UNA ESCENA DEL “ANTIPERONISMO”: LA “PRIMAVERA ROJA” DE 1955
Manuel Chaves, cada
mañana, subía los escalones de la Escuela Normal de la ciudad de Azul y se
encaminaba hacia la izquierda. A unos diez metros de la galería principal se
encontraba su puesto de trabajo: la Biblioteca del colegio.
Un escritorio de roble,
una decena de vitrinas repletas de libros –entre los cuales destacaban Los nueve libros de la Historia de
Heródoto, Historia de la Guerra del
Peloponeso de Tucídides y los Epigramas
de Marco Valerio Marcial, de la colección editada en 1890 por la Librería de la
Viuda de Hernando y C.a –, junto a los ficheros dispuestos en varios
pequeños cajones con herrajes de bronce y tarjetas alfabéticas, constituían la
Biblioteca. Dos ventanas permitían abrir sus celosías hacia la avenida 25 de
Mayo y, gracias a esa simple acción, bendecir la sala con una inundación de sol.
Allí cumplía Chaves, de
lunes a viernes, las labores habituales de clasificación, ordenamiento,
préstamos y devoluciones de material bibliográfico. Servía en esa tarea tanto a
profesores como a los alumnos de la institución educativa que se había erigido,
pomposamente, en tiempos del Centenario de la nación argentina.
Era un ávido lector
Chaves, no sólo un bibliotecario que cumplía con su trabajo. Aunque desde la
irrupción del fenómeno peronista –en el que incursionó tempranamente–, a las
lecturas de clásicos sumó el material partidario, como también el diario Democracia y, a partir de 1951, el
rotativo expropiado La Prensa.
El bibliotecario se afilió
al gremio de los estatales, como poco antes lo había hecho al flamante Partido
Justicialista que, luego de las elecciones de 1946, fundó el coronel Juan
Domingo Perón.
Chaves abrazó la causa política como se abraza a un amigo que, aunque no lo sepamos aún, lo será para toda la vida.
El
pibe estudioso
La década de 1940 no
concluía. Faltaban unos años, quizá seis o siete, para que Chaves fuera
acribillado durante el golpe de Estado que derrocó al presidente Perón en
septiembre de 1955 y, de un plumazo, hollara las esperanzas de un amplio margen
del pueblo que tenía al peronismo por religión.
No es esto último una
exageración. Por el contrario, el diario El
Tiempo de Azul publicó en su portada el 29 de marzo de 1950 la siguiente
frase del presidente Juan Perón: “Nuestro gobierno no es socialista sino
espiritualista”. Unas semanas antes, el 5 de marzo, durante su visita a la
ciudad de Azul la esposa del presidente, Eva Perón, afirmó en su discurso: “Los
peronistas no concebimos el cielo sin Perón […] Para nosotros, el general Perón
es sagrado. Por esta circunstancia, al levantarnos nos acordamos de él, porque
sabemos que se ha acercado tanto a lo perfecto, que ya está en la inmortalidad.”
Manuel Chaves nació en
General Guido, distrito agrario de la región bonaerense de Argentina, el 18 de
julio de 1913. Josefa Mateo y Jorge Chaves fueron sus padres. Jorge era
cocinero de estancias –una de ellas “La Quinua”, del terrateniente pampeano Pedro
Luro– y Josefa se ocupó de otros quehaceres domésticos. El matrimonio tuvo tres
hijos: Paulina, Manuel y Josefa Antonia.
Manuel creció en General
Guido. Se lo recordó ayudando a sus padres, carpiendo la quinta y aportando su esfuerzo
en actividades del hogar, más que jugando al fútbol en los potreros en los que
los niños de su edad, en la primera juventud, se distraían día a día.
A él le atraían más los
libros que el balompié. Fue un alumno aplicado en la Escuela N° 1 “General San
Martín” del poblado de Guido. Al término de los cursos, debió encolumnarse en
las filas de los jóvenes trabajadores: había que aportar económicamente al
hogar y el pueblo sólo ofrecía reparticiones públicas y tareas rurales. Manuel
ingresó como escribiente en la comisaría. Por entonces abundaban los
analfabetos en Guido —como en vastas regiones del país—, por lo que no halló
demasiados escollos a la hora de obtener el empleo. Allí se enfrentó por
primera vez con una máquina de escribir y, con pasión, aprendió dactilografía.
Tiempo después se
enamoró de la hermana de un compañero de trabajo y, a poco de casarse la pareja
resolvió radicarse en el centro de la provincia de Buenos Aires. Esa ciudad fue
Azul y el año del acontecimiento, 1945. No sólo eso: Chaves también cambió su
empleo. En Azul ingresó como bibliotecario escolar en el sistema público.
