¿Qué es un escritor católico? ¿Cómo impacta en la tradición narrativa? ¿Qué significa hoy esta Literatura? En una época de crisis de valores, donde parece que no hay más religión que el dinero, estas preguntas podrían ser más concretas de lo que se esperaría. Enrique Sánchez Costa es un docente de humanidades que ha dedicado los últimos años de su vida a una investigación que lo ha llevado por las bibliotecas de media Europa para escribir un libro inédito en nuestro continente.
Enrique es catalán y joven, cree en Dios y no es fanático, tiene las cosas claras, empezando por sus intereses literarios. Desde hace tres años radica en Perú como docente de humanidades en una universidad, lo que pocos saben es que también ha publicado un libro. Una obra que llena un gran hueco en la historia de la literatura comparada, y es El resurgimientocatólico en la literatura europea moderna [1890-1945]. La proximidad de Sánchez hacia los autores católicos parece partir más que de una postura confesional a un interés en rebuscar los meollos de un fenómeno literario poco estudiado, que sin ser uniforme, ha impactado en nuestra forma de concebir secularmente la literatura.
El fenómeno heterogéneo de los escritores católicos que van de 1880 a 1945. Un fenómeno cultural difícil de encasillar, en el que se trenza y destejen distintas maneras de escribir. “Hay unos que son surrealistas”, menciona Sánchez, “otros que son satíricos, otros que son naturalistas”. El fenómeno de escritores católicos en ese período es el de “mucha gente que se sintió atraído por el catolicismo en lo espiritual y lo cultural a partir de una crisis de la modernidad.” Así como algunos encontraron salida a la crisis en el fascismo o el comunismo, o en religiones importadas de oriente, también muchos otros lo encontraron en el catolicismo: “mucha gente estaba buscando con que llenar ese vacío, pues básicamente venían de la descreencia. La gente lo que buscaba era también una comunidad. Aparte de las religiones políticas algunos se vieron atraídos por la comunidad y un sentido a la vida que ofrecía el catolicismo como asidero a un hogar metafísico”.
A veces uno no sabe lo que busca hasta que lo encuentra. Precisamente este libro ha sido para mí un encuentro afortunado, por eso se los comparto. A lo largo de cuatro años, Enrique Sánchez se propuso la tarea de un detective de bibliotecas. Desde la British Library (Londres) a la Bibliothèque Nationale de France (París), pasando por la Library of Congress (Washington D.C.) y la Biblioteca de la Real Academia de la Historia (Madrid), este detective de escritores fue articulando las coordenadas de todo un fenómeno de autores significativos dentro de otros procesos, como la Renouveau catholique francesa, el Catholic Revival inglés, o el Resurgimiento católico en España.
El signo de los tiempos
Hace apenas 110 años atrás el mundo celebraba el sueño del progreso. Aparecía la vacuna, los ferrocarriles y trasatlánticos reducían el tamaño del mundo de viajes en semanas o meses a solo días. Europa entera se iluminaba con la bombilla eléctrica. La modernidad y la Revolución industrial cambiaban los modos y costumbres de vida, y también afectaban el arte. En la literatura desde mediados del s. XIX, como resultado del positivismo filosófico, emergía el naturalismo en la literatura con las novelas de Zola, corriente está la cual se focalizaba en la naturaleza sensible, aquello perceptible con los sentidos. Esta corriente era un eco claro de las ideas positivas de organizar científicamente la humanidad, en el que el mundo carecía de misterio y el milagro aparecía como un prejuicio anticuado.
“El simbolismo será la primera embestida que cuarteará la pretensión totalizadora del cientismo. Y su padre será también el iniciador de la modernidad literaria: Charles Baudelaire”, escribe en su libro Enrique Sánchez. A diferencia del parnasianismo y el naturalismo dominante, el simbolismo tentará “lo que hay detrás del mundo, lo que este significa más allá de las apariencias. Frente a la pretendida objetividad naturalista, el simbolismo potencia la expresión íntima, lo personal e individual; frente a la poesía del entendimiento, propugna la imaginación y la sensibilidad (…) Había llegado la hora, a través de la fuerza prismática del símbolo, de arrimarse al misterio.”
Para Sánchez, Baudelaire es el precursor del renouveau catholique. Esta blasfemia podría herir la sensibilidad de los devotos baudelerianos, pero para Sánchez este poeta y sobre todo sus diarios íntimos en que desnuda su interior poseen un trasfondo cristiano: Y es que de la creencia nace la blasfemia, es decir, solo se puede blasfemar sobre lo que se cree previamente, y Las flores del mal son el inventario de blasfemias por antonomasia. Por otro lado, como rescata Sánchez, para el Gran poeta católico Claudel, Baudelaire es el poeta de los Remordimientos.
