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El falso cielo de un escritor

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John Fante.

Find what you love

And letit kill you

 

-Bukowski.

 

La primera vez que me enteré que existían talleres de narrativa, me enteré también que escribir no era el paraíso que había pensado. El compañero de trabajo que me sugirió inscribirme a un taller con Alonso Cueto en el centro cultural de la universidad Católica fue claro al hacerme la advertencia: “ahí verás si te interesa o no”.

Al igual que muchos otros, llegué al taller con una idea totalmente equivocada de lo que era el oficio de escribir. Cada quién tenía una imagen de ensueño de su futura vida como escritor. Se pensaba más en la imagen personal, en las tapas de los libros, en los galardones. Muchos habían creado todo un estereotipo para sentirse escritores: El morralito o talego con su laptop, la barbita, los lentes, la ropita que ahora se le atribuye al hípster. Conocí un muchacho que le añadió un guion a su apellido para darle caché a su nombre.

Ideas habían, la mayoría eran copias honestas de los estilos de escritores muy influyentes. Muchos estaban perdidos, otros, como yo, creían estar en el camino correcto. Había también gente con talento.

El gran problema, lo digo ahora en retrospectiva, era que en aquel entonces todos amábamos el resultado, la imagen futura, pero ninguno estaba dispuesto a pagar el precio. Escribir es un proceso que demanda dedicación, empeño y mucho sacrificio. Me gustaría decir que hay otro camino, pero quiero ser honesto. Escribir es una vocación dura y penosa. Tan extraña como incomprendida, subestimada y, sobre todo, solitaria y silenciosa. El talento por sí solo no asegura nada.

La pregunta que yo le haría a alguien si me dijera que quiere ser escritor no sería “¿sobre qué quieres escribir?”, sino “¿cuánto estás dispuesto a sacrificar?”

Nunca me hice esa pregunta hasta el año 2009, para ser más preciso, el día en que falleció mi madre. Hasta entonces había pasado más de diez años soñando con ser un escritor, solo soñando, nunca dispuesto a hacer mucho al respecto (salvo el taller y una que otra madrugada escribiendo antes de ir a la oficina), divagando sobre mi futura primera novela y –aunque me avergüenza decirlo- los grandes aspectos de la humanidad que exploraría. Mi madre agonizó durante tres días y no pude verla. Me la pasé trabajando en la oficina hasta tarde con la idea de asumir una jefatura. Para entonces ya me había resignado a seguir la profesión que mis padres escogieron: Gestión de Recursos Humanos.

Una profesión que dejó de gustarme en séptimo ciclo de la carrera y que sin embargo me ayudó mucho, sobre todo a saber qué es lo que quería hacer con mi vida. Aquella vez, en pleno velorio y mientras recibía el pésame de la familia y amigos, pensaba en los tres días que pasé trabajado, en las cosas que me hubiera gustado decirle a mi madre antes de que su vida terminara, empezando por “lo siento, perdóname”. Nunca pude decírselo. Fue entonces que comprendí que la pregunta esencial en mi vida no era “¿Qué es lo que me hace feliz?’”, porque comprendí que la felicidad es efímera e intermitente, y su persecución, por lo tanto, solo me haría encontrar todo lo opuesto a ella. La verdadera pregunta que debía hacerme era “¿cuánto estás dispuesto a sacrificar?”

De pronto me di cuenta que había deseado algo durante años y nunca me había siquiera acercado a mi sueño. Quería el premio, pero no sabía nada del costo que tomaría alcanzarlo. Peor aún: no tenía idea deque no existía ningún premio. Fue por entonces que leí a John Fante. Nada de lo que aprendí en talleres, blogs y cursos a distancia me ha enseñado tanto como esa pequeña novela Pregúntale al Polvo. Una vez que la interiorizas sabes lo que se te vendrá encima tras decidir que serás escritor. Yo me hice una lista de consejos que a veces repaso y corrijo. Es una especie de guía para no perder el camino (como si hubiese uno) al escribir.

