«Más que nunca necesitamos de la filosofía en la actualidad, inclusive la más especulativa, en el sentido que se refleja sobre sí misma», dice Slavoj Žižek en una entrevista sobre el pensamiento la razón y la crítica.
Anoche, César Hildebdrandt fue invitado en el programa de Marco Aurelio Denegri, evento que caló en las redes sociales y cuya expectativa y atención superó en tendencia al estreno de la estridente y marketera “Star Wars”. Podemos hablar, al menos por una hora, del triunfo de la dialéctica sobre la inmensa maquinaria visual que hipnotiza en pos de recaudar millones, y no es poca cosa, teniendo en cuenta que hoy por hoy nuestra dispersión y desatención han alcanzado la cumbre de la inhumanidad. Teniendo en cuenta además que, en el esfuerzo por presenciar algo magno –para el promedio de la teleaudiencia nacional (la que no tiene Netflix [el cable ya no es garantía de buen contenido televisivo] pero sí llegada a las redes sociales)- muchas personas dejaron por una noche sus programas habituales para prestar atención a lo que tenían que decir dos individuos que forman parte de lo que consideramos el mundo intelectual, si bien terminaran luego aburriéndose en el primer bloque, o incapaces de seguir la conversación, o agotados por la soporífera solemnidad de un programa silencioso, al sus cerebros, bombardeados por kilotones de ruido y movimiento visual, ya no están acostumbrados.
¿Fue el programa un choque descomunal de dos mentes pujantes? No. En todo caso, no pretendía serlo. Creo que dos personas con tanta elocuencia y sagacidad como Hildebrandt y Denegri han tenido que regularse levemente en aras de sostener un programa que resulte interesante para la mayoría. Y qué mejor tema elegido que uno que resulta comidilla diaria en las esperanzas de la “cibersociedad” nacional: la televisión.
Y sí, fue maravilloso para el público que quiso hacerlo, escuchar la voz de dos experimentados pensadores hablando sobre la situación actual de la televisión. Una delicia oír el afilado verbo de Hildebrandt, destripando las monstruosas entrañas de esa bestia inmunda que día a día vierte sus heces sobre nuestras tiznadas conciencias. Y asentir lóbregamente frente a la nostalgia de ambos hombres por la televisión que consideraban blanca, la de Pepe Ludmir, la de Kiko Ledgard, la de Pablo de Madalengoitia, frente a la vomitiva televisión actual, plagada de programas vacuos construidos sobre el chisme, la denostación y el escándalo; o programas concurso de gladiadores que más resultan monos encerrados en un laboratorio de pruebas, desde su participación en los juegos, hasta su incontrolable necesidad de apareamiento, rotando entre unos y otros sin tapujo alguno, como bestias sin control frente a la atención de un público descerebrado por el embobamiento sistemático que –como bien señala Hildebrandt- está hecho adrede por ciertos grupos que saben que la democracia no puede manejarse en un mundo hipercrítico, y que necesitan sedar a la sociedad para evitar el cuestionamiento. “Si la televisión está así es porque hay una democracia de tumulto, de muchedumbre, de oclocracia”, dijo Hildebrandt.
Hubo también tiempo para hablar de la renga y famélica prensa local, encharcada en su momento más triste, donde sus profesionales, tras cinco años de estudios, se convierten en cazadores de memes, en recicladores de esquina, solo que con la basura que vierte el internet, y a la cual convierten en titulares diarios, carentes de interés por la noticia per se, más que por la repetición del hecho –“la pornografía de la muerte”, diría Hildebrandt- (un hombre muere atropellado, mire usted bien el momento en el que el carro pasa encima de él / una mujer recibe un balazo, atentos de nuevo a la imagen, mire usted bien como recibe la bala); al ensalzamiento de la tragedia antes que el cuestionamiento de la situación. La prensa, bajo la excusa de “mostrar la noticia” ha caído en el simple trabajo de darle play al vídeo de Youtube para cumplir con la hora de programación diaria. “El periodismo es fingir que todos los días pasan cosas importantes”, dice Hildenbrandt con acierto. El muerto nuestro de cada día dánoslo hoy.
Resulta suculento escuchar a dos personas leídas por su irremediable manía de citar a sus referentes. Hay quienes lo consideran un acto de presunción y vanidad; pero hay quienes saben tomarlo como una oportunidad de profundizar en el enriquecimiento espiritual. La conversación de ayer trajo la voz de hombres que deberían estar en nuestras cuotas diarias de lectura (semanales siquiera, la lectura mensual no cala): Sartori, Bernard Shaw, Camus, Bradbury y el notable Emil Cioran, de quien nunca olvido su: «Señor, dame la facultad de no rezar jamás, líbrame de la insania de toda adoración, aleja de mi esa tentación de amor que me entregaría eternamente a ti».
