Literatura
Entrevista a Pedro Salinas «Gracias a las lecturas de los cómics se me hizo más fácil leer libros»
Published
12 años agoon
PEDRO SALINAS
«Gracias a las lecturas de los cómics se me hizo más fácil leer libros»
Entrevista Orlando Mazeyra Guillén
Pedro Salinas (Lima, 1963) es periodista y escritor. Ha dirigido diversos programas de radio y televisión. En 1994 obtuvo, con César Lévano, el Premio Nacional de Periodismo y Derechos Humanos, otorgado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Es autor de novelas como Mateo Diez y Álbum de fotos, y de ensayos periodísticos como Rajes del oficio. En esta amena entrevista recuerda su etapa como sodálite (experiencia que supo llevar a la novela precisamente en Mateo Diez). Ha terminado un libro que recopila una serie de artículos y ensayos sobre temas eclesiales cuyo título tentativo es Dios es homofóbico.
¿Qué libro está leyendo ahora?
Acabo de terminar Danza de Dragones, de George R. R. Martin, el quinto libro de una saga monumental que coctelea la literatura fantástica con el género épico y los sazona con intrigas y juegos por la captura del poder. Debo reconocer que me he enganchado como un adicto. Su estilo folletinesco es sumamente efectivo. Y el autor ha demostrado no tener ningún empacho ni apego en deshacerse de personajes que han cautivado al lector. Ya no veo la hora de tener en mis manos el siguiente libro, Vientos de invierno, que es el penúltimo. Pero supuestamente recién debe estar listo para el 2014.
Ahora, para variar un poco, acabo de tomar entre mis manos La tumba de Lenin, del periodista David Remnick, que aborda la caída y declive de la Unión Soviética. Es una magnífica crónica.
¿Qué libro le recomendaría leer a Alberto Fujimori?
La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Pero no sé si lo entienda.
¿Cuál fue la última película que lo hizo llorar?
Hace poco volví a ver Big fish (El gran pez), del genial Tim Burton. No hay manera de escapar de las lágrimas. Se trata de un relato maravilloso y conmovedor y estimulante. Si te gusta escribir o contar historias no puedes dejar de ver esta película.
¿Cuál es la primera imagen que se le viene de la época en que vivió en Arequipa?
El Misti. Me parece un volcán imponente. Recuerdo que, la primera vez que fui al Colca, en los ochentas, había un camino distinto al actual, que pasaba por detrás del Misti. En ese recorrido nos detuvimos para mirarlo con calma, de abajo hacia arriba, desde otra perspectiva totalmente distinta a la que se le conoce cuando se le observa desde la ciudad. Era como estar parado sobre la uña del pie de un coloso. Te sentías como una hormiga al lado de un elefante. O una jirafa. O algo así. La sensación era acojonante.
¿Era parte de la bohemia en la Ciudad Blanca?
De la bohemia arequipeña de los ochentas, definitivamente no. Del establishment católico, sí. Yo vivía en una comunidad religiosa del Sodalitium Christianae Vitae (SCV) cuando estuve en Arequipa. Nuestra Señora de Chapi, se llamaba la casa donde vivía y quedaba en Vallecito.
¿A qué profesores de la UNSA recuerda?
No recuerdo a ninguno por sus nombres, la verdad. Ya han pasado demasiados años desde que estudié ahí, en la facultad de Psicología, que quedaba a unos metros de la plaza de armas. Lo que recuerdo nítidamente es que en todas las clases, incluyendo en las que estudiábamos sobre las sinapsis o sobre la médula espinal o sobre los pliegues del cerebro y sobre las funciones del cerebelo, siempre había referencias recurrentes al materialismo dialéctico. O al histórico. O a Marx. O a Engels. En serio. Era así. Era alucinante el nivel de ideologización que había en esa universidad. Y claro. Uno que no era de izquierdas, se sentía en minoría. Como era mi caso, obvio.
