Literatura

EL RECOLECTOR

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«Sobre el autor de “Abadom el Exterminador”

ERNESTO SÁBATO AL FINAL DEL TUNEL

John Martínez Gonzales


KAFKA

El 24 de julio, Ernesto Sábato cumple 1,189 meses de vida sobre el planeta tierra. Es decir 99 años y un mes. Edad impresionante para alguien quien ha pasado tanto pero no vamos a hablar de su vida sino de estos sus últimos años.

El escritor argentino supo llevar muy bien su vejez. Durante años vivió casi solo, acompañado sólo de su secretario y su enfermera. Con su mujer, Matilde, muerta y los hijos lejanos, Ernesto Sábato pudo encontrar en esa soledad un espacio donde, pese a que estaba perdiendo la vista, se permitía aún desplegar su mundo interior sobre el lienzo, a través de los colores. Por recomendación médica (como le sucedió a Borges), a Sábato se le prohibió escribir y leer. A él esa noticia no le cayó nada mal. Pintar se había vuelto, o había vuelto a ser, su pasión.  Durante el final de los ochenta, los noventas y al comienzo de la primera  década del dos mil, su actividad artística más importante era la de pintar e ir a las exposiciones de sus pinturas. De Paris a Tirana; en España, en su querido Buenos Aires, sus pinturas que son fuertes, oscuras y delirantes –como sus novelas- fueron exponiéndose en diversos escenarios. En museos municipales, donde siempre se le notaba nervioso, incómodo, hasta en una cárcel de mujeres, donde gustoso donó una de sus pinturas para que la subastaran y potenciaran los talleres de rehabilitación. 

Sábato había publicado “La Resistencia” y se movía de a pocos por la ciudad. En esa atmósfera llegué a Buenos Aires. Buscando desde antes de cruzar la cordillera: el parque Lezama. Ese mítico parque donde Martín conoce a Alejandra y  comienza así una de las novelas más poderosas escritas en esta parte del mundo, “Sobre Héroes y Tumbas”. El poeta Antonio Requeni, amigo de Sábato me dijo: “tenés que conocerlo antes que se haga más viejito”; él me dio el teléfono y la dirección. Al día siguiente fui a la estación Retiro y desde allí tomé un tren hacia Santos Lugares (por aquí había muerto Luchito Hernández), el anden estaba vacío. (…)

Andando el tiempo, Sábato apareció intermitentemente en algunos actos de las madres de la Plaza de Mayo y en un partido de fútbol de su querido Estudiantes de La Plata.
Pero de eso hace años, ahora Sábato hace mucho que no sale de su casa, como señalaba su segundo hijo Mario Sábato (el primer hijo murió a comienzos de la década del ochenta en un accidente de avión), este año en la presentación de un documental titulado “Ernesto Sábato, mi padre” el autor no pudo asistir debido a que su salud esta muy deteriorada. A veces cuando esta consciente y se da cuenta de su situación, se pone triste y entonces le hablan de otra cosa, hasta que se vuelva a sumergir en sus pensamientos.

Pero el cuerpo sigue funcionando y la sangre circulando y la respiración y los pulmones y descubrimos que nuestro cuerpo no nos pertenece, como decía su querido Proust. Porque es necesario decirlo; Sábato no merecía este largo final, incluso más de una vez lo mencionó. El temor de la vejez no era morir sino volverse un ser dependiente. Así como temía, se volvió ciego (¿ironía de la realidad al autor de “Informe sobre Ciegos”?); así como no quería, envejeció demasiado.

El único sobreviviente de una generación  asombrosa, se va lentamente de este mundo y quienes lo queremos por una u otra razón, quienes hemos quedado marcados para siempre con algunos de sus páginas, no podemos dejar de darle un abrazo invisible, de encender una fogata con palabras y otra vez, como tantas veces lo señaló, purificarnos con el fuego.

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