Isabel Sarli violada por turba de matarifes. filme: carne. 1967
Yo no era así. lo juro. Isabel Sarli me hizo un duro cuando mi blandidez padecía del síndrome originado por mis dientecitos de leche. Con Sarli salí de mi infancia e ingresé al cine primavera. La sala tenía telón dorado, platea y laterales amén de balcón, cazuela y chocolateros con linternas. Y que fue el verano más caluroso que recuerde, no lo dudo; mucho antes de tirarme de pecho en la arena de la playa de agua dulce para esconder mi ancla en la arena al observar una tarde a mi prima Briseida en bikini mirando ella la inmensidad del océano como yo descubría la perforación tectónica a partir de la quilla de mi trusa hincando el subsuelo marino.
Sarli era su nombre de combate como el de vic morrow el de batalla. Isabel, a quien la motean todavía como “la coca” –es un psicotrópico de capricornio como advierte Julio Hevia—explicaba en su DNI: nacida el 8 de julio de 1935 y, como nombre del titular quedaba el registro de ese insulso patronímico: Hilda Isabel Gorrindo Sarli. Bueno, cada quién es dueño de su sustantivo y que en sólo ella, es cierto, ese era su adjetivo aunque algunos afirmen que más que un objeto era verdadero sujeto verbalizado.
De piel blanca y pelo azabache bien puedo haber visto la luz de este mundo en la avenida José Leal en Lince pero no. Cada cuerpo tiene su lugar: «eppur si mueve» [y sin embargo, se mueve, como decía Galileo]. Y el destino había guardado una cuna –yo, una cama redonda– para ella solita en los pagos de concordia, provincia de entre ríos, allá en la argentina.
En la escuela me enseñaron a no ser lugarcomunista pero tengo que repetirlo. Argentina es su carne [Gardel es uruguayo, Borges suizo y Boca Juniors es de Génova]. Carne argentina a la inglesa, es decir, sanguinolenta [cualquier hipervínculo con las Malvinas me es ajeno por eso de los mirages], jugosa, suculenta, cavernaria, apetitosa, maliciosa, obscena, amoral decorosa y si quieren, hasta pecaminosa por ese tráfico del cuchillo a la manera del tal Juárez tasajeando a Rosendo Real en el cuento borgiano, o a lo bestia cual Juan Dallman en «el sur» del mismo autor, JLB: el Homero de las bibliotecas porteñas y el matarife del aburrimiento magro. lo argentino así, habita en el soporte cuchillo-carne: matar y ser carne de res, supone un encadenamiento de identidades, una condición mítica más allá de las individualidades de los hombres y de muchas mujeres.
Sarli, cárnica toda, argentina de exportación, hizo del cine un plato nefando, primitivo, crudo en llamas. Sarli casi siempre sin ropa entre los brazos y sobre las brasas, hacía del más cojudo un baboso caudaloso. La primera impresión era que a uno se le hacía agua la boca, después y en mi casa, me anegaba el agua de coco. Carne sápida a la espera del diente. Carne pulposa de un lado y del otro en el ínterin del remache acuoso y substancioso.
así, en sus 29 películas, la mayoría dirigida por su carnicero, matachín y marido director, el envidiado Armando Bo –él decía que la amaba con locura y que por celos podía capar al peor imberbe con una Gillette macerada en el óxido escamado de las bramas—sólo pudo producir lascivia, lubricidad e incontinencia. Pobre del crápula que la tratara como disoluta o libertina. No señora. La turba de adláteres y prosélitos lo hacían mierda. Isabel era de culto. Por atrás o por delante. Ya lo dijo alguna vez Octavio Paz sobre el erotismo y la poesía: «el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje.» Sarli era el demonio del mejor cielo lingüístico. Ese paraíso del pecado.
Al borde de cumplir 79 años, la alguna vez tildada «reina de la pornografía ingenua», no obstante, sigue fascinando al respetable y mi memoria. El recuerdo erecto de sus carnes que –eternamente- se desliza en el agua, es más potente que las desnudeces esqueléticas que andan pululando en las pasarelas de fashion tv, en las veredas tropicales del balneario de Asía o en el C.C. Caminos del Inca. La coca Sarli es lo que se dice el placer primario y animal. Una cucharita plateada con crema de tofú con melocotones entre sus labios embutidos como cuando la observé hace un tiempo en puerto madero y a cobrar. Porque vieja ella sigue siendo una cosquilla que recorre la espina dorsal y un poco más. y lo mismo me pasó con todas las películas que se vieron en el canal de cable retro hace unos meses. El manual del cine manual regreso a mi costado izquierdo.
Estoy seguro que George Bataile no me conocía de fisgón pero estaba de acuerdo conmigo que el erotismo nos reconcilia con nuestra naturaleza arbórea, nos da conciencia de ser un ser otro, diferente, distinto. Con Sarli podría ser una especie de amor y placer al mismo tiempo, entrelazándose y viviendo en un tiempo preciso y exacto en el acto de realizar la unión del amor en el cuerpo más deseado que soñado con los ojos abiertos.
