Por Raúl Villavicencio
Puede que muchos, en algún momento de sus vidas, se hayan sentido discriminados o menospreciados por su color de piel, su apellido no compuesto, la manera en que hablan o las costumbres que traen de familia; podría decirse que a la gran mayoría de peruanos le ha pasado. Ello puede ocurrir en el centro de trabajo, en el colegio, en la calle o quizás en un espacio público como una playa de nuestro litoral. En fin, en realidad en cualquier lado donde vean a alguien como un ‘bicho raro’.
La discriminación no apareció recientemente en nuestra sociedad, sino que se remonta de siglos pasados, amoldándose a la actualidad gracias a las redes sociales que otorgan cierto manto protector al emisor de los comentarios.
Ese mal que impide el normal desarrollo de la personalidad del individuo también se puede ver reflejado en los propios medios de comunicación que intentan solo mostrar a determinadas personas con rasgos físicos ‘aceptables’ por una minoría, pero es esta la que impone sus gustos a la sociedad. Ya las portadas de revistas de moda o los anuncios publicitarios se encargan de sugestionar a las masas a aspirar a cierta forma de vestir o hablar.
Ese sesgo muchas veces afecta de tal manera al sujeto en su vida laboral, dificultándole su normal desenvolvimiento, limitándolo o estancándolo en un puesto, haciendo imposible que obtenga un mejor salario y por ende una mejor calidad de vida.
No todos se sinceran cuando les preguntan si en alguna ocasión uno cometió algún acto racista en la calle o en algún otro lado, la mayoría responderá de manera negativa, pues de contestar de afirmativamente recibirán el rechazo de todos; sin embargo, en su interior respondieron que sí. Ese ‘cholo de m…’ o ‘serrano de …’ quedará en el inconsciente de muchos sin medir lo que podría afectar en el otro.
Perú de todas las sangres y colores, repiten muchos de la boca para afuera, solo para quedar bien, pero vale preguntarse qué tanto estamos haciendo para que realmente seamos una sociedad tolerante, sin caretas ni hipocresías, donde verdaderamente se permita, sin que uno se sienta obligado o condicionado de hacerlo, a recibir y aceptar al otro con todas sus diferencias, de todo corazón. ¿Será eso posible alguna vez?
(Columna publicada en Diario UNO)