También era impresionante cuando entraban a clase los encapuchados de Pukallacta a hacer proselitismo, y los profesores, bien gracias. Y era divertido que, cuando uno quería conversar con algún profesor sobre un tema de notas o de trabajos, o lo que sea, a veces había que buscarlo en la mismísima plaza de armas, que era el epicentro de las revueltas, y donde siempre estaban presentes nuestros profesores protestando contra algo, o estaban encadenados a una banca, o estaban recibiendo chorros de agua o palazos de la policía. Me pasó en más de una oportunidad que la policía pensó que yo también era un manifestante.
Sé que ha colaborado en el diario El Pueblo cuando vivió en Arequipa. A mí me censuraron muchos textos. ¿A usted cómo le fue?
Pues muy bien. A mí nunca me censuraron nada porque yo estaba ahí como columnista envarado y recomendado por el entonces arzobispo de Arequipa, monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio. Un jesuita muy simpático. Muy conservador también, es verdad. Pero monseñor con cuatro whiskies encima era demasiado divertido. Tenía un sentido del humor muy arequipeño.
En una novela relato la historia en que monseñor Vargas, luego de salir tarde de una reunión algo pasado de copas, le pide a su chofer que detenga el auto para orinar. El chofer trata de persuadirlo de que aguante hasta su casa, que quedaba en un malecón frente al Club Internacional. Pero monseñor, con tono enérgico, le señala que pare, carajo, en el arzobispado, cuando estaban atravesando el casco viejo de la ciudad. Por supuesto, con la turca que se había metido, monseñor Vargas nunca encontró las llaves de la puerta principal, por lo que ahí mismo, en la calle, se levantó la sotana, se bajó la bragueta y se puso a orinar al lado del portón del arzobispado. El chofer, sumamente nervioso por la situación y preocupado porque alguien apareciera por ahí, empezó a apurar al arzobispo. Y monseñor, a voz en cuello le espetó, arrastrando las palabras: «Oye, ¡carajo!, ¿acaso no puedo orinar en mi casa?».
La historia parece que ocurrió realmente. Me la contaron el propio chofer y el asistente de monseñor. Y conociendo a monseñor Vargas, me lo imagino tranquilamente en ese trance. Era un personaje muy querido y muy popular en Arequipa. A mí me caía muy bien.
De sus primeros artículos publicados, ¿cuál recuerda con más cariño?
Ninguno, para ser honestos. Y deben ser los más aburridos y sosos e insustanciales que he escrito en mi vida. Eran enjuiciamientos a temas de coyuntura desde la perspectiva de la doctrina social de la iglesia y de la moral cristiana, y cosas así. Cojudeces, o sea. Fueron los tiempos en que me creía el dueño de la verdad y tenía una visión fascista del mundo y de todo lo demás. Mejor la pasaba en radio San Martín, donde tenía un espacio semanal en una radioemisora medio destartalada, que estaba ubicada al lado del parque Duhamel. Ahí pasaba música y a veces comentaba la coyuntura política local y hacía entrevistas. Por supuesto, el espacio también me lo consiguió el entrañable monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, que en paz descanse.
Si pudiera conocer a un escritor muerto, ¿a cuál escogería?
Se me ocurren varios. Pero si tengo que elegir a uno, supongo que a Mark Twain. Junto a Verne y Salgari, Twain es uno de los que leí desde temprana edad. Y es uno de los que he vuelto a leer de adulto, ya no en su faceta de escritor de aventuras e historias fantásticas, sino como escritor satírico en materia religiosa. Era un tipo muy agudo y perspicaz. Y muy valiente.
El mejor lugar para escribir es…
… en mi casa y al final de las tardes. Vivo solo (soy separado), por lo que puedo concentrarme y enfocarme en el tema que captura mi atención. Sin embargo, no dejo de extrañar la bulla que hacían mis hijos, cuando vivía con ellos.
¿Está escribiendo una nueva novela?
