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EXCLUSIVO: PRIMER CAPÍTULO DE «OLIVETTI BLUES», LA PRIMERA NOVELA DE GABRIEL RIMACHI SIALER.

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Exclusivo: primer capítulo de «Olivetti Blues», primera novela del escritor Gabriel Rimachi Sialer

Olivetti Blues

 

1.

El aroma del sancochado se ha mezclado con la neblina que ingresa por las ventanas del comedor, dejando un olor a rancio. El mar ha dejado escapar su olor a pescado podrido, el frío se cristaliza en pequeñísimas gotas que se filtran levantando la pintura crema de las paredes, las mejillas se ponen pegajosas, hace dos años estuviste aquí, tenías veintitrés, te entrevistaron por un cuento que alguien editó, mira el dispensador de gaseosas, los platos están dispuestos en la mesa para que uno se vaya sirviendo, el vapor despierta el apetito, huele a apio, a limón, huele a vida, coloca una moneda en la máquina y una coca cola helada baja con ruido a vidrio helado, rompiendo el ritmo de la cumbia que despide un televisor grasiento que pende de un armazón de metal pero que nadie ve, hartos de ver y oír tanta televisión todo el día. Carranza levanta la mano, tiene la boca llena, agita sus deditos gordos que bailan de dos en dos sobre el teclado y lo llama, así que hoy cortan cabezas según el viejo, mira la silla, se sienta, si uno de nosotros sale nos vamos todos y a ver quién le levanta el diario mañana, no te preocupes, Rimatti, el sancochado está bueno, sonríe a media caña, piensa, ya qué importa, los resultados de oncología lo dicen todo, no tengo que pensar en eso, pero lo hace, no me preocupa que me boten de acá, la verdad estoy cansado, dice Rimatti, necesito más tiempo para terminar de cerrar las heridas, Martín, yo les agradezco todo pero mis ánimos no están como para ser un héroe, por mí, que me quemen en año nuevo.

–O sea que ahora nos vas a dar la espalda ¿Qué pasa contigo? No creas todo lo que dicen, eso es lo primero que te dije cuando llegaste, huevón, cortó un pedazo de carne, acá todo es pasajero, sigue masticando, como lo que escribimos: hoy se muere alguien y mañana se olvida porque alguien más se va a morir, exprime más limón en el caldo, o no has aprendido nada –muerde otro trozo de carne, juega con el tenedor como si fuera una varita mágica intentando hechizarlo, lo mira, sus ojos están tan cansados como los suyos, debería existir un día en que no hubiera ninguna noticia, ninguna muerte, nada de nada, piensa, Martín sonríe –come, loco, que enfermo que come no muere, y tú estás enfermo de soledad, cerramos edición y vamos donde la Clarita, a ver si se te quita la cojudez.

–La soledad es la bandera de la derrota, Martín…

–La bandera de la derrota… ¿quién dijo eso? Está buena la frase, anótala para el crucigrama. Carranza sonríe, deja escapar una risita breve, lo mira, recuerda el primer día que Rimatti apareció en la oficina; la noche anterior se había cortado el cabello largo y nadie lo reconoció con la nueva pinta de intelectual de cafetín, incluso trajo una camisa en la mochila para tomarse las fotos de las credenciales, deja de leer el horóscopo, le dice, lo escribe Sotomayor antes de salir a la última comisión, a veces hasta yo lo he hecho. Ríe, en las demás mesas los cubiertos danzan sobre los platos, los rostros se llenan de vida, dentro de la cocina la señora Mirtha corre de un lado a otro preparando más salsa criolla, la gente reclama que el ají se acabó, Mirtha grita a una de sus ayudantes para que reponga los envases vacíos, la chica se desespera, le faltan manos, tropieza y cae al suelo, hay risas, risitas, de pronto el viejo aparece en la puerta del comedor, entra a comprar una coca cola, su sombra se proyecta en la entrada desde antes que su figura aparezca, el ambiente se torna más denso, cruza el umbral y estudia las mesas de un vistazo, experiencia, que le dicen, muy raro: él jamás entraba en el comedor de prensa, todos lo observan una fracción de segundo, vuelven a sus platos, cabezas gachas, es el viejo, mierda, qué habrá pasado, conversan a media voz, no más risitas, el rumor del mediodía tiene una frase en común: hoy cortan cabezas.

