Opinión

¿Eres terruco?

Lee la columna de Hans Herrera Núñez.

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“El terrorismo no existe, lo que existe es el terruqueo” exclamación de un manifestante en el centro de Lima. Una de dos: o tú has terruqueado o te han terruqueado.  La nueva forma de cancelar en Perú es el terruqueo. El insulto político más duro, peor que corrupto, y que nos lleva a los traumas de un pasado jamás superado. La reciente polarización que nos ha estallado evidencia que Perú no es un país fracturado, sino que ya está roto.

Cierto cura dijo una vez: si le doy pan al pobre la gente me llama santo, pero si pregunto por qué es pobre me llaman comunista. En resumen, esa es la situación en Perú: la de una permanente desconfianza hacia el otro. Peleas en entre amigos, números eliminados, WassAps bloqueados, familias enfrentadas. Todo en Perú se ha politizado. Un efecto reciente es el uso del término terruquear. Un peruanismo que remite a (des)calificar al otro como terrorista.

Seguro te ha pasado que estás en una conversación y en algún momento se cola el tema político. Das tu opinión. Una opinión de centro, que quiere ser conciliadora. Entonces alguien te responde que No, ni siquiera te pone un pero, niega tu enunciado. Luego si defiendes tu argumento empiezan a decirte que te vayas a Venezuela, a Cuba. En un momento te llaman Caviar. Y si sigues en tu posición, en menos de diez minutos tu interlocutor te llamará terruco. Y tú eres una persona de centro defendiendo una posición conciliadora frente a los sucesos. Pero si eres alguien con una posición de izquierda estarás frito desde el primer minuto. Porque te llamarán terruco en una.

Terruquear se ha vuelto la manera más rápida de categorizar al otro y eliminar todo debate. Existen otros términos odiosos que se usan para descalificar cómo llamar a alguien facho o caviar, pero ninguno es tan duro ni remite a una imagen tan fuerte como “terruco”, simplemente nada la supera en Perú.

Y es que terruco no es solo un insulto. Es un estigma. Remite lo peor de lo peor.

Carlos Aguirre de la Universidad de Oregon tiene un trabajo muy preciso sobre la palabra terruco: “Terruco de m… Insulto y estigma en la guerra sucia peruana”. Allí menciona como a partir de un trabajo de Randall Kennedy en su estudio sobre el uso de la palabra nigger en Estados Unidos: «si nigger representara solo un insulto y estuviera asociado solo con las emociones raciales […] esa palabra no sería lo suficientemente interesante como para justificar un estudio extenso. Nigger es [una expresión] fascinante precisamente porque ha sido usada de varias maneras y porque puede irradiar una amplia gama de significados». Sobre esa amplia gama de significados es que Aguirre explora el fenómeno del terruqueo a partir del estigma categorizador. Así, la palabra estigma, como escribió Erving Goffman se originó en la antigua Grecia y se refería a «marcas corporales designadas para revelar algo inusual y negativo acerca del estatus moral del portador». En la época contemporánea, sugiere Goffman, el término «es aplicado más a la propia ignominia que a la evidencia corporal de ella».

Para Aguirre el estigma resulta de nuestro deseo de «categorizar» al otro: “quien, debido a ciertas características consideradas indeseables, «es reducido, en nuestra percepción, de una persona entera y normal a una infectada y devaluada»”.

Partiendo de aquí y siguiendo a Goffman, «la persona con un estigma no es propiamente humana». Pero remarca Aguirre: “este tipo de «marca» —ya no corporal, sino verbal— permite fijar atributos (casi siempre más imaginarios que reales) sobre quiénes son sus víctimas y refuerza las imágenes y estereotipos negativos que constituyen un ingrediente central de la estigmatización.”