No. Me encantaría decir que sí, que estoy en algo así, pero no. Acabo de terminar un libro que recopila una serie de artículos y ensayos sobre temas eclesiales, que abordan diversos temas, como la eutanasia, el aborto, los matrimonios gay, los escándalos de la pederastia por parte de los ensotanados católicos, y así. Tiene un corrosivo prólogo de César Hildebrandt y un epílogo de la periodista Paola Ugaz, quien reclama con firmeza un Estado laico para el Perú. El título tentativo del libro es: Dios es homofóbico.
En el supuesto negado de una segunda vuelta entre Vargas Llosa y Keiko, ¿quién cree que ganaría?
Keiko, sin duda. En este país nunca elegimos bien.
¿Qué cosas son las que le producen mayor placer?
De los siete pecados capitales, me quedo indubitablemente con dos: la lujuria y la gula. Pero también disfruto mucho de escribir, de leer, de montar a caballo y de la vida en el campo. O viajar, que esa es otra. Por último, estar con mis hijos no es que me produzca placer, sino me produce momentos de felicidad que valoro muchísimo.
¿Qué personaje de ficción marcó su vida para siempre?
Supongo que Spiderman. Un personaje de los cómics. Gracias a las lecturas de los cómics se me hizo más fácil leer libros. Y los libros te abren la mente y te cambian la vida.
¿Tiene alguna fobia?
A las alturas. Cosa curiosa. Porque esto viene desde hace pocos años atrás. Nunca antes había sentido los vértigos que siento ahora.
¿Cuál es el mejor cuento de Julio Ramón Ribeyro?
No sé si es el mejor, pero «Los Gallinazos sin plumas» es el que más recuerdo, y es el que, cuando lo leí por primera vez, podía visualizar nítidamente en mi imaginación. A los dos hermanos. Al abuelo explotador. Y al chancho.
¿Qué es lo que más le jode del Perú?
La indiferencia ante la corrupción. La convivencia pacífica con el chanchullo. La tolerancia y excesiva permisividad hacia la pendejada criolla.
En la película Tinta Roja, un personaje afirma: «El periodismo como la prostitución se aprende en la calle». ¿Dónde cree usted que se aprende?
El personaje de Tinta Roja tiene razón.
Si volviera un programa televisivo sobre libros, como Vano oficio, ¿a qué escritor le gustaría verlo conduciendo?
Si es como Vano oficio, ¿por qué se lo vas a quitar a Iván Thays? Ese era su programa. El chileno Antonio Skármeta tampoco lo hacía mal.
Si estuviera preso, ¿a qué compañero elegiría para estar en la celda: a Marco Aurelio Denegri o a Martha Hildebrandt?
Si vamos a compartir baño en la celda, entonces que sea con Denegri y no con Martha Hildebrandt. Por razones obvias, ¿no? Y si ya está ahí Marco Aurelio en la misma jaula, le pediría que me hable sobre gallos de pelea y criollismo y Vallejo y todo lo que quiera. Es muy entretenido.
Para usted, ¿qué personaje de la obra de Vargas Llosa es el más perdurable?
Supongo que, para mí, el más perdurable siempre será el Jaguar. Quizás porque La ciudad y los perros fue no solo la primera novela que leí de Mario Vargas Llosa, sino la que más he releído. Y el Jaguar es realmente un personaje enigmático y muy bien construido. Recuerdo una frase que dice uno de los personajes del Leoncio Prado (que creo que fue el Poeta) sobre él. «Si el diablo se parece a alguien debe parecerse al Jaguar».
¿Qué opinión tiene de los plagios de Bryce?
Me da mucha pena lo ocurrido con Bryce.
¿Cuál sería la primera pregunta que le haría a Abimael Guzmán?
¿De qué se arrepiente y de qué no?
¿Cuáles son sus periodistas favoritos?
