Opinión

Escritores encarcelados, mutilados, apuñalados y suicidados

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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La lista de escritores encarcelados es larga empezando por Miguel de Cervantes Saavedra que, además, fue mutilado por una bala y adquirió el título de “El manco de Lepanto”. También estuvieron presos: El marqués de Sade, Dostoievski, Óscar Wilde, Thoreau, Arguedas, Paul Verlaine, Miguel Hernández, Chocano, Vallejo, etc., y ¡Jean Genet fue condenado a cadena perpetua!

No obstante, la historia aún ha sido más cruel con los escribidores: García Lorca fue mandado al paredón como Mariano Melgar, jóvenes y rebosantes de vida. Ezra Pound fue metido en una jaula con el rótulo de “nazi” y paseado cual animal de zoológico en Pisa. Hemingway exigió que soltaran a Pound porque estaba loco y que, sino lo hacían, rechazaría el premio Nobel que le habían concedido. Años después, el autor de El Viejo y el Mar se dispararía con una escopeta de caza.

Friedrich Hölderlin fue encerrado en un frenopático y Martín Adán se enclaustró en el “Larco Herrera”. Verlaine le dispara a Rimbaud y lo hiere en la mano. Silvia Plath mete la cabeza en un horno y abre la llave del gas. Horacio Quiroga toma cianuro al enterarse de un cáncer terminal y su amante Alfonsina Storni se lanza al mar. Pier Paolo Pasolini es acuchillado, golpeado salvajemente y atropellado veinte veces por su propio auto Alfa Romeo plateado.

Leopoldo Lugones repite la receta del veneno con whisky y escribe una carta donde dice: “Que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohíbo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos.” Décadas después, Videla desaparecería a ocho poetas.

El autor Salman Rushdie es condenado a muerte por escribir su novela “Los versos satánicos”; y, en 2022, es apuñalado en el cuello.

Aquí la policía disparó contra Javier Heraud en 1963. Y en los años 2000, el poeta y amigo, Josemári Recalde, falleció convertido en un bonzo humano. Este escriba lo visitó unos días antes de su partida; y en esa última conversa entre alegrías y viejos recuerdos, solo pudo notar una enorme soledad comparado quizás con el Nietzsche que lloraba abrazando a un caballo.

¡En el dolor, hermanos!

(Columna publicada en Diario Uno)

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