Chicama (2012) de Omar Forero (Trujillo, 1969), es una película de ritmo pausado, que se toma su tiempo, que evita sobresaltos y obvios suspensos, que parece contemplar la vida de su personaje principal, esperándolo, como asistiendo a un lento proceso formativo. César Castillo es un joven profesor que vive en la localidad de Cascas. Asediado por los problemas económicos, está pendiente de un posible nombramiento para un colegio en Trujillo, ciudad y espacio imaginario que colma sus expectativas de progreso. Pero esa oportunidad no llegará y en su lugar deberá aceptar una vacante en una escuela rural del pueblo de Santa Cruz de Toledo, en la sierra de Cajamarca.
Lo primero que destaca la cinta es el contraste en la vida que llevaba el profesor César y lo que le espera. La cámara remarca ese tránsito en planos generales de los paisajes andinos y los caminos apenas afirmados por los que el personaje se adentra. Los amigos y el bullicio de su pequeña ciudad natal contrastan con el silencio y la sensación de extrañeza experimentados al llegar al pueblo de su destino. Poco a poco, como si se tratara de otro aprendizaje (el suyo), la escuela, los niños, la convivencia con vecinos y autoridades, la profesora venida desde Trujillo (Juanita) y las fiestas patronales, irán cambiando la percepción del protagonista casi sin advertirlo. Narración que prescinde de explicaciones generales, se afinca más en pequeños gestos y detalles, dejando a veces ciertos episodios aparentemente inconclusos.
La película de Forero muestra una serie de acciones rutinarias, repetitivas, un tiempo que se va dilatando en el transcurrir de los días. En esa contemplación descriptiva, la cámara también registra el vínculo entre el profesor y el ambiente –como una subjetividad en formación-, que sin eludir la difícil realidad social (problemáticas como el desarraigo, la pobreza o la desigualdad socioeconómica entre regiones, son parte de la historia), resalta los cambios de valoración, sin que haya, en apariencia, eventos que formalicen esos cambios o explícitas rupturas en la conciencia del profesor. Así, en el inicio, observando las caminatas del protagonista por los alrededores del pueblo, el ojo-cámara se colocará a un costado, mostrando la belleza del paisaje, junto a la incredulidad y molestia que provoca ese andar trabajoso. Con el desarrollo de la trama, las imágenes irán involucrando a César con la vegetación y los cerros, con las calles y la gente, con sus diversiones (el partido de fútbol en la loza o las fiestas), y los encuadres, priorizando los conjuntos, parecerán integrarlo, reunirlo en cierta comunidad. (La secuencia de los dos profesores junto a los dueños de la casa que les sirve de hospedaje, todos sentados comiendo frente a la cámara que supone un televisor, haciendo bromas y comentarios sueltos, inscribe un momento de cercanía y complicidad).
En el relato de Chicama, la inclusión de la profesora Juanita, rehúye el recurso del tópico sentimental. La amistad que se irá forjando entre César y Juanita está teñida por el signo de lo que ella representa, es decir, la ciudad de donde proviene, inicialmente, el ideal del “lugar para vivir y trabajar”. Su llegada al pueblo de Santa cruz de Toledo es voluntaria, lo cual causa mucha curiosidad entre los pobladores y en el propio César. La razón que ella enuncia es compromiso, aunque no lo exprese literalmente. También hay algo de ingenuidad. Ella está descubriendo la sierra. Lo que al principio, al profesor, parece sonarle como el discurso de quien no conoce la realidad de la pobreza –los gestos y actos de ella denotan además, una pertenencia de clase diferente, no sólo citadina-, a medida que se van relacionando en la escuela, su entusiasmo por la labor educativa lo contagia, aunque nunca deje de haber entre ellos alguna distancia. (La secuencia del final de la fiesta patronal es indicativa al respecto). Poco después, de improviso, una urgencia familiar –es todo lo que sabremos-, borrará a Juanita de la película. Sin embargo, su personaje permanecerá como pregunta sin responder cuando César viaje a Trujillo. (¿Por qué no fue a verla?).
El recorrido que plantea la película concluirá con el viaje del profesor a la capital liberteña. Allí se reunirá con un amigo de su localidad (Cascas). Después de ayudarlo en el trabajo –transportando equipos de sonido-, se tomarán unas horas e irán al mar. César se zambulle en las aguas, emerge y mira al horizonte, se queja del calor que no siente y sonríe, con ironía. Se ha desdibujado la idea de lo que esa ciudad podría ofrecerle. En la siguiente secuencia, lo vemos de vuelta en Toledo, dando clases, aguantando las bromas de los niños, quienes le reclaman por la semana que se ausentó. El viaje del profesor César a Trujillo, terminará afirmando su compromiso como maestro rural.
Relato minimalista, austero, que se sirve de elipsis. Forero cuenta una historia llena de indicios, detallista, que obliga a un visionado paciente, con un manejo muy parco de la información, más sugerente y menos explicativo, menos interesado en develar el trazo de un destino subyacente, y más preocupado por la azarosa ruta del descubrimiento.