Actualidad

ESA MALDITA CAJA

Published

on

Alentados por los resultados de la marcha contra la Ley Pulpín (De nada sirve llamarla por su verdadero nombre), corre por Facebook y Twitter la iniciativa de una nueva gesta, esta vez contra la televisión basura, nombre que ha recibido el conglomerado de programas que basan su éxito en la exposición de la vida de personajes erigidos como héroes o antihéroes mediáticos, en la viralización del escándalo y del chisme y en el escrutinio de la desgracia ajena; en unos concursos de circuito entre equipos alimentados no tanto por la destreza de sus participantes, como por las calumnias, insultos y peleas entre ellos.

El fenómeno del reality show, representado por sus dos programas icónicos: Esto es guerra y Combate, está en el ojo de la tormenta y de la censura por parte de la clase cibersocial* (lean mi artículo anterior), lo mismo que los programas de farándula, encabezados por Amor, amor, amor y Magaly. Esta protesta, anunciada para el 27 de febrero, no va a ceder hasta que los canales no acepten regular el contenido de sus programas o, por qué no, levantarlos del aire.

Pero la verdad es una, guste o no: todos esos programas tienen una audiencia nutrida. Basta ver los reportes de porcentaje de audiencia (los de farándula, 15; los realities, 22) y las tendencias en Facebook y Twitter para darse cuenta de ello. Ningún broadcaster perucho, por sensible que fuese (y no lo son) aceptará pataleta alguna ni permitirá que sus mecas doradas, sus jóvenes gladiadores y hermosas amazonas salgan del aire ya que generan ganancias millonarias. No lo permitirán tampoco sus anunciantes, ni la prensa, ni la radio, ni los vendedores de cuadernos, álbumes y juguetes. Pero peor aún: el mismo pueblo no lo permitirá. El deseo de una televisión de calidad, educativa, llena de valores es una mera ilusión por dos aspectos fundamentales: uno, el fin de la televisión no es educar, sino entretener; dos, la televisión es un medio en manos de gente que la usa de acuerdo a como mejor le funcione. Las regulaciones de contenido existen y los canales han recibido sanciones cuando han pasado la línea. ¿Cuál es esa línea? La que está definida –más allá del marco legal- por lo que el consumidor requiera.

La televisión local, en la actualidad, se ha llenado del vacío y la ironía que Foster Wallace acusa en su ensayo E Unibus Pluram: “El gran atractivo de la televisión a la hora de la verdad es que capta nuestra atención sin pedir nada. Uno puede descansar mientras recibe estímulos. Recibir sin dar”. Y compara los patrones entre la televisión de antaño y las nuevas producciones: “Fuimos adiestrados por la televisión para mirar lo que señalaba, normalmente versiones de la ‘vida real’ embellecidas, dulcificadas y vivificadas al sucumbir ante un producto o una tentación.

El megapúblico actual está mejor adiestrado y la tele ha descartado lo que no necesita. Un perro, si le señalas algo, se queda mirando tu dedo”; y representa el peligro que Pierre Bordieu acusa en su ensayo Sobre la televisión, donde señala que la televisión brinda una visión estrecha del mundo, una visión estrecha de la nación, e involucra a los profesionales relacionados con esta, señalando que pudieron ser armas para usar la TV como instrumento de democracia directa, y terminaron siendo parte de la maquinaria de opresión simbólica.

Y es el mismo Pierre Bordieu el que revela el mecanismo que hace que el efecto idiotizante de la televisión cobre cada vez más fuerza: uno, la participación activa de la prensa; como se puede ver en los noticieros (tres ediciones al día) y los magazines de fin de semana, que dedican sendos minutos en la cobertura de escándalos, rupturas sentimentales, nuevos romances y peleas de los gladiadores modernos de los realities, así como a resumir y analizar los hechos importantes de la teleserie de moda (Al fondo hay sitio, por ejemplo), y también en los periódicos, en la web y en la radio; y dos, la participación de toda la maquinaria informativa (the media) en cuestiones patrioteras, con tintes xenófobos o jingoístas, que bien podemos apreciar en la exultación de nuestros platos locales, el triunfo de algún cantante intrascendente, la tonta e inacabable rivalidad con Chile, o el simple hecho de que una llama aparezca en un comercial extranjero del Superbowl.

Todo esto está, por supuesto, sembrado sobre los cimientos de un país que ha sido destruido culturalmente (y he ahí que la ironía de la televisión se revela, pues resulta curioso que sea la televisión la que nos haga inflar el pecho cuando algo de nuestro país resuena en algún lugar del mundo, y que la gran mayoría comparta orgullosa la canción de Pisko, y acuda en masa al bacanal gastronómico que es Mistura, y sin embargo nuestro país refleje en cifras reales un nivel de incultura, ignorancia y brutalidad nunca antes visto, lo cual nos legará una generación de jóvenes perdidos [manipulables] y sin identidad, las víctimas perfectas del nuevo orden televisivo nacional), y nos invite a vivir de espaldas a las únicas y verdaderas manifestaciones de cultura que podrían rescatar a la sociedad del hoyo en el que se encuentra. La idea de una posible revolución se anega en el debilitamiento de mente que la publicidad (de ahí la crítica que Bordieu hace a los profesionales relacionados a la TV) efectúa sobre las masas. Como diría Foster Wallace:

“Las formas de nuestro mejor arte rebelde se han convertido en meros gestos, en trucos, no solamente estériles sino perversamente esclavizantes. ¿Cómo puede la idea de rebelión contra la cultura empresarial conservar algún significado cuando Chrysler Inc. anuncia camionetas invocando ‘La revuelta de las camionetas’? ¿Cómo se puede ser un iconoclasta bona fide cuando Burger King vende aros de cebolla con eslóganes como ‘A veces hay que romper las reglas’?”

