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¿DESPUÉS DE LAS MARCHAS QUÉ?

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Escribe Francisco León

Hace unos días, se han realizado marchas de distinta índole, pero todas como una muestra de rechazo a la CLASE POLÍTICA PERUANA. No podemos obviar además, y de modo paradójico, la intención de beneficiar a otros grupos políticos que están detrás de las convocatorias.

Retomemos, hablamos de la misma clase política que llevó a que la mayoría del país, aunque no quiera recordarlo, apoyara el cierre del Congreso por parte de Alberto Fujimori, debido el asco que ella le inspiraba. Esa clase política que es, por cierto, culpable de la aparición de un fenómeno social como el Fujimorismo, y de su contrario: el anti-fujimorismo. Esa misma clase política que se recicla, que pasa de un bando a otro.

El tema central, y desde siempre, ha sido el tema del Poder. ¿Quién lo ha ejercido en el Perú? ¿Para qué y en beneficio de quiénes? ¿Hasta cuándo lo va a mantener el mismo grupo, grupos, sociales? ¿Cuáles son las consecuencias a futuro de gobiernos que están al servicio del capital y no de las personas?

Si es que no queremos verlo, enfrentarnos a estas cuestiones, todo intento de “cambio” será una farsa. No estamos descubriendo la pólvora, a dichas preguntas ya se formularon, desde José Carlos Mariátegui a Julio Cotler, por mencionar algunos. Sin embargo, ¿por qué se ha hecho tan poco? ¿Por qué el ciudadano de a pie no quiere comprometerse, iniciar un proceso revolucionario? ¿Tan fuerte ha sido el triunfo de la derecha a nivel de conquista del universo simbólico de las personas? ¿Tan felices son los pobres de “derecha”? Existe una frase atribuida a Albert Einstein que dice: si haces siempre lo mismo, obtendrás los mismos resultados. Deberían tenerla en cuenta aquellos que siguen apostando por nuestra “democracia” tal y como está, y ha sido, los que invocan a salvaguardar nuestra institucionalidad, como si no supiesen que ella está podrida desde la raíz.

A lo mejor el caso Odebrecht nos fuerza a mirarnos tal y como somos, aún en contra de nuestra voluntad. Nos confronta contra esa fantasía llamada Perú. Porque aceptémoslo: no somos una nación, persiste una asimetría criminal entre los que poseen toda y aquellos que nada tienen, y que sin embargo deben sufrir en silencio, so riesgo de ser llamados “terroristas”, “antisistema”, “antimineros”, “antidesarrollo”.

Que lo digan los niños envenenados con plomo en las regiones mineras del Cusco, los tuberculosos que hacen cola para no ser atendidos en el hospital nacional 2 de Mayo, aquellas familias a las que las compañías mineras les quitan sus tierras y llegan a Lima a padecer en las plazas para que ninguna autoridad las atienda. Que lo digan los jubilados que perciben un sueldo de hambre, los maestros mal pagados, los policías llevados a la corrupción por el sistema. El problema aquí señores es el STATU QUO PERUANO, y si queremos que algo cambie, debemos tratar de cambiarlo. Esta es una oportunidad histórica, si la desaprovechamos, las cosas seguirán igual y peor… A lo mejor es así y debemos aceptarlo: somos una sociedad corrupta, que ha sido degenerada por sus gobernantes, que padece además de un cinismo crónico. Fin de la historia y a comer nuestra rica comida y ver a la selección en el mundial. Pues como dice el tango: al mundo nada la importa, yira, yira…

La pregunta principal sería, valga la cuasi paráfrasis de MVLL, ¿en qué momento se envileció el país? La respuesta es dura. Nunca sucedió. Puesto que jamás hubo un momento un tiempo, un punto exacto, de quiebre, la inflexión que determine un “antes” en el que se estuvo mejor, “bien” por decirlo de alguna manera, en el que fuimos un país de ciudadanos, con igualdad de derechos y deberes ante la ley. No, eso no pasó.