Podríamos decir por ejemplo, que escribir no genera éxito alguno. Bolaño, pobrísimo; Kafka, pobrísimo; los seiscientos escritores muy por debajo de ellos que rematan sus libros en las ferias, peor; porque ni siquiera los leen, o peor aún, porque caen en manos de editoriales que a fin de cuentas son imprentas disfrazadas que prometen oro y moro, y luego te cierran con el poco dinero que podías conseguir. La fama tampoco sirve de nada. Los premios literarios menos. Aquí no voy a citar nombres, porque sobran.

El olvido es un monstruo hambriento que nos traga a todos. Busca el dinero por otro lado, si es posible un trabajo de medio tiempo.Aprende a liberarte del consumismo. Vive con lo necesario, disfruta las cosas simples. Aprenderás no solo a mesurarte sino a sacar partido de la esencia de las cosas, lo cual te hará ver lo intrascendentes y absurdos que pueden llegar a ser tantos protocolos y obligaciones en la vida. Entender el absurdo es quitarse una venda de los ojos.

En cada parque hay una historia. No necesitas irte al fin del mundo para escribir, ni aprender sobre tribus caníbales, o romances parisinos. Escribe sobre lo que te joda y sé honesto al hacerlo. No hay técnica narrativa ni dominio de lenguaje que pueda ocultar tu falta de honestidad. Si tienes miedo de decir algo, estás frito.

No hay una meta en el horizonte de un escritor. No hay ascensos, ni medallas, ni reconocimientos, ni aplausos, ni se tiene un jefe que te diga cuándo estás haciendo lo correcto y en qué momento puedes marcharte. Escribir no tiene sueldo quincenal, ni vacaciones, ni bonos, ni gratificaciones de Julio o Fiestas Patrias, ni aguinaldo navideño, ni CTS. Escribir no mata el hambre ni te compra ropa. Tampoco te hace más inteligente o más interesante, y te hace tomar distancia de muchas personas, sea por tiempo, sea porque odiarán tu actitud crítica y tu ateísmo, sea porque no sabrán de qué carajo conversar contigo en las reuniones, sea porque no tendrás dinero para frecuentar a tantos amigos como quisieras, o porque simplemente la historia que estás escribiendo no te dejará salir de casa.

Escribir, sin embargo, te hace darte cuenta de quiénes son tus verdaderos amigos. Cuando los descubras, cuídalos y no los cambies por nada ni los traiciones. Se leal a ellos. Eso te ahorrará tener que pasar por la cárcel o por alguna enfermedad, como reza un poema de Bukowski. Escribir no es algo tan trágico, pero sí muy revelador.

Hablando de Bukowski. Asimila su técnica, pero no te compres al mito. Bukowski es el Santa Claus de los escritores.

Salvo esos cuatro o cinco gatos nobles e incondicionales el resto en la vida del que escribe es soledad. Enhorabuena si tienes el millón de amigos, el problema es cuando piensas escribir si te pasas todo el día viéndolos.

Escribir implica dormir mal y pensar mucho; despertarse en la madrugada con una idea, sentarse en la soledad de la sala y recurrir a todas las herramientas conocidas del lenguaje y la narrativa para hacer que esa idea cobre vida. A veces no podrás expresar lo que quieres con la suficiencia que quieres. Si no puedes hacerlo, no busques la solución fácil, no cambies la idea por otra o trates de engañar al lector. No lo estás engañando: te estás engañando a ti mismo. Si la dimensión de la idea sobrepasa tu capacidad de expresarla entonces felicítate porque tienes un pensamiento ambicioso, y luego date de cabezazos contra la pared por no haber acumulado las suficientes buenas lecturas como para aprender a manifestar tus ideas sobre la página en blanco.

Eso de las buenas lecturas es una cuestión propia. No es que te tenga que gustar todo lo que le gusta a los grandes genios de las letras. Además, muchos te van a decir que leas libros que ni ellos han leído. Lee lo que te motive, pero que sea contundente, trascendental. No te guíes por los críticos, muchos son como los doctores al momento de recetarte un medicamento. En todo caso sigue el consejo de Hemingway: lee a los muertos, que ya superaron la prueba del tiempo y sobrevivieron.

