Entrevista: Edwin Cavello Limas Fotografía: Miguel Mejía Castro
En el 2009 a
Hugo Salazar Chuquimango lo vi por primera vez en un quinto piso de un edificio
en el centro de Lima; era un taller que alquilaba y donde todas las mañanas
llegaba luego de su servicio en Prosegur. El taller no tenía agua, pero estaba
estratégicamente ubicado; quedaba a solo una cuadra de Palacio de Gobierno y a
cuatro cuadras de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Por eso días Hugo era
tímido, hablaba lo necesario, pero pintaba como un demonio feliz.
En el 2010,
ese joven desconocido que pintaba de día, y vigilaba de noche, ganó el Premio
Nacional de Pintura del ICPNA. Sus obras comenzaron a ser parte de diferentes
colecciones nacionales e internacionales y empezó a viajar para exponer sus
lienzos por Sudamérica y Europa. Han pasado diez años desde la primera vez que
lo vi, y su pasión por la pintura sigue intacta. Hoy, una gran fábrica abandonada ubicada en
el cono norte es su nuevo taller. Aquí la entrevista exclusiva para Lima Gris.
Después de diez años continúas
trabajando como agente de seguridad. Alguna vez dijiste que necesitabas de este
trabajo para poder seguir pintando, para poder seguir teniendo la presencia de
esos personajes de la noche ¿Sigues necesitando esos personajes de la noche
para pintar?
Ya no los necesito. Creo que esos personajes ya han aflorado y han crecido en cierta parte. Ahora, más o menos los entiendo y los puedo dominar. Ya no necesito de la noche para que puedan nuevamente aflorar; no necesito esas vigilias nocturnas. Ahora ya tengo armando un lenguaje de mucha simbología, que es emblemática en cuanto a mi persona, ya que cada uno tiene un significado personal.
Los espacios donde has sido designado
por tu trabajo te dan silencio, un silencio que muchos artistas quisieran…
Sí. Este
lugar donde me encuentro ahora es una fábrica abandonada. Las fábricas suelen
ser ruidosas por los aparatos que hay, pero cuando dejan de funcionar son más
silenciosas que cualquier lugar. Aquí tengo tranquilidad.
Cuando visitaba tu taller que quedaba
al costado del Escalón 100 en el centro de Lima, tus formatos eran pequeños y
medianos. Ahora tus pinturas son de gran formato, e incluso realizas murales.
Antes pintabas en un pequeño taller, y ahora lo haces en una fábrica
abandonada.
Últimamente los lugares que estoy buscando para pintar tienen techos muy altos; necesito lugares que no me alienten a pintar cosas pequeñas. Si aquí intento pintar algo pequeño, no me sentiría cómodo. Los cuadros pequeños que pinto los hago en mi casa.
¿Qué ha cambiado en Hugo Salazar
Chuquimango, después de haber ganado el Premio Nacional de Pintura?
Ha cambiado
la manera de ver cómo podría hacer arte para la gente. Antes, desde mi
introspección trataba de entender cómo actuaban las personas según las imágenes
que yo realizaba. Eso me gustaba ver; observaba sus gestos, y me parecía
curioso el significado que ellos le podían dar, pero actualmente que ya no
estoy tan aislado de la gente, a través de ella, quiero entenderme a mí mismo.
Tus pinturas también han ayudado a
que mucha gente te entienda, ya que siendo un agente de seguridad de la empresa
Prosegur, desde hace un tiempo tus jefes han entendido que tú vives para
pintar; y gracias a ese entendimiento Prosegur te ha estado apoyando desde hace
algunos años.
Sí. Me
siento afortunado de que todo haya encajado de cierta manera para poder seguir
haciendo cosas más ambiciosas; en mi caso hacer cuadros grandes es una ambición
artística, porque al hacerlos me enfrento a algo más difícil; y aquí no tiene
nada que ver lo monetario. Hace un tiempo en una galería me dijeron que no pintara
cuadros grandes porque eran difíciles de vender; y al escuchar eso sentí que me
estaban castrando. Lo que hace mi empresa Prosegur es siempre confiar en mí; la
empresa no hace ningún trato conmigo sobre la venta de los cuadros, y más bien me
apoya dándome el espacio, y también me brinda auspicio para los catálogos.
