Actualidad

Entrevista al escritor Fernando Morote

Published

on

Fernando Morote

Entrevista realizada por Elga Reategui

Sus críticos manifiestan que ha sobrevivido a la temática de los 90, ¿cómo ve su poesía y narrativa con el devenir de los años? ¿Cree qué algunos de los temas o propuestas envejecen mal como muchos de nosotros?

No creo que los temas o las propuestas envejezcan. Envejece la forma de abordarlas o de mirarlas. Así como el escritor debe ser libre para escribir, el lector debe ser libre para leer. El escritor necesita hallar un perfil, un toque que atraiga y seduzca al lector, más allá de la historia que le está contando. Pero el lector también necesita hacer su trabajo de entrar al texto con la mente y el espíritu abiertos; es posible que descubra algo que lo cautive. De lo contrario, puede quedarse estancado en clasificaciones y parámetros.

¿Su poemario Poesía Metal Mecánica (1994) fue incomprendido o poco valorado en su momento, sin embargo, hoy por hoy se ve con otros ojos, ¿qué cambió o qué cambia con el tiempo?

El poeta Eduardo Rada, que por aquellos años organizaba un extraordinario evento denominado “Poetas por la paz” en el anfiteatro del parque central de Miraflores, se interesó con el manuscrito y me dijo: “Tienes que publicarlo”. No me dijo que el poemario fuera bueno o que le gustara. Sólo me dijo que tenía que publicarlo porque era una propuesta poco frecuente y sería buena idea presentarla al público. Me entrevistó en su programa de Radio Sol Armonía y me ayudó a publicarlo bajo su sello Ediciones Los Sobrevivientes. Lo que cambia con el tiempo es la apreciación de quien lee, su forma de aproximarse al texto. Hay libros que corresponden a un momento diferente de cuando fueron escritos o publicados. Algunos, lanzados al mercado como promesas de éxito, a veces son rápidamente olvidados. Otros, ignorados al inicio, en ocasiones son rescatados de la oscuridad por alguien que se entusiasmó con su lectura y decidió difundirlos.

Lo mismo le pasó a su libro Los Quehaceres de un Zángano (2009) ya en este siglo. ¿Está usted condenado a ser entendido y valorado como se debe extemporáneamente? ¿Nos puede explicar por qué una obra tan rica y sustanciosa puede resultar abrumadora para algunos?

“Los quehaceres de un zángano” fue en principio un libro de cuentos, escritos hacia mediados de los 80’ y principios de los 90’. En esos años no existía la explosión de editoriales independientes que vemos hoy. Era mucho más difícil encontrar medios para publicar. Presenté el manuscrito al CONCYTEC, un organismo del Estado que tenía presupuesto para promover actividades culturales, incluyendo la edición de libros. Después de varias semanas de ansiosa espera, me lo devolvieron cortésmente enfatizando que no podían romper tantos moldes. Pasaron varios años antes de que pudiera recuperar el ánimo. En la misma época que publiqué “Poesía Metal-Mecánica” tuve el privilegio –gracias a mi amigo Daniel Camino- de conocer a Julio Ramón Ribeyro, quien celebró los relatos, especialmente “El placer humano no es el de la carne”. Pese al impulso recibido no publiqué el material hasta el año 2008, cuando resolví transformarlo en una novela compuesta de cuentos, poemas, cartas y páginas de diario personal.

Su vocación siempre fue la abogacía, pero luego sufre un desencanto con ella, sin embargo, no la deja y se refugia en la literatura, ¿de qué quería huir? O ¿qué no le daba su carrera que lo hizo desestabilizarse emocionalmente? ¿Contra qué luchaba en esa época?

Tengo el título de abogado, pero no el corazón. Mi vocación es de escritor. Al poco tiempo de empezar la universidad descubrí que lo mío no era el derecho. Sabía que no quería ser abogado, pero todavía no identificaba qué quería ser en realidad. Lo encontré cuando volví a mi raíz y, tras un intento fallido como aprendiz de actor, recordé lo que más disfrutaba en el colegio: escribir. No hablo mucho, y cuando lo hago siento que tengo mucho más para decir de lo que puedo o me atrevo. Entonces escribo.