Pues varios de los que entrevisté en mis libros Rajes del oficio 1 y 2. Y otros que no están. Ricardo Uceda, Rafo León, Guido Lombardi, César Lévano, entre otros. Y otras.
Pedro Salinas (Lima, 1963) es periodista y escritor. Ha dirigido diversos programas de radio y televisión. En 1994 obtuvo, con César Lévano, el Premio Nacional de Periodismo y Derechos Humanos, otorgado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Es autor de novelas como Mateo Diez y Álbum de fotos, y de ensayos periodísticos como Rajes del oficio. En esta amena entrevista recuerda su etapa como sodálite (experiencia que supo llevar a la novela precisamente en Mateo Diez). Ha terminado un libro que recopila una serie de artículos y ensayos sobre temas eclesiales cuyo título tentativo es Dios es homofóbico.
¿Qué libro está leyendo ahora?
Acabo de terminar Danza de Dragones, de George R. R. Martin, el quinto libro de una saga monumental que coctelea la literatura fantástica con el género épico y los sazona con intrigas y juegos por la captura del poder. Debo reconocer que me he enganchado como un adicto. Su estilo folletinesco es sumamente efectivo. Y el autor ha demostrado no tener ningún empacho ni apego en deshacerse de personajes que han cautivado al lector. Ya no veo la hora de tener en mis manos el siguiente libro, Vientos de invierno, que es el penúltimo. Pero supuestamente recién debe estar listo para el 2014.
Ahora, para variar un poco, acabo de tomar entre mis manos La tumba de Lenin, del periodista David Remnick, que aborda la caída y declive de la Unión Soviética. Es una magnífica crónica.
¿Qué libro le recomendaría leer a Alberto Fujimori?
La democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Pero no sé si lo entienda.
¿Cuál fue la última película que lo hizo llorar?
Hace poco volví a ver Big fish (El gran pez), del genial Tim Burton. No hay manera de escapar de las lágrimas. Se trata de un relato maravilloso y conmovedor y estimulante. Si te gusta escribir o contar historias no puedes dejar de ver esta película.
¿Cuál es la primera imagen que se le viene de la época en que vivió en Arequipa?
El Misti. Me parece un volcán imponente. Recuerdo que, la primera vez que fui al Colca, en los ochentas, había un camino distinto al actual, que pasaba por detrás del Misti. En ese recorrido nos detuvimos para mirarlo con calma, de abajo hacia arriba, desde otra perspectiva totalmente distinta a la que se le conoce cuando se le observa desde la ciudad. Era como estar parado sobre la uña del pie de un coloso. Te sentías como una hormiga al lado de un elefante. O una jirafa. O algo así. La sensación era acojonante.
¿Era parte de la bohemia en la Ciudad Blanca?
De la bohemia arequipeña de los ochentas, definitivamente no. Del establishment católico, sí. Yo vivía en una comunidad religiosa del Sodalitium Christianae Vitae (SCV) cuando estuve en Arequipa. Nuestra Señora de Chapi, se llamaba la casa donde vivía y quedaba en Vallecito.
¿A qué profesores de la UNSA recuerda?
No recuerdo a ninguno por sus nombres, la verdad. Ya han pasado demasiados años desde que estudié ahí, en la facultad de Psicología, que quedaba a unos metros de la plaza de armas. Lo que recuerdo nítidamente es que en todas las clases, incluyendo en las que estudiábamos sobre las sinapsis o sobre la médula espinal o sobre los pliegues del cerebro y sobre las funciones del cerebelo, siempre había referencias recurrentes al materialismo dialéctico. O al histórico. O a Marx. O a Engels. En serio. Era así. Era alucinante el nivel de ideologización que había en esa universidad. Y claro. Uno que no era de izquierdas, se sentía en minoría. Como era mi caso, obvio.