Incluso cuando viajé a Europa, Prosegur me compró el pasaje.
Tu primer viaje a Europa lo pagó
Prosegur…
Sí, ellos se
enteraron que iba a viajar y quisieron ser los responsables de la compra del
pasaje. Y los otros gastos, yo me los costeé.
Cuando pintas un cuadro ¿estás
pensando en venderlo?
No.
Antiguamente siempre decía: el cuadro va a ser mío, y no se va a vender. Era
una satisfacción tenerlo en mi taller y poder enseñarlo a la gente. Actualmente
tengo cuadros que son pedidos, son cuadros que están destinados para venderse; yo
hago pequeños bocetos y la gente me pregunta si puedo pintarlos en un cuadro.
En ese sentido, cuando sé que el cuadro va a ser vendido me demoro, y me cuesta
mucho trabajarlo, porque sé que es algo del cual me voy a desprender. En cambio,
cuando tengo una idea, casi como un capricho, quiero pintarlo y acabarlo lo más
rápido posible.
Al regreso de tu gira por Europa,
dijiste que ya no tenías ganas de pintar, debido a todo lo que habías visto en
los museos…
Sí. Es que
tuve la sensación de que durante todo el tiempo que estuve pintando había hecho
las cosas mal, y necesitaba replantear todo. Cuando volví a pintar me sentía
muy mecanizado y eso no me gustaba. La pintura que vi en Europa era otra cosa;
los pintores allá sentían mucho la pintura. Lo que estaba haciendo antes me
parecía muy ilustrativo, y para mí la pintura ya se había convertido en otra
cosa. La pintura por academia, la considero más densa.
Se puede decir que la autocrítica que
te haces es porque eres un estudioso de la pintura
La verdad sí. Inclusive antes de estar en Bellas Artes siempre he estudiado lo que me ha gustado, y he estado muy metido en lo teórico. Lo único que me faltó todo ese tiempo fue mirar los cuadros en vivo, para poder así entender más, lo que yo entendía por pintura.
¿Hay alguna palabra para describir la
sensación que tuviste al ver en vivo las obras que mirabas en los libros?
Sí. Tiene
que ver mucho con lo que llamo “espacialidad”. En el momento que estás viendo
un cuadro, también estás viendo el espacio, la distancia. Inclusive estás convirtiéndote
en ese momento, donde el artista estuvo delante de ese cuadro. La impresión de
verlo en vivo te sobrecoge.
Tienes más de 10 años en Prosegur. De
la misma forma sigues pintando, exponiendo y vendiendo a nivel nacional e
internacional, ¿por qué no renuncias a tu trabajo en Prosegur?
He tenido la
fortuna de llegar a una empresa medio militarizada. Al comienzo no me entendían
mucho; creo que las cosas se dieron de tal manera que los jefes superiores se
sintieron a gusto de tener un personal que no solo era militarizado, sino
también con sensibilidad artística. Cuando los jefes me mandaron a llamar, de eso
fue lo que conversamos, ya que habían visto un artículo en el periódico. Pero
desde un comienzo he tenido muchos percances, incluso desde que estuve postulando
en la Escuela de Bellas Artes. Yo estaba en los primeros puestos a punto de
ingresar, y recuerdo que fui a la entrevista, y trataron de desanimarme, porque
me dijeron que tenía que renunciar a la empresa Prosegur, y que no habría quién
me apoyara, ya que en Bellas Artes eran diez horas de estudio al día, más las
doce horas que yo trabajaba en Prosegur; y para ellos no existía otra
posibilidad; o era el dinero, o era el arte; entonces, me preguntaron cuál de
los dos iba a elegir, y les dije que iba a intentarlo, pero me respondieron que
eso era imposible. Y al momento que llegó la calificación final, casi me botan
de Bellas Artes porque ingresé entre los últimos puestos. En la entrevista
personal me bajaron mucho, por decirles que iba a hacer el intento de estudiar
y trabajar. Así pasaron cinco años estudiando en Bellas Artes, y todo ese
tiempo para mí fue un calvario; pero ese sacrificio hizo que me esforzara mucho
más.