Resulta evidente, entonces, que sacar del aire la televisión basura no tendrá efecto alguno. La TV cambiará de programas, saldrán al aire documentales de historia del Perú y ciencias naturales, volverá el mensaje del hermano Pablo y un remake de La Familia Ingalls, y los espectadores apagarán la televisión y encenderán su laptop, o su celular para ver memes y bromas online, o usarán el cable para ver realities extranjeros, o correrán a los espectáculos que los desempleados gladiadores de Esto es guerra y Combate montarán en algún centro comercial, animado por un despedido conductor de farándula y comentado por internet por Magaly Medina.

¿Es la censura la solución, cuando nuestra idiosincrasia se alimenta de la desgracia ajena, el chisme y la imposibilidad de pensar? La mayoría de personas de clase media se mueven entre una maquinaria que todas las mañanas les muestra la crudeza de un mundo plagado de delitos y muertes, un trabajo agotador de largas horas, estudios necesarios para un siete días de vacaciones en Punta Cana, y no hay, luego de tanto esfuerzo, otra opción que sentarse frente a esa maldita caja luminosa y dejar de pensar en todo, apagar la mente y sonreír y no ver más la tragedia del mundo. La clase pobre lidia con el desempleo, el desprecio, la segregación, el pobre prende la televisión y solo encuentra más y más injusticia, luego se enfrenta al mundo y, lejos de toda oportunidad, se sienta frente a la pantalla a disfrutar de la vida a través de la vida de otros, a deleitarse sabiendo que los ricos también lloran y a soñar despierto creyendo que si alguien igual que él pudo salir en esa caja, él también puede.

Una sola convocatoria a un reality juvenil formó una cola enorme, un tumulto de niños llenos de sueños, acompañados por sus padres, seres cuya única posibilidad es nutrirlos con eso; chicas guapas del barrio que iban con la ilusión de ser la amante de algún gladiador de élite, de generar algún escándalo, quizá, y aspirar al trono de la nueva Candy. ¿Cómo mermar los sueños de esa juventud en un país lleno de desigualdad y falta de oportunidades, donde las bibliotecas y los centros culturales son paraísos elitistas y aburridos, donde la lectura es el peor castigo del mundo y hasta los mismos padres bostezan o colapsan cuando tienen que resolver una tarea escolar, sin la chance de inspirar nada en los muchachos?

¿Cómo afirmar la individualidad de la juventud si esta es devorada por una televisión que, en su máxima ironía –parafraseando a DFW- es una sinéresis que celebra la diversidad, donde una hay que ser horrible a conciencia para crear artistas que brinden la inconsciente ilusión de belleza y donde los productos presentados como armas para expresar la individualidad solo pueden anunciarse en televisión si le venden a millones?

La televisión es a fin de cuentas un afluente que se nutre de lo que el mismo espectador, en masa, le brinda. Exagerada y trastocada, la programación que ofrece es lo que el público demanda, en parte por voluntad propia, en parte por la maquinaria de prensa que ha refinado su arte de “ocultar mostrando”, y de una juventud que cada vez interactúa menos entre sí, y que vive presa de la efervescencia del entretenimiento y del desinterés y falta de celo de sus fiscalizadores directos, que son sus padres.

El gran triunfo de la maldita caja es esa ironía que nos hace prender el televisor para indignarnos y criticar, que nos hace parte de los círculos de chisme para no sentirnos absurdos en las reuniones de fin de semana, para tener de qué hablar. Podríamos sentarnos a buscar culpables, decir que fue Fujimori y la prensa chicha, los cómicos ambulantes. Pero la verdad es que se nos sirve lo que queremos comer, pagamos por ello, recompensamos con éxito a quienes nos sirven (sino pregúntenle a Magaly, que de ganar una olla arrocera en canal cuatro ha terminado comprando casas en Miami) y nos sentimos bien con eso.

Ya lo dice Emil Ciorán: “La conciencia es la pesadilla de la naturaleza”, y es la televisión la que ha sabido arrullar nuestros gritos, aquietar nuestras ganas de libertad con un libreto trillado y sin embargo perfecto: somos nosotros quienes decidimos mantener esa caja encendida y preferimos dejar de pensar en lo jodido que es el mundo y en lo mal que estamos, total, mal estuvimos siempre; ahora por lo menos soñamos despiertos, y somos parte, gracias al artificio de la caja boba, de un país hermoso, con pisco, cebiche y Macchu Picchu, un país en el que ser combatiente y modelo reemplazarán las ganas de ser cheff, y es así como se forja la vida, al fin y al cabo, de algo hay que vivir, así se mueran unos cuantos quejándose y marchando, e incluso eso servirá de material en la TV.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version