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El manual del dolor. A propósito de “Debajo de tus muslos”.

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El cuento bien logrado encierra dentro de sí una mecánica de simbiosis en la que todo está en su lugar, lo que origina un producto completo y armónico; además, prefigura, en la medida de lo posible, la naturaleza de la perfección, presentando engranajes que deben conformarlo único, sólido y ameno, y que apuntan hacia la trascendencia (en otras palabras, que la historia, de alguno u otro modo, perdure). Pero podemos ir más allá: el cuento logrado bien podría presentar ciertas características que lo asemejen al hombre, entendida esta aproximación como una creación juiciosa y exenta de errores, aunque sea a nivel meramente fisiológico (ahora podemos encontrar una relación con las palabras de Juan José Saer, quien decía que la literatura era una propuesta antropológica). Claro está que lo anteriormente propuesto aún queda enmarcado dentro del nebuloso cuestionamiento y la crítica, que no es sino la base del desarrollo de la humanidad.

“Debajo de tus muslos” (Gobierno Regional de Lima, 2014) de Josué Barrón (Huacho, Perú, 1990) es un corpus homogéneo de situaciones y conflictos que muchas veces rayan con la parodia y el llamado humor negro. La mayor parte de sus situaciones se dilatan en espacios que nos llevan a preguntarnos sobre la naturaleza de la miseria humana y demás preguntas trascendentes. Aún así, en una primera lectura pareciera que los textos poseen una naturaleza pragmática (entendamos esta palabra como el mero hecho de distraernos y punto), pero al pasear nuevamente nuestra lupa por sus páginas, entendemos que no es así, puesto que, a medida que vamos avanzando, quedan en el aire muchísimas preguntas que hacen, como dijimos arriba, importante al libro.

En cuanto al aspecto formal, se nos sorprende con finales intensos e inesperados (y ahí, desde lejos, radica el mayor mérito de Barrón, digamos que es así como el plus del conjunto), y muchas de sus escenas presentan esa “violencia” que diestros narradores como Bukowski o Carver han hecho suyos, y donde el summun de casi todas las historias está determinado por pasajes dotados de una vehemencia de naturaleza cuasi exclusiva (así, encontraremos escenas de asesinatos, golpes, llaves de lucha y demás aderezos propios del llamado “realismo sucio”). Además, a muchas de las historias de “Debajo de tus muslos”, no les falta ni les sobra nada, acoplándose a un ejemplar y meritorio parámetro perfeccionista.

En “La espera”, salta a relucir claramente el parecido con “Los asesinos” de Hemingway. Argumento: dos hombres armados entran a un bar para tomar algo; sin embargo la intención es, a claras luces, otra: están buscando a un tal Pedro Yauri, periodista de profesión y que, al parecer, está “hablando demasiado”. Le preguntan acerca del paradero al barman, quien se hace el desentendido. Luego de lo acontecido este va a buscar al fugitivo a su escondite, para ponerlo en aviso. Allí encuentra a un Pedro Yauri abatido, sabedor de su aciago futuro, y que no cesa de mirar la foto de su hija. Ciertos pensamientos existencialistas atraviesan la cabeza del barman, cuando camina por la avenida principal de la ciudad.

No se trata, pues, de un burdo calco hemingwayiano, pues tanto los diálogos como el tono seco y lacónico están manejados con soltura y, lo principal, esa capacidad del autor de mantener el suspense, el elemento que impera en las cinco páginas de “La espera”. “La confesión” presenta un inicio conmovedor y que, por instantes, presenta ramalazos valdelomarianos: “A través de los barrotes de la celda, Inocencio Caparachín contempla como el sol se une con ese cielo metálico que se filtra por los muros de la prisión. Así, cuando el círculo rojo fenece en el horizonte y pone fin al festín de los colores se dirige a su cama para continuar con el único acto decente en el que se había enfocado en los últimos años: leer todos los libros que tenía la biblioteca del presidio (pág. 29)”. Caparachín es un hombre ingenuo y “correcto”, admirador de las novelas de Dashiell Hammet y del filósofo Wittegenstein, y que ahora yace preso por haber asesinado a su esposa partiéndole el cráneo, luego de una relación tormentosa, donde acaso él era la única víctima.

