“La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”. (Guillermo Thorndike Losada, sobre la muerte de Sofocleto)
Guillermo Thorndike Losada (limeño, 25 de abril de 1940 – 9 de marzo de 2009), fue un periodista y escritor peruano. Uno de los protagonistas más importantes de una época significativa del periodismo peruano y que plasmó en una serie de libros. Por su trayectoria y amplia labor se le puso dos sobrenombres dentro de los hombres de prensa: el Rey Midas del Periodismo y el Elefante Magistral del periodismo. Cronista incansable, es un ejemplo de periodista genial e incansable.
1.
Guillermo Thorndike, esa vez, subió a mi auto y se decidió, como un personaje de Orson Welles, a contarlo todo. En el reportaje que le estaba realizando para la televisión, me faltaba su historia en el diario La Prensa que esa vez era el local de una pollería. Así que enrumbamos al Centro de Lima. Gustavo Ramos, el camarógrafo entonces los grabó en los pasos de sus dominios. La Plaza Mayor, el Jirón de la Unión, la Avenida Garcilaso. Las imágenes estuvieron a la altura del personaje. Thorndike observaba con nostalgia “La cueva de Baquiano”, el local quemado del diario Correo, el edificio abandonado del Jirón Huancavelica donde fundara La República. Sus enormes ojos estaban en primer plano como los testigos de un país que se caía a pedazos.
Con Thorndike uno siempre estaba seguro de estar frente al maestro periodista. Su técnica era anglosajona. Incansable manejaba el reportaje investigativo y el periodismo literario. Era un tipo genial para ese “olfato” de ubicar la noticia ahí donde los otros no la veían. Sus crónicas históricas tenían anclaje en la indagación y averiguación de sus lectores. Por ello sus temas viajaron de la Guerra con Chile, Miguel Grau, el Apra revolucionaria, el fracaso velasquista, la revolución sandinista o los “Apachurrante años 50”. Pero de pronto publicaba un libro sobre “Manguera” Villanueva o el monstruo de Armendáriz o el asesinato de Luis Banchero Rossi. Con “Los topos” sobre la fuga por túnel del MRTA, dejó sentado su estilo y su destino.
Conocí a Guillermo Thorndike en 1980 cuando él ya era esa leyenda u aquel fantasma que recorría las redacciones de los periódicos de Lima y de circulación nacional como un eco estruendoso de magisterio, ora ilustre, ora lumpen. No existía titular, texto, apostilla o cierre de edición que no tuviese la firma de su estigma y aquello iluminaba tanto como podría fulminar la aviesa conciencia de los periodistas de cuajo del medio de ese entonces. Una tarde ya de noche se apareció en la redacción de El diario de Marka preguntando por “el poeta del gol”. Lo acababan de nombrar director del periódico y raudo ingresó para mirarme a los ojos. Yo era el Jefe de Deportes y mi oficina era apenas un escritorio al fondo del garaje de una casa clasemediera bajo una arbolada calle de Jesús María tras el Ministerio de Salud.
2.
Guillermo Thorndike en octubre de 1954 apareció en las oficinas de la revista Caretas. Era un escolar de apenas 14 años y llegaba a ofrecer para que le publiquen un texto sobre Cristóbal Colón. Enrique Zileri lo recuerda así: “El hecho fue, al comprobar desde el primer párrafo que se tenía entre manos a un chico prodigio, que la revista aceptó la oferta. Como tantas otras exuberancias de Guillermo Thorndike, ese texto del adolescente era, sin embargo, larguísimo. Pero queda en el registro del archivo que CARETAS lo publicó íntegro. Comienza en la página 32 de la edición Nº 70 y pasa a la 40. De allí sigue a la 10 de la edición Nº 71, continuando en la pagina 43 y la 45 para terminar en la 47. Fue la única vez en sus 58 años que esta revista ha incluido un artículo con semejante rosario de inserciones. La serie fue ilustrada con solo una foto, la del propio Thorndike en uniforme del colegio Maristas de San Isidro, con un epígrafe que alude a “un escritor realmente precoz. Su prosa pulcra y cuidada es la mejor prueba que tenemos en él una de las firmes promesas literarias del Perú”. El niño, por cierto, resultó más que un literato”.
Su melena rubia y sus ojos azules parecían las de un fraile de sotana y no las de un zorro que babeaba tinta al mínimo chasquido de una primicia. Me estrujo más que me abrazó como si me conociera de siempre. Me susurró al oído un monosílabo tierno que no ya no recuerdo y quedamos esa noche en irnos a cenar. “Charo, mi mujer, te quiere conocer”, me dijo y se metió en lo suyo: la cocina, allí donde se hace parir los periódicos.
