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EL MAL QUE NOS ACECHA

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Al principio se trataba de caminar por la calle correcta para no ganarse con el pase. Para que no te jodan preguntándote si no querías alguito. Generalmente eran muchachos entrados en la veintena, vestidos con zapatillas de marca y de actuar sigiloso. Se ocultaban en los estrechos pasajes de una urbanización vecina, donde la luz del poste no los delataba. Cuando llegaron los serenos prácticamente se convirtieron en zorros errantes, de una esquina a otra, refugiándose en casa conocidas en las que podías tocar si querías, con el billete listo y la respuesta rápida a la única pregunta que ibas a oír “¿cuánto?”.

La ciudad seguía creciendo, Lima cambiaba su rostro demacrado y contuso por tantos años de terrorismo y crisis. Los supermercados y los autoservicios empezaron a iluminar la ciudad, a convertirse en las grandes mecas de anhelo y frustración del ciudadano que intentaba reinsertarse en la ciudad.

Para entonces los mismos muchachos que caminaban hasta el otro barrio a comprar su vaina ya no necesitaron hacerlo más. Todos sabían la calle, la reja blanca, los tipos con los que tenías que hablar. “Toca tú”, le decían dos chicos a una muchacha nerviosa y ebria, mientras yo regresaba a casa luego de matar el rato con mis amigos, “mucha palta con nosotros”.

Los serenos capturaban fumones y paqueteros, salían en las fotos de las revistas y los periódicos. Pero ninguno de los tipos que vendía caía. Nunca. No hay voluntad que resista un buen fajo de dinero, ese que el fumón no tenía porque se lo tiraba todo en su vicio, y que el paquetero no podía tocar para evitar que su patrón se lo cargara. Los tipos de las casas tenían sus maneras de disuadir a los sabuesos. Mi barrio, alejado de la gran ciudad empezó a llenarse de las mismas luces que antes solo podía disfrutar tras un buen viaje. En la avenida apareció un supermercado y dos grifos, una compañía de seguridad y otros pequeños negocios de personas que querían aprovechar el impulso de un país dispuesto a salir del hoyo, a pesar de que entonces, el nuevo presidente culpaba al anterior de haber sido un dictador y haber tenido un asesor corrupto que se enriqueció a costa de nuestro dinero, comprando la voluntad y la honra de muchos políticos que se prestaron para sus negocios sucios, y cobrando dinero para dejar que los grandes del negocio pudieran seguir manteniendo sus redes de casas y tipos refugiados en los pequeños pasajes.

Tiempo después le dispararon a un tipo a ciertas cuadras de mi casa. Unos tipos lo abordaron y le echaron unos tiros. No le robaron nada. Algunos chicos de mi barrio decían conocerlo. Dicen que estaba nervioso. Que estaba metido en la vaina y había tocado un dinero que no debía. Que su vida era puro lujo y era quien paraba la juerga en las fiestas, y conocía a todos en todas las discotecas. El alcalde prometió que reforzaría la seguridad, las revistas y los periódicos dieron cuenta de nuevos paqueteros y fumones apresados, subidos en las camionetas de serenazgo. También se allanó una de las casas que todos conocían pero nadie delataba. Uno de los que manejaba  el negocio quedó preso, el otro salió libre váyase a saber cómo.

Luego le dispararon a un muchacho. Dicen que para robarle la camioneta. Pero no se llevaron nada. Otro chico se suicidó en su casa. Todos los sabían lleno de vida y con un espíritu fuerte. No imaginaron nunca que podría hacer algo así. Su novia sabía que se había metido en algunos problemas, pero cuando intentaba conversar, él prefería evitar el tema. Luego ya no quiso que ella lo visitara en casa.

Un muchacho de la FAP me conversaba mientras esperábamos a una amiga en común en la sala de su casa. ¿”Tú crees que la guerra se ha terminado?”, me preguntó. No sabía bien de qué guerra hablaba. “Ahora los cumpas se han aliado con gente más poderosa. Ahora los protegen y están mejor armados. Yo he pilotado varias veces y seguimos recibiendo fuego, pero el gobierno qué va a decir, si lo que necesitan es que afuera crean que todo está bien”.

