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DE NUBLAZO EN FLECHAZO / Esplendores y miserias de la cinefilia limeña

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Esta cuarta edición de Lima Independiente me ha deslumbrado. No porque haya podido ver exhaustivamente las cien películas que nos regala, pues igual que el año pasado me quedo con las ganas de ubicuidad y teletransportación del sillón del UVK a la Sala Robles Godoy. Sino que este año vi una película peruana buena y otra, española, extraordinaria, conocí a una videoguerrillera sevillana que me repuso en tono con la movida postporno barcelonesa que no pensaba cruzarme en Lima y pude ver en una sala comercial a uno de los fundadores mundiales de la modernidad hecha cine. Lo cual me hizo pasar por alto el aburrimiento de cortos peruanos sin ton ni son y renovar mi confianza en el fomento colectivo de una cinefilia que lentamente podría reorganizarse por Lima.

Luís López, Hermanos Vega, María Cañas, Jean-Marie Straub: vuelta al “futuro”

El mudo es fiel a las expectativas generadas por el primer opus de los hermanos Vega, Octubre. La sobriedad de la actuación del protagonista Fernando Bacilio es a la altura de su extraordinaria presencia en pantalla (tanto más alto y fuerte que en la vida real) y necesario en un contexto de sobreactuación peruana. El tema de la imposibilidad de justicia en Perú queda tan enigmático como la película que no explica hasta tarde la desconfianza del protagonista juez hacia su mujer, ni tampoco la razón del abandono de los superiores jerárquicos del juez. Pues ese juez no corresponde a la imagen del héroe de la justicia y queda sin resolverse el dilema de si su sed de verdad tiene que ver con la justicia o más bien la venganza del asesinato de su madre. El sentido del humor constante en la película hace más digerible la asfixiante sensación de impunidad que tanto tiene que ver con la realidad del país.

Hay las películas que una espera meses, nueve meses, para llegar a ver. Increíble en el contexto limeño ha sido ver dos de las últimas películas del maestro Jean-Marie Straub, realizadas “para no morir” luego de la pérdida de su pareja de toda la vida que editaba y postproducía sus películas, Danièle Huillet. Un conte de Michel de Montaigne (Un cuento de Michel de Montaigne) y Dialogue d’ombre (Diálogo de sombra) siguen la costumbre de la pareja de adaptar un texto literario de visión política. Ambas recuerdan la distancia cruel entre las propuestas radicales modernas y nuestra contemporaneidad tan complaciente con el espectáculo. Una estructura parecida en ambas muestra en plano fijo un encuadre cerrado que al final se abre para revelar algo que explica en parte, o da a ver de otro modo, cada plan cerrado. La estatua de Montaigne en un parque en la primera, la cercanía entre los dos lectores en la segunda. Gran impulsor del Renacimiento humanista francés del siglo XVI, Montaigne narra en ese cuento como adquiere una consciencia de la muerte a raíz de un accidente bien concreto y no de una concepción abstracta. De ahí nace la consciencia del yo del escritor y de la importancia del individuo pues si existes tú, existo yo y juntos pensamos y construimos el mundo.

El plano fijo sobre la escultura de Montaigne crea una extraña ilusión de vida, el paso del sol anima sus labios, las nubes asombran su frente y parecen revelar nuevos pensamientos del gran ensayista actualizados a la fecha de hoy. Son nuestras proyecciones contemporáneas las que animan la estatua y quien nos lee tan empiricista lección es la compañera de ruta de los Straub, la filósofa Barbara Ulrich, con una voz aplicada de escuela, una voz cristalina sin sentimiento insistiendo sobre cada palabra, confiando en las frases para expedir su contenido intrínseco. Me emociona esa fe en la materialidad como fuente de conocimiento y en el conocimiento como fuente de placer. Ese cortometraje es un manifiesto más a favor de la modernidad hoy tan desacreditada.