Desde su creación como república “independiente”, un 28 de julio de 1821, el país nació viciado, parcializado, con marcados segmentos de diferencias y desigualdad.  Se dejó inconclusas las grandes tareas de reforma; que de modo teórico, al menos, se plantearon los próceres y “libertadores”. Miembros ellos, no debemos olvidarlo, de una clase social criolla, liberal, hija de la Revolución Francesa. Esta clase, buscó la “independencia”, y no solo en el Perú, basada en sus intereses económicos e ideales, propios de su tiempo. Nada más que eso, utopías cuasi librescas, que no se llevaron a la práctica. La “independencia” no volvió ciudadano ni al indio, ni al negro, y luego “trajo” al chino como siervo.

De esta manera, el Estado peruano, y su aparato institucional, fueron creados por un grupo privilegiado, con la finalidad de servirse de este. Sí, tal vez exagero y esa no fue la intención primigenia. No obstante, ello sucedió en lo concreto, en el hecho, el día a día, hasta la actualidad, en que tal situación solo ha empeorado. Así, desde el nacimiento del Perú, el pueblo quedó fuera de los planes estatales.

No vaya a creerse que la situación que vivimos es solo una peculiaridad peruana. Sin embargo, frente a problemas similares la población de otros países reaccionó de distinta manera. A continuación cito un texto aparecido en La Freternité, de 1845, aparecido en el libro Vigilar y Castigar de Michel Fouacult.

Mientras la miseria cubre sus pavimentos de cadáveres, y sus prisiones de ladrones y de asesinos, ¿qué estamos haciendo frente a los estafadores del gran mundo? […] los ejemplos más corruptores, el cinismo más indignante, el bandidaje más desvergonzado […] ¿No temen que el pobre a quien se lleva al banquillo de los criminales por haber arrancado un trozo de pan a través de los barrotes de una panadería llegue a indignarse lo suficiente, algún día, para demoler piedra a piedra la BOLSA, antro salvaje donde se roban impunemente los tesoros del Estado y la fortuna de las familias?[1]

Para el caso del Perú, deberíamos, reemplazar el término BOLSA, que figura en el texto, por la palabra MAQUINARIA ESTATAL, tal y como ha sido concebida, y deberíamos volver a preguntar: ¿cuándo nos indignaremos lo suficiente? Si el caso Odebrecht no nos hace ver, de una vez por todas, cuál es el objetivo de los que ansían llegar a formar parte de la “maquinaria estatal”, solo nos queda suponer que somos una sociedad cínica. Lo que sí podemos afirmar es que somos una sociedad enferma, pues el Fujimorismo no vino del espacio, ni surgió de la nada.

El problema ni siquiera es de personas. No se trata de reemplazar a fulanito por sutanito, o de esperar a nuestro Inkarrí o salvador. El mal es sistémico, estructural. Tenemos, por un lado un “aparato estatal” (Congreso, Poder Judicial, Poder Ejecutivo, SUNAT, Fuerzas Armadas, etc. etc.) diseñado para el beneficio de unos pocos, con normas y leguleyadas que posibilitan el enriquecimiento de los funcionarios, como Odebrecht nos ha mostrado. Este “aparato estatal”, a su vez,  no tiene ningún mecanismo, efectivo, que posibilite su control, y vigilancia, por parte del pueblo. Por otro lado, tenemos una supuesta “democracia” que es mantenida, y mantiene, es la razón de ser, de la existencia, de aquel “aparato estatal” cuyo objetivo es el hurto, y cuya excusa es la ejecución de obras en pos de la mejora en la calidad de vida de las personas.

Otro problema es la amnesia inducida que sufrimos como sociedad. ¿No recuerdan al “demócrata” y gobernante de “lujo” PPK saqueando las arcas del Perú desde las épocas de Juan Velasco Alvarado, en beneficio de petroleras estadunidenses? Un hombre que decía, con orgullo, que su primer trabajo había sido como administrador en una hacienda de la sierra, antes de la Reforma Agraria. Esto es, como parte de un sistema de explotación, en el que los indios vivían en condiciones lindantes con la esclavitud y frente al cual jamás dijo esta boca es mía. Sí, ese mismo señor que se sumó a Keiko en la campaña contra Humala.