Escribir en un salto al vacío que nadie comprenderá. No te aflijas por eso. Nunca dejarán de pensar que estás loco. Escribir en este país, sin padrino ni apellido de alcurnia, es casi un suicidio. Tus amigos y familia tienen razón al preocuparse, tienen muchísima razón. Puedes en todo caso tratar de ser sociable y estrechar unas cuantas manos para que te hagan el favor de reseñarte o darte un espacio en algún periódico o blog y empezar a hacer tus pininos. No hay nada de malo en hacerlo. En lo personal nunca me ha gustado ser lambiscón ni interesado con nadie. Solo me junto con la gente por lo que valen como seres humanos, no por lo que puedan darme. El director de esta revista puede dar testimonio de ello. Esa convicción me acompañará hasta la muerte, para bien o para mal, aunque seguramente más para esto último, porque en este mundo del networking y las relaciones pro negocios, pro empleo, pro lo que sea, ya nadie vale por lo que es, sino por el beneficio que puede proveerte y eso es lamentable.

Si sientes que necesitas cosas exclusivas para poder escribir, entonces solo estás fantaseando con la idea. Si crees que necesitas una Mac Book Pro, una taza con algún motivo especial, un escritorio con lámpara y un asiento de gerencia enorme, hojas couché para imprimir tus borradores y lapiceros de tinta líquida para hacer tus correcciones entonces tienes una idea equivocada y miserable. Escribir es un proceso interno, una pila de energía auto sostenible. Una vez que nace, no necesita motivación externa alguna para ponerse de manifiesto. Cuando de verdad quieres escribir lo haces con lápiz y papel, en una mesa informe y sentado durante horas sobre una banca de madera plana e incómoda que terminará moliendo tus riñones. Pero ni pensarás en eso. Me pasé un mes tirado en cama y escribía hasta en pleno delirio por la fiebre. Tengo un montón de cuadernos llenos porque en ocasiones no he tenido computadora. También tengo el celular lleno de notas. Esto último es lo más incómodo. Prefiero pasar horas sentado en la banca.

Eso sí, ejercítate mucho. Sobre todo ejercita la espalda.

Beber y fumar cuando se escribe puede ser un elemento accesorio, un acto reflejo. Mucho se hablan de grandes escritores y sus adicciones al alcohol o las drogas. Depende de cada quien pero no es un requisito indispensable. El único requisito indispensable es leer mucho y muy bien, y tener un lápiz y un papel. Yo no puedo escribir si bebo, menos con una resaca encima. Dicen que Hemingway escribía hasta de pie y con la resaca de dos fiestas de año nuevo encima. Quién como él, bendito sea. Dicen, dicen y dicen… no hagas lo que dicen, has lo que quieres. Si escribes es porque tienes la capacidad de autoconocimiento e introspección suficiente para saber cómo funcionas mejor. Tienes que tratar de rendir al máximo, salvo que seas un elegido como Faulkner.

Dicen que Facebook es un agente procrastinador. Es algo relativo. Cuando te pasas un fin de semana completo metido en casa sin ver a nadie y empiezas a hablar con tu perro entonces te das cuenta de que Facebook es un mal necesario. Es un buen sitio también para manifestarte, aunque la mayoría de tus contactos te terminen bloqueando o eliminándote. Es eso o hablarle a una pelota manchada de sangre, o a tu perro. Claro que es mejor si sales a la calle y conoces gente. No les digas que escribes. Créeme.

Hablando de Facebook: No vivas del like. Hay personas que no le dan like a nada, hay personas que te dan like por cualquier motivo que no tiene que ver con lo que haces, hay quienes miden sus likes, hay quienes no te darán like porque no pueden aceptar que seas tú el que haya parido una idea tan buena. Razones hay muchas. Facebook es la vida lo que Dios al más allá.

Tampoco vivas de la crítica, pero sí permítela y aprende de ella. La mejor crítica te la hace la gente que no escribe. Si no logran engancharse con tu historia, estás frito. Reverencia a los que te critican. Te quieren. Se han tomado el trabajo de leer tu cuento en un mundo dónde la tolerancia máxima es de 180 caracteres. Quiérelos más si es que lo que han leído es tu primera novela, que casi siempre será mala y no terminará en la imprenta.

