Cada persona tiene sus propios miedos y eso a nadie le importa, mucho menos si eres alguien que ha construido su vida a partir de una sensación de inferioridad y de cobardía; sin embargo, siempre hay algo que se puede rescatar de todo esto: el deseo de venganza. Es lo más parecido a la escritura. A través de esta uno puede vengarse de todos y de uno mismo. En la literatura no hay ética, no hay moral, no hay función que prevalezca. Debería ser así. El resto son solo apariencias.
Los escritores han hecho del sufrimiento y de la desdicha su propio bastión, desde ahí se lanzan, entre ellos mismos, escupitajos de egos. Es innegable. Esto no ocurre solamente entre escritores de un país, sino en todo un movimiento, en una época, en un Boom. Este tan solemne y pomposo que nació en Europa y que estuvo forjado por escritores latinoamericanos que escribieron desde un espacio marcado por la soledad, el dolor y la valentía, pero que al final se convirtió en un triste prostíbulo de meretrices escandalosas.
Detrás de las luces que reflejaban las enormes figuras de Vargas Llosa, García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, había un espectro, un fantasma, un demonio que los observaba con celo, rencor y total admiración. Siempre quiso ser uno de ellos, pero no se lo permitieron, lo condenaron a escribir desde la lejanía y desde la oscuridad, pese a que, posiblemente, tenía más talento que uno, dos o que todos ellos. Y aquí viene lo más vergonzoso, por decisión de él mismo, claro, terminó siendo el cronista de todo ese grupo. Nunca se rebeló.
Este fue José Donoso, el Pepe, el escritor más dark, afeminado y corajudo que apareció en Chile, en una época donde la narrativa era como esas matas de pasto que crecen en las paredes, y que nadie los riega, pero siguen ahí, firmes y dispuestos a crecer pese a la indiferencia de todos.
Pero quién fue José Donoso, o mejor dicho, quiénes fueron los que habitaron en José Donoso. Nadie lo sabe, ni él mismo, ni la mujer que aceptó casarse, bajo dos condiciones: aprender a manejar automóvil y leer todo Proust, ni la hija, la Pilarcita, la niña española que adoptaron debido a la esterilidad de María Pilar, y que se atrevió hacer algo que a Donoso lo atemorizaba: suicidarse. Posiblemente luego de caer en depresión por leer los diarios del buen Pepe y conocer aspectos que desconocía de su padre.
La debilidad, en algunos casos, es una fortaleza para las personas. Donoso hizo de esto, el centro de sus ficciones y de su vida misma. Hay un detalle en su narrativa, que es una remembranza a su infancia, y que permite visualizar una bipolaridad en su literatura: la belleza y el horror. Dos elementos indisolubles y complementarios.
La primera es una representación de la vida familiar, tan correcta y pulcra, con un padre tan sabio respecto a algunas actitudes rebeldes y escuetas de José Donoso (rechazar la universidad e irse a pastear ovejas a Magallanes).
La segunda proviene de las historias terroríficas y macabras que le contaba su nana cuando era niño, y de quien nunca dejó de estar agradecido por haberle enseñado que el mundo también está plagado de seres que parecen extraídos del infierno mismo.
Estos dos elementos forman un solo núcleo, dentro de la belleza y de lo estético hay un espacio para lo terrible. Por ello es necesario usar máscaras para escondernos y ocultar las heridas que todos tenemos. La diferencia está en que unos lo exhiben abiertamente, mientras que otros luchan toda su vida para ocultarlo. Esto último nos conlleva a la infelicidad y a la deformación de nosotros mismos (lo que hay detrás de una máscara nunca es un rostro, siempre es otra máscara, las usamos para vivir).
Las circunstancias que suceden en la infancia son las que deciden la formación de la personalidad de cada uno. La de Donoso estuvo marcada por la soledad, la baja autoestima y la invención de dolores físicos que le servían como excusa para quedarse leyendo toda la mañana en la sala de enfermería de la escuela y, de esta forma, evitar estar con sus compañeros y practicar el deporte que tanto odiaba: el fútbol.
Ese mismo niño tan mimado y anglófilo, era el que poseía una fascinación anómala: la vejez. Tenía la costumbre de observar a los ancianos e identificarse con ellos, los observaba desde lejos, como si fuesen bestias a punto de la extinción. Les gustaba la forma tan lenta e insegura de caminar, la cojera que algunos tenían, y el aroman tan peculiar que todos ellos tienen.
Por ello su narrativa está plagada de estos seres que deambulan como fantasmas hacia un lugar donde solo queda la soledad, la vergüenza y la locura. Esto se evidencia desde su primera novela (“Coronación”), donde la historia gira en torno a las alucinaciones de misiá Elisa Grey de Ábalos, anciana que pertenece a la “alta alcurnia”, y cuyo desenlace es toda una tragicomedia. Este personaje es un pequeño fragmento de todo lo que simboliza José Donoso, cuyo rasgo más evidente de su personalidad fue la paranoia.
Pero su obra cumbre, la que fue escrita en medio de un ataque de úlceras y del miedo al fracaso, donde se logran juntar la paranoia, el delirio, el terror, la esterilidad, la fealdad, el abandono y la corrosión física y mental es El obsceno pájaro de la noche. Escrita con un lenguaje balbuceante y que posee imágenes que bordean la esquizofrenia y el surrealismo. La novela que permitió a José Donoso tener la aceptación literaria de su padre. La novela más terrorífica, oscura y enigmática de toda la época del boom, quizás la mejor novela latinoamericana de ese tiempo, y que lamentablemente no ha sido valorada como debería serla. La razón de tal desidia quizás radica en que demuestra lo que verdaderamente somos: un abismo escalofriante que nadie quiere ver. De esta novela, descrita por el mismo Donoso como un árbol inconmensurable y frondoso, nacieron las demás, extraídas como pequeñas ramas. Todos forman un solo conjunto.