Las  reflexiones del protagonista están puestas en el momento justo y adecuado, hablándonos, en algún momento, de aquellos sentimientos que se confunden con la esperanza, de aquellas señas particulares que permiten que un hombre aún pueda seguir manteniendo “ilusión” en el futuro, lo que revela la gran sensibilidad de Caparachín, aún en momentos de tribulación (“Con el tiempo los reos descubrimos que ese cielo que se postra en nuestra ventana no es el mismo para todos. Cada uno tiene su cielo”. Pág. 33).

Pero donde verdaderamente radica el gran mérito del cuento es en el final, pues nos enteraremos, por boca del propio “homicida”, que él se ha inculpado, prefiriendo la cárcel antes que seguir cargando con su yugo opresor (“No puedo quejarme de la vida que me ha tocado vivir —exclamó para sí mientras miraba las tinieblas que reinaban el unísono—, ni lamentarme de haber confesado que la asesiné. Pero lo que siempre me voy a preguntar cuando termine de leer un libro de misterio es quién pudo haberla asesinado”. Pág 33) “La confesión” es un cuento muy apasionado, desde lejos el mejor del conjunto.

“Rose” nos hace penetrar en el terreno de lo macabro, cuya intención siniestra recién se nos revela, otra vez, en los tramos finales. Barrón nos hace caminar muy despacio a través de esta historia, manejando con singular maestría el dato escondido, haciéndonos parte de la miseria y frustración de sus personajes; así, se nos cuenta la historia de una doméstica que atiende y mima a una pequeña bebé llamada Rose que, al parecer, fue producto de su aventura con el jardinero de la casa donde trabaja. La empleada ya ha perdido anteriormente a sus otras dos hijas, y pretende encontrar en Rose una especie de reemplazo. Pero este bebé presenta dos particularidades: no llora y desprende un olor muy fuerte, que con el pasar de los días se va haciendo, según el texto, “insoportable”. Al final —y aquí recién se sabe que se trata de un cadáver en descomposición— la empleada la deja en un pequeño hoyo que ha cavado en el jardín, puesto que su cuerpo “estaba trayendo moscas” y ella “estaba impidiendo que su espíritu siguiera el camino”.

Manejando la ambigüedad en las primeras páginas, el autor nos mece en un vaivén de situaciones que no nos permiten descubrir el secreto de Rose —acaso tan solo, en un comienzo, lo sospechamos— y cubre a la muerte de una aureola de solemnidad, llena de magnificencia aquel estado del cuerpo humano y pone en relieve el tema del culto a los cadáveres, y es que ¿acaso no es mejor estar muerto?(“Si es cierto que al morir uno retorna a lo que era antes de ser, ¿no hubiera sido mejor mantenerse en la pura posibilidad y no moverse de ahí? ¿Para qué ese paréntesis cuando se hubiera podido permanecer siempre en una plenitud irrealizada?” E. M. Cioran. “Del inconveniente de haber nacido”). En “El novelista”, un joven escritor acude a un bar nocturno para liberarse de su bloqueo “escritural”. Entre muchas de las cosas que conversarán con Ana María Ángeles —una voluptuosa ninfómana a la que conocerá aquella noche— saldrá a relucir lo de la novela que está escribiendo y lo de su imposibilidad para terminarla.

El protagonista le comenta a su acompañante de turno que acaba de quedarse en una situación muy similar a la que ellos están viviendo en esos momentos. Aquí salta a la vista claramente la técnica de la “caja china” (usada magistralmente por autores como Paul Auster), donde una historia está encerrada dentro de otra, para así darle forma a un todo armónico. En este cuento, sin embargo, no se le da mayor desarrollo a la historia de adentro, la “más pequeña”, sino que tan solo se la presenta como una insinuación, como un ligero aderezo para darle al cuento el final sorpresivo.

Ulises Santamaría —como casi todos los personajes de Barrón— recurre a frases que corresponden con su  situación de intelectual dandy o snob; así, luego de contarle a Ana María lo de la novela, afirma contundentemente que “la vida y la literatura es una serpiente de dos cabezas que muchas veces nos confunde” (pág. 70) para rebatir a su acompañante la idea de que todo aquello tenía mucha coincidencia. Luego acepta su invitación para ir a su casa y termina asesinándola en una escena de sadomasoquismo muy explícito.