Ha declarado que siempre “ha llegado tarde a la etapas de su vida”. En ese sentido, ¿considera que también llegó retrasado a la escritura? ¿Tiene sus ventajas hacerlo tardíamente?
Empecé a escribir desde niño. Era como un juego en el que me sentía libre y cómodo. Me divertía porque, siendo un placer solitario, no enfrentaba censura ni castigo. Podía decir lo que quería, como lo sentía. Y en verdad lo disfrutaba. Después vino el falso sueño de ser abogado, deslumbrado por el éxito de mi padre y mi hermano en esa profesión. Cuando tenía 24 años de edad se impuso la sangre: abandoné los estudios de derecho y renuncié al trabajo que tenía en el departamento legal de un banco para dedicarme a escribir. Debido a mi rebeldía me concentré en las drogas, pero eso sólo agudizó los problemas existenciales que arrastraba. Afortunadamente toqué fondo y encontré una salida. Diez años después, en el 2005, volví a tomar la escritura como actividad preponderante.

¿Qué le han aportado sus clases de creación literaria en el del Museo de Arte de Lima y sus cursos libres de literatura en la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos? ¿Necesitaba prepararse antes lanzarse a escribir y publicar?

Eso sucedió en el verano de 1987. Llegué prácticamente de rebote, pues mi intención inicial era estudiar teatro, pero durante la primera clase me sentí tan abochornado que salí espantado y no regresé más. Busqué otra cosa y encontré el taller de creación literaria. Era un grupo fantástico, encabezado por Otilia Navarrete y asistido por el peruano Richar Primo (hoy escritor y docente en Lima) y los argentinos Jorge Tapia (hoy profesor de biodanza en Córdoba) y Walter Freytes (hoy funcionario de la fiscalía del pueblo en Buenos Aires). Ellos me introdujeron, de una manera seria e informal, lúdica y didáctica, al oficio de escribir como ejercicio creativo y disciplinado. En la universidad de San Marcos recuerdo el curso de teoría literaria, dictado por el escritor José Antonio Bravo, y unas estupendas clases de historia del arte, impartidas por un brillante profesor español. Ambos abordaban sus cátedras con gran sentido del humor, lo cual hacía más amistoso el proceso de aprendizaje y proveía la motivación necesaria para explorar el mundo de la literatura con mayor voracidad.

¿Cómo realiza su trabajo literario? ¿Busca sus historias o ellas la buscan a usted? ¿Sus personajes tienen que ver con usted o su entorno? ¿Le ha ocurrido alguna vez que le han servido de portavoces para manifestar lo que siente o piensa respecto a algo que le afecta o conmueve?

Los temas no son difíciles de escoger. Escribo sobre lo que mejor conozco. Por una cuestión de instinto, busco siempre un ángulo algo sórdido. Pero luego trato de combinarlo con un poco de humor. Juego con el lenguaje intentando crear expresiones que puedan perturbar de algún modo. Los títulos de mis libros reflejan esa tendencia. ¿Qué relación puede existir entre la poesía y la metal-mecánica? A simple vista, ninguna. Reconozco que ese libro, aparte del nombre, tiene muy poco de poesía. Pero mirando con un poco más de atención, a lo mejor haya alguna conexión. ¿Cuáles son los quehaceres de un zángano? La paradoja conduce, en este caso, directo a la crisis; el ocio productivo se bate en duelo con el pernicioso. El protagonista de la novela transita, a lo largo de su vida, por la cornisa que los separa. ¿Polvos ilegales, agarres malditos? Tomé el título de una frase literal de mi cuento “El placer humano no es el de la carne”. Polvos ilegales se puede entender como la presentación de ciertas drogas, pero también se puede asociar con el adulterio y la infidelidad. Agarres malditos podría implicar las funestas y permanentes consecuencias de efímeros placeres carnales. La interpretación está abierta. Brindis, bromas y bramidos es un conjunto de textos (incluyendo varios micro-relatos) que contienen crítica y reclamos, celebración y agradecimientos, matizados con un enfoque sarcástico.

Se ha dicho también sobre su espíritu irreverente a la hora de tocar temas sagrados, sobre todo para el sentir de la gente de su tierra, por ejemplo, los héroes. No se perdona hablar mal de ellos o cuestionar sus actos, ¿cree que hay temas de los que mejor no hablar?