Trabajar en Prosegur y estudiar en
Bellas Artes, significaba no dormir, ¿cómo manejabas eso?
El promedio
de viaje en carro era de cuarenta y cinco minutos, en ese tiempo entre ida y
vuelta de viaje calculo que dormía una hora. A veces llegaba muy temprano a
Bellas Artes y en el refrigerio me iba a dormir a ciertos lugares de la
escuela, igual también en el trabajo había posibilidad de cabecear, es decir,
cerrar los ojos y estar recostado en la pared, pero siempre atento a los sonidos.
Sumando todo eso, dormía tres horas diarias.
Una vez cuando estabas trabajando
como vigilante en Prosegur, tuviste que decirle a Fernando de Szyszlo que
retirara su auto…
(Risas). Yo estaba en primer año de Bellas Artes, y prestaba servicio en el Scotiabank, ahí iba a ver un evento en la playa de estacionamiento del Banco, y la orden era que ningún auto ingrese porque solo se podían estacionar los autos autorizados. Primero llegó una señora y cuadró su carro, me acerqué y le dije que no podía estacionarse porque se iba a realizar un evento, entonces le pedí que por favor se retirara, y ella me dijo que iba a comprar unas cosas en la farmacia y que no la moleste. El jefe que me supervisaba me dijo: “por qué has dejado que la señora deje su auto, ella no es de aquí”. Le comenté el comportamiento de la señora, pero el supervisor se molestó y me llamó duramente la atención, y en eso llegó otro auto, se estacionó y cuando fui y le dije ¡buenas noches!, justo vi su cara y era Fernando de Szyszlo, y le dije: ¿señor Szyszlo, se va a atender en el banco? Szyszlo me respondió: me voy a tomar un café a la vuelta, soy cliente del banco. Le dije: señor Szyszlo, hoy tenemos un evento importante, y el estacionamiento está reservado. Él solo me dijo: no te preocupes muchacho, y se retiró; y como tenía al supervisor respirándome en la nuca, no pude decirle que estudiaba en Bellas Artes.
Hablemos de tu mamá y del mensaje que
dejas en distintos cuadros, que es la marca de la máquina de coser de tu madre.
Y que además, fue el cuadro con el que
ganaste el Premio Nacional de Pintura del ICPNA.
Ese cuadro
de la máquina de coser, es un cuadro muy atípico a mí. Primero porque yo no pintaba
esas cosas tan simbólicas; yo era más de surrealismo, pero fue algo atípico,
porque sentí que en ese tiempo había sido un poco egoísta, ya que no había
compartido entre mi familia algo que los represente. Quise darle ese regalo a
mi mamá no para que esté colgado en la casa, sino, para que ella lo vea
expuesto en una galería de arte, porque yo estaba segurísimo que iba a quedar
finalista. No creí que un cuadro familiar en la vida iba a ganar. Lo que quería
era que mi madre lo vea, y que se sienta orgullosa de lo que yo estaba haciendo
en ese tiempo. Cuando gané el premio, y me enteré que iba a tener una muestra
individual, me pareció mágico; era una puerta abierta que nunca pasó por mi
mente. El cuadro estaba destinado para la sala de mi mamá. En cierta manera,
quería que se sienta orgullosa al ver su máquina gigante, y que los clientes
que a veces recibía en la casa, también lo vean.
Ganaste con esa pintura el Premio Nacional,
pero lo curioso es que la pintura no estaba terminada…
Faltó tiempo
para acabarla.
Pero no se dieron cuenta
Creo que
también el arte contemporáneo te permite eso. Felizmente en esa época no
pintaba con colores complementarios, de lo contrario sí se hubiera notado
bastante; el personaje del cuadro es azul. Lo más bonito de ese cuadro es que
mi mamá le puso el título; yo estaba pensando ponerle un título complejo, y como
me hice tanto problema, le pregunté a ella, y me dijo: por qué no le pones La máquina de mi mamá. Me parece que eso
fue importante también para ganar.
Tu padre falleció hace poco. Te menciono
esto porque después de su muerte, me comentaste que lo buscabas en los videos
que grabé en diferentes exposiciones que hiciste. El sentido de registro de un
cuadro, o un video es bastante curioso.