Es un cuento donde muchas escenas lindan con lo circunstancial, pero nos deja un buen sabor debido al remate que le da el autor. “Porno” es un cuento que le rinde culto al erotismo, entra en el terreno de los voyeurs y no nos deja indiferentes. Así, se nos cuenta la historia de alguien —que vendría ser el narrador en primera persona— y su gran admiración —casi devoción—por Vicki Vette, una reconocida estrella del cine porno. Entre otras cosas, nos enteraremos que Vette empezó su carrera a una edad tardía, apareció en muchas revistas de prestigio internacional y, lo más importante para entender la historia, tuvo un hijo a los catorce años, al cual tuvo que dar en adopción.

Todo esto se sabrá en boca del narrador, el cual compra una muñeca inflable con la imagen de su admirada actriz y, en el momento en que nuestro amigo le da rienda suelta a sus torcidos instintos, es que la madre adoptiva entrará en escena y le revelará que es hijo de tan afamado símbolo sexual. “Porno” está bien escrito, y recorre un camino poco transitado por nuestra literatura, la de la pornografía cuasi explícita. “Debajo de tus muslos” —cuyo título es el mismo del libro— atrae por poner en relieve el tema del coito homosexual.

Así, Ulises Santamaría recibe cierto día la molesta llamada anónima de una mujer que, luego de ofrecerle las disculpas del caso (puesto que ni ella misma sabe como el número de Ulises llegó a su bolso), trata de iniciar una conversación, argumentando que su voz le “inspiraba confianza”. Ulises se niega a entrar en cualquier tipo de plática con la mujer, a lo cual ella le responde que va a ir a la misma discoteca que él aquella noche. Y así es: esa noche, bañados ambos por las luces sicodélicas, bailan y finalmente van al departamento de Ulises para terminar la noche envueltos en la pasión. Barrón es un maestro del suspense, puesto que solo al final del acto amoroso se entera el lector de que Elsa es hombre, poniéndose al miembro viril como un fetiche desconsolador y angustiante.

“El último pasajero” nos recuerda a algunos cuentos de Bukowski donde la violencia impera, lo que otorga un toque de ironía al conjunto. En realidad, este cuento —y, en general, casi todos los del libro— presentan esos ambientes sórdidos propios de la narrativa norteamericana del siglo veinte, nos marean con las angustias de sus personajes y nos recuerdan el estilo de estos autores, aunque sin reducir sus méritos a la simple mímesis. En esta historia, un hombre viaja en un autobús para ver a su hijo luego de ocho años. Antes recordará algunos episodios desagradables de su vida en familia, con aquella esposa con la que rompió y ese vástago a quien en algún momento, en medio de una pelea doméstica, “inmovilizó con una llave de cuello”, escena de la cual se arrepentirá mucho después.

Durante el viaje el hombre reflexionará mucho sobre su anterior vida de hombre casado, lo que lo lleva a preguntarse, por ejemplo, si su esposa estaría ahora con un nuevo compromiso y otros cuestionamientos de índole existencial. El último cuento, “Cynthia Torres se va a casar y yo no me voy a suicidar” es un perfecto monólogo acerca de alguien que nos habla sobre un amor juvenil frustrado. El narrador —que, en este caso, es quien hace el monólogo— nos habla de su antiguo amor, Cynthia Torres, de lo que pudo haber pasado entre ellos y de la actual situación amorosa de la fémina que, al parecer, se va casar; se trata de una entretenida retrospección, hecha con cierta pericia, donde el asunto principal es el lamento del ex amante, que no puede olvidar aquel romance de antaño. Y es que el amor es una eterna caída hacia el abismo; una eterna caída hacia el amante, hacia el otro.

El resto de los cuentos rayan con lo anecdótico y circunstancial, aunque sin perder ese toque que hace énfasis en la condición humana, que hace del libro un “manual del dolor” sencillo y preciso. Y, a pesar de que en su mayoría se trata de cuentos circunstanciales (como sucede con muchas de las historias de Maugham), encierran dentro de sí toda una atmósfera de pesadilla, en un mundo que no se nos puede hacer más reductible de lo que ya es, aunque al final de las historias se extienda un manto de esperanza, siempre a cuesta de las desgracias de los otros personajes, que vienen a conformar los alter egos del hombre fracasado y pusilánime. Ahora bien, algo que se le podría reprochar al libro es la cantidad excesiva de erratas, que por momentos lo hacen ilegible. A pesar de eso, es merecido el premio que el Gobierno Regional de Lima le ha concedido a “Debajo de tus muslos”, puesto que se trata de una buena entrega, digna muestra de cómo se deben escribir buenos cuentos.

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