La televisión como acto deliberado de sometimiento mental por parte de grupos de poder llevó a los dos hombres a pasar por la política, ante la cual expresaron su desaliento, clasificando a los candidatos actuales como fraseoclastas por sus opiniones vertidas en la CADE 2015, que resultaron casi histriónicas. “Un demagogo de profesión andaluz”, dijo Hildebrandt sobre Alan García, mortificado al saberlo el más aplaudido de la CADE con un discurso (esperpéntico también a mi parecer) tonto y lleno de promesas absurdas. “Paporretear todo lo que limpie la imagen del papi al que encarna”, dijo de Keiko, candidata sin experiencia y trabajo conocido, que representa para muchos la continuación de una dinastía de “mano dura” con la delincuencia, acostumbrados como estamos a no saber nada de los poderes fácticos del estado y sumidos aun en el espíritu servil del colonialismo, devotos siempre del caudillo o del patrón, a quien permitimos robar y matar con tal de que nos deje vivir tranquilos.
La televisión tiene un deber con la sociedad, dijo Hildenbrandt, citando a la constitución, para luego afirmar lo evidente. “La constitución tranquilamente la pudo haber escrito Sofocleto”.
Carentes de dignidad como somos en mayoría, volcados al interés personal antes que el comunitario, de conciencias débiles y mal educadas, Hildebrandt nos acusa además de habernos nutrido de una autosuficiencia imbécil por creernos un país grande cuando estamos por lo más bajo en educación y cultura. Nota en Perú un tiempo circular de la teoría del progreso, donde las frustraciones y pérdida de oportunidades son las mismas de ayer, en manos de una clase política paupérrima e indigente. La tragedia que describen no resulta poca teniendo en cuenta el período de bonanza económica que el Perú ha desaprovechado, con el cual pudo invertir en educación y cultura, prefiriendo no hacer nada –y creo que adrede- y produciendo una nación idiota y empachada de comida marca Perú. Una nación en la que tras diez años de recibir dinero a caudales, solo han sido unos cuantos Cheffs los beneficiados.
“La inminencia de la extinción producirá tal nivel de terror que generará un cambio”, dijo Hildenbrandt hablando de la realidad global del planeta, haciendo una analogía directa con Robespierre y el nacimiento de los derechos humanos. Fue la conversación entre Denegri y Hildenbrandt la oportunidad de ver expresadas en palabras esa sensación que a muchos de nosotros nos carcome, pero que por nuestra precaria educación superior (las universidades están muriendo como forjadoras de conciencia) y falta de ágoras o foros nos cuesta expresar. Todo son fiestas y reuniones felices en estos tiempos. El hombre es un esclavo de su indiferencia. La mayoría de personas son una pandilla de zombies que comen el seso de todo aquel que se atreva a cuestionar.
Denegri, en la charla sostenida con Hildebrandt se refirió a los cuatro “ismos” que tienen lastrada a la sociedad contemporánea (y que a menudo cita en sus programas): El inmediatismo, el fragmentarismo, el superficialismo y el facilismo. “No hay humanismo posible hoy en día. No es posible”, dijo Hildebrant luego. Una hora resultó escasa para todo lo que podían verter dos personas que tienen claro -cada uno desde el bastión de sapiencia que lo resguarda- el desalentador panorama de la nación, a puertas del bicentenario de la independencia. Una nación cuyo 30% respalda, escudada en una paupérrima democracia, la continuidad de un régimen perverso como el Fujimorista, además de otros grupos minúsculos cuya mente, sino está interesada en el carné y el beneficio propio, como sucede con los apristas, está cautiva por el dinero. Una nación que ha sacrificado toda posibilidad de desarrollo y que continua tan solo exportando materia prima, como si esta fuera eterna, pero sobre todo una nación que sigue dejando pasar generaciones de jóvenes que anegan sus mentes en horas interminables de televisión estúpida y que son víctimas de un sistema educativo escolar negligente, y una educación superior mercenaria que no forja más que simples operarios a merced del sistema y las grandes corporaciones que serán por siempre sus jefes. Un estado que no estimula la empresa nacional, que priva a los jóvenes del entusiasmo y del atrevimiento de ser sus propios jefes y que se convertirán, como les ha pasado a tantos, en meros fantasmas de paso cansado que pasaran su gafete de ocho a seis de la tarde, antes de sentarse a terminar de ser aniquilados por esa pantalla luminosa que se lleva consigo todas nuestras esperanzas, mientras en las calles un narcoestado sigue creciendo y la delincuencia empieza a asolarnos como en el viejo oeste.
Pero todo tendrá su tiempo. Hildebrandt y Denegri no han sido más que una muestra de que la filosofía en TV puede tener ciertos réditos, en pequeñas dosis, como las vacunas que terminan por salvarnos tarde o temprano la vida.