–Es de Stendhal, no del horóscopo.

– ¡Uy, pero si habló el geniecillo dominical, qué honor! el viejo lo mira, se acerca a su mesa, toma una silla vacía, Martín estira la mano invitándolo a sentarse, mira a Rimatti como diciéndole estamos jodidos, como en la novela, piensa Rimatti, jodidos todos, qué importa, nada importa ya.

–¿Alguna novedad? Dice el viejo sin mirar a ninguno, su voz grave es como la alfaguara de una caverna, ¿cómo está ese sancochado?, se ve bueno.

–No está mal, dice Rimatti, aunque tú sabes mejor que nosotros, que hay sancochados y sancochados.

–Como el que acabas de armar, dice el viejo, lo mira por encima de sus anteojos de resina con antireflex, sus globos oculares sobresalen espantosamente, como si fueran flechas que lo señalan, esa mirada celeste ha visto tanta sangre que sorprende que continúen de ese color. La comida se le queda entonces a mitad de garganta, Rimatti siente que el mundo entero empieza a girar a menor velocidad, Martín lo mira, los segundos pasan ociosos, Cristina estaba hermosa la tarde en que él le pidió que fuera su novia, y aunque todos le habían dicho que mejor no, que se esperara, que no se amarre, entiende, Rimatti, uno no debe involucrarse seriamente con las coleguitas, jamás, además es jodido escribir en un diario y creer que habrá tiempo para el amor, esas eran mariconadas, los que ya estaban casados tenían una vida difícil, los horarios, las malas noches, las buenas noches, la primicia, las horas imposibles, se habían empatado siempre con alguna chica de la universidad o del instituto o de algún otro medio, quizá se conocieron durante las fiestas por el día del periodista en aquel galpón de la avenida Argentina, lleno de luces rojas y azules y verdes, de bulla en los parlantes y tickets para canjear cervezas y todos felices y contentos y nuevamente felices y el baile y los baños tan cerca y tan oscuros y las escaleras y las columnas y la mano recorriendo la espalda y la sonrisa ebria y los dedos hurgando donde no debían y tú siempre me has gustado y tú también y volverán las oscuras golondrinas y etcétera, y de pronto el casorio, la economía, llegar a fin de mes era cosa de magos, las habían visto negras al comienzo, las vieron grises después, pero nunca las vieron claras, este negocio es así, Rimatti, le había dicho Martín la noche previa a aquella tarde inolvidable, acá estamos porque nos gusta la noticia, el chisme, la huevadita, nos gusta estar en todas, conocer la información antes que nadie y manejarla, ese es el negocio, Rimatti, aunque el precio sea alto, la calle, la calle te llama, te abre sus puertas más secretas, te enamora, te seduce, te canta al oído, te ama, te deja extasiado, luego te devora, te agota, te seca, te mata de a pocos, hasta que formas parte de ella; pero eso no importó, Rimatti, porque fuiste a encontrarla en la puerta del Epicentro, y el olor a chicharrón no era el más romántico del mundo pero al menos olía mejor que San Marcos en los noventas, piensa, donde todo el mundo almorzaba pejerrey frito con arroz y lentejas negras por sólo un sol en esas covachas miserables que estaban al lado de la facultad de Letras, el bosquecito, le decían, el pejerrey lo sacaban de un caldo que costaba la mitad de esa moneda y lo mezclaban con fideos y culantro y limón, y todos eran comunistas o socialistas pero nunca realistas y comían esa mierda porque eran clasistas y combativos, pero ahora ya comías mejor, siempre tuviste gustos extraños para hablar de cosas tan importantes como esta, y ahora, sentado frente a ella, con un nerviosismo que lo sorprendió, le dijo que la quería, que estaba loco por ella, que le había escrito varios poemas en silencio, pensando en su sonrisa, en el brillo de sus ojos chinitos, sus pies chiquititos, cariño bonito, por dónde andarás, le tomó la mano, la miró a los ojos, ella sonrojada, sus mejillas calientes, la mesa de por medio, se estiró sobre ella para alcanzar sus labios, nos están mirando, le dijo nerviosa, y era cierto, tarado, cómo se te había ocurrido ir a ese lugar justo a eso y en hora punta y el beso no llegaba como al pasto el rocío, sonrió, tomaron un milk shake de fresa, rieron, ella no dijo nada. Salieron rumbo a un parque y a mitad de la avenida, hace mucho frío ¿no? dijo con la voz bajita, linda, casi susurrando, el primer novio a pesar de ser periodista, sus castaños cabellos lacios buscaban en silencio apretarse contra su hombro aquella noche después del cierre, y la abrazó, y luego, un mundo más adelante, el beso cálido, la caricia esperada, la sonrisa cómplice, la piel tibia, el abrazo intenso, el te quiero que se volcó desde adentro, hasta encontrar su boca, la de ella, tan tierna, tan tibia, y de pronto la imagen de aquel día maldito, esa mañana más fría que nunca, voces, gritos, el hielo en la columna vertebral penetrando como grapas, las sirenas de la policía, la cuerda tensa sosteniendo su pequeño cuerpo, sus cabellos lacios cubriendo un rostro ahora amoratado por la hemorragia, sus pies meciéndose en el aire, la carta en el piso, la policía preguntándole si era su novia, su esposa, y él balbuceando, se atoraba con las palabras mezcladas en llanto, Rimatti, responda, lo llevaremos a la comisaría, tome este calmante, ella, su imagen, la fría piel que alcanzó a tocar le provocó arcadas, la comida quiso regresar de su garganta, su pulso se aceleró, la había encontrado aún tibia y poco a poco se fue enfriando para siempre, entre sus brazos, como se enfrió entonces su corazón.