Sí; a veces lo vemos. Nosotros en casa no somos mucho de tomar registro de la familia, y mucho menos videos. Pero a veces verlo en esos visuales, es mantenerlo vivo. En los videos mi padre está sujetando a su primer nieto. Esa sensación de recorrer la galería, ver cuadro por cuadro, y que aparezca en los videos que tú grabaste, tiene mucha significancia para mí.
¿Pintaste a tu padre?
A él lo
retrataba mucho más que a mi mamá, antes de pintar el cuadro de la máquina de
coser; mi papá siempre estaba en casa cosiendo bastas. También hice un cuadro
de mi padre, donde él aparecía manejando una bicicleta que en realidad era una
tijera. Eso lo hice porque cuando éramos niños él jugaba con una tijera en la
mesa, y mamá le decía: no hagas eso, pareces un niño. Mi papá nos preguntaba ¿qué
es esto?, nosotros le respondíamos que era una tijera, y él nos decía que era
una bicicleta. Así nos despertaba la imaginación.
Sigues sin usar celular, de alguna
forma estas incomunicado, aunque usas más Instagram, ¿por qué continuar sin
celular?
En esa parte
soy un poco egoísta. Considero que cuando estoy pintando, si noto una
interrupción, es decir, si alguien me llama, esa interrupción se convierte en
un bloque. Uno conoce sus debilidades, y al estar comunicado con la gente
muchas veces me cuesta decir no. No tener celular es zafarte de esa respuesta.
También lo hago porque cuando camino quiero estar en un solo lugar, ya que, si
alguien tiene cómo llamarte, estás a su disposición. En una época en Prosegur
teníamos Nextel, y escuchar el sonidito del Nextel me alteraba, y eso me
estresaba.
Para mucha gente ha sido difícil
ubicarte; hablo de gente que deseaba comprar tus cuadros y también de tus
amigos. Recuerdo que en el taller que tenías en el centro de Lima, la gente
escribía mensajes en tu puerta y en la pared, incluso recuerdo que leí mensajes
de molestia
Sí recuerdo,
era muy gracioso. Algunos inclusive tenía que borrarlos porque eran un poco
faltosos. Lo bueno de no tener celular no es solo fallar, sino que las personas
no te pueden llamar para decirte que se van a demorar. Cuando quedo a una hora
soy puntual, ya no importa si llego y esa persona no puede llegar, porque si no
llega es mi culpa, porque no tenía celular para avisarme.
En tus cuadros más recientes, siguen
presentes esos seres híbridos, pero también el color de tu paleta ha ido
variando
Sí, a la deducción que he llegado hace cinco años, es que el pintor compone por color. Tienes que ser muy estratégico con el color, y el mismo color de tu propia composición; tal vez para algunos no sea agradable, pero ya es tu propio lenguaje; es decir, armar patrones para que según el color llegues a una composición agradable. La otra cosa es que la matemática (proporcionalidad) que hay debajo del cuadro, es una cuestión más universal, y no por criterio. Armar una composición por color es criterio, pero disponer los elementos, ya es matemática.
Si pintar un cuadro es criterio de
color, ¿cómo haces para pintar lo metafísico? es decir, el odio, el amor, la
rabia.
En ese caso
uso mucha simbología; me gusta crear estos seres híbridos, o poner estos
bestiarios para armar esta simbología. Cada cosa lo comparo con los cuatro
elementos que existen, que son: tierra, aire, fuego y agua. Cada uno tiene su
complementario, pero también su opuesto. Esas cosas me parecen importantes
plasmarlas en un cuadro, ya sea por color o por simbología. Es un tratado muy
alquimista.
En un tiempo Hugo Salazar, aparecía
en sus propios cuadros, ¿lo sigues haciendo?
Hasta ahora
aparezco; y si no aparezco yo, es otro personaje que se parece mucho a mí. Eso sucede, porque cuando invento rostros
terminan pareciéndose a mí.
¿Es parte de tu ego?
