Si todavía quedaba alguien que odiara a Chile, ahora podrá tenerle pena y horror. El país modelo de Latinoamérica es un país que se muere. Anegada en odios sectarios el actual plebiscito de salida respecto a la nueva Constitución, destapa como si de una alcantarilla de tratara todo lo peor de un pueblo. El sábado pasado en un evento a favor del Apruebo en Valparaíso un grupo activista hizo una “performance” frente al público donde se metía literalmente la bandera chilena en el trasero. Este episodio rechazado “transversalmente” por toda la izquierda a favor del Apruebo, ha servido sin embargo de corolario para sintetizar en una imagen un proceso político que empezó como el sueño de una revolución en 2019 y que ahora ha revelado sin pudor el retraso cultural, social y cívico del país modelo.
Al cierre de la campaña del Apruebo, 300 mil chilenos llenaron las calles. Sin embargo, hay un voto silencioso que no es necesariamente de derechas y que trae entre sus flores algunas esperanzas. Porque la esperanza de la política no viene de la política y menos de la economía, sino del oficio más inútil del mundo.
El pecado original: sin perdón no hay reconciliación
La enfermedad de Chile se puede resumir en una enfermedad de Historia. De sueños abortados, traiciones, promesas falsas y rencores heredados. Las protestas sociales de septiembre de 2019 que llevaron al presidente Piñera a convocar un plebiscito sobre una nueva Constitución (no sin antes el costo que fueron las docenas de ojos de manifestantes a manos de los perdigones de carabineros), tienen su origen en el reclamo a las políticas neoliberales cuya manzana de la discordia fue la hasta ahora vigente Constitución de 1980, una constitución aprobada por plebiscito el 11 de septiembre de 1980 durante la dictadura. Sin embargo los reclamos sociales de septiembre de 2019 también volaban en los sueños retro maníacos (entre los más exaltados) por un ajuste de cuentas con la Historia. El 4 de septiembre de 1970 el líder socialista Salvador Allende hacia historia al ser el primer líder socialista y marxista en el mundo en ganar las elecciones democráticamente. El 11 de septiembre de 1973 todos sabemos cómo acabó ese sueño y empezó la pesadilla de las caravanas de la muerte. Este sueño chileno de Allende a su vez corresponde a su experiencia juvenil ante el fugaz paso de la República socialista de Chile de 1932. Una revolución que conquistó el poder por unos meses y que falleció con la renuncia forzosa de Carlos Dávila el 13 de septiembre de 1932, a lo que seguiría un periodo de anarquía. Los sucesos de 1932 a su vez recuerdan a la guerra civil chilena de 1891. Y que acabaron el 19 de septiembre de 1891, cuando el presidente de Chile, Balmaceda, se disparó en la pieza de la Legación Argentina donde estaba refugiado. Como queda históricamente claro, los septiembres chilenos son siempre negros. Y este 4 de septiembre es el plebiscito de salida sobre la nueva Constitución. Y francamente ningún chileno sabe que pasará después. Absolutamente nadie.
Requiem por el modelo y sueño chileno
Pero volvamos al presente. Chile votará este domingo el plebiscito de salida de la nueva carta magna, la más progresista de Latinoamérica. Las opciones son simples: apruebo o rechazo. Ahora después de año y medio de un proceso constituyente extenuante existen serias posibilidades que la nueva Constitución para Chile, la cual más del 80% de chilenos votó a favor en el plebiscito de entrada, se vaya al traste. Porque los sueños cuando se cumplen no son lo mismo que cuando se sueñan.
El plebiscito en Chile paso de ser uno sobre la Constitución a ser un plebiscito de aprobación o rechazo a la gestión de Boric que no tiene ni un año al mando.
Los chilenos cuando votan lo hacen en castigo a alguien. Votaron la reelección de Bachelet en castigo a Piñera, y votaron de vuelta a Piñera en castigo a Bachelet, y votaron Boric en castigo a Piñera. Lo peor es que la campaña del plebiscito se ha personalizado monstruosamente. Boric asumió y relacionó el destino de su gestión a la aprobación de la nueva Constitución y eso tiene un precio. Y es que los políticos nunca caen bien, y mucho menos cuando están en el poder.