Verlaine será otro precursor de este movimiento. ¿Cómo un blasfemo y drogadicto como Baudelaire y alguien que abandonó a su esposa para tener una aventura homoerótica como Verlaine podrían ser precursores de esta renovación católica en las letras? La respuesta la tiene otro “árbol seco” de la Belle époque, el teatrista Oscar Wilde: “Todo santo tiene un pasado, y todo pecador un futuro”. Porque como dijo Baudelaire: “Dios es un escándalo, -un escándalo que vuelve de nuevo”.
Fe en la pérfida Albión
En la película A man for all seassons de 1966 sobre la vida de sir Thomas More, se hacía decir a este que si el sermón de la montaña Jesús se lo hubiera impartido a sus compatriotas ingleses, estos se hubieran dormido con las primeras bienaventuranzas.
La situación del catolicismo en Inglaterra era más complicada por un viejo prejuicio anticatólico heredado por el cisma de Enrique VIII. Sin embargo, la pequeña isla fue pródiga en extraordinarios escritores anglosajones que luego se convirtieron al catolicismo, autores de talla mundial como Chesterton, Greene, Tolkien o Waugh, entre otros.
El libro menciona la presencia refundacional de Newman, o la poética de Hopkins, aunque resulta particularmente interesante la estrecha relación (en escalas anglosajonas) de Graham Greene y Evelyn Waugh.
A Greene, Sánchez lo define de la siguiente manera: “será la duda la cuerda sobre la que se sustentará toda su vida”. El caso de Greene es casi arquetípico del hombre moderno, “la duda es prueba de una fe viva (…) Y así como solo el santo conoce la fuerza de la tentación, solo el fiel aguza su fe en la piedra afiladora de la duda”. En palabras del mismo Greene, maestro de novelas policiales (fue guionista de El tercer hombre), “el asesinato, si uno se lo toma en serio, es un tema religioso”. Pues cómo explica Sánchez: “de ahí que Greene deseche la abundancia de detalles mínimos en las ficciones policíacas (horarios, huellas, trucos de prestidigitador) y privilegie el debate psicológico y moral en los personajes.” Entonces, hay en Greene (como en el Padre Brown de Chesterton) una especial atención al elemento religioso o moral en sus personajes, cosa más bien rara dentro del género policial, y es ese punto precisamente el que le da profundidad.
Contemporáneo de Greene era Evelyn Waugh, alguien fácil de admirar pero no tanto de amar. Dotado de una de las mejores prosas británicas y un sentido del humor un tanto grosero con sus semejantes, los intereses de Waugh en su escritura se enfocarán en familias aristocráticas inglesas, su decadencia, guiños al homoerotismo y por supuesto la fe. Retorno a Brideshead será su gran novela, escrita durante “ese clima social antinobiliario al que alude Waugh, el arrinconamiento social de la aristocracia desde la antigua preminencia hasta una posición vergonzante (…) Es el canto de cisne de la nobleza terrateniente, antes de verse obligada a vender sus posesiones y enlazar a sus hijas con los enriquecidos plebeyos del mundo de la empresa o las finanzas”, en palabras de Sánchez.
Estos y otros autores, así como sus obras y sus innovaciones temáticas y formales en la escritura, hacen de los autores católicos un fenómeno cuyo impacto en la literatura contemporánea todavía está por medirse, y un primer gran acercamiento es este libro. Perfecto para comprender como se trenza las crisis sociales y económicas con el arte, y como el espíritu transmita esos movimientos de cambio que precisamente ahora, después de una pandemia, con una guerra en Europa que no acaba, crisis de suministros y una amplísima cultura de la cancelación revelan que tan cerca a estamos a esos autores católicos que no son otra cosa que autores de crisis. Pues bien, este 15 de abril se conmemoran los 110 años del hundimiento del mayor trasatlántico que el mundo había conocido: el RMS Titanic. “Y con él, entre las aguas heladas y los icebergs, naufragaba simbólicamente la Belle époque” y sin embargo fue esa crisis entre otras la que favoreció “el resurgimiento católico [que] pudo afrontar sin temor la modernidad y lanzarse al encuentro de la cultura (…) en un período de vanguardias y movimientos palingenésicos, supo articular una forma católica de palingenesia¹ que no ofrecía sosiego, pero sí un sentido existencial y una esperanza nueva”.
¹Palingenesia: Rnacimiento o regeneración. Ideal para comprender estos tiempos de crisis y desasosiego, y quizás hasta para tener esperanza.
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