–¿Tres refrescos, verdad? Dijo la chica colocando los vasos sobre la mesa. Buenas tardes, señor.

–Buenas tardes, dijo el viejo sin mirarla, cogió un palillo y empezó a limpiar sus dientes, el sancochado de mierda que has armado está trayendo cola, Rimatti, este periódico no es una maldita chacra donde puedes hacer lo que te da la gana, hay formas, procedimientos, no puedes actuar sin consultar, eres un empleado más, ¿qué mierda pasó por tu cabeza? empezó a alterarse un poco, te dijimos bien claro que contabas con nosotros para presionar hasta el fondo, pero esto son cosas mayores, han llamado de la Embajada a pedir explicaciones, tengo a… se bebió la coca cola de un soplo, eructó tapándose la boca y frotándose el pecho…tengo a dos congresistas de mierda jodiendo por teléfono mañana tarde y noche; se hizo un silencio, las demás mesas comían mudas, todos querían saber qué estaba pasando, sólo la música que salía del televisor y las tetas de las Diablitas de la Cumbia agitándose en disfuerzos se esforzaban en animar el almuerzo, el viejo miró a todos lados, hizo un gesto de desdén, redactorzuelos, jamás serían periodistas de verdad, preocupados en la plata y joder por los aumentos, no era vocación, era lo único que se les había ocurrido por culpa del hambre y el APRA, se puso de pie mirando a Martín, nos vemos todos en una hora en mi oficina, y obviamente eso también incluye al dueño de esta chacra ¿no, mesié Rimatti? dijo cachoso, y salió.

-De verdad está bueno este sancochado, dijo Martín, pero le falta ají, pásame ese platito. Rimatti le alcanzó el plato con las rodajitas despepitadas de rocoto.