Pero volvamos al comienzo
Erase una vez Chile, el país modelo, en crecimiento de PBI, ingreso per cápita, acceso a servicios y estándares casi europeos, un país que hasta parecía blanco. Entre todas las sanas y enfermas envidias, no dejábamos de ver su sólida institucionalidad que fortalecía su democracia. Pero un día una simple subida en el pasaje del servicio de transporte en Santiago desencadenó una ola de protestas que se tradujeron en las revueltas sociales de septiembre de 2019, las más agresivas y violentas que tuvo Chile desde el retorno a la democracia. Ese estallido reveló que Chile no era lo que se vendía. Que el modelo que tanto aportó ya estaba agotado. Se estima que solo en el mes de septiembre durante las protestas carabineros de Chile disparó más de dos millones de perdigones. El resultado en números, como le gusta a la derecha que se le hable, fue según la Fiscalía de Chile de 23 personas muertas desde septiembre a noviembre de 2019. Cinco murieron a manos de agentes del Estado y otras dos fallecieron mientras estaban detenidas en una comisaría, otros más murieron durante saqueos, asaltos o a consecuencia de heridas durante los enfrentamientos. El total de heridos fue de 2500 según Cruz Roja, el número de lesionados por balas de goma y perdigones fue de 400 según el Instituto Nacional de Derechos Humanos. El colegio médico de Chile reportó en las primeras dos semanas de protestas un número de 180 personas con lesiones severas en uno de sus ojos. De este grupo el 30% quedó completamente ciego de un ojo. En las campañas por Boric el año pasado así como por el apruebo de este año, los tuertos son lo primero que se ve.
El rechazo al “paco”, al caribenero, es el rechazo a la autoridad entendida como el fantasma de la dictadura. La extremada violencia tanto de los policías como de los manifestantes en 2019 dejan claro una atmósfera de enfrentamiento que no ha hecho más que empeorar y empeorar.
La aparición de una nueva generación de políticos como Camila Vallejo, Giorgio Jackson o Gabriel Boric, formados en las luchas estudiantiles, tuvo por marca su espíritu de rebelión contra la autoridad. Esta generación de nacidos entre 1983 a 1992 ocupa ahora los ministerios, directorios, congreso y presidencia de la hasta ahora República de Chile. Y de acuerdo a sus consignas de izquierda liberal progresista, el refundar/redefinir Chile más parece deconstruir una historia nacional en favor de una historia plurinacional e identitaria. Cambiaron el sólido modelo chileno, ya en declive desde el segundo gobierno de Bachelet, por el sueño de un Chile nuevo y revolucionario.
Lo que está pasando en Chile es según el periodista de Radio Bio Bío, Tomás Mosciatti, un proceso revolucionario en qué confluyeron un proceso constituyente con un gobierno que rompía el Stablishment político y generacional dominante en Chile desde 1990.
Y en esto la nueva Constitución ejemplifica este regeneración política, pero como toda exaltación juvenil peca de apresurada.
La nueva Constitución tiene 389 artículos, es la más extensa del mundo. Muchos constitucionalistas y politólogos la han calificado desde ser una constitución extremadamente reglamentaria hasta ser una “Constitución poética”, por ofrecer más de lo que puede dar. Lo que está fuera de dudas, es que la nueva Constitución soñada por los chilenos solo ha logrado dividirlos más que Pinochet en vida. En este momento ya no se discute sobre la Constitución de 1980, la constitución de Pinochet (aunque para ser más justos era la del constitucionalista Jaime Guzmán), en este momento ya no se enfrentan a los rezagos del pasado traumático chileno, hoy de lo que se debate, y no se está seguro como, es que futuro elegir. O mejor aún, qué es Chile hoy. En esa disyuntiva incierta se encuentran anegados los 15 millones de chilenos que irán a votar este domingo.
Y en medio el radicalismo.
