La Jetée (1962), del realizador francés Chris Marker (1921 – 2012) –habitual documentalista-, es el relato de un recuerdo de la niñez, una escena clavada en la memoria que persigue al protagonista hasta adulto, en donde alcanzado por aquellas imágenes obsesivas, terminará cumpliendo una suerte de profecía.
La película (de ciencia ficción, según los géneros) está narrada a partir de la sucesión de fotos fijas (el propio realizador designó a su obra como “foto-novela”), con una voz en off, que apoyada por la música y por los sonidos de los distintos ambientes por donde transcurre (filtrándose en algunos de ellos palabras, murmullos, casi imperceptibles), produce un sentido de continuidad y movimiento, todo en algo menos de treinta minutos.
La historia se desarrolla en el futuro, posterior a la Tercera Guerra Mundial. La superficie del planeta está destruida. Los sobrevivientes viven en campamentos subterráneos y son tratados como prisioneros por los vencedores del conflicto, quienes además los utilizan para sus experimentos, los cuales incluyen, los viajes en el tiempo en busca de recursos que permitan reconstruir el planeta. El protagonista, escogido por los científicos captores, pues soportó bastante bien las pruebas de laboratorio, vuelve al pasado, antes de la guerra. Allí quedará maravillado, pues en nada se parece al mundo de túneles y de penumbras en que vive. (Espacio tétrico, por cierto, en el que la fotografía en blanco y negro se luce).
En sus largos paseos por el París pre-bélico, conoce a una mujer, la cual coincidentemente, es la misma que aparece en su recuerdo de niñez, en el muelle de Orly. Así, entablará una relación, se enamorará, evadiendo las vigías de los científicos, ocultando información en los interrogatorios a los que se le somete después de cada viaje. El protagonista es luego enviado al futuro, donde conocerá a los habitantes de un mundo que ha sido pacificado. Ellos le prometen liberarlo, le aseguran que también son viajeros del tiempo. Se da cuenta del poder que tiene, que puede huir. Sin embargo decide volver, pero no a su presente, sino al pasado, donde la muchacha, que lo espera en el muelle del aeropuerto de Orly. Será su último viaje, pues ya han recogido suficiente información, pronto lo desecharán, como a otros. (No lo sabe, pero un hombre, un agente, lo ha seguido desde el refugio subterráneo).
Desesperado, al final, corriendo por el andén, buscando a la muchacha, repite la escena que ha conservado desde su niñez, sólo que en ese momento, ya no es él mirando al hombre alcanzado por la bala, sino él mismo viviendo su propia muerte.(La sucesión de fotografías con mayor velocidad, dota de cierto movimiento a esta secuencia). La tragedia se cumple dos veces, en una es testigo y en otra protagonista.
En la película de Marker, la serie fotográfica nos remite al pasado, al archivo; de hecho, la foto tiene esa cualidad evocativa de la que hablaba Barthes, “el haber estado ahí”, que sumado al blanco y negro, genera la impresiónde ser un documento examinado, como las fuentes con las que luego se reconstruirán los hechos. La otra parte integrante de su composición, la voz del narrador omnisciente, está ahí guiando el relato, explicándolo, ordenándolo –incluso en sus silencios-, ayudando a construir su sentido. El pasado revisado se relaciona directamente con un tema general de la película, la memoria, o un fragmento de ella, para el caso, pues la manera en que el protagonista actúa, puede verse como una forma de explicar aquellas imágenes que tanto lo obsesionaron desde niño, digamos, la memoria recobrada es la clave para entender su destino. (Este aspectose vincula directamente con el trabajo documental del autor).
Parte de la propuesta experimental de La jetée es que prácticamente no recurre a la imagen en movimiento, aspecto que para algunos definiría por sí mismo al cine. La continuidad narrativa está apoyada también en los sonidos exteriores y en la música –junto a la voz del narrador, por supuesto. Pero en algunas secuencias, ausentes de voz, como en las que vemos a la pareja caminar por los jardines o el museo natural, las fotografías suceden una a otra, mostrando lo que miran, por donde andan, sus rostros, sus gestos, la gente que está o pasa a su lado, y los sonidos, los del ambiente y la banda musical, hacen que la historia adquiera movimiento, como si se tratara de cualquier plano cinematográfico.
La Jetée, la “foto-novela” de Chirs Marker es una extraordinaria películao corto de ciencia ficción, si se prefiere. Propone, aparte de los que se ha descrito, algunas reflexiones acerca del tiempo, la memoria, las relaciones entre la vida y la libertad –nótese que todo ocurre en una especie de campo de concentración subterráneo-, o el papel de los recuerdos infantiles que marcan a los adultos. Demuestra, a su vez, la versatilidad de una herramienta como es el cine para contar historias, largas o cortas. Lo que Marker ha corroborado, con mayor frecuencia, en su obra documental.
La Jetée también inspiró la película de Terry Gillian, Doce Monos de 1995.