Manuel ya había pasado
los treinta años de edad y tenía cuatro hijos con su esposa, Amalia Mármol.
Desde su nuevo puesto de trabajo fue testigo de la irrupción de un fenómeno político de masas sin precedentes en Argentina: el peronismo. Le agradó a Manuel ese coronel que le hablaba al pueblo de manera campechana, sin firuletes lingüísticos.
La
causa común
El desempeño en la
Biblioteca de la Escuela Normal le permitió a Chaves, en primer lugar,
afiliarse a la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), fundada en 1925. El
gremio se había expandido desde el barrio porteño de La Boca, al igual que las
pinceladas de Quinquela Martín.
En segundo lugar, su
labor como bibliotecario en pocos años le permitió ingresar a las filas que
condujeron el gremio estatal. Los cuadros más antiguos le vieron la cepa:
indudablemente, Chaves tenía condiciones para la conducción sindical. En los
inicios de los años cincuenta, fue electo secretario general de ATE en Azul y,
desde ese ámbito, comenzó a participar en las reuniones del secretariado de la
Confederación General del Trabajo (CGT), la central obrera nacional.
En 1954, Manuel Chaves
triunfó en las elecciones cegetistas y llegó al máximo cargo: la Secretaría
General de la Regional Azul. Desde ese momento, el crecimiento político fue
constante. Para 1955 asumió, luego de elecciones municipales, como concejal por
el Partido Justicialista. De todas maneras, fue un año interrumpido por ataques
de opositores al gobierno nacional y, en consecuencia, a todas sus estructuras,
inclusive las regionales de pueblo.
El 16 de junio de 1955
llovieron bombas sobre Plaza de Mayo y provocaron un río de sangre. Los
golpistas no pudieron eliminar a Perón durante el ataque aéreo, pero bombas de
cien y quinientos kilos masacraron a inocentes que, bajo la llovizna del
mediodía, circulaban por la emblemática plaza argentina.
No lo supo Chaves: ese
día su Azul tuvo un victimario y una víctima durante el atentado sobre Plaza de
Mayo y Casa de Gobierno. Murió el médico Roberto L. Cano alcanzado por las
esquirlas, y uno de los bombarderos más aguerridos, al mando de un Gloster
Meteor, fue el capitán Carlos “Curro” Carús, un azuleño que continuó disparando
las ametralladoras de su avión cuando se había ordenado el “cese el fuego”. Tras
un último vuelo rasante sobre la Casa de Gobierno, el piloto voló hacia su
autoexilio en Uruguay.
Tres meses después, el
golpe final contra el gobierno del presidente Perón se consolidó. El 16 de
septiembre comenzaron los primeros desplazamientos de tropas antiperonistas y
el 19 el jefe de Estado firmó una nota que se interpretó —a manos de los
cabecillas de la autodenominada “Revolución Libertadora”— como un
renunciamiento.
El
fusilamiento
La noche del 22 de
septiembre de 1955 Manuel regresó a su casa, cenó con su esposa y sus cuatro
hijos. Rubén, el hijo mayor de Chaves, recordó en una entrevista con el autor
de este artículo que “papá alquilaba esa casa donde vivíamos gracias al
sueldito que tenía como bibliotecario de la Escuela Normal, porque no cobraba
ni como sindicalista ni como concejal.”
Antes de la medianoche,
cuando la familia Chaves compartía un té preparado en jarro, nítidamente se
escuchó, desde la vereda, que alguien golpeó las manos.
En la vivienda irrumpió
un piquete de la Marina —fuerza militar que protagonizó el golpe de Estado de
1955—, ingresó a empujones a la mujer de la casa y sus cuatro hijos en una habitación
y ejecutó a Manuel Chaves. Primero lo tumbó hiriéndolo en una pierna y luego
fue rematado con tres disparos calibre 45 en la cabeza.
El expediente comenzó a
instruirlo la Justicia Federal aunque, al haberse interrumpido el régimen
constitucional, de manera automática el trámite pasó a la esfera castrense.
Ese sumario se “extravió”
durante décadas. Fue recuperado en 2014: estaba entre los papeles privados del
almirante Isaac Rojas, uno de los cabecillas, junto a los generales Lonardi y
Aramburu, del golpe contra Perón en el ’55. Rojas había custodiado el
“expediente Chaves”, en su archivo personal, prácticamente seis décadas.
No es para menos. Rojas
tenía sus motivos.