También hay las películas que uno no espera ver y descubre con delicias. Hubo el iraní El pez y el gato y su proeza de plano-secuencia video usado cuánticamente para hacernos percibir con humor la circularidad de la vida humana entre pasiones amorosas, fantasías metafísicas y el absurdo impulso de matar de los que tienen cara de asesinos. Una fábula que juega con el género de terror sin trascenderlo a pesar de una maestría inédita del encuadre y el recurso teatral de la repetición de situaciones.

Luis López director del filme «El futuro».

“El futuro” del español Luís López ha sido la mejor entre tantos hallazgos. Después de una tarde pasada a fastidiarme con cortos sin ton ni son de la segunda parte de la Competencia peruana, entré una noche al azar en el UVK y vi una pantalla negra con la voz de Felipe González en su discurso introductivo a la presidencia del gobierno de España en 1982. Y un hombre aburrido ni feo ni guapo, en modo de autorretrato del director, esperando lo que viene. Y entramos en una fiesta típica española entre quince amigos. Y las papillas gustativas vuelven a funcionarme, el ojo a prenderse, la memoria estética a activarse. Un deslice del sonido y la imagen y recuerdo a Jean-Luc Godard; unos enfoques/desenfoques que permiten descubrir detalles de personas o perderlos para captar su aura y pienso Andy Warhol; una cámara documentalista filmando a jóvenes en una fiesta ochentera con trucos de películas que sabemos son recreados y no de época y veo a Chris Marker y Peter Watkin; un montaje seco-abrupto y adivino a Danièle Huillet. Pero paran las comparaciones cuando me empieza a penetrar y paralizar esa tonalidad rojiza persistente del film. O cuando el rock español ochentero (que tanto odio) se hace textura deshuachafizada y juega con trocitos de conversaciones ligeras o sobre política etarrista (la hilarante comparación de la matanza de un policía con un accidente del trabajo fue para mí un clímax de complicidad con el autor).

Los maquillajes a la Grace Jones y Robert Smith reniegan a caerse a pesar de tanto chupar, hablar, reír y bailar, lo cual refuerza la distanciación obtenida por la desincronización entre imagen y sonido. Mientras el acercamiento íntimo y carnal de la cámara 16 mm hace de cada protagonista una Edie Sedgwick, el cabello rubio rizado tan natural de aquel chico es mi enamorado de ochoañera, en fin, la impecable dirección artística da una verosimilitud que contradice el clímax de la tomada de leche del seno y la exclamación sobre la apertura sexual parecen más aludir a una fantasía postporno, imaginando un mundo en que besarse y amarse con un hombre o una mujer llegue a ser lo mismo. Bella conclusión queer-utópica basada sobre el deseo polisexual más no una indeferenciación sosa. La película transporta una energía comunicadora que trasciende la materialidad tan potente y deja mil huellas de placer en todo el cuerpo.

Recomiendo mucho ver el cine activista de María Cañas para pasar de la vibración a la acción. Cierra el IV Lima Independiente y debería darnos empeño para seguir haciendo.

A la sombra de la cinefilia en flor

Es que conlleva muchos obstáculos organizar un festival coherente con visiones múltiples y sabrosas. El cine de autor, independiente, emergente, como lo quieren llamar, no es todavía un fenómeno social en Perú. Se ve más bien como una actividad individual precaria de estetas conocedores. Y tan individual es la recepción del cine como su difusión, pues apenas una iniciativa tan generosa y desinteresada como el Festival internacional de cine Lima Independiente nace en 2011, para dar a ver películas nominadas en Rotterdam, Locarno, Buenos Aires, que se crean escisiones y réplicas con dos fórmulas parecidas y ahora competidoras: el Fiacid y Transcinema. Cine digital, cine de no-ficción, son categorías tan amplias casi como el cine indie, ¿por qué no se montaron más bien festivales de cine asiático, africano, gore, video musical, translésbicogay…? Ahí estamos, con una oferta increíble de programaciones generalistas de cine “alternativo”, frente a una renovada apatía institucional. Porque si criticamos al público que prefiere X-Men a cualquier producción original, también se debe constatar la poca consideración de las instituciones culturales para fomentar la creación cinematográfica en esta multimillonaria capital. La ministra Susana Baca abrió un ciclo interesante para el cine nacional en 2012, con la creación de la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios, amenizando la ley de cine 26370 (del 1994) con la modificación 29919 que instituía el pago de 7 millones de soles (2008 UIT) emitidos directamente por el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), a repartir entre producciones nacionales de largos y cortometrajes y, por primera vez, entre festivales y gestiones culturales defendiendo el cine peruano. De ahí que se ganó Lima Independiente y demás festivales la insuficiente pero bienvenida suma de 15,000 soles. Otro gran momento del 1992 fue la apertura de la sala Robles Godoy, la única sala pública y gratuita contando a la fecha con un proyector de 35 mm.

