y que cargan sobre las espaldas de la historia de las civilizaciones.
Yo desde luego, no escribiría ni una sola línea si no hubiera podido leer. Nosotros somos el resultado de todo lo que han hecho antes que nosotros, otros poetas. Después, uno va definiendo proximidades y todas las afinidades selectivas, o una armonía preestablecida que nos vincula. Yo por ejemplo, siento una gran pasión por César Moro, un poeta peruano que entró en mi vida, para no irse más. Moro, ese poeta extraordinario; y además dibujante, pintor; es un relámpago de la aburrida noche de las tradiciones; y él supone un accidente congelado en la historia de las ideas estéticas. Y para qué hablar de César Vallejo, Vicente Huidobro, de Nicanor Parra, de Antonio Gamoneda, o de Federico García Lorca. Poetas que están en el más amplio de los diálogos, y con los cuales, yo tengo más que manifiestas deudas. Todo lo que uno hace, es la consecuencia de los muchos ríos y afluentes que desembocan en esas invisibles playas de la conciencia.
El mortal común le teme a la muerte. ¿Qué visión tienes de la muerte, se puede coquetear con ella?
A la muerte, una puerta abierta para que se vaya cuanto antes a otra parte (Risas). La muerte me parece una absoluta mediocridad. Yo no soy filósofo, y pienso como María Zambrano Alarcón que ya es tiempo de que termine la historiapara que comience la vida. Soy de los que piensa en ese añadido de que ya es tiempo de que termine la muerte para que pueda continuar la vida.
Si dices que es una absoluta mediocridad ¿Admites entonces que le temes?
Temor a la muerte no. Porque esa muerte simbólica, ese esqueleto con guadaña, no forma parte del repertorio de mis miedos. Tengo muchísimo más miedo a la injusticia social, tengo muchísimo más miedo al autoritarismo ideológico, tengo muchísimo más miedo al racismo, al clasismo, al antisemitismo. Y creo que todo eso es la muerte; y por tanto, todo eso puede ser combativo. Y cuando hay idea de combate no puede existir miedo, ni temor. Coincido con uno de los versos del poeta Antonio Gamoneda, que quedó en mi conciencia como una consigna; “la belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes”. Y por tanto, creo que la belleza es un acto de resistencia, tanto moral, filosófico, y hasta físico, contra esas formas de la muerte, que no son otras que las formas del mal.
Poniéndonos en un plano antagónico; se necesita destellos de vida para este mundo cruento ¿Y qué hubiera sido de él sin poetas?
Yo creo que el mundo sería infinitamente peor sin la presencia en algún momento de la historia de San Juan de la Cruz, o de Walt Whitman, o de César Vallejo, o de Oscar Wilde. Estoy profundamente convencido de que cuando dos adolescentes de diferentes clases sociales, aún pueden amarse sin pagar con la vida ese desafío, en algún lugar de la inmediata conciencia está Shakespeare escribiendo el Romeo y Julieta; y creo que cuando los gobiernos legislan sobre la ley de género para que personas del mismo sexo puedan amarse sin turbación, ni molestia social; en algún lugar de la conciencia de la poesía está Oscar Wilde en la prisión de Reading escribiendo su balada. Creo que hay una legislación invisible de la poesía que desciende como una salud del bien sobre la conciencia del humano, y definitivamente, la vida carecería de sentido sin resistencia al mal; y que ese grado de resistencia, es la resistencia ética de la poesía. Decía Joseph Brodski el poeta ruso; al que metieron en un psiquiátrico antes de abandonar la extinta Unión Soviética y llegar a Estados Unidos, que: “Es más difícil para un ser humano descerrajar un disparo en la sien de su semejante después de leer a Dostoievski, que antes de hacerlo”. En algún lugar de nuestro comportamiento, el lenguaje con el que hablamos es el que nos identifica esencialmente en la poesía, con ese espacio moral donde se borra el yo del poeta, y uno habla con la voz prestada por todos aquellos que no tuvieron voz, y por los que tuvieron que callar cargados de razón; y todos aquellos que en las amargas canteras de la historia, el anonimato, y el olvido; siguen bajo la intemperie de las estrellas diciendo soy inocente, tengo derechos, no me mates.
Tus reflexiones podrían sonar como ilusas en esta sociedad moderna
Es cierto lo que dices. La sociedad contemporánea disculpa con mayor frecuencia al estafador, al criminal, al homicida, al corrupto, que al soñador. El soñador es la primera víctima, aunque parece que reivindicar el derecho a los sueños de las personas, y de los pueblos, es el mayor de los delitos. La poética es esencialmente un acto de desobediencia, que se niega a significar aquello que ordenan las legislaciones de los diccionarios; las definiciones de que la palabra árbol significa un organismo vegetal con raíces, tronco, y hojas. No, el árbol; como el mar pueden unirse en un verso: “He ahí el mar, en un abrir y cerrar de ojos de pastor”. Y también son los niños que machacan ardillas en pequeños montones de azafrán; como en los poemas de García Lorca; o el poema del francés Robert Desnos; un enano que sale por la noche a comer pan de un pozo; o ese maravilloso verso de Lezama Lima: “masticar cangrejos hasta exhalarlo por la punta de los dedos al tocar un piano”. La poesía, da cuenta de una microfísica de la conciencia, y arrastra una imantación de significados que provienen de una lejana ancestraldad; y quizás, en presentes, en lo súbito, para dignificar siempre la condición humana.
¿Respiras el aire de cada mañana como venga, o tienes un proyecto de vida?
No tengo proyectos. Creo además que en el trabajo artístico todo proyecto está abocado al fracaso. El azar es para mí una conducta determinante, y no podría trabajar bajo la imposición de un método. El trabajo se va desarrollando, y con cada día, amanece el nuevo encargo que nos hace esencialmente el sueño para utilizar una palabra, a falta de otra más exacta.
¿Lima te acogió bien, te sentiste como en casa?
Lima me acogió más que bien. Y sí, me sentí como en casa. Tengo amigos, cómplices, y gente extraordinariamente fraterna; y admiro a sus poetas, que han sido tan importantes en mis diálogos intelectuales. Y he de decirlo también con cierta melancolía, y tristeza, que me apena siempre ver el lugar inmóvil en el que permanece la miseria, la pobreza, y la necesidad de tantos, en las periferias de la razón, y del desamparo civil.
¿Qué papel ha jugado la política en tu creación?
La política me ha interesado como a cualquier otro ciudadano. No he estado nunca en política, no estoy en política, y no estaré en política. Y si es que está en poética, no es estar también en la política del lenguaje.
Pero no hacer política, ya es política
Sí. Yo creo que todo es político. Si la política es el arte de gobernar bien, pocos son los que hacen política. Y la política del texto sería el arte de gobernar en armonía la república de ciudadanos libres.
¿Y tu entorno, tienes familia?
Tengo familia. Mi familia son mis gatos.
(Entrevista publicada en la revista impresa Lima Gris N°6)