La relación de una niña con su padre es mostrada en El Sur (1983), de Víctor Erice (Carranza, España, 1940), como un proceso de descubrimiento del pasado del progenitor, a través de un relato intimista, cargado de los efectos de un memoria dolorosa, en donde el sentido que ofrece la región del título, surge como origen y fundamento de vivencias, conflictos familiares, silencios, derrotas. Lugar que induce finalmente a la protagonista, convertida en adolescente, a realizar un viaje, del que sólo presenciaremos su partida.
Y es a partir de los momentos previos a ese viaje, que la cinta hace una retrospectiva en donde los recuerdos de Estrella (la niña y la adolescente) se van sucediendo para reconstruir aquella imagen paterna. Así, lo primero es fascinación, la “magia” de Agustín (el padre), simbolizada a través de un péndulo, le permite encontrar el agua subterránea que necesitará la gente del campo para sus cosechas y animales. Esa capacidad, esos “poderes” que ofrecen vida, o los medios para obtenerla –o mantenerla-, también se vinculan al ámbito de su trabajo como sanador, médico del hospital del pueblo. A medida que la niña recorre intrigada a ese personaje excepcional, solidario y amable, va descubriendo al otro, al solitario, al distante, al que se refugia en sí mismo (bebiendo o yendo al cine). En todo momento Agustín tendrá dificultades en sus relaciones con los demás, e incluso con su propia esposa, Julia. La parca cortesía con la que se conduce, sólo encuentra la excepción con su hija.
Las relaciones de Estrella con sus padres, se organizan en la película a partir de secuencias particularizadas con uno o con otro. Casi no se muestran interacciones entre los tres –o son muy breves y funcionales-, lo cual denota un cierto clima de incomunicación entre los progenitores, la diferencia de caracteres y maneras de afrontar la vida que llevan. La madre e hija se acompañarán en las tareas cotidianas, sus tratos son cariñosos, pero también claros, transparentes, prácticos se podría decir. Con el padre, la relación precedida por la admiración, presenta al inicio una fuerte conexión subjetiva, cargada de afecto y sentido de compañía. Pero al ir investigándolo, la relación terminará sucumbiendo, apareciendo ante ella un hombre triste, a veces corriente, perdido en un tiempo que no es el de ellos y al que parece añorar. (Y de cierto modo, un tiempo al que volverá, asediado por sus recuerdos, y puede que también por la culpa, como obedeciendo alguna pulsión autodestructiva).
La película de Erice desarrolla este relato intimista dentro de una atmósfera de ensueño. Un paisaje neblinoso que asemeja a una visión desencajada o apenas despierta, alberga la casa de Estrella, apartada de cualquier población. Al lado de un camino desolado –los planos generales son muy expresivos al respecto-, la casona evoca una distancia simbólica y emocional, en apariencia lejana de aquellos lugares vinculados al pasado (del padre), como una manera de protegerse de la influencia de esos mismos lugares, de sus ambientes y de sus seres. Pero habrá una falla dentro de esa “fortaleza”, de algún modo ese espacio imaginario nunca será inmune a la intrusión de los recuerdos. Unas fotos, unas cartas, unos objetos, guardados en cajones -“cosas inolvidables”, diría Bachelard-, restos de un periodo anterior, escapan de su precario encierro. Así, el ensueño se desarmará y todo el ambiente sufrirá un cambio: la casona, sus decorados, sus habitantes. En la secuencia final, cuando Estrella marcha a la región del título, para conocer las razones del suicidio de Agustín, el plano del camino por donde ella se va, invoca con su niebla y con la imagen del fondo inacabable del sendero, el final de un sueño, que debido a la tragedia, terminará convertido en pesadilla.
El pasado en la película, funciona como una carga que abruma e impide avanzar y desarrollar relaciones más plenas. En la figura de Agustín, erosiona sus vínculos familiares –de manera lenta y sorda- y lo aísla de los demás, como si ya no ocupara un lugar en la vida diaria, como si su existencia transcurriese en un plano distinto. (Cuando padre e hija comparten una comida en el hotel, la soledad del salón donde se encuentran contrasta con la celebración de un matrimonio en la sala contigua. Separados por una puerta, de un lado la festividad, del otro la melancolía. Cuando Estrella se acerca a la puerta, curiosa –la música parece recordarle su primera comunión-, Agustín permanece en su mesa, solo, ajeno a la fiesta que ocurre allí tan cerca).
También el pasado es una memoria dolorosa manifiesta al contemplar a un amor de juventud en una película olvidada (que la hija descubrirá personificada en una actriz); o un testimonio del destierro, explicado por Margarita (empleada doméstica de la abuela) a Estrella, al contar los conflictos entre Agustín y su propio padre, como partícipes de los bandos en disputa en la guerra civil española. (No se explicita, pero está sugerida la filiación republicana o socialista de Agustín frente a la monárquica o fascista de su padre).
Erice no terminó esta película como hubiese querido. Su proyecto original fue interrumpido por los recortes presupuestarios de la producción. Con un final impuesto, nunca sabremos que habría sido de la investigación de Estrella sobre su padre en la región andaluza.