No puede existir tema intocable. Menos en literatura. Eso sí que sería un pecado imperdonable. La referencia a los héroes en uno de mis cuentos es precisamente mi homenaje a ellos. Entiendo que no es un método muy ortodoxo de rendir tributo o venerar a importantes personajes de la Historia, pero como coartada siempre tengo presente una frase de Joan Miró: “Si en esa línea ves una curva, ¿por qué tendrías que dibujarla recta?”.

Polvos ilegales y agarres malditos (2011) es una obra donde se ocupa del género erótico y lo destapa sin censuras, algo inédito por donde se lo mire, pues es una forma narrativa algo poco común o desconocida en sus país. Al respecto el periodista Fernando Carrasco anota “…ha echado mano a su talento creativo para mostrarnos con acierto los rincones más oscuros y reprimidos de la condición humana”. ¿En qué momento despierta su interés lo erótico?

Lo erótico ha tenido siempre un fuerte impacto en mí. Del misterio he pasado a la represión y de allí al descontrol. Con frecuencia ha resultado un conflicto físico y emocional. Por eso lo considero un tema perfecto para escribir. Por años tenía la idea de “Polvos” en la cabeza, pero no lograba darle forma. Un día, durante un viaje de trabajo desde Nueva York a la frontera con Canadá, encerrado 12 horas junto a 5 compañeros en la tolva de un camión, entre máquinas y químicos para lavar pisos, me refugié pensando en el proyecto como una forma de escapar del lugar donde me encontraba. Así diseñé la estructura de la novela. Fue un mecanismo de defensa altamente revelador. Decidí abrir cada capítulo con la estrofa de una canción afín al pasaje narrado y desarrollar los episodios sexuales intercalándolos con diálogos y opiniones del protagonista acerca del matrimonio.

Su nota introductoria al hablar de Judas, el protagonista de su novela, (“un hombre en plena crisis de la mediana edad, procurando su realización personal a través del sexo”) se queda corta teniendo en cuenta hasta donde es capaz de llegar en busca de su placer sexual, ¿no le parece?

Judas es un tipo trastornado, no porque sea pervertido sino porque cree que el sexo puede aliviar o darle sentido a su atribulada existencia. Su idea de lo romántico, social y culturalmente inaceptable, lo lleva a vivir experiencias sexuales que para el resto de la gente son inadecuadas, pero para él son perfectamente normales. En la cuestión sexual, como en cualquier otro campo de la vida, no hay buenos, santos y puros versus malos, sucios y enfermos; sólo seres humanos con una complejidad de cualidades y defectos conviviendo en su interior.

¿Considera que el género erótico sigue siendo mal visto en nuestra cultura hispanoamericana? ¿Hay una línea divisoria lo suficientemente clara como para señalar, sin temor a equivocarnos que algo deja de ser erótico y pasa a convertirse en pornográfico puro y duro?

Es difícil precisar dónde está la línea divisoria. Para mí es muy fina, nada clara. Tampoco trato de identificarla. “Polvos” contiene algunas escenas eróticas y otras decididamente pornográficas. Aunque también incluye muchas que son sólo imaginarias. Porque así es la experiencia sexual de los seres humanos. Las descripciones sutiles o explícitas en el libro son un ejercicio consciente y deliberado. El género puede ser mal visto, pero dudo de que quienes lo hagan rechacen o sancionen el sexo en su vida personal. En todas partes hay mucho de hipocresía hacia el sexo.

“Brindis, bromas y bramidos” (2013) ha recibido una serie de halagos en su aparición, tanto así que los críticos se refieren a una consolidación de su estilo y madurez de su narrativa, ¿cómo observa su obra? ¿Está totalmente satisfecha de ella?

Desarrollar un estilo es un proceso que toma tiempo. Me lo tomo con calma. No me tomo demasiado en serio. Me gusta jugar, experimentar y equivocarme. En ese trance, cuando me desconecto, encuentro lo que busco.

¿Qué retos implica hacer literatura en español en Estados Unidos? ¿Hay un verdadero interés por leer a escritores hispanoamericanos que no son tan populares o consagrados?

Escribir en español en Estados Unidos tiene la ventaja que concede el aislamiento. Se puede aprender mucho del idioma ajeno para refrescar y enriquecer el propio. Es un reto productivo y fructífero. Demanda mayor atención, se debe recurrir más a menudo al diccionario y aprender basado en la intriga. Eso permite buscar similitudes, contrastar diferencias, probar combinaciones. Pero sobre todo reafirmar las raíces.