No corretees a escritores para que lean tu trabajo. Se ve penoso, y no sacarás nada bueno. Corregir lo propio ya es demasiado jodido como para leer lo ajeno. Yo le pedí una vez a un profesor que me ayudara, pero desistí cuando comprendí esto de corregir lo ajeno. Lo mejor que puedes hacer es siempre recurrir a las buenas lecturas.Lee a Jonathan Franzen. Escucha todo lo que diga Jonathan Franzen. Si sientes que ya todo está escrito lee a Alice Munro, KjellAskildsen o a Salvador Benesdra. Si sientes que falta creatividad lee a William Blake, a Marcel Schwob, a David Foster Wallace. Te dirán que leas Mientras escribió, de Stephen King. Pero mejor me ha parecido John Gardner.

Aprende a estar solo, a no distraerte mucho, a no aferrarte a nada salvo a esa persona que se enamore de ti a pesar de la barbaridad que has hecho y esté dispuesta a vivir debajo de un puente si es necesario, pero contigo (Existe, lo juro). Aprende también sacarle provecho a tu tiempo. Empezar una historia es algo sencillo, a pesar de que a veces puedes estar bloqueado; terminar una historia, eso sí que es una proeza. Ahí están como testimonio cientos de historias inconclusas en una carpeta olvidada en mi computadora. Claro que es mejor escribir a medias que no escribir nada. Pero hay que tratar de llegar lo más lejos que se pueda. De cuando en vez asomará una historia. Después tendrás que averiguar si es buena. Generalmente no lo será, y tendrás que luchar contra el desaliento y empezar de nuevo, ese es el ciclo. García Márquez decía que si te aburres escribiendo, el escritor se aburrirá leyéndote. Me parece la manera más sencilla de definir el entusiasmo por el proceso creativo. No te hagas el inteligente. En este mundo de internet la información está al alcance de la mano. Dedícate a contar la historia. Deja las sesudas y grandilocuentes muestras de inteligencia para cosechar bloqueos en el Facebook.

Pasar de la idea al hecho no es fácil. Hay prioridades diversas en nuestra vida: tener una pareja, hijos, un ingreso que permita sostener todo ello y, sobre todo, disfrutar de la vida, que a fin de cuentas también viene siendo algo importante, o al menos eso nos han vendido en occidente. Es difícil renunciar a los placeres mundanos, muy difícil, como bien me lo dijo aquel amigo que me recomendó aquella vez asistir a un taller. No sé cómo harán otros escritores, todo lo que menciono es la experiencia personal y solitaria de mi decisión. Lo único que sé es que es la lucha la que va a determinar nuestra suerte en este oficio: la lucha contra la indiferencia y la duda perpetua. Escribir es siempre dudar, pensar, cuestionarlo todo, deshacerse de la planificación a largo plazo y a la vez angustiarse por la incertidumbre del futuro. Vivir horas sentado escribiendo una novela, pasarse otras horas más trabajando para conseguir dinero, y otras tantas horas más leyendo, y tratar después de todo eso, de sacarle el poquito jugo a la vida con el escaso tiempo que queda, mientras tu familia se reúne a tus espaldas y habla de ti con pena. Eso no es todo. Nuestra actitud crítica hará que muchos nos tilden de negativos y odiosos, sin saber que una persona negativa jamás se arriesgaría a dejar una vida realizada en pos del incierto camino de la literatura, menos a los treinta años que es cuando ya muchos van planificando en que universidad estudiarán sus hijos y que viajes harán cuando les llegue el retiro. Escribir es amar el riesgo, pero el verdadero riesgo. La aventura por la que muchos pagan la vivimos gratis y ponemos todo en juego. Nadie sabrá de nosotros, ni de toda la vorágine de dolorosos recuerdos que sacamos a flote cada vez que nos sentamos a golpear las teclas o mover el lápiz. Porque claro, si escribir no te mueve un pelo, entonces no estás hecho para ello. Es la única cosa de la que estoy completamente seguro. Por lo demás, he de decir que a pesar de todas las inclemencias propias de mi vocación o quizá debido a estas, es que he llegado a una especie de plenitud donde me siento resuelto a seguir escribiendo, a seguir en la lucha por cumplir con un anhelo que creí que nunca sería capaz de llevar a cabo. Ya no puedo pensar en otra cosa que no sea hacer esto.

Somos, a fin de cuentas, las batallas que libramos y el dolor que aprendemos a procesar. Solo ahí hemos de demostrar de qué estamos hechos, así se nos vaya la vida en ello.

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