También era impresionante cuando entraban a clase los encapuchados de Pukallacta a hacer proselitismo, y los profesores, bien gracias. Y era divertido que, cuando uno quería conversar con algún profesor sobre un tema de notas o de trabajos, o lo que sea, a veces había que buscarlo en la mismísima plaza de armas, que era el epicentro de las revueltas, y donde siempre estaban presentes nuestros profesores protestando contra algo, o estaban encadenados a una banca, o estaban recibiendo chorros de agua o palazos de la policía. Me pasó en más de una oportunidad que la policía pensó que yo también era un manifestante.
Sé que ha colaborado en el diario El Pueblo cuando vivió en Arequipa. A mí me censuraron muchos textos. ¿A usted cómo le fue?
Pues muy bien. A mí nunca me censuraron nada porque yo estaba ahí como columnista envarado y recomendado por el entonces arzobispo de Arequipa, monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio. Un jesuita muy simpático. Muy conservador también, es verdad. Pero monseñor con cuatro whiskies encima era demasiado divertido. Tenía un sentido del humor muy arequipeño.
En una novela relato la historia en que monseñor Vargas, luego de salir tarde de una reunión algo pasado de copas, le pide a su chofer que detenga el auto para orinar. El chofer trata de persuadirlo de que aguante hasta su casa, que quedaba en un malecón frente al Club Internacional. Pero monseñor, con tono enérgico, le señala que pare, carajo, en el arzobispado, cuando estaban atravesando el casco viejo de la ciudad. Por supuesto, con la turca que se había metido, monseñor Vargas nunca encontró las llaves de la puerta principal, por lo que ahí mismo, en la calle, se levantó la sotana, se bajó la bragueta y se puso a orinar al lado del portón del arzobispado. El chofer, sumamente nervioso por la situación y preocupado porque alguien apareciera por ahí, empezó a apurar al arzobispo. Y monseñor, a voz en cuello le espetó, arrastrando las palabras: «Oye, ¡carajo!, ¿acaso no puedo orinar en mi casa?».
La historia parece que ocurrió realmente. Me la contaron el propio chofer y el asistente de monseñor. Y conociendo a monseñor Vargas, me lo imagino tranquilamente en ese trance. Era un personaje muy querido y muy popular en Arequipa. A mí me caía muy bien.
De sus primeros artículos publicados, ¿cuál recuerda con más cariño?
Ninguno, para ser honestos. Y deben ser los más aburridos y sosos e insustanciales que he escrito en mi vida. Eran enjuiciamientos a temas de coyuntura desde la perspectiva de la doctrina social de la iglesia y de la moral cristiana, y cosas así. Cojudeces, o sea. Fueron los tiempos en que me creía el dueño de la verdad y tenía una visión fascista del mundo y de todo lo demás. Mejor la pasaba en radio San Martín, donde tenía un espacio semanal en una radioemisora medio destartalada, que estaba ubicada al lado del parque Duhamel. Ahí pasaba música y a veces comentaba la coyuntura política local y hacía entrevistas. Por supuesto, el espacio también me lo consiguió el entrañable monseñor Fernando Vargas Ruiz de Somocurcio, que en paz descanse.
Si pudiera conocer a un escritor muerto, ¿a cuál escogería?
Se me ocurren varios. Pero si tengo que elegir a uno, supongo que a Mark Twain. Junto a Verne y Salgari, Twain es uno de los que leí desde temprana edad. Y es uno de los que he vuelto a leer de adulto, ya no en su faceta de escritor de aventuras e historias fantásticas, sino como escritor satírico en materia religiosa. Era un tipo muy agudo y perspicaz. Y muy valiente.
El mejor lugar para escribir es…
… en mi casa y al final de las tardes. Vivo solo (soy separado), por lo que puedo concentrarme y enfocarme en el tema que captura mi atención. Sin embargo, no dejo de extrañar la bulla que hacían mis hijos, cuando vivía con ellos.
¿Está escribiendo una nueva novela?