Me cuentan que las avionetas cargadas de mercancía se pasean por la selva, que los insumos se siguen vendiendo como quien va a un mercado, sobre todo el keroseno. Que si la policía quiere hacer las cosas bien termina muerta, y que es mejor mirar a un lado y estirar la mano. Los noticieros no dicen eso. Son puras voladas que de cuando en cuando una y otra persona echa en alguna reunión, envalentonados por el alcohol.

El dueño de una pollería que está en la avenida cercana a mi casa está siendo investigado por lavado de activos. Una lavandería también fue cerrada y su dueño arrestado. Dicen que lavan activos. Hay otras empresas acusadas de lo mismo: Comunicore, Ecoteva, en los que están metidos algunos ex gobernantes, uno de ellos acaba de ser reelegido. Tal parece que el negocio apunta en toda dirección. En el mercado me cuentan que unos tipos extranjeros, de acento amable, te hablan “pasito” y te ofrecen dinero para solucionar tus problemas, si es que no eres sujeto de crédito bancario, pero sus intereses son altos, y ya le han pasado factura a un par de incumplidos. Mientras paseaba a mi perro conocí a dos parejas con el mismo acento de quienes ahora ya no sé nada. Una vecina me dijo que se fueron con el mismo sigilo con el que llegaron.

Hace poco le dispararon a un tipo en el Kentucky Fried Chicken de San Borja. Un barrio cercano al que solía escapar en busca de paz. El tipo se dedicaba a los bienes raíces. También tenía el mismo acento amable que los tipos que ofrecen préstamos en el mercado.

Hace poco le dispararon a otro tipo en la entrada de un restaurante conocido, respetable, céntrico. Pero parece que todas esas cualidades han desaparecido. En el vídeo veo como el asesino le dispara a su víctima en la entrada del local. Las balas son escupidas siempre con violencia y suelen alcanzar a alguien más. No sé si alguien más salió herido.

Pero sé que tarde o temprano empezaremos a llorar a alguien cercano. Sé que pronto los inocentes quedaran en el fuego cruzado de dos bandas peleando por el control de la vaina o se cruzarán en la mira de cualquier asesino contratado. A veces veo la sangre fría con la que estos tipos operaron en otros países, disparando a mansalva en discotecas, en restaurantes, sin contemplación alguna, solo buscando derribar a su objetivo, sin importar quién se cruce al frente. Los periódicos llenaron sus portadas con “masacres”, “terror”, “barbarie”.

Hace más de dos décadas nuestros periódicos hicieron lo mismo. El presidente, entonces, dijo que solo se trataba de abigeos. Esos abigeos detonaron un coche bomba frente a mis ojos. Todavía recuerdo el hongo humeante, los balazos. Todavía recuerdo viajar en buses con militares apertrechados. Todavía recuerdos los montículos de carne muerta cubierta de periódicos y el reguero de sangre.

El presidente ahora dice que son facciones debilitadas de ese mismo grupo. Yo creo que se trata de algo más fuerte, más poderoso, más siniestro. Y cada vez siento que aprieta más y más mi cuello. Cada vez se siente más el olor a pólvora, el miedo al ruido de una moto frenética, el terror de sentarse cerca de la puerta en algún restaurante o de quedar atascado en el tráfico. Yo ya estoy viejo para discotecas y farras, pero me preocupan los nuevos jóvenes de ahora, tan felices, tan distraídos por las tonterías que nos echa la TV, mientras un ministro dice que esta vaina es cuestión de hampones, no de gente honrada, y me sorprende ver que ya muchos han olvidado que alguna vez estuvimos en medio del fuego y las explosiones, que vimos a nuestras madres rezar cuando nuestros padres no llegaban a casa en medio de la oscuridad.

Ahora las calles son más grandes, y el enemigo no tiene bandera, sino un saco de dinero para comprar todo lo que quiera. Incluyendo nuestras vidas, en cualquier momento, cuando estemos de paso en algún mall, o en plena calle. Sin nadie que nos pueda ayudar. Será el precio de nunca aprender nada de una historia que ahora ya parece hablarnos con señas, incapaz de ser elocuente. Ser tan malos alumnos volverá a costarnos no solo nuestra vida, sino la de los jóvenes a los que no quisimos, nunca, hablarles de esto. No es justo lo que les estamos haciendo. No es justo.

Y eso me aterra.

 

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