Al principio no nos llevamos bien. Como todo humano talentoso tenía su hemisferio oscuro. Neuróticos les dicen algunos. Pero era más que ese ser que había soñado ser por trozos sanguinolentos: un cadáver descuartizado en la Costanera o de pronto un baby bife junto a un vino mendocino amén de esa eterna carcajada a lo César Calvo. Frente a un espejo seguro no se veía como lo observaba uno. Un maestro sencillo de majestad. De olfato a león hiperactivo domando cuartillas y paquetes de cigarrillos.
En el diario La Crónica, con Sakuda y Guillermo Tamariz.
3.
Como dijo César Hildebrandt en su velorio, que la manera más delicada de asistir al entierro de Thorndike sea guardando un prudente silencio. Un silencio que evoque al gordo amable y al magnífico padre y al indesmayable escritor que fue también Guillermo Thorndike. Pero añadió, ponzoñoso como son los enanos: “Todo en Thorndike fue contradictorio. Creaba publicaciones que luego quería asesinar, amasaba fortunas sólo para darse el gusto de dilapidarlas (…). Fundó “La República” pero dirigió “La Razón” Fujimorista, se jugó por Velasco pero trabajó al lado de Ramírez Erazo, fue el padre de un estilo que consistía en titular a gritos pero también fue padrino de Pepe Olaya”.
Dicen que Thorndike tenía un alma bipolar propia de aquellos personajes que se destruyen construyendo en su espíritu el ángel supremo de la divinidad. Qué otra cosa era ese Guillermo Thorndike, engendro de otro ogro del periodismo quien fue Raúl Villarán, su sombra diabólica redentora, ajena menos al bien que al mal. Sombra con olor a plomo y tinta. Con mambo y rumberas, trago y pichicata, eso sí, bien conversada. Por eso y aquello fue mi hermano mayor como lo fue el Chino D0mínguez y otros maromeros de las más intensas ternuras.
En sus conversaciones puede admirar aquello del fetichismo y marca de autor. De lecturas y mordeduras. De letras y letrinas –como en mi caso—y de acto barroco y verraco –también mío. No escribo memorándum ni oficios ni cartas institucionales. Escribo poesía y twitteratura. Rompiendo la regla. El periodo de las sanguazas. Pero como tengo hiel de periodista, escribo como Molly Joyce: “inhibida moralmente en su obsesión erótica alternada con cuestiones domésticas de cocina y ropa”. Con Thorndike escribir, así, fue rutina de la ruina. Por el otro lado –contranatura–, se escribe como se vive: rijoso, lascivo y aputamadrado. Todo me enerva, todo lo textualizó, todo lo embarazo de verdad, gracias a él.
4.
En una entrevista de Jorge Coaguila «El Perú es una comedia». Diario La Primera, suplemento «Semana». Lima, 22 de junio de 2008. Págs. 4-6. Thorndike a la pregunta: Las letrinas de Fujimori ¿Qué diría de su paso por La Nación y La Razón, diarios vinculados al hoy ex presidente Fujimori, los cuales dirigió?, contesta: “—Hay épocas en los que uno tiene que trabajar limpiando baños, letrinas, para tener horas y dedicarlas a la escritura de sus libros. Eso de que qué vida tan dura tuvo Kafka… Carajo, qué vida tan dura tenemos todos los que estamos escribiendo en el mundo. (…) No tanto La Razón, que no fue un trabajo agradable, pero que no fue comparable con La Nación… Trabajé en La Nación tres meses, pero usaron mi nombre durante cinco años, hasta que casi tuve que amenazar de muerte a Ramírez Erazo para que retirara mi nombre de su periódico. Fue un diario que extorsionaba. Cuántos pensarán que soy un extorsionador, un miserable. No había manera. A ver, métele un juicio a Ramírez Erazo.
Era pues controvertido Thorndike. Antes había respondido. Pregunta: Usted ha publicado cuatro libros referidos a la guerra contra Chile (1879-1883): 1879 (1977), El viaje de Prado (1977), Vienen los chilenos (1978) y La batalla de Lima (1979). De la biografía de Miguel Grau, usted ha publicado cuatro de seis volúmenes. Casi tres mil páginas. ¿Por qué se interesa tanto en un periodo trágico de la historia del Perú? Respuesta: “Casi todos los periodos son trágicos en la historia del Perú. Estoy pensando en El año de la barbarie (1969), la rebelión en Trujillo de 1932; en No, mi general (1976), la caída de Velasco; Maestra vida: novela verdad (1997), la biografía de Horacio Zeballos, el fundador del Sutep. El Perú no es una comedia. ¿Por qué Grau? En 1997 volví a leer con mucho cuidado el primer libro sobre la guerra, 1879, y sentí que el personaje era mucho más grande de lo que se reflejaba allí”.
