Eielson por las tardes se
rozaba con los árboles de su barrio de Santa Beatriz en Lima. Y esa ciudad de
conseja y quimeras, él atrapaba el sentido eterno de lo inasible. La urbe de
entonces, vaporosa y tenue se componía del sonido de un viejo piano y el sutil
de sus tiznes grises de las melancolías. Eielson contaría luego que ese 1940,
escolar impalpable, estudiaría una temporada en el colegio Anglo-peruano y
también en el Alfonso Ugarte: “En este último me enseñaron Luis Fabio Xammar y
José María Arguedas. Yo admiraba mucho a Arguedas como profesor, y eso que aún
no sabía nada de sus escritos”.
De aquel tiempo son sus
poemas neumáticos, sus trazos flotantes y su fuerza expresiva volumétrica. Fue
así que en 1945 obtiene en Lima el Premio Nacional de Poesía en 1945 cuando
tenía 21 y al siguiente año, el Premio Nacional de Teatro. De ese tiempo es sus
largos recorridos por la vieja Lima tratando de atrapar una forma y un color.
Ya era amigo de Sebastián Salazar Bondy y Javier Sologuren. Con ellos editaron
un libro fundamental, la antología La
poesía contemporánea del Perú, (Lima, 1946). Y simultáneo, Eielson que era
un cazador de íconos y efigies, en ese tiempo asiste a la Academia de Bellas
Artes de Lima (en la que hoy es Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas
Artes del Perú, del Jr. Ancash 681, Cercado de Lima), gracias a la amistad con
el director, el artista Ricardo Grau, quien al mismo tiempo lo desanimaba a
seguir una carrera académica.
Existe una entrañable
fotografía junto a los jóvenes de Bellas Artes en un chifa de la Calle Capón.
Ahí también aparece Fernando de Szyszlo, su compañero de carpeta. Es casual que
justo con De Szyszlo, se animaran a montar una exposición en la única galería
de Lima de esos tiempos. Una muestra personal que evidenciaba su talento.
Dibujos, acuarelas, óleos, construcciones en madera quemadas, objetos
surrealistas, y ‘mobiles’ de metales en forma de espirales. Todo ello explicaba
que Eielson era un artista fuera de lo común. Un hombre que con sus 22 años
había convulsionado el ambiente intelectual de Lima.
En 1940 también, el
maestro Juan Manuel Ugarte Eléspuru Retornaba al Perú de Europa. Luego
escribiría sobre el ambiente limeño donde se encontraría con tres grupos de
pintores en pugna: los indigenistas de Sabogal, los académicos o independientes
y un tercer grupo formado por gente joven que había tenido ocasión de viajar y
traer las nuevas tendencias vanguardistas. Así decidió entonces quedarse en
Lima y ya en 1944 integró el plantel de profesores de la ENBA, hasta que 1956
fue nombrado Director. Ugarte Eléspuru conoció a Eielson y fue quien lo ubicó
en el panorama europeo. Y Eielson lo recordaría como uno de sus grandes influjos
en un instante en que ya el ambiente encajado y obstruido de Lima lo había
obstaculizado para sus sueños mayores.
Eielson había sufrido con
la fatalidad de no tener familia. Su padre, un norteamericano de origen
escandinavo, se marchó al año de haber nacido y a su madre no se le ocurrió
otra idea de argumentar que se había muerto. Antes de los siete años, se cría
en el seno de una familia de clase media no ajeno a los conflictos con sus parientes,
pero muy pegado a las tendencias artísticas. Así, aprende piano y dibujando
todo su entorno al carboncillo. Ya maduro reconoció que había asimilado cuatro
culturas, la española, italiana, sueca y nazca. En eso fue distinto. Eielson,
repito, era limeño, pero tuvo la fortuna de ser alumno de Arguedas quien lo inició
en el conocimiento de las antiguas culturas peruanas, más que ignoradas,
soterradas por la cultura oficial anti indigenista. Aquello lo salvó.
Su obra plástica es
prácticamente simultánea a la literaria: su primera exhibición individual tuvo
lugar en Lima en 1948, justo antes de partir a París, con una beca del gobierno
francés. La muestra consistía en pinturas, dibujos, objetos ensamblados y
esculturas que revelan su familiaridad con el lenguaje estético de la
vanguardia, específicamente con el surrealismo y al mismo tiempo con las formas
del arte prehispánico. Existía una pequeña escultura que formaba parte de la
colección de Fernando de Szyszlo, “La puerta de la noche” (1948), que alude a
un famoso pórtico preincaico y que recuerda un poco las esculturas-placas que
empezó a crear Giacometti en los años veinte. Finalmente, otras series claves
en su devenir son sus nudos y los quipus prehispánicos, los paisajes costeros,
las pinturas basadas en iconografía precolombina, las acciones poéticas y las
performances.
En una entrevista que le
hiciese Julio Ramón Ribeyro en París, Eielson cuenta: “En una cierta época que no duró sino unos diez años, escribí
poemas y me llamaron poeta. Y en otra posterior me dediqué a las artes visuales
y no escribí poemas ni ningún texto realmente “literario”. Sólo en un cortísimo
periodo estas dos actividades han coincidido, precisamente entre los años 48 y
52. Además, como tú sabes, he escrito artículos para periódicos y no soy
periodista. He escrito algunas piezas de teatro y no soy dramaturgo. Hago también
escultura y no soy escultor. He escrito cuentos y no soy cuentista. Una novela
y media y no soy novelista. En 1962 compuse una Misa solemne a Marilyn Monroe,
para banda magnética, y últimamente preparo un concierto y no soy músico. Como
ves no soy nada”.
Pero si era algo, y mucho. Y fue marcado por ese paso por Escuela Nacional Superior Autónoma de Bellas Artes del Perú, donde se sintió libre y solidario. Poeta integral, de elocuencia lírica y también narrador imaginativo, además de pintor, artista conceptual y gestor de performances fugaces y, a veces, anónimas. Eielson vivió en Europa entre Italia y la isla de Cerdeña y falleció en Milán un 8 de marzo de 2006. Y nunca dejó su pasión por las artes visuales, la pintura, además de experimentar con la escultura, la instalación, la acción y la fotografía. Hoy en Florencia, es un artista reconocido por su genialidad. Quien escribe tuvo la suerte de conocer el Centro de Estudios Jorge Eduardo Eielson de esa universidad. Ahí se conserva toda su obra plástica. Ahí está la huella de esa Lima de sus veinte años y de la escuela donde fue feliz.
(Publicado en la revista impresa Lima Gris 15)