Ahora bien, el término terruco surge en los años 80 en la sierra del Perú. Todo hace suponer a especialistas como Aguirre que dicha palabra es un aporte popular de origen espontáneo. La primera mención que se tiene registro fue en una carta escrita el 25 de enero de 1983 del periodista Retto, apenas un día antes de ser asesinado junto con siete colegas suyos en la comunidad de Uchuraccay. El periodista Willy Retto describió el área hacia la cual se estaban dirigiendo en los siguientes términos: «Dicen [que] esa zona es liberada, o sea, zona de Sendero, “terrucos” como aquí les dicen». “Retto era de Lima, y su comentario sugiere que él, el destinatario de la carta, o ambos, no estaban familiarizados con el término” tal como los cita Aguirre. En una entrevista con comuneros de Uchuraccay, publicada en el Diario de Marka el 31 de enero de 1983, solo cinco días después de la masacre, el periodista Luis Morales le preguntó a uno de ellos por qué habían asesinado a los periodistas. Su respuesta fue: «Porque los “terrucos” no nos dejan». Para Aguirre no es trivial anotar que Morales pone la palabra terrucos entre comillas, probablemente para realzar el hecho de que se trataba de una expresión coloquial.

En un trabajo de la antropóloga Kimberly Theidon recopilado por Aguirre, esta sugiere una última hipótesis sobre la palabra terruco:

«Entre los términos utilizados para describir a los senderistas están: terrucos, plagakuna, malafekuna, tutapuriq, puriqkuna y anticristos. Cada uno de estos términos refleja la condensación de inquietudes respecto de la maldad y la monstruosidad, también captadas por los muchos campesinos que insistían que los senderistas “habían caído de la humanidad”. Terrucos es un derivado de terroristas y fue un préstamo proveniente del discurso castrense acerca de los senderistas». De ahí que terruco tenga una denotación de maldad inherente y de una brutalidad excepcional.

Cabe señalar que es común entre poblaciones quechuahablantes «quechuizar» palabras del español cambiándoles la terminación por «uco», como en Santuco o Antuco, por ejemplo, que son usadas para referirse a Santiago y Antonio, respectivamente. De hecho, la expresión «terruco» tuvo una versión aún más corta: «tuco».

El escritor Carlos Huamán, establece por su parte una relación mucho más directa con el quechua. En su estudio sobre la «cosmovisión quechua/Andina», Huamán sugiere una conexión entre terruco, tuco y tuku, una palabra quechua que significa búho, considerado en la cultura andina como un ave que trae mala suerte.

Entonces tenemos una palabra, TERRUCO, que denota maldad, violencia y mala suerte. Es como el sumum de lo peor. Que sumado a la historia de violencia en Perú elimina al estigmatizado con este calificativo no solo de diálogo, sino de su condición de humano. Terruco es el enemigo al que hay que callar primero y balear después. El término que se originó en la región de Ayacucho por un proceso espontáneo de creación popular es ahora la primera piedra que se lanza al que piensa distinto.

Hasta hace apenas unos meses atrás el término se utilizaba no solo para denominar a integrantes de grupos armados, sino sobre todo para desacreditar a personas que tienen posiciones políticas de izquierda, también a organismos e individuos relacionados con los derechos humanos, e incluso a personas de origen indígena por el solo hecho de serlo. Especialmente a ayacuchanos y estudiantes de San Marcos. Es frecuente el terruqueo a sanmarquinos desde hace años. Hasta hace poco una práctica inocente. Casi tomada a broma. Pero desde la toma de San Marcos el pasado sábado queda claro que las connotaciones evolucionan en su agresividad. Simplemente las palabras perdieron su inocencia.

Naturalizar la asociación del uso del término terruco a ayacuchanos primero y sanmarquinos después no ayuda durante la época del terrorismo, usarlas ahora contra estudiantes y manifestantes de las provincias primero y contra personas que piensan distinto sin ser de izquierda, tendrá consecuencias difíciles de predecir en el futuro próximo.