El problema del entusiasmo es que despierta sus propias pesadillas, en este caso la polarización tanto de la derecha más reaccionaria como de los grupos identitarios más radicales de la izquierda chilena: como colectivos trans, grupos feministas, el propio Partido Comunista, pero sobre todo se ha radicalizado de manera recalcitrante en ciertos grupos indígenas mapuches cómo es la CAM, la Coordinadora Arauco-Malleco, la cual viene asaltando camiones de carga, coches particulares, atacado a la policía, y recientemente incendiado un museo.
Desde la llegada de Boric al poder no ha habido descanso. La presión sobre todo de parte del conflicto mapuche ha sido de tales efectos, que ha desdibujado el perfil esperanzador del gobierno de Boric e incluso dañado seriamente la confianza en la nueva Constitución. Recientemente una ministra de Boric tuvo que renunciar por revelarse conversaciones entre está, la ministra Jeannette Vega, y el líder radical mapuche, Héctor Llaitul, luego de que éste anunciara su intención de mantener la lucha armada. Como si no fuese suficiente el líder mapuche en conversaciones interceptadas se refirió al presidente Boric de la siguiente manera: “Ese hueón del guatón culiao del Boric. Ese hueón sí que le tengo mala, porque va a ser un convertido culiao (…) No, ese hueón se va a vender, ya se vendió ese con…, aparte de ser socialdemócrata y jurar medio Che Guevara, ahora va a andar (…) con los grupos económicos y va a gobernar igual, acuérdate de ese hueón, en el contexto del gobierno de ese cu… me van a matar a mí, acuérdate hueón”.
Pero además de la presión mapuche radical, están las vaguedades que el sueño de la nueva Constitución ofrece a esta población a través de unos derechos especiales y diferentes (casi preferenciales en el trato procesal) respecto a los demás chilenos. Por otro lado la idea de la plurinacionalidad en el nuevo texto constitucional, calcada del texto constitucional de la Bolivia de Evo (obra maestra de ese Maquiavelo trasandino que es García Linera), no ha hecho más que generar sospechas entre los ciudadanos que hicieron que la aprobación por la nueva Constitución pasará solo en dos semanas en el mes de abril, de un tajante apruebo en las encuestas a una situación actual en que el rechazo subió y lidera hasta hoy todos los pronósticos de que gane el plebiscito de este domingo.
Pero esto no solo es un tema legal y cultural, o pasar de un Estado unitario a un Estado plurinacional, sino que el gobierno de Boric, igual que Allende en 1970, enfrenta la mayor subida en la inflación del peso. A pesar de la intervención del Banco Centra de Reserva, liderado por directivos de izquierda con un cuestionable perfil técnico, el dólar no deja de subir frente al peso (al día de hoy la compra está a 896 pesos respecto al dólar), y eso que se ha quemado casi la mitad de las reservas chilenas para contener la inflación.
Respecto a la percepción internacional, la situación no es diferente. Para Bloomberg, Chile ya no es el favorito de Latinoamérica, ahora es más riesgoso que el caótico Perú. En uno de sus pronósticos de hace unas semanas, dejo claro que a cinco años había más garantías de que Perú pagará su deuda antes que Chile. Es decir, Chile ya no genera confianza. Y eso ya golpeó la economía oficialmente este trimestre. El mes de septiembre Chile ha entrado formalmente en recesión, un año antes de lo que se había pronosticado.
Por otra parte hay otros elementos endógenos y exógenos que afectan a Chile, como es el narcotráfico que ya abrió sucursal en un norte de Chile que ya parece México, y no solo por los desiertos dónde aparecen cadáveres y la policía que es sobornada, existen sospechas de que el Ejército vende armas al cartel. Además está el problema de migración de venezolanos y haitianos, el crecimiento de la informalidad, el centro de Santiago se ha llenado de vendedores ambulantes, pero también de crimen, hace un par de meses se reportó un asesinato a dos cuadras a la espalda de La Moneda; a eso hay que sumar el crecimiento de poblados, pueblos jóvenes o villas miserias, que surgieron ante la pandemia y la imposibilidad de seguir pagando alquiler, lo cual llevo a muchos poblar zonas periféricas. Chile está viviendo en este momento su desborde popular, y Santiago se parece más a la Lima de 1980 o 1990, que al Santiago de 2018.