Como dice Rodrigo Fresán de los inmortales del cine, por un lado están los actores que son devorados por sus personajes –yo supongo que se refiere a Greta Garbo o Marlene Dietrich, a James Dean, Alec Guinness o al joven Robert de Niro, no sé si me dejo entender– y que por el anverso están los personajes que son devorados por quienes los actúan – en este caso Ava Garner y Marilyn Monroe o Peter O’Toole o Robert Mitchum que serían de los más famélicos en el sentido carnal del término de la función y/o defunción.
Ojo. El paradigma Sophia Loren no tenía tiempo para esa condición de denominación de origen como le dicen ahora. La otra noche la observé en un programa de la RAI y era como mi abuela Dionisia, linda, amable, tierna pero hace tiempo muerta. En cambio con Isabel Sarli me ocurre lo mismo que con Marlon Brando, son casos aparte: brando es sus personajes porque los personajes –capo de mafia, viudo atribulado, semental en camiseta– acaban, invariablemente, siendo brando. y es que en brando los límites se diluyen, las fronteras se borran, y nunca ha sido esto más evidente que a la hora de crear a la sombra terrible y definitiva del coronel Walter Kurtz en Apocalypse Now de Ford Coppola. Ahí el cine se hizo eternidad y brando como Isabel Sarli en la cinta carne ofrecen lo que puede considerarse sus incontestable grandes actuaciones y –como en todas sus otras irregulares actuaciones–, aquí no se trata de formularse el terreno y hamletiano interrogante de ser o no ser sino de responderse con una tercera y más inquietante y paradójicamente divina opción: desaparecer.
Con Sarli la materia fílmica perecible, es decir carne, es carne expresiva. Una metáfora de la más desenfrenada lujuria que despierta la inocente y subyugante Isabel. La escena culminante, más tocante y arrechante, es cuando Sarli, obrerita de nombre delicia, que regresaba a su ranchito todas las tardes con ese cuerpazo y falditas al viento y frente al camal más rijoso del planeta es raptada por unos matarifes lumpenazos. Antes, un camión frigorífico había sido acondicionado como cuarto de hostal de una estrella por los forajidos liderados por uno a quien apodan «el macho». un jueves a las 5 de la tarde –la hora que mataron a lola—delicia es literalmente alzada en peso y encerrada en el camión que parte al lugar sin límites.
Imagínese mi amigo. Usted es chochera de «el macho». Él es líder con ADN recargado. ¿Qué hace usted? nada, lo sigue. Delicia, virgen en el altar de la milonga cuchillera ese atardecer descubre el amanecer de su vida sexual. Pero escrito está –Armando Bo también le hacía los guiones—que la vida es diferente desde ese punto de vista. Delicia es arrojada violentamente sobre una vaca descuartizada por el bárbaro cegado por sus hormonas hirvientes y luego grita: « ¡así te quería tener: carne sobre carne!» mientras se abalanza para someterla sin piedad.
Duele mucho al principio como todo, pero no hay derecho. Qué dirían las compañeras del colectivo Manuela Ramos. Al día siguiente ella pierda la razón, el recato y la cuenta; diez facinerosos la violan –un autentico grupo de infradotados–. cierto, la película desde ahí pudo llamarse «un camión llamado deseo» pero no. es carne, tremendo dramón ultra bizarro e increíble por donde se lo mire, con algunos ítems, a saber.
según el penalista Luís María Fittipaldi el asunto es más o menos así. 1] la cinta tiene la frase ms famosa del cine latinoamericano: « ¡carne sobre carne!» –se refiere obviamente a la escena de la violación sobre una res–. 2] tiene la segunda frase más famosa del cine argentino: «qué pretende usted de mi» –Isabel desnuda sobre un catre, al pasar otro de los violadores hacia ella–. 3] es en eastmancolor, pero de pronto salta al metraje blanco y negro, sin explicación alguna, y acentúa ese toque camp, con excesos en color rojo. 4] el papel de «el macho», Romualdo Quiroga, en la vida real, no se puede creer. Brando es un chancay de a veinte. Quiroga –para la mayoría de varones merecía el Óscar–. 5] los diálogos «post-violación» de los forajas, mientras comen groseramente con sus manos –carne para variar y que los orilleros porteños llaman asado– y le dan al largo y continuo al vino de damajuana, confirman la torpeza y falta de academicismo del director Bo –un bobo si no fuese marido de Sarli. Además hay un exceso de tierra, mugre, etc. con Francisco lombarda, otro fanático de este clásico recordábamos hace unos años, lo lumpen del vestuario y lo lúgubre de los decorados. Sólo la elegancia y el perfume a hembra de Isabel nos salva.
Y qué gestos modula ese rostro escarnecido por la lujuria, en el imposible ocultamiento de su bello y sutil estructura. Sarli no sólo en carne y hueso sino en otras de sus películas es lujuria descocada, quema de cabezas, el mensaje más profundo sobre las pasiones que agitan la atribulada alma humana bajo ventral. Pastiche genial, en la pureza del alma rodeada por la lujuria. Delicia, heroína pura, droga intravenosa. Sarli, ingenuota, de un alma bella encarnada en un cuerpazo dionisiaco que soporta el manoseo en reiteración real, pero demostrando en su rostro la bondad que adorna a una buena mujer. Le gusta el sexo a forro pero quiere ser una lady, pero a quién no.