Cabe resaltar que está descalificación que es terruquear se ha ampliado, ya no solo a los terruqueados de siempre, sino que se empieza a utilizar en los últimos días en redes a todo aquel que piense distinto de una posición de derecha (de una derecha que se ha radicalizado en poco tiempo al punto de haberse militarizado en su retórica). Esto recuerda muy bien el dogmatismo de pensamiento unidimensional de Sendero el cual buscaba agudizar la polarización de la sociedad peruana, de modo que para la población no quedase más remedio que optar entre el apoyo a un Estado crecientemente represivo y antipopular y el proyecto revolucionario representado por el sanguinario Guzmán y sus seguidores. Cualquier postura intermedia o cualquier solución a la crisis que supusiera una negociación no solo eran descartadas, sino castigadas con la muerte. Literalmente en eso se está convirtiendo la derecha peruana: en su propio sendero.

Si en Lima se asociaba al terruco con unos determinados rasgos físicos andinos así como la dedicación a algún tipo de actividad intelectual (estudiante, profesor, escritor) podía resultar, que como señala Rocío Silva Santisteban: “[E]l paradigma máximo del terruco era un estudiante retaco, moreno, de pelo negro y apelmazado, de lentes y camisa a cuadros, chompita beige tejida a palito, y pantalón de gabardina lustroso, que además portara una mochila incaica con un libro rojo en el interior. Así se imaginaban los policías, los militares, la prensa y las madres angustiadas de las cachimbas de letras al Sanmarquino que profesaba ideas políticas extremistas”. Sin embargo, está imagen limeñocéntrica difiere de la imagen de terruco que aún se tiene en la sierra sur. El estereotipo del terruco en Apurímac por ejemplo era el de una persona blanca con aire intelectual. Definitivamente con educación universitaria, alguien lacónico y taciturno. En resumen, la imagen del otro. Este imaginario ni Rocío ni Aguirre la han considerado en sus propios estudios sobre el terruco. Y estas son imágenes a considerar que estimo cruciales de aquí a un probable futuro separatista en el Sur.

En resumen. El lenguaje nos permite representar la realidad. Pero en esa representación hay el peligro del sesgo y la manipulación. Entonces las palabras se pueden volver en instrumentos del enfrentamiento para acabar siendo tan peligrosas como las balas.

Una palabra desenterrada que vive más que nunca es Terruco. Suena a Cuco y a insulto como calumnia. En un país que se auto discrimina, el terruqueo iguala en el odio. Puedes ser cholo o blanco, de San Marcos o de la Universidad de Lima, pero si te llaman terruco ya fuiste. Se te quita tu condición de humano, te vuelves en el enemigo del Estado. Eres la amenaza, el que pone las bolsas negras con bombas en la esquina. Porque terruco es el sajra, el demonio del siglo XX vuelto espíritu chocarrero en el XXI.

A modo de ejemplo final una construcción de una oración que se vuelve más frecuente: Calla terruco. Es la frase más repetida en comentarios en redes sociales. La más usada de lejos. Es curioso que empiece por un verbo imperativo “calla”, el cual es un verbo de mandar a guardar Silencio. El quitar la voz al que luego se descalifica llamándolo terruco. En versiones menos frecuentes (todavía) está oración es agrandada, como si de un combo se tratara (por tan solo un sol más de odio agrandamos tu combo de violencia light), con el nefasto y en vías de normalización: Métele bala.

Pero no todo es inocentada de parte de los que se manifiestan. En las marchas empiezan a naturalizarse frases como “perro policía” (que es así como llamaban los terroristas de verdad a los policías que mataban) y en redes, dónde los maricones abundan, hay quienes comentan cosas como esta “échenle globo con gasolina y así nunca dispararán”. Entonces, las palabras tienen fuerza. Y las mentiras a veces se vuelven verdad.

Cómo dijo un manifestante en Lima anoche: “El terrorismo no existe, lo que existe es el terruqueo”.  Pero mañana podría hacerse realidad. Todo depende de si se siguen tirando esas salvajes piedras llamadas palabras.

Las palabras hacen al mundo.

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