De alguna
manera sí. Creo que es la cuota de plasmar el ego que tengo, ya que tal vez en
otra parte no lo puedo mostrar. Hace diez años yo odiaba la fotografía, y el
hecho que me tomaran fotos me parecía incómodo. Ahora lo lamento, ya que cuando
estaba en Bellas Artes muchos se querían tomar fotos en grupo y yo me retiraba.
Creo que era porque trataba de ser un personaje medieval renacentista; es
decir, no acoplarme a las cosas modernas. Inclusive, siempre he fabricado mi propio
óleo, mis propias telas. Todo lo hacía artesanalmente, ya que las cosas que
venían de industria me parecían un poco aborrecibles.
Eres un pintor peruano, pero pareces más
ligado a la influencia europea, ¿crees que existe una ausencia latinoamericana
en tu obra?
Sí; soy consciente
que no tengo mucha identidad con temas que tengan que ver con el Perú. Cuando
me preguntan de dónde soy, siempre respondo que soy de Cajamarca; yo nací en el
Callao, pero mi familia es de Cajamarca, y recién el año pasado conocí
Cajamarca a los 38 años. Me pasa lo mismo que me pasaba en el colegio, que cuando
me daban una tarea y no me gustaba, simplemente no la hacía. Sí me importa la
cultura peruana, sí la leo, pero me cuesta; en cambio hay otras cosas que leo y
que son universales, y sí me llegan a atrapar. Siempre estoy tratando de hacer
esa práctica de culturizarme más con respecto al Perú, pero es una cosa que me
cuesta; creo que tiene que ver mucho con los arquetipos. Soy más a fin a lo que
me enseñó el arte surrealista; es decir, que el surrealismo no debe tener
religión ni patria, tampoco cosas que te puedan enraizar a una causa. Los sueños, por ejemplo, son una cosa que me
llevó a interiorizarme, y a crear imágenes arquetípicas, y muchas veces asumí
que eran peruanas, pero la gente no las veía.
Aparte de vigilante y pintor, también
se puede decir que eres salsero
Así es, yo me he criado en el Callao. Alrededor mío siempre ha vivido gente morena que escuchaba salsa a mi derecha, y a mi izquierda; todos los días nos bombardeaban con salsa dura, hablo de gente neta del Callao. Así aprendí a escuchar salsa, y antes de ser artista me volví melómano, coleccionaba muchos discos por año, y de un sello especifico que es el sello Fania.
Dentro de esa colección, ¿qué discos
recuerdas?
El disco que
más recuerdo porque me gusta mucho escucharlo con mi mamá es Esto fue lo que trajo el barco, de
Ismael Rivera. Los nombres de los discos y las carátulas también me impresionan,
ya que son bien artísticos y peculiares. Por esa época trabajaba en los barcos;
ahí escuchaba música y descubrí que quería ser pintor.
¿Un cantante?
Puedo decir
Héctor Lavoe, pero ya es tan trillado. Ahora también puedo mencionar a Ángel
Canales, o Willy Torres, que canta en inglés. Ahora estoy escuchando melodías
de Boogaloo, que es la previa para que la salsa exista.
Curiosamente, no he visto un cuadro
tuyo sobre la salsa
Siempre
pinto con salsa, pero es para darle ritmo o agilidad al trabajo. Yo no proceso
las ideas con la salsa, ya que pienso que para procesar ideas debe haber
silencio, o una música relajante o suave.
Para fin de año tienes planeado un
nuevo tour por Europa
Sí, es una
propuesta. Me parece una buena idea viajar con Jhoel Mamani Espinoza. Y también
es porque en mi primer viaje a Europa quería conversar con alguien, sobre todo
con Jhoel; es decir, con alguien que pudiera entender lo que yo estaba pensando
en ese momento sobre el cuadro, y así debatir ideas.
Para finalizar, ¿Qué le dirías a los
cachimbos, o a la gente que está pensando postular a la Escuela de Bellas Artes?
Que no lleguen a encuadrar mucho su mente. Siento que ahora en las instituciones no solo hay conceptos de arte, sino también, ideologías para armar conceptos. El estudio no solo debe ser aplicado para los trabajos que te piden, sino, para investigar otras cosas en paralelo. Eso es importantísimo.
(Entrevista publicada en la revista impresa Lima Gris N° 17)