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El esperado “El arte verdadero” de Jorge Ninapayta

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Jorge Ninapayta de la Rosa (Nasca, 1957 – USA, 2014)

Uno de los cuentistas más importantes que ha tenido el Perú en las últimas décadas es, sin duda alguna, Jorge Ninapayta de la Rosa (Nasca, 1957), que falleció en junio del año pasado, víctima del cáncer, dejando una gran cantidad de trabajos inéditos, uno de ellos “El arte verdadero”, que acaba de ser publicado por PEISA gracias al trabajo de Paúl Llaque, amigo íntimo del escritor.

A continuación reproducimos el texto que leyó Paúl Llaque la noche de la presentación, y desde ya les sugerimos sumergirse en la lectura del autor de “García Márquez y yo”. Ninapayta ganó además el Premio del Cuento de las Mil Palabras de la revista Caretas y el Premio Juan Rulfo.

“A Jorge le habría gustado esta reunión. Le habría emocionado gratamente encontrarse rodeado de exprofesores suyos tan apreciados como Carlos Garayar y Ricardo González Vigil (sin duda, nuestro primer crítico); le habría emocionado hallarse rodeado de tantos familiares, de tantos amigos incondicionales… A todos sus amigos, les estamos muy agradecidos por haber contribuido con este evento. Por mi parte, quiero agradecer, siempre en nombre de Jorge, a Ada Ampuero, editora de ESAN y amiga entrañable de Jorge, sin cuyos buenos oficios este libro sencillamente no existiría. El otro puntal de esta edición es, sin duda, Germán Coronado, del Grupo Editorial Peisa, quien desplegó muchos esfuerzos para que esta noche hubiera ejemplares de El arte verdadero y otros cuentos en esta mesa. En esta feria.

En flagrante contraste con su narrativa, en la que las emociones están muy bien expresadas, Jorge no era muy expresivo con sus emociones. Yo, que he sido gran amigo de Jorge por más de tres décadas (éramos compadres, además, pues él era [es] padrino de mi hija), casi nunca le escuché un lamento o una aseveración con alguna sombra dramática. Probablemente lo más emocional que le escuché, un año antes de que falleciera, fue algo como esto: «Lo que yo quiero, Paúl, es completar un buen libro antes de que estire la pata». Lo dijo así, con el matiz de jerga y de espontaneidad que amortiguó esa seria aspiración: «un buen libro antes de estirar la pata».

Bien, ese buen libro está aquí y, como todos ustedes saben, se titula El arte verdadero y otros cuentos. Y quiero que me permitan decir algunas ideas que he esbozado para explicarme la excelencia literaria de este libro.

Las influencias y los extremos en El arte verdadero

Deseo partir de eso que Harold Bloom llamaba la angustia de la influencia, o la anatomía de la influencia, que es, según Bloom, lo que define a un gran escritor, es decir, la performance literaria que un gran autor realiza respecto de la tradición, ya esté encarnada esa tradición en autores, formas o contenidos narrativos.

Hay dos autores peruanos que vienen a mi mente cuando pienso en las influencias de El arte verdadero: el Ribeyro de Silvio en El Rosedal y el Loayza de Otras tardes. Como esos autores, Jorge ha buceado en la interioridad del protagonista, un protagonista conflictuado que no sabe que lo está, y lo ha hecho con profundidad, pero, a diferencia de Ribeyro y Loayza, no se ha puesto serio, formal y reverencial con las palabras. Por el contrario, ha buscado nutrirse de la savia y el registro popular para construir un discurso en el que, a partir de una matriz sintácticamente impecable, apiña coloquialismos, frases hechas de inquietante actualidad, términos de jerga callejera hoy absolutamente integrados al léxico de una clase media limeña y peruana cuando departe en una situación informal.

Tanto en el Ribeyro como en el Loayza citados es imposible pensar que el humor pudiera integrarse en las más bien serias y formales tramas que despliegan los personajes adustos, engominados o de refinada sensualidad, o de acendrada formación intelectual, como son los personajes de sus cuentos. En El arte verdadero, en cambio, los protagonistas son más prosaicos; sin ser completamente populares, pertenecen a una clase media baja o en descenso. Ahora bien, en ese marco resulta más difícil construir una poética de la angustia, una narrativa de la desesperanza, una poesía de la cotidianidad dramática, y sin embargo Jorge puede hacerlo. Y para complicar aún más las cosas, o mejor dicho, para que el reto resulte más exigente, para interpelar con mayor suficiencia a la tradición, Jorge agrega ironía, humor, carnaval.

Desde Aristóteles hasta nuestros tiempos, el drama y la comedia han sido, por lo general, texturas de laya opuesta en Occidente. El nombre de la rosa, la gran novela de Umberto Eco, por ejemplo, se erige sobre un sustrato ideológico en el que lo serio y la risa son enemigos mortales, y esta oposición hasta cierto punto signa la trama policíaca de la historia. Hasta Mozart distinguía claramente que la seriedad y la comicidad no se unimismaban en un solo género, y entonces recurría a una o a la otra en géneros distintos.