-Parece que hoy es un buen día para el pez banana, dijo Rimatti, suspiró, estoy rejodido, Martín, realmente rejodido. Déjate de mariconadas, huevón, ya te dije: si tú te vas nos vamos todos, el viejo sabe esa vaina, tiene que entender, además es tu padrino de matrimonio, que no joda, pero la cagaste pues, en algo tiene razón: debiste consultar. Ahora come tranquilo, pero come algo y no pienses más, hace mal pensar, ¡miramiramira!, dijo señalando el televisor: Las Diablitas de la Cumbia saltaban agitando los enormes pechos durante los coros: qué ricas tetas, esta noche de todas maneras caemos donde la Clarita. Y ya deja de pensar en mariconadas como esa del pez ba–na–na, o ahora tienes un acuario en el culo, para empezar se dice plátano, o también comes “emparedados” y no sánguches… huevón, come nomás, que enfermo que come no muere. Rimatti sonrió, quiso contarle del pez banana, lo había leído en la universidad una noche en que tomaron la facultad de Ciencias Sociales a punta de palos y gritos para reclamar por el alza de las pensiones anuales en San Marcos, de cero a un nuevo sol, vaya alza, mala jugada, expulsaron a dos alumnos y la policía entró para llevarse al resto, se salvó porque su afición al alcohol lo había llevado a leer en uno los salones del fondo con una botella de ron, cuando despertó el sol ya había salido y los alumnos entraban a escuchar una clase, sonrió al recordar esto. Se encogió de hombros otra vez, no era su mejor día, estaba con el ánimo por los suelos, miró la ventana y el cielo seguía gris, yo era como Superman, en serio, mira, te voy a contar un secreto, preciosa, tú me vez feliz porque el sol sale, ella reía cada vez que él le contaba algún secreto de esos, tú eres mi kriptonita pero el sol me llena de vida, de verdad, ¿acaso no te das cuenta que cuando hay sol todo el mundo anda más feliz? Cristina controlaba la carcajada. Yo, por ejemplo, puedo hacer mil cosas cuando sale el sol, me gusta el calor, pero cuando hace frío me apago, me recuerda a los domingos por la tarde cuando estaba en el colegio y tenía que esperar irremediablemente a que el lunes llegara para volver a subir al mismo bus que llevaba a decenas de personas apretadas como en una lata, colgando de la baranda; una vez me caí en la pista y me pelé las rodillas y las palmas de las manos, llegando a casa mi madre me pegó por haber roto el pantalón, cogió el cable de la grabadora, lo recuerdo clarito, tuvo que ponerles un parche de cuero a mis rodillas, los domingos son los peores días de la semana ¿Aunque salga el sol? preguntó ella sonriendo, él le acarició el cabello: aunque salga el sol, preciosa, aunque salga el sol…

Martín pidió el cuaderno para firmar el consumo, Rimatti hizo lo mismo, salieron del comedor y subieron las escaleras en silencio, el sonido de las teclas en la sala de redacción volvía a la vida como la resaca del mar, pensó: todo empieza otra vez, ni hablar, la vida es circular y eso lo sabe el sol mejor que nadie. Uno de los mensajeros llegó corriendo con las novedades de la tarde, estaba agitado, esta vez por andar corriendo, Rimatti sonrió, lo había visto igual de agitado la noche en que tuvieron que hospitalizarlo por jalar tanta cocaína en el baño, tuvieron que subirle los pantalones y esconder las fotos de su mujer desnuda enseñando todo y más.

–Tranquilo, muchachón, ya deja esa vaina que un día de estos te agarra un infarto y ahí te quedas –todos rieron –a ver qué novedades traes para este día de mierda.

–¿Mala mañana, Rimatti?

–Hasta las huevas… a ver… mmm… si me dieran un sol por cada colerón…

Ramiro había traído cinco sobres dirigidos a Policiales

–Este Stendhal… preguntó Martín ¿en qué canal tiene su programa?