No. Me encantaría decir que sí, que estoy en algo así, pero no. Acabo de terminar un libro que recopila una serie de artículos y ensayos sobre temas eclesiales, que abordan diversos temas, como la eutanasia, el aborto, los matrimonios gay, los escándalos de la pederastia por parte de los ensotanados católicos, y así. Tiene un corrosivo prólogo de César Hildebrandt y un epílogo de la periodista Paola Ugaz, quien reclama con firmeza un Estado laico para el Perú. El título tentativo del libro es: Dios es homofóbico.
En el supuesto negado de una segunda vuelta entre Vargas Llosa y Keiko, ¿quién cree que ganaría?
Keiko, sin duda. En este país nunca elegimos bien.
¿Qué cosas son las que le producen mayor placer?
De los siete pecados capitales, me quedo indubitablemente con dos: la lujuria y la gula. Pero también disfruto mucho de escribir, de leer, de montar a caballo y de la vida en el campo. O viajar, que esa es otra. Por último, estar con mis hijos no es que me produzca placer, sino me produce momentos de felicidad que valoro muchísimo.
¿Qué personaje de ficción marcó su vida para siempre?
Supongo que Spiderman. Un personaje de los cómics. Gracias a las lecturas de los cómics se me hizo más fácil leer libros. Y los libros te abren la mente y te cambian la vida.
¿Tiene alguna fobia?
A las alturas. Cosa curiosa. Porque esto viene desde hace pocos años atrás. Nunca antes había sentido los vértigos que siento ahora.
¿Cuál es el mejor cuento de Julio Ramón Ribeyro?
No sé si es el mejor, pero «Los Gallinazos sin plumas» es el que más recuerdo, y es el que, cuando lo leí por primera vez, podía visualizar nítidamente en mi imaginación. A los dos hermanos. Al abuelo explotador. Y al chancho.
¿Qué es lo que más le jode del Perú?
La indiferencia ante la corrupción. La convivencia pacífica con el chanchullo. La tolerancia y excesiva permisividad hacia la pendejada criolla.
En la película Tinta Roja, un personaje afirma: «El periodismo como la prostitución se aprende en la calle». ¿Dónde cree usted que se aprende?
El personaje de Tinta Roja tiene razón.
Si volviera un programa televisivo sobre libros, como Vano oficio, ¿a qué escritor le gustaría verlo conduciendo?
Si es como Vano oficio, ¿por qué se lo vas a quitar a Iván Thays? Ese era su programa. El chileno Antonio Skármeta tampoco lo hacía mal.
Si estuviera preso, ¿a qué compañero elegiría para estar en la celda: a Marco Aurelio Denegri o a Martha Hildebrandt?
Si vamos a compartir baño en la celda, entonces que sea con Denegri y no con Martha Hildebrandt. Por razones obvias, ¿no? Y si ya está ahí Marco Aurelio en la misma jaula, le pediría que me hable sobre gallos de pelea y criollismo y Vallejo y todo lo que quiera. Es muy entretenido.
Para usted, ¿qué personaje de la obra de Vargas Llosa es el más perdurable?
Supongo que, para mí, el más perdurable siempre será el Jaguar. Quizás porque La ciudad y los perros fue no solo la primera novela que leí de Mario Vargas Llosa, sino la que más he releído. Y el Jaguar es realmente un personaje enigmático y muy bien construido. Recuerdo una frase que dice uno de los personajes del Leoncio Prado (que creo que fue el Poeta) sobre él. «Si el diablo se parece a alguien debe parecerse al Jaguar».
¿Qué opinión tiene de los plagios de Bryce?
Me da mucha pena lo ocurrido con Bryce.
¿Cuál sería la primera pregunta que le haría a Abimael Guzmán?
¿De qué se arrepiente y de qué no?
¿Cuáles son sus periodistas favoritos?
Pues varios de los que entrevisté en mis libros Rajes del oficio 1 y 2. Y otros que no están. Ricardo Uceda, Rafo León, Guido Lombardi, César Lévano, entre otros. Y otras.