Allí, en una foja del documento,
el médico forense Aldo Soriani redactó una descripción minuciosa de las heridas
en el cuerpo de Chaves: “Señor Comisario: Informo a Ud., bajo juramento de ley,
que he examinado al cadáver de Manuel Chaves, el que presenta las siguientes
lesiones: herida de bala con orificio de entrada en la región axilar derecha
con una dirección de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda con orificio
de salida a nivel del cuello en su cara lateral derecha y siguiendo la
trayectoria penetra nuevamente en el cuello cerca de la región maxilar
inferior, atraviesa la base del cráneo y tiene su orificio de salida en la
región parieto-frontal izquierda; heridas de bala con orificio de entrada en
región frontal derecha, región frontal media y región maxilar superior
izquierda con orificios de salida en la región occipital. Además, presenta una
herida desgarrada en región posterior del muslo izquierdo. La causa de la
muerte se halla claramente establecida ya que cualquiera de los impactos ha
sido mortal en forma instantánea provocando el estallido del cráneo, por lo que
no se hace necesaria la autopsia médico-legal”. El informe fue fechado el 23 de
septiembre de 1955.
Horas antes de producirse ese informe médico, el comisario de policía Ignacio Laurentino Curtoy había llegado al domicilio de la familia Chaves, Córdoba 869, alertado por el llamado telefónico de un vecino del barrio San Antonio que informó escueta y nerviosamente: un hecho de sangre había ocurrido allí.
Otras
pruebas
Un gran observador el
comisario. Baquiano, además. Se detuvo en la vereda de los Chaves y calculó que
el tapial de la casa tenía un metro treinta de altura. Vio, además, que en la
parte superior se habían dispuesto vigas de caño. Allí, habitualmente, jugaban
los niños del sindicalista.
Curtoy, el comisario de
Azul, los había visto antes de llegar al número 869: parapetados en la calle
Córdoba, montaban guardia varios infantes de Marina del Arsenal Naval Azopardo,
armados hasta los dientes.
El comisario ingresó al
corredor de la casa y en seguida se topó con un cadáver. Lo halló sobre un piso
de mosaicos, en medio de un gran charco de sangre. Se había dispuesto un
cubrecama de color blanco para cubrir el cuerpo. Restos de masa encefálica se
habían adherido a la pared, desde el piso hacia el metro de altura, formando un
macabro arcoíris.
Conocía el procedimiento
Curtoy. Tenía que verificar la identidad y, con ese único fin, requirió la
presencia de un testigo. El que accedió a la escena fue Joaquín Matta. Dijo que
era argentino y que tenía treinta años de edad. También declaró que era casado,
instruido y sastre de profesión. Vecino de Chaves. Vivía enfrente, en Córdoba
880.
El comisario quitó el
cubrecama y Matta confirmó la identidad: el muerto era el secretario general de
la CGT Regional Azul, Manuel Chaves, de 42 años de edad.
El comisario se apuró en
redactar: “A esta altura se establece que allí se encuentran presentes los
Tenientes de Corbeta Miguel Alfredo Ferreyra y Alberto Rafael Heredia”. Este
último, que portaba una pistola 45 y un fusil, fue quien efectuó los disparos contra
Chaves y así lo reconoció en su declaración en el expediente de trámite
castrense.
El informe policial,
incluido en el peritaje que se ocultó durante seis décadas, el comisario detalló:
“[…] Se observa junto al cuerpo de Chaves tres baldosas picadas al parecer de
reciente data por impactos de proyectiles, secuestrándose de ese lugar dos
plomos que se encontraban en el piso, al parecer correspondientes a pistola
calibre 45 mm., como así también cuatro cápsulas de este último calibre y tres
cápsulas pertenecientes a fusil o carabina, al parecer calibre 7,65 y en los
alrededores, es decir a unos cuatro metros de donde se encontraba el cuerpo de
Chaves rumbo a la calle se encuentran sobre el piso, que lo es de tierra y
entre los pastos y plantas dos cápsulas más de pistola 45 mm. y dos más del
mencionado fusil”.
Ambos elementos, el informe médico y el relevamiento policial en la escena del crimen, demuestran que el bibliotecario de la Escuela Normal y dirigente gremial de los estatales Manuel Chaves, la noche del 22 de septiembre de 1955 fue ejecutado cuando se encontraba en el suelo. En ese momento, a escasos cuatro metros, su esposa y sus pequeños hijos habían sido testigos del fusilamiento. Estaban horrorizados y enmudecidos: el marino Heredia, luego de la balacera, les dedicó sólo una frase: “Se callan o los matamos a todos”.
(Texto publicado en la revista impresa Lima Gris N° 16)