Ninapayta no hace eso. Ninapayta se ha servido del humor de Miguel de Cervantes, de Ricardo Palma, de Bryce, de Gregorio Martínez para ofrecer una variante personal de comicidad. Hay que encontrar un ingrediente importante de la ironía de Ninapayta no solo en esos autores sino en el cine italiano, con mayor precisión, en la denominada comedia a la italiana de los años 1960 a 1980 que hizo furor en todo el mundo; me refiero a las películas en las que brillaban Vittorio Gassman o Ugo Tognazzi. De esta forma, en los relatos de Ninapayta, como ya se anunciaba desde «Muñequita linda» o «García Márquez y yo», el narrador empieza la historia con situaciones absurdas, melodramáticas y, sin renunciar a la trama vistosa y cómica, va imprimiendo pinceladas que esbozan una aureola y un fondo inquietantes por su intenso dramatismo. Pienso, por ejemplo, en el diletante y borrachín protagonista de «Todo es relativo»: el personaje se ha propuesto retar a la ley de la gravedad, es decir, a la física del universo, y sabe, porque no es ignorante e incluso es casi ingeniero, que eso es imposible, y sin embargo lo intenta y lo sigue intentando solo para demostrar al mundo y a sí mismo, pero sobre todo para demostrarle a su familia, a la que ya ha perdido por su inestabilidad emocional y económica, que él es alguien en el universo y que puede trascender aunque sea por intentar algo imposible.

Al mismo tiempo que Ninapayta ha fusionado esos extremos (el dramatismo como telón de fondo y el sainete como festín que el lector disfruta a su regalado gusto), Ninapayta ha intentado fusionar otros extremos: manifestaciones artísticas populares y procedimientos propios de la erudición libresca. En efecto, sin dejar de desarrollar tramas populares y divertidas, Ninapayta ha recurrido, a la manera de Borges, a la cita y a la reseña eruditas de forma sistemática. Resalta el uso de este procedimiento en el cuento que da nombre al libro y en el relato más breve, «Hechicera». El narrador cita autores y nombres de dramas y valses realmente existentes, y consagrados por la tradición occidental, y los matiza con personajes, obras de teatro o de composiciones que acusan una ineludible raigambre popular. Así, en los relatos de Ninapayta, conviven referencias a autores canónicos como Calderón de la Barca, Shakespeare, Brecht, Fellini o Stanislavski y referencias a actores de entraña popular como Lorena Machahuay, Socotroco, Huevoetoro o Anacaona. Un título como El círculo de tiza caucasiano compite con La sonámbula erótica o Con la prima hasta que gima. «Hechicera», el cuento que cierra la colección, es un cuento borgiano que jamás podría haber escrito Borges. Si Borges en un cuento como «Examen de la obra de Herbert Quain» comenta libros imposibles como si estos estuvieran ya escritos, Ninapayta en «Hechicera» desarrolla una trama completa, visible y, al mismo tiempo, de forma espontánea y plenamente articulada a la historia, reseña posibles letras de valses de cantina, amor y lamento. La historia de «Hechicera», entonces, no solo termina siendo una apretada biografía de Rosauro Venegas, sino también una reseña de su producción como cantautor de valses criollos.

Grandes temas, grandes oposiciones

Sin duda alguna, en El arte verdadero están presentes los grandes temas y las grandes oposiciones: el amor y el desafecto, la juventud perdida y la madurez resignada, el ansia del triunfo y la conciencia del inminente fracaso, la ilusión y el desengaño, y como telón de fondo, esa dialéctica entre realidad y ficción que hace avanzar la historia y carcome la autoestima y fortalezas de los personajes. Hay una premisa básica que, cual columna vertebral de la poética narrativa de Ninapayta, atraviesa los seis cuentos, y esta es: aun en la soledad y en el barullo, aun en el fracaso o en el triunfo, el ser aspira a lo que Aristóteles llamaba el primer motor, o el motor inmóvil, que es también, la causa final del ser, y en Ninapayta ese motor inmóvil es el amor, entendido este en sentido lato, es decir, la emoción primordial cuya presencia o ausencia mueve a los seres humanos a comportarse como lo hacen a fin de ser reconocidos.

Dada su riqueza semántica, El arte verdadero y otros cuentos exige, por lo menos, dos lecturas. La primera es la de la historia, la de la trama, aquella narrativa que hay que disfrutar, porque para eso uno se ha hecho del libro e invierte tiempo en leerlo, porque le gusta disfrutar de una anécdota bien contada. Pero la segunda lectura es acaso la más importante, porque después de haber reído, disfrutado y regodeado con la trama, el lector descubrirá que detrás de la historia hay otra historia, que detrás del espectáculo se oculta una tragedia cotidiana, trivial acaso para el respetable que aplaude a rabiar, pero esa segunda historia es drama total para aquellos que lo padecen sin (a veces) estar tan conscientes de su tragedia.

Quiero concluir diciendo que si con Muñequita linda, que es un libro notable, Ninapayta se convirtió en un autor referente y fascinante de la narrativa peruana, con El arte verdadero Jorge Ninapayta ha pasado a ser un nombre central de la narrativa peruana de nuestro tiempo”.

Germán Coronado, Ricardo González-Vigil, Paúl Llaque, Carlos Garayar y Ada Ampuero en la presentación del libro en la Feria Ricardo Palma

 

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