–…en el 69. Respondió Rimatti, sonriendo.

–Ahhh…  ya, nos vemos luego.

–OK.

El reloj marcaba las tres de la tarde cuando Italo regresó con la novedad: en cinco minutos en la oficina del viejo, anda de buen humor, algo debe haber pasado, pero igual, por si acaso lávense el poto. Martín miró a Rimatti, tú primero, le dijo, para que se canse, ya a nosotros nos jalará las orejas, y rió.

¿Por qué La Crónica?, no me has contado, dijo ella sentándose en la cama, sus pies chiquititos, por dónde andarán, porque es el comienzo de una novela que me gusta mucho, es una forma de empezar, hay miles, pero es un truco viejo, luego lo cambio, ¿entiendes, chinita?, hizo un puchero, mmm… no sé, creo que deberías ser más original, digo, ¿no?, puede ser, mi amor, puede ser… Tremendo trabajo de arqueología social no importa, piensa, se recuesta en el respaldar de la silla, estira los brazos, un bostezo engulle parte de la oficina, da igual, siempre da igual: las mismas calles, los mismos ruidos, la misma gente, el monitor que se enciende y apaga intermitentemente cada dos minutos, el teclado con la letra a que se pega constaaaaantemente, nada es como parece, Rimatti, todo es un espejismo de nuestras frustraciones, se sorprende pesimista, debe ser la hora del almuerzo, vaya filosofía, sonríe, debe ser el hambre. Lee lo escrito con desgano, mira el estante, los archivos siguen amontonados, ubica la cajetilla de Lucky sobre unas revistas, toma uno, lo enciende.

–Tenemos reunión a las cinco con el viejo –interrumpe Italo en el umbral de la puerta, el ruido de las teclas de la sala de redacción se filtra como una marcha de ratas furiosas tras la sangre, Italo sonríe, cigarrillo en los labios, el pelo ondulado, bolsas en los ojos, ha engordado mucho desde la primera vez que lo vio, –y no quiere excusas, dice que ahora cortan cabezas; cambia su expresión de pronto; está destrozado por lo de Cristina pero hay muchas cosas en juego, qué mierda de situación, Rimatti, ya vemos cómo solucionamos esto, pero es grave, –hace una pausa, luego murmura –esto jamás debió haber pasado… los dueños no querían que esto se vinculara al diario… lo siento, tío, pero esta vez estamos de mierda hasta el cuello.

Rimatti lo mira, sonríe a medias, el cigarrillo se desliza de izquierda a derecha, se encoge de hombros, qué importa, el luto va por dentro como el extremo de una capa de lava, se lleva todo a su paso, calcina el bosque interior, todo, hasta que se va enfriando, endureciendo, aligerando, con los días, con las noches, mi amor, todo va a pasar, cariño, todo pasa, Rimatti, le dicen por las noches en el teléfono, aunque ella no esté más. Ítalo hace un gesto con las manos y regresa a su oficina, Locales está que arde desde hace dos días… y ahora esto.

Rimatti sale de la oficina, la sala de redacción continúa imparable, las pantallas de televisión anuncian nuevos recortes; el comedor está en el primer piso, es gratis, cortesía del dueño, dice en el contrato, Rimatti pasa por la oficina de Carranza, su casaca de cuero está en la silla, su monitor no parpadea, es pantalla plana, los espectáculos venden más que política o policiales, Carranza debe estar en el comedor, baja las escaleras, dos cuadros gigantes cuelgan de la pared, las dos portadas más vendidas en la historia del diario, piensa, por qué La Crónica, por qué ese libro, por qué empezar así, cariño, puedes aprovechar el tiempo en la redacción para avanzar con tu novela, acá es un poco difícil, tu sabes, le dice ella, llegas tan cansado cuando llegas si es que llegas, juguetea con la hebilla de su correa, mejor allá, mi amor, recuerda, el luto, la lava, el bosque interior, piensa: todo.

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