Al final, lo eligieron Presidente debido a la desesperada situación de “fabricar” un anti-Fujimori. Pero al viejito le quedó grande el papel. Él es solo un lobista sin patria, sin otro amor y función, en la vida, que el dinero. Lo que molesta es la “inocencia” de aquellos que lo erigieron como adalid de esa cosa abstracta que se denomina “democracia” en el Perú. ¿Democracia?

 

ALGUNAS “CURIOSIDADES” DE NUESTRO “DEMOCRÁTICO” PAÍS

Esbozaré solo algunas “claves”, pues el intento es a futuro, de realizar un arqueología, en el sentido que Michel Foucault da a ese término, para tratar de visualizar el tiempo, o los tiempos, en el cual, lo que se instaura en ese momento son las  condiciones de posibilidad (Foucault dixit), de la existencia de una situación de corrupción y desigualdad sistémicas en la que transcurre la historia del Perú y como he mencionado se situaría en el nacimiento mismo de éste y que incluso podría ser rastreado desde muchísimo antes. Mostremos solo hechos más modernos.

El nacimiento del siglo XX encontró al país en una nueva etapa, donde los descendientes de los conquistadores aunados a “socios” extranjeros se dieron a la tarea de modernizar “su” país. Por ello, generaron vías de comunicación e instituciones, que les permitiesen extraer mejor las riquezas de la tierra.

La derrota militar de los caudillos, la emergencia de los civilistas al poder y el desarrollo de las empresas extranjeras propiciaron la instauración  de un régimen liberal-oligárquico –la “república aristocrática”– que impulsó el crecimiento y la penetración del aparato estatal en la sociedad en detrimento de los poderes locales, de la inserción capitalista en la agricultura costeña y en la minería serrana, con la consiguiente expansión de las exportaciones y del capitalismo urbano.[2]

Este proceso, “benefició”, como un efecto colateral, a la “otra gran parte”, esto es los que descendían de los despojados del imperio. Pero solo  a poblaciones que tenían un cierto aire de urbanidad, y en mucho menor, o nula, medida a las comunidades campesinas, quechuas y aymaras. Éstas, como menciona Matos Mar representaban un 75% mudo e “inmovil” dentro de la estructura estatal, la cual no había sufrido modificaciones desde la colonia.

Tras el desastre producido por la Guerra del Pacífico, las inversiones capitalistas, primero inglesas y luego estadunidenses, impelieron al Estado peruano, un monstruo centralista y parasitario, a buscar la manera de que los capitales foráneos puedan invertir al menor costo generando mayor rentabilidad. ¿Nacía el llamado “mito del progreso”?, que siempre fue eso, un mito. Puesto que como menciona Matos Mar:

Si bien las inversiones extranjeras dinamizaron la economía, por el lado de los sectores marginados tuvo efectos negativos. Por el auge de la lana y otros productos los gamonales ampliaron sus haciendas, arrebatando tierras comunales a los indígenas y arrinconándolos a los peores lugares.

Por el caucho, los indígenas  de la selva, que hasta ese momento no habían sido afectados, fueron sometidos a explotación y muerte,  de manera semejante a lo soportado por los indios de la sierra al momento de la conquista española. También la propiedad monopólica o de enclave se extendió abusivamente en el agro, la minería y la industria urbana. La mayoría de los valles costeños estaba en manos de un grupo pequeño, base de la oligarquía nacional.[3]

La expansión del latifundio fue en esos años, y desde finales del siglo XIX, un factor preponderante en la migración desde el campo hacia las ciudades. La gran propiedad no solo absorbió a comunidades enteras como mano de obra semi esclava, sino que buscaba:

[…] conseguir tierras para llevar a cabo una lucrativa producción para el mercado mundial. En la sierra ocurrió esto fundamentalmente con los pastos. La expansión latifundista mermó visiblemente la capacidad de los campesinos para lograr el manejo óptimo de ciclos agropecuarios simultáneos, tanto en razón de la ocupación de pisos altitudinales por los latifundios (especialmente los pastizales de la puna), como por los requerimientos de mano de obra para la producción destinada al mercado mundial. Estos procesos venían impidiéndose por mecanismos múltiples.[4]

En la sierra, el crecimiento de la hacienda no encontró resistencias puesto que el campo se hallaba prácticamente sin habitantes, a causa de las plagas y epidemias que asolaron la región.

