Literatura

EL RECOLECTOR

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ENRIQUE MOLINA Y EL DELIRIO

Por: John Martínez

Fue por el facebook que tuve ese reencuentro contundente. Si, paso porque le mencionaba un verso de Enrique Molina a una amiga para que relacione la actitud del verso con su vida. “Vivir a esperar nada / a interrogar a besos”.  Entonces me puse a explicar un poco del poeta nacido en Buenos Aires en 1910. Pero me quedé con él en la cabeza, conversando me di cuenta que no me acordaba del poema completo, sólo sabía que era parte del poemario “Amantes Antípodas”, poemario que alguna vez tuve en mi poder.

No creo que exista otro poeta en América Latina como él. Han sido muy pocos lo que han borrado la línea divisoria entre poesía y vida. Vivir el poema, hacer el poema con la vida. Como querían los surrealistas, de los que Enrique tanto bebió, junto a su inseparable amigo porteño Aldo Pellegrini, otra joya argentina, con él que fundaron la mítica editorial “Argonautas” y publicaron la revista de corte surreal “A partir de cero”.

Aventurero sin fin, Molina viajó como tripulante de barcos mercantes por el océano Atlántico y el océano Pacífico. Amando en cada puerto y en cada andén del tren, pero siempre viajando.
Así, llegó a Lima para conocer a César Moro (pretexto de viaje),  con quien entabló una amistad entrañable. Moro se apagaría tempranamente pero Molina volvería varias veces más, siempre metiéndose en problemas con los maridos y/o los novios de las mujeres que se dejaban poetizar. Aunque una vez vino casado, fue con Olga Orozco, allá en 1955. Ellos ya no nos acompañan físicamente. Nos queda su obra.
 Aquí un poema de Enrique Molina.

Itinerarios

Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las plantaciones
     de la costa
al sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a los instantes inolvidables
-tantas mutaciones de nómada y de clandestinidad
tantos homenajes a una belleza salvaje
que exige el desorden-
                               ¡oh raza de labios de abandono
hechizada por la vehemencia!
y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para el infierno de los amantes
hasta volver a su placer fantasma
a su ola de hierro de ayer detrás del mundo!

Aquellos hoteles…
Todas las rampas de la vida cambiante
la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos
y el solitario frenesí de las palmeras
                                cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve de golpe
                                todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de desunión con grandes lunas fascinantes sin más
                                pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con risas del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
y las cálidas bestias doradas por el trópico
y el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón su grito
                               de espasmo y de caída
y de nuevo esos lugares intactos para el sol
y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en medio del perezoso meteoro del día
levantando hacia el alma aquel esplendor
los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos
     en marcha
y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte brillaba
     alrededor de sus cuerpos
como un afrodisíaco
avivando el deseo
el hambre
¡aquella furia de ayer detrás del mundo!

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