Imagínense que una mujer llamada Inés está condenada a la esterilidad, y que de pronto, tras un ritual extrañísimo hecha por una vieja, queda embarazada de su esposo Gerónimo de Azcoitía, un hombre de buena posición social. Tras nueves meses les nace un niño totalmente deforme. Y la única forma para remediar esta maldición es la construcción de una especie de castillo gótico-medieval, llamado “La Rinconada”. En este lugar se darán empleos y servicios básicos a decenas de seres monstruosos, deformes, desahuciados y raros para que el niño Boy crezca en un ambiente donde lo raro y lo grotesco represente el mundo real y ordinario, ignorando que afuera de los muros hay otro tipo de vida. Este círculo vicioso y laberíntico de Gerónimo de Azcoitía, Inés y Boy es la trama central de la novela. Alrededor de ellos hay rituales demoníacos, escritores fracasados, niños huérfanos, viejas que se convierten en perros que se pasan corriendo y ladrando de noche por la ciudad, etc.
Lo curioso de la génesis de esta novela es la fantástica relación que tienen los personajes con la vida de José Donoso. La suciedad de las viejas (¿Por qué siempre he tenido la sensación de ser, de estar sucio, y qué tiene que ver con mi familia, mi ambiente, mi relación, la relativa pobreza?) , la esterilidad de Inés (El núcleo central del obsceno pájaro es la esterilidad de María Pilar, mi mujer), el miedo a ser un desconocido para todos, el miedo a la fealdad, el erotismo, el delirio de persecución que le acompañó toda su vida, y el fracaso de la escritura, simbolizada en Humberto Peñaloza, el mudito.
¿De dónde nace toda historia demoníaca y atípica? Posiblemente de los ataques de úlceras que siempre tuvo. La alta dosis de morfina le provocaba delirios y alucinaciones, ve bestias que lo persiguen y que le devoran las entrañas y la totalidad del cuerpo. Estas pesadillas, mitad reales y mitad oníricas, dan como fruto tal portentosa novela. La maldición que parece perseguir a todos los personajes de José Donoso es la misma que los persiguió, a él y a su familia, hasta la muerte.
La biografía de todo escritor tiene más de mentiras y de exageración que de verdades. Cada historia que se teje detrás de ellos posee su propia máscara. Es el caso del escritor chileno. Hay un Donoso exiliado, un Donoso homosexual (quizás, el más doloroso por ser una leyenda negra dentro de la familia, Cheever también lo padeció), un Donoso político, un Donoso machista (le escogía la vestimenta a su esposa), un Donoso amoroso (siempre aceptó que su vida sin María Pilar no era nada, siempre la amó), un Donoso padre (cariñoso, fabulador, excéntrico y paranoico), un Donoso hijo (sintió la liberación total con la muerte de su padre), un Donoso ambicioso, un Donoso egoísta, un Donoso crítico ( mencionó que Vargas Llosa es un intelectual que desea el poder y lo mundano), un Donoso genio, un Donoso envidioso, un Donoso fracasado (nunca ganó el premio Seix Barral, ni el premio Cervantes), un Donoso pesimista (aseguraba que las futuras generaciones no lo leerían), un Donoso enfermo (al finalizar cada novela le sobrevenía una enfermedad), y muchos Donosos más, que forman uno solo: el eterno escritor. Aquel que, pese a todo y a todos, se la pasaba encerrado entre ocho y nueve horas de su vida escribiendo historias, soportando los dolores que le causaban las enfermedades reales y ficticias que él mismo inventaba, y alejándose, cada vez que podía, del alcoholismo que tanto le avergonzaba de su mujer.
Somos más difíciles de lo que solemos creer, más valientes de lo que creemos ser. Si me dan a elegir un recuerdo, de las tantas que hay de José Donoso, me quedaría con esta: en los últimos años de su vida sufre de desfunción hepática y es internado varias veces en una clínica. En ese momento de su vida lo que más le preocupa es la trascendencia internacional y el poder ser considerado por todos como el gran novelista chileno, pese a que fue mucho más que eso, y mucho más que el Boom, aunque él nunca se lo creyó. En sus visitas a la clínica, regalaba a los médicos que le atendían sus propios libros firmados, olvidando que ya les había dado en la visita anterior y ellos lo aceptaban por misericordia y por pena.
Esta parte de su vida, que para muchos es totalmente patética, es una gran enseñanza a todos los jóvenes que quieren ser escritores: hay que amar y defender la profesión de escritor, por más cicatrices que deje. Aquí una de sus últimas frases:
“Con mi obra trascenderé muy poco, tengo poca fe en la trascendencia como escritor, realmente trascienden cinco personas en un siglo, eso me da mucha rabia. Me gustaría quedarme aquí, no me resigno a morir. Quisiera vivir eternamente, escribiendo eternamente”.
Hasta aquí mi homenaje a José Donoso. Queda como anécdota que en la época que leí “El obsceno pájaro de la noche” mi primer hijo estaba por nacer, hace ya casi ocho años. Y que además compré “El jardín de al lado” en la tarde del mismo día en que mi padre murió a miles de kilómetros de distancia, en medio de una terrible soledad y de depresión, hace ya casi seis años.