La aparición de nuevos enclaves, el acelerado movimiento industrial, el apogeo y modernización de los latifundios costeños, el auge sin precedentes de las exportacioens primarias (agricultura, ganadería, pesca), acrecentaron las diferencias regionales en beneficio de la costa y las ciudades, desplazando a la actividad agropecuaria tradicional a un segundo plano en el producto bruto interno. Como no podía ser de otra manera el agro serrano entró en descomposición arrastrando en su crisis a la clase terrateniente y quitándole protagonismo político. Estos empobrecidos propietarios se sumaron  al inagotable caudal de campesinos migrantes, pasando a engrosar las nuevas clases urbanas.[5]

Donde sí se operó una transformación provechosa para el pueblo, a raíz de la “modernización”, fue en lo social; como lo demuestra la emergencia de movimientos sociales de masas. Que al representar un peligro para el Estado, y los intereses de las clases dominantes, fueron reprimidos con brutalidad a lo largo del país.

Si bien es cierto, esto sucedía en periodos de gobiernos autoritarios, como el de Leguía, y dictaduras militares, los llamados gobiernos “democráticos” no mejoraron las cosas a favor de los oprimidos. Siempre ha existido un único beneficiario: la oligarquía y los grupos de poder. Si bien esta como clase social ya no existe, eso no quiere decir que haya desaparecido, solo ha mutado, se ha transformado, pero sigue presente en la cabeza de la pirámide del poder.

En los años sesenta, la mayoría de la población peruana vivía en el campo, trabajando en la agricultura y en la pesca. Sin embargo, la urbanización tomaba cada vez más fuerza. Cuando en 1940 el 64.6% de la población vivió en el campo, en 1961 la cifra disminuyó a 52.6%. En 1961 el 51.8% de la población económicamente activa trabajaba en la agricultura.

La situación del campesinado fue penosa. Los campesinos no tenían derechos políticos porque ellos fueron analfabetos, es decir, no hablaran castellano, sino quechua o aymará. Ninguna escuela les enseñaba a leer ni a escribir. Como consecuencia, solo 20% de todos los peruanos con derecho a sufragar pudieron votar. La distribución de la tierra fue otro problema: el 12% de los propietarios tenían el 95% de las tierras. También la distribución de los ingresos fue en general muy desigual. En 1961 unas 61,300 personas se apropiaron del 44% del ingreso nacional. Un millón y medio de obreros en el campo, 44% de la población económicamente activa, recibieron el 13% del ingreso producido en el Perú. Y mientras en la capital del Perú (Lima), por cada 2,000 habitantes había un médico, en el departamento de Cuzco, uno de los centros de las actividades revolucionarias, la cifra fue un médico por cada 40,000 habitantes.[6]

No debemos cegarnos. Al final, creo que Odebrecht le ha abierto los ojos hasta al más testarudo. La “democracia” en el país jamás ha servido al pueblo. Y lo digo aun sabiendo, y lo recalco, que el mayor número de gobiernos que hemos tenido han sido autoritarios, y en segundo lugar dictaduras.

Así, y en esta clave de “ironía” podríamos seguir mencionando “curiosidades” de cada gobierno “democrático”, como la matanza de los ashaninkas, que apoyaban al MIR, en el primer gobierno de Belaunde, la masacre de los penales cometida por Alan García, las masacres militares contra la población civil de la sierra en el segundo gobierno del “Patricio demócrata” Fernando Belaunde, el asesinato de la Cantuta, el Baguazo, los crímenes de dirigentes y manifestantes antimineros, etc. etc. etc.

