Escribe: R. E. Acevedo Palomino
“Cuaderno de Notas”, película de Mario Castro Cobos, se presenta como un registro de la ciudad, un proceso que descubre y provoca sucesos y que como apuntes dispersos, traza una serie de planos y escenas a partir de la calle, sus habitantes, locales comerciales y de servicios, instituciones, objetos y el verde y gris incrustado en la urbe limeña.
Así, vemos el atardecer en un parque o los acantilados de noche, mendigos buscando abrigo, niños y adolescentes pasando el rato, perros y gatos contemplados curiosamente, entre una diversidad de vistas.
La cámara observa en detalle a
sus eventuales protagonistas, a veces mostrando un interés lúdico –como en las
escenas en donde convergen adolescentes o infantes-, otras veces con una ironía
que desliza la crítica, exponiendo situaciones sociales enmarcadas en la
exclusión y la desigualdad –un hombre sin techo se resguarda del frío en la
cabina de un banco o el chofer de un micro de transporte público intenta no
pagar los daños a una mujer por haber destruido su carretilla de trabajo.
Estos cambios de perspectiva
acompañan la deriva del director. (También tornan unos planos más largos que
otros). El registro paciente de los hechos nos habla de los intereses que
moviliza la película y de ciertos temas que atraviesan las distintas
secuencias. La repetición de algunos motivos insinúa ideas como el desamparo –gráfico
en los seres que viven en las calles-, la desigualdad social –ya mencionada,
explícita en los contrapuntos entre signos de prosperidad y miseria-, la
infancia como lugar de lo incontaminado, el juego adolescente como proceso de
aprendizaje. En otros fragmentos, asistimos a la contemplación de objetos desvinculados
de sus posibles usuarios: juguetes viejos y ajados, sugieren algo sobre algún
lejano pasado (¿niñez?) o abandono; maniquíes detrás del escaparate o amontonados
en un habitación malamente iluminada (¿almacén o taller?) evocan deshechos de
forma humana, como personas descartadas (el “gesto” que la cámara construye es
casi melancólico); exóticas figuras decorativas de tiendas y restaurantes
denotan su carácter mercantil.
En el recorrido que plantea la
película, la ciudad es un espacio caótico, desesperado, curioso, juguetón a
ratos. Ciudad configurada por sus contradicciones, cada secuencia-escena atrapa
un momento en apariencia casual; la cámara en unos casos asume la postura de un
testigo externo, mirando la acción con distancia, motivada ya sea desde la
apreciación estética, la crítica o la sencilla curiosidad; pero además, también
están aquellas escenas en donde la cámara participa de la situación registrada,
dejándose llevar por los sucesos, a veces como un intruso aceptado, un peculiar
invitado o un partícipe directo. Las conversaciones en un restaurante, los paseos
por tiendas, o tres niños jugando en un centro comercial, son algunas secuencias
compuestas con las reacciones de las personas al verse filmadas. En cualquier
caso, me parece, la cámara de Mario Castro no se pretende inocente, muestra
fragmentos diversos, no tanto como historias mínimas, sino más bien como impresiones y comentarios, puntos
de vista, a través de experiencias propias y apropiadas, como un gran collage
que edifica una postura frente a la urbe que se habita.