¿Cuánto esfuerzo más tiene que desplegar un escritor latinoamericano para darse a conocer en tierras que no son suyas, y en otro idioma?

Pienso que el esfuerzo es el mismo en todas partes. Ser escritor no es una decisión que toma una persona en sus cabales. La sociedad, la cultura, el mercado, están organizados de una manera donde hay poco espacio para acoger con calidez y dar la bienvenida a los escritores. Prácticamente todo juega en contra. Pero lejos de constituir una barrera es un estímulo poderoso. Cuando uno está resuelto a conseguir lo que quiere, no deja de sorprender la forma en que se pueden encontrar los recursos –en términos de tiempo, energía y dinero- para hacerlo.

Y ¿qué me dice de los espacios donde dar a conocer las obras? ¿Existe el apoyo de librerías, bibliotecas o centros culturales?

Las bibliotecas -sobre todo aquellas ubicadas en zonas donde la comunidad hispana tiene importante presencia- por lo general abren sus puertas para favorecer el desarrollo de actividades literarias. Las librerías hispanas hacen lo mismo. Muchas de ellas organizan veladas y tertulias, recitales y lecturas, que se combinan con música y a veces cine. Otros espacios, como cafés y restaurantes, sirven asimismo para que escritores y poetas se reúnan a compartir y difundir sus trabajos.

Muchos encargados de las áreas de español de las bibliotecas de Estados Unidos se quejan de la poca cantidad de libros de literatura en español que les llegan, eso quiere decir que también hay cierto interés por parte de lectores no necesariamente latinos por acercarse a nuestra literatura, ¿no le parece?

Las grandes librerías tienen siempre una modesta sección de libros en español. No estoy seguro de que personas anglo-parlantes se interesen mucho por la literatura en español, a menos que sean profesores o individuos trabajando en negocios donde el español es necesario.

¿Ha pensado en publicar en inglés? ¿Qué posibilidades de ganarse un lugar ve en esto?

No lo he pensado aún, pero las posibilidades son infinitas.

Colabora con publicaciones en español, ¿De cuánto la ha servido para difundir su obra? ¿Es fácil conseguir hacerse un nombre en medio de tantos que quieren o anhelan lo mismo?

Mi amigo y ex director del Periódico Irreverentes de Madrid, Santiago García Tirado, estuvo animándome durante mucho tiempo para que me lanzara a escribir en revistas y otros medios, a fin de dar a conocer mi trabajo narrativo. Largos meses me mostré reacio a hacerlo, más por timidez y flojera que otras razones. Nunca he sobresalido por mi compromiso o constancia. Sin embargo en el verano del año pasado, se presentaron un cúmulo de situaciones que me predispusieron a hacerlo. Tomé contacto con algunos medios que recibieron con agrado mis colaboraciones y a partir de allí he continuado haciéndolo. En Lima Gris escribo artículos sobre diversos temas culturales y entrevisto autores hispanoamericanos que viven en Nueva York. El Periódico Irreverentes publica semanalmente un capítulo de “Polvos ilegales, agarres malditos”, el que se acompaña con el video-clip de la canción escogida en el libro, de modo que el texto se puede leer mientras se escucha la música. Desde principios de este año he comenzado a escribir en ambos medios artículos sobre cine clásico.

¿Cómo ve el panorama de la literatura en español en Estados Unidos?

Hay un fuerte movimiento. Desconozco en detalle lo que sucede en otras ciudades, pero regularmente recibo noticias de actividades literarias en español a lo largo del país, especialmente California, Washington y Nueva Jersey. Aquí en Nueva York habitualmente se desarrollan ferias de libros, festivales de poesía, presentaciones de nuevas obras, talleres literarios y conversatorios entre escritores.

¿Ha declarado que escribir no le da de comer pero si de vivir? ¿Cuál es la vida que le da?

El tipo de realización personal que no encuentro en la actividad que desarrollo para ganar dinero.

¿Qué espera de su carrera literaria? ¿Como dentro de diez años, por ejemplo?

Seguir escribiendo para seguir viviendo.

Comentarios
Click to comment

Trending

Exit mobile version