 

CONTINUEMOS…

El caso Odebrecht, solo ha sacado a la superficie una situación que no queríamos ver: LA INVIABILIDAD DEL PERÚ COMO PAÍS tal y como ha sido pensado, edificado, desde que San Martín proclamara la “independencia”. ¿Qué debemos hacer? Buscar replantearnos el país, no nos queda otra salida. Debemos dejar de babear conceptos como: “democracia”, “mercado”, “estabilidad”, “institucionalidad”, “responsabilidad”, tal si estos fuesen valores eternos que han beneficiado de modo tangible a la gente. No es que la democracia sea mala, o yo esté a favor de las dictaduras, sino que en el Perú JAMÁS ha existido la Democracia de manera real. A ella debemos aspirar, ¿pero cómo si el aparato estatal no está diseñado para eso?

Entonces, debemos plantear  una agenda política nacional urgente, aquí unas sugerencias:

 

  1. Buscar el consenso de las fuerzas vivas del país, sobre todo de las menos manchadas, en una especie de Cabildos Multitudinarios, para elegir un representante que, en nombre del pueblo, llame a elecciones transparentes, en las que se IMPIDA la participación del fujimorismo y del aprismo. Pues ellos son los causantes de esta crisis y son la fatualización de la corrupción, además de ser mafias.
  2. CAMBIO DE LA CONSTITUCIÓN DE 1993.
  3. Exigir la reforma de la ley de partidos políticos.
  4. Guerra a la corrupción caiga quien caiga, más allá de que sean anti-fujimoristas o de izquierda.
  5. Muerte civil para todos los políticos corruptos.
  6. Limpieza total del poder judicial, para sacar a los apristas enquistados allí.

¿Planteamientos ideales? ¿Anhelos? ¿Sueño revolucionario? Son solo sugerencias, al pueblo organizado le corresponde desarrollar sus alternativas. Pero las soluciones deben ser radicales o no lo serán.

Nos queda esclarecer que: es cierto, el objetivo principal de la lucha contra la corrupción en el Perú es acabar con el Fujimorismo, y el aprismo. Son facciones dedicadas, conformadas, para delinquir. La sola existencia de personajes como Keiko Fujimori y Alan García son una muestra de que el crimen no paga, que la impunidad es posible. Son un ejemplo nocivo que se filtra hacia abajo, es decir hacía las capas sociales que no se encuentran en las instancias de toma de decisión y las pervierte.

Aquí reaparece, de nuevo, el tema del poder. ¿Cómo lograr transformaciones desde “afuera”, sin tener, sin ejercer, el poder? Debemos empezar a pensar: ¿cómo lograr los cambios mencionados con un Congreso tomado por los fujimoristas? ¿Con un Poder Judicial tomado por los apristas? ¿Con un Presidente corrupto? ¿Con una policía inmoral? ¿Qué harán las fuerzas armadas, que a excepción del gobierno de Velasco, siempre han servido para reprimir al pueblo?

El planteamiento central es, en apariencia, simple: o una revolución total, entendida en la amplia acepción del término y sin reducirla al ejercicio de la violencia, que modifique el país de modo estructural, o el cinismo… que nos posibilitará algunos años más de “tranquilidad”. Pero esta, no se sostendrá en el tiempo. Por ello, nos queda preguntar ¿después de las marchas qué?

 

[1] FOUACULT Michel, Vigilar y Castigar, Siglo XXI editores, tercera reimpresión, Argentina, 2010, P.335.

[2] COTLER Julio, Clases, Estado y Nación en el Perú. 5ta reimpresión, febrero de 2016. P. 39.

[3] MATOS MAR José, Las migraciones campesinas y el proceso de urbanización en el Perú, UNESCO, Lima 1990, P.7.

[4] GOLTE Jürgen, Cultura, racionalidad y migración andina, Instituto de Estudios Peruanos, IEP, 1ra. Edición, mayo 2001 PP. 69-70.

[5] MATOS MAR José, Las migraciones campesinas y el proceso de urbanización en el Perú, UNESCO, Lima 1990, P.17.

[6] VRIJER Peter,  La lucha guerrillera en el Perú: los vibrantes años sesenta.  21/06/07. Artículo aparecido en: http://www.nodo50.org/mariategui/laluchaguerrilleraenelperu.htm

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