Cultura

Cinema familiar: Serbis (2008) de Brillante Mendoza

Lee la columna de Rodolfo Acevedo

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El ruinoso cine erótico “Family”, de los Pineda –dirigido por Nanay Flor y Nayda (madre e hija)-, localizado en la ciudad filipina de Ángeles, es el lugar en el que transcurre la película de Brillante Mendoza (San Fernando, Pampanga, Filipinas, 1960). Un edificio-cine que funciona al mismo tiempo como vivienda (junto a las matriarcas, están el esposo, sobrinos e hijos), y lugar de trabajo de todo el conglomerado familiar –en la entrada, además, se vende comida al paso. Pero sus estructuras acogen también al comercio ambulatorio proveniente de la calle y a la prostitución -masculina y femenina-, que cunde por pasillos, escaleras y en las propias salas de exhibición. (Y en algunos momentos, el recibidor también es utilizado por los chicos del barrio que se reúnen a pasar el rato).  

Mendoza construye un espacio laberíntico, donde los personajes suben y bajan pisos, se esconden, meditan, tienen intimidad y sexo –la película no rehúye las escenas explícitas-; trabajan, subsisten, se observan, con placer o incomodidad, y viven sus desgracias -la crisis de la economía familiar, un embarazo no deseado, o el forúnculo de Alan (uno de los hijos de Flor)-, como si estuviesen aislados, sumidos en sus dilemas, en sus habitaciones, en el baño, en el puesto de comida o en la cabina (cuarto) de proyección. (La construcción de los planos y el uso del espacio inciden en esa visión atomizada). Derruidos como colectividad, el edificio participa de esa descomposición: agujeros, muros despintados, afiches viejos –aun cuando conserven cierto color-, pisos anegados, tuberías rotas, baños insalubres.  

Esos diversos dramas que asolan a los personajes, y que los ensimisma, dificultan los trabajos de las dos matriarcas -en particular de Nanay Flor-, quienes tratan de sostener la empresa, de la que ese cine resulta ser el único sobreviviente de lo que antes fuera una cadena. En una secuencia vemos a Flor, recluida en su habitación, mientras la cámara –y “su vista”-, enfoca muebles y paredes atiborrados de documentos, fotos y títulos académicos, restos de un pasado de bienestar y orgullo. Nadie parece entenderla, se la ve sola en esa evocación de una arcadia lejana e irrecuperable. Los hijos(as) absorbidos en sus propias pasiones y problemas, asumen el trabajo con cierta indiferencia. (Nayda incluso, el principal apoyo de Nanay Flor, anda preocupada porque su esposo no sepa de su amorío).

A pesar de que la mayor parte de la historia –o casi toda- sucede dentro del cine-edificio, el afuera –la ciudad, la calle, el barrio pobre que circunda el inmueble-, puede ingresar como una serie de elementos desestabilizadores que suman a la crisis de los Pineda, generando dificultades, inquietud, y hasta sensación de peligro. Aparece en la figura de una cabra que se cuela por el hueco de una pared, provocando todo un desbarajuste al tratar de atraparla -¿el pasado rural que se presenta en plena ciudad? ¿Signo de la decadencia del inmueble? O el ladrón que ingresa al cine llevando la persecución policial a las gradas y butacas -¿inseguridad? O la disputa legal que tienen con el ex esposo de Nanay Flor por el control del patrimonio familiar.

Esa relación entre el afuera (la calle) y el cine también asume una comunicación, una convivencia y una transacción. La prostitución –masculina en su mayoría-, atrae clientes a las funciones, al mismo tiempo que se beneficia del lugar que la alberga para realizar su comercio. Una relación que no resulta muy extraña dada la naturaleza del cine de los Pineda. Lo que sí llama la atención es el tipo de reacción que tiene sobre los miembros de la familia, quienes lo asumen con “normalidad”, como parte consustancial de sus actividades. Ese vínculo que parece proyectar un espacio continuo sin diferencias, provocando un tránsito fluido entre la acera del populoso barrio y el cine, se observa también en las prácticas lúdicas de los jóvenes –quienes pasean por las instalaciones sin mayor cuidado- y en la venta ambulatoria que se extiende desde la entrada hasta los pasillos, escaleras y en la oscuridad de las salas, como formando un espacio de encuentro y socialización, un lugar vecino que no parece diferenciar el adentro del afuera. Pero esto quizás sea solo una apariencia. No hay nada ideal ni conciliatorio, solo el interés mercantil y lo que esto congrega. Lo que la película relata es la decadencia de un negocio familiar junto a sus aspectos sórdidos, así como la disolución progresiva del grupo social que el director remarca en este retrato de una familia al borde de la pobreza y el desastre.

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