Está es la situación de la salud de Chile. El pronóstico sin embargo no es reservado, es evidente. Chile es un país enfermo, y su enfermedad es contagiosa.
Escándalos de la constituyente y la (re)aparición de Cristian Warnken
El proceso de la constituyente (Convención) chilena empezó mal desde la convocatoria. Si bien una nueva Constitución fue una exigencia del 80% de los chilenos, los constituyentes (convencionales) elegidos, los más diversos e inclusivos que se pueda maginar, no estuvieron a la altura de la historia. Desde una convencional como la tía Pikachu a otro convencional que mintió de ser un enfermo de cáncer para ser votado, pasando por sesiones que más que debatir se basaron en la descalificación del otro, tuvo por resultado final un país enfrentado como nunca.
Una consecuencia de este pésimo proceso constituyente, fue la aparición de una nueva fuerza política ciudadana: Amarillos por Chile. Apareció en febrero de 2022 cuando el periodista cultural y profesor de literatura Cristian Warnken, el mismo que entrevistó a Bolaño en 1998, lanzó una carta abierta que fue firmada y endosada por intelectuales y ciudadanos comunes, que acabaron por formar rápidamente el movimiento de los Amarillos por Chile (una reminiscencia de los chalecos amarillos de Francia), los cuales ya suman 60 mil chilenos adherentes en pocos meses. Esto surgió como una alerta de Warnken frente al giro alucinado de la Convención constituyente chilena que comenzaba a abusar de su poder. El rechazo a la nueva Constitución que lideraba una derecha antipática, de repente fue encabezado por una centro izquierda sensata y con sentido común, que en estos momentos es la que impulsa al hasta ahora mayoritario voto por el rechazo.
Cómo dice Warnken, no se trata de un rechazo para volver al pasado que ya fue, sino de rechazar para empezar de nuevo, pero bien. Porque lo que necesita Chile es una nueva Constitución pero buena. Una constitución que no divida sino que una. De los casi 400 artículos que compone la nueva Constitución, Warnken ha declarado que bastaría con reformar unas cuarenta, pero también el rediseñarlo de manera que acerque a los chilenos en lugar de enfrentarlos.
Cómo él, nuestro querido casi compatriota, Rodríguez Elizondo fue crítico al nuevo texto constitucional. En palabras del viejo periodista de Caretas: “Pensemos que Mariategui, el mayor indigenista de América Latina, tenía un libro que decía ‘peruanicemos el Perú’, no refundemos el Perú, peruanicémoslo. Así mismo Elizondo tomó como ejemplo constitucional para Chile, la Constitución peruana de 1979, en que socialdemócratas del APRA y social cristianos del PPC se pusieron de acuerdo en pleno fin de la dictadura militar para hacer un acuerdo nacional cuyo objeto fuera la justicia social y el respeto a la persona humana. A la actual nueva Constitución chilena se le reclama que ofrezca derechos hasta a la naturaleza mientras no deja claro la libertad individual frente a una omnipresente presencia nominal del Estado, en tanto garante de una infinidad de nuevos derechos. Un Estado así más parece un Estado Patriarcal.
En resumen, las mentes más lucidas de la centro izquierda se desencantan por el rechazo en este plebiscito. Si puede llegar a ganar el rechazo será por la centro izquierda y no por la derecha. Pero en especial será por el impulso y apoyo que le ha dado un rostro tan amable como el de Cristian Warnken, el hombro que apostó su vida a la cultura, quien entre demócrata cristiano e izquierdista (Warnken votó por Boric el año pasado), es ahora la encarnación de ese Rechazo sin odio que parece más cercano al otrora No de 1987, ese No de la ilusión y la alegría que ya viene.
Dios bendiga a los hombres de buena voluntad. Y a los buenos profesores de literatura.