Y cuando se le pregunta ¿Por eso apoyó a Fujimori? Y él contesta: “Cuando apareció el nombre de Fujimori en el diario yo estaba internado en una clínica, casi muerto por el primer caso de cólera morbo que se registró en el país por ese tiempo. Ocurrió a los dos o tres días de haber salido el primer número. Recuerdo haber abierto los ojos y ver a mi costado a Iván García Mayer, que era el subdirector y había tomado las riendas del diario. Él me dijo: «Fujimori ha subido dos puntos en las encuestas». Eso significaba que había pasado de uno a tres. ¿Era noticia o no? Claro que sí. El Fredemo había caído dos. «¿Va en primera plana?», me preguntó. Yo le asentí con la cabeza. Y volví a quedar inconsciente. Acá no hubo ninguna confabulación para traerse abajo la candidatura de Vargas Llosa, como lo han pintado. Un periódico de 39 mil ejemplares no puede tumbarse una candidatura. Además, no circulaba en provincias. La candidatura de Vargas Llosa se caía sola. Además, cada vez que no poníamos el nombre de Fujimori en las primeras planas, el periódico bajaba 5 mil ejemplares o más en sus ventas”.
5.
En el Perú es jodido entender este sino. ¿Arguedas o Vargas Llosa? Los dos. Los Beatles y la Fania. El Barza y el Boys. El caviar y el chinguirito. Así es uno. Así, como Thorndike nos fue enseñando a pisar la calle. Ahí, solo su escritura. Su mujer, sus hijos, los amigos. Y transversal, la textualización dura. A algunos les jode. Desde la paráfrasis a la parodia. El dislate y la ironía. La paradoja y los aforismos. Todo es paródico aunque verdad. Juego serio de tensiones. Duelo bravo de caricias. La hoja en blanco como piel tersa de muchacha enamorada. La pantalla cual lisura de la hermosura y arrechuras. Por eso, cuando presente mi último libro en una cebichería, afirme que la escritura era un orgasmo. ¿Cómo que no? Citaba a Thorndike. Termino este texto y me vengo.
Con Guillermo Thorndike se fue una época y una leyenda del periodismo. Raúl Vargas lo despedía así: “Siempre lo acompañó un espectacular sentido del placer de vivir, con todas sus consecuencias, pero no olvido jamás que allí, agazapada, está la muerte. De allí la intensidad de algunos libros que narran este contraste inevitable. Recuerdo una cita que encontró Guillermo para encabezar ‘El Caso Banchero’. Es de Manuel González Prada. “La muerte unas veces nos deja morir y otras nos asesina”. Y hablando de su generación recordará: “Vista desde ahora, la nuestra fue una generación con trágicos destinos y también de ciertas voces que se cansaron, silencios que nos duelen”. El silencio de Guillermo se dejará sentir en muchos de nosotros, pero allí su innumerable biografía de Grau para recordarlo. Y, por lo demás, a través de ese libro lo requeriremos para conversar, que como decía Miguel Hernández: “que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.
Y como el mismo Thorndike escribiese de Luís Felipe Angell “Sofocleto”, ese otro sujeto escapado de la nocturna arcadia mefistofélica del reino de las máquinas Remington: “La inmortalidad es el arte de morirse a tiempo”. Cierto Guillermo, acostumbrados a tus primicias –como Alfonso Grados Bertorini, Raúl Vargas o Chema Salcedo— esta mañana de lunes nos madrugaste con tu propia noticia. Te habías muerto preñado de trabajo y vida henchida de sortilegios e himnos celestiales. Habías regresado por la noche como Gardel deshojando tangos desde Argentina. Pensantes que a tus 69 años ya estaba bueno de calumnias y solipsismos. Así te calzaste el pijama de la eternidad y soñando con ser al día siguiente Primera plana, te pusiste a soñar con tu país injusto pero posible y cerraste tu última edición matutina. ¡Pobre Charo! ¡Pobre Augusto! ¡Pobre de nosotros que te esfumaste de nuestras agarrotadas manos cual viento noticioso que mañana será leyenda! ¡Cuánta pena, maestro!
Guillermo Thorndike a los 14 años. Cuando llegó a la revista Caretas para publicar su primera crónica.