Se elaboró un proyecto de Ley de Cine en consenso con las asociaciones representativas de los cineastas, actores, explotantes y críticos que fue revisada minuciosamente durante el 2013 por el Ministerio de Cultura, en pos de consolidar el panorama tanto de producción como de difusión y explotación del cine peruano. Se propone derivar los 10% tradicionalmente pagados por las salas de explotación a las municipalidades (antes de los multiplexos, cuando las municipalidades rendían todavía servicios de limpieza y seguridad a las salas) hacia un fondo de fomento a la creación y difusión de cine, capacitación de técnicos, festivales en provincias, publicación de investigaciones y revistas. Esa ley también estipula una cuota de cine peruano en pantalla de 20% –el máximo autorizado por el muy desigual Tratado de Libre Comercio Perú-Estados Unidos–. Y más fundamental aún para el profesionalismo de todos los rubros del cine, la ley propone la creación de una Film Commission que al instar de Chile pueda facilitar la venida de superproducciones internacionales (entiéndase Hollywood) a Perú, incentivando así el trabajo tanto en el cine como en el turismo nacional. Así podría volverse la profesión de cine poco a poco más profesional y mejor remunerada. Mientras en Perú se subvenciona un largometraje con premio a la producción de 500,000 soles, en Colombia se otorga un promedio de 1,500,000 dólares.

Pero la actual ministra de Cultura, Diana Álvarez-Calderón, acaba de abandonar oficialmente el proyecto de ley de cine que tanto costó construir. La Sala Robles Godoy queda una joya desconocida que se esconde en el antro de nuestro Bunker de la Nación, sin afiches ni publicidad ni siquiera señalética desde la entrada guardada como caja fuerte. Tampoco se cumple con la obligación del MEF de pagar los 7 millones anuales.

 

“Ojo, esa película es peruana”

Así quedamos con una situación extraña de tener cada mes más producción peruana de calidad reconocida en los festivales del mundo, con los hermanos Vega premiados en Locarno, Claudia Llosa en la Berlinale, y el Josué Méndez de mi corazón… Hasta pude ver la primera película de Eduardo Saba estrenarse en París. Pero acá en Lima, se quedan apenas una semana en cartelera y siguen asustando al público en taquillas: “¿Seguro quiere ir? ¡Ojo, es cine peruano!”, cuando no se ponen a taladrar al costado como pasó con El espacio entre las cosas de Raúl del Busto.

Ya imagino los que se solidarizan solo con la resignación: “qué espera esa criticona, que Perú no es Francia y nunca el Estado supo valorar su patrimonio ni vivo ni pasado”. Primero no es cierto, si contamos el gobierno de Velasco que instituyó Ley del Fomento de la Industria Cinematográfica en 1972 incentivando el apoyo a la producción nacional, con un porcentaje de las explotaciones comerciales derivadas a la cinematografía peruana y la obligación de proyectar cortometrajes peruanos antes de cualquier proyección en sala. Segundo, Francia ya perdió mucho de su universalismo cultural y sus embajadas la autonomía pues se dejan dirigir por la sede parisina centralizadora que manda programas giratorios a través del mundo sin conexión con las propuestas y necesidades locales. Así se perdió este año la oportunidad de tener una retrospectiva de Jean-Marie Straub y Danièle Huillet en Lima. ¡Y no estaría mal un pequeño repaso de modernidad ante tanto show